La historieta
posmoderna se viene caracterizando por la insumisión a los formatos, el
rechazo a las estructuras formales tradicionales y, sobre todo, a la
transformación del planteamiento del relato. Algunos pensadores
contemporáneos vienen hablando del neoindividualismo, de la
intertexualidad como meta o de la presencia en los medios como valor
“suficiente” de una obra. Con la historieta que se viene haciendo desde
los años noventa pasa algo similar: proliferan la biografía y las
vivencias personales (tanto da que sean dramáticas o insustanciales), se
trabaja con grafismos variados con tal de que resulten expresivos (tanto
da la base académica o el virtuosismo) y se vulnera el relato y su
reglas básicas (tanto da que concluya o no, tanto da que los personajes
crezcan, tanto da la historia, en suma). Importan las sensaciones
transmitidas, los estados de ánimo o el retrato fugaz. Esto es.
“Visitors in the
Night”, primera historieta de Debbie Drechsler sobre las desventuras de
la niña Lily, propone un escalofrío y un hecho gráfico muy
significativo: en la segunda página, el padre de la niña introduce su
pene en la boca su hija y eyacula. Lo brutalmente
explícito de esta representación gráfica produce una fuerte
indisposición y bastarán un puñado de viñetas más para describir una
infancia arrasada por la degradación. El hecho significativo alude a la
evidencia de que en el ámbito de los medios visuales sólo en historieta
podría aventurarse un creador a ser tan explícito (resultaría inmoral el
uso de modelos o actores infantiles, y también fuera de toda ética
mostrar este cuadro en animación o videojuegos). Esto convierte al cómic
en un medio distinto, con otras posibilidades de representación de las
que otros carecen o no pueden usar, y por ello al mismo nivel que el
resto. Una constatación capciosa, quizá, pero en la que hay que
seguir insistiendo.
Evidentemente no
hablamos de una historieta pornográfica. El incesto es dibujado aquí
como denuncia y nunca un acto sexual estuvo más lejos de la excitación.
Drechsler, que plantea La muñequita de papá como una estructura
autobiográfica, no vuelve a mostrar tan abiertamente los abusos del
desalmado padre y dedica el resto del libro a las secuelas de la
infamia. En este sentido, resulta abrumadoramente sólida su propuesta, y
es así pese a que las historietas que siguen, centradas bien en una
mascota de Lily, bien en su diario, ora en la integración con sus amigos
ora en una relación amistosa con otra chica… no parecen querer buscar
una solución moral, ni siquiera un desenlace confortador. No son ni
capítulos de una vida agrisada y vacía, son sólo momentos de tristeza.
Con esta estrategia,
la autora quiere construir una suerte de antirrelato, hermoso en
su simplicidad y turbador por los escenarios en que transcurre (con esa
textura y atmósfera de los grabados). Cada entrega de este relato
truncado está a su vez truncada, y la frustración que produce en el
lector sirve perfectamente para ilustrar el naufragio que vive Lily,
presa de un sentimiento de culpabilidad que degenera en zozobra y
enfermedad.
Pero el
estremecimiento no acaba ahí. En las primeras historietas el foco de
maldad se detiene en el padre y se espera una solución para la
degeneración de la niña, pero en siguientes entregas Drechsler dibuja a
una madre distante y fría, que conoce los abusos de su marido hacia su
hija y opta por ignorarlos y culpar a Lily de su matrimonio roto. La
acusa de ególatra y se entromete en su intimidad, y eso alimenta más aún
la sensación de culpa de Lily, que trata de paliar la angustia con la
comida o con el refugio en las drogas o en el sexo por el sexo.
Drechsler está
dibujando algo más que un retrato de amoralidad. Está describiendo una
realidad invadida por la crueldad y los monstruos, pues eso son el padre
y la madre de Lily; está también pintando (a veces parece que con la
estética del simbolismo torturado de Klinger antes que con la del
discurso naïf) una juventud demolida y sin alicientes. En
definitiva, está dibujando la infancia estadounidense del desarraigo y
el desamor. Pasa muy por encima, sí, de aspectos puntuales pero de
importancia capital, como: la incomunicación en el seno de la familia,
la obesidad incontrolada de los niños, la venganza sobre los hijos
aplicada a causa de las frustraciones a las que lleva el fracaso social,
el matrimonio caduco por la ausencia de sexo, la vergüenza del propio
cuerpo, la fascinación por los outsiders y las drogas. La propia
Lily no lo puede sintetizar con más claridad: «mi vida, un desperdicio».
Drechsler sobrevuela estos temas sin inmiscuirse en ellos, pero no pasan
desapercibidos para el lector avispado, como también nos percatamos de
las peculiares resoluciones mediante planos abatidos, animales mal
dibujados –quien identifique a los ciervos de la pág. 73 que levante la
mano– o miembros deformados, todo ello característico del dibujo
infantil. Esto hace de Debbie Drechsler, aparte de una interesante
ilustradora infantil, una estupenda historietista.
En la historieta
parece que se va camino de soluciones, mediante el amor redentor o
mediante el suicidio como enmienda final, o por los relatos abruptos que
al menos no plantean un final infeliz. Pero todos sabemos que lo será y
nos sentimos como Lily cuando es violada en el bosque: paralizados por
la certeza de que no hay escape, con la atonía presidiendo la banda
sonora de estas vivencia abrumadoras. Esto lo hace un magnífico tebeo.
La educación mal
llevada, dice nuestro filósofo José A. Marina, provoca dos grandes
males: «en el campo privado, la desdicha, y en el público, la
injusticia». De ahí que parezca aconsejable la existencia de tebeos como
éste. Más y mejor distribuidos. Y más leídos. Al igual que Drechsler
denuncia el silencio sepulcral que reina en los EE UU sobre los abusos a
la infancia y su juventud desintegrada, otros podrían denunciar más
“gráficamente” –ya que tan necesario parece ser llamar la atención de
narcotizado espectador de hoy– el drama de las sistemáticas violaciones
que se siguen viviendo hoy en día en África, en la Amazonia o en la
misma capital de México. O la esclavitud femenina en casi todo Oriente.
O la violencia sexual en cualquier sociedad occidental. O el uso
inmisericorde de la infancia como mano de obra barata. O algo, en fin.
Gran libro de cómics,
cuyo único defecto es que se publica tarde en español. |