De la vitalidad de la historieta brasileña actual levantó
acta, como de tantas otras cosas, Felipe Hernández Cava, comisario de
ConSecuencias, ese proyecto de exposiciones bienales organizado por
el injuve cuya segunda edición estuvo consagrada a Brasil; las
páginas del catálogo producto de esta iniciativa bosquejan un rico
panorama al que el lector español se aproxima, en muchos casos, por vez
primera. Junto a los timbres extraordinarios de Guazzelli, Bueno o Lelis,
la voz de Lourenço Mutarelli habla allí con gran fuerza.
Escenógrafo en los estudios de Maurício de Sousa (el
creador de la popular Mônica) entre 1985 y 1988, Mutarelli dispersó su
obra primera en los fanzines Over-12 y Solúvel, alcanzando
cierta notoriedad en 1991 con la publicación de su primer álbum,
Transubstanciaçao, que le valió el Gran Premio en la I Bienal
Internacional de Historieta de Río de Janeiro y al que siguieron otros
como Desgraçados, Eu te amo, Lucimar y A confluência da
forquilha. En 1998 el grupo editorial Devir inició la publicación de
una soberbia trilogía dedicada al detective Diómedes cuya primera
entrega, El doble de cinco, ve ahora la luz en castellano.
Sólo en apariencia es éste un relato policial. Digo sólo
en apariencia, pues si bien se advierten con facilidad las
características del género (el detective y el caso), éstas se presentan
bajo una luz que las disuelve y transfigura, haciendo de la ficción un
artefacto narrativo tan ajeno al molde industrial como próximo a una
cierta literatura: la existencial. Desde esta perspectiva, la peripecia
de Diómedes tiene más en común con el universo divagante del Roquentin
de La náusea que con el Philip Marlowe de turno y, por tanto, su
investigación no pretende en último término más que el hallazgo de
alguna certeza íntima.
Desde el comienzo, como en la narrativa de Jim Thompson o
la versión de El sueño eterno que Howard Hawks fabricó para
Hollywood, el libro nos sumerge en una atmósfera exacta e irreal,
sabiamente insinuada por la violencia de las angulaciones y un sentido
de la iluminación muy especial. Envueltos en este clima onírico,
deformado, los personajes persiguen a tientas una verdad cuyos perfiles
se difuminaron hace ya tiempo; de ahí que la búsqueda del mago Enigmo,
motor de la intriga, sea una empresa perfectamente inútil, condenada al
fracaso. En este viaje truncado el héroe, marcado por el sino trágico
del perdedor, vive un auténtico infierno al toparse, mediante un
complejo juego de espejos, con la imagen de sí mismo, ese otro cuya
irrupción en nuestra vida siempre resulta inquietante.
Y
es que la existencia que presentan estas páginas es de una densidad
angustiosa y doliente. Sin mucho esfuerzo puede uno suponer al autor
(quien se enmascara, como desvela su esposa Lucimar, tras los rasgos de
un domador de leones adicto a los tranquilizantes) enfrentando sus
propios demonios sobre el tablero de dibujo; al embarcar a Diómedes tras
del prestidigitador, en realidad Mutarelli pone rumbo a sí mismo, lo que
otorga al álbum el valor añadido de la autenticidad.
Mientras paladeaba
su esfuerzo, me asaltó la memoria un viejo refrán brasileño sobre la
manera de preparar el café: «tan
fuerte como el demonio, tan negro como la tinta, tan caliente como el
infierno y tan dulce como el amor».
El demonio, la tinta, el infierno y el amor. ¿Acaso existe mejor suma de
los contenidos de esta obra? |