Boogie y el negro
Roberto
Fontanarrosa (Rosario 1944) comenzó a publicar ilustraciones
humorísticas en la revista Boom de su localidad natal allá
por 1968. En 1972 comienza a colaborar en la revista de humor
Hortensia, donde crea alguno de sus mas populares personajes,
como Inodoro Pereyra (del que lleva publicados 20 volúmenes) o el
propio Boggie el aceitoso. Al año siguiente comenzó su colaboración
diaria con el periódico Clarín y que sigue realizando hoy en
día.
Humorista
grafico, dibujante de historietas, asesor creativo de Les Luthiers y
escritor de notable popularidad, Fontanarrosa es una suerte de
hombre renacentista capaz de canalizar su personal humor y adaptarlo
a diferentes medios y formatos. Fontanarrosa es conocido con el
sobrenombre de El Negro, apodo de origen incierto aunque bastante
común en Argentina entre los morenos de pelo o piel que el autor
lleva con orgullo. De hecho le sorprende más que le llamen Roberto
que de cualquier otra manera, en una clara muestra de su carácter
llano, accesible, popular en definitiva.
En España ha
publicado en El Papus, Cambio 16 (suplemento Monóxido)
y en Mas Madera, revista de la desaparecida editorial
Bruguera que dirigió -con gran acierto y menor repercusión- Alfonso
López, autor igualmente del prologo de la obra que nos ocupa.
Boogie nació en
1972 en las páginas de Hortensia editada en Córdoba,
Argentina. Se trataba de una historieta de humor paródico levemente
inspirada en Harry el Sucio pero su notable aceptación
propició que el violento personaje se transformara en una larga
serie recopilada en 12 libros, de los cuales tan solo el álbum que
hoy nos ocupa ha recibido una edición española.
Boggie es un
nombre que evoca con facilidad imágenes de cine negro y tipos duros,
pero al contrario de lo que muchos suponíamos, el nombre de Boggie
no proviene de Bogart sino del nombre de un popular coche playero
de los 70.El sobrenombre de “el aceitoso” es una referencia
humorística al personaje en el que más claramente se inspira la
parodia: Harry, “el sucio”. Estructurada en escenas cortas de una
página de duración en las que el gag final justifica toda la acción
previa, las aventuras de Boggie son lo que llamaríamos humor
hardboiled, un humor duro y sin concesiones en el que la falta
de escrúpulos del protagonista va acompañada de una saludable dosis
de estupidez, necesaria para interpretar su machismo, su racismo y
su violencia como una critica feroz a posturas moralmente similares
pero que a menudo consiguen pasar por casi respetables en nuestra
sociedad.
En manos de
autores menos dotados, la formula del protagonista único, sin
cerebro ni encanto conocido más allá de su capacidad para aniquilar
a quien se le ponga delante podría haber desembocado en un esquema
repetitivo de gag en el que el pastel sería sustituido por una
pistola. No es el caso de Fontanarrosa.
Boggie aparece de
manera natural en medio de una disputa conyugal, familiar, de
negocios o se mete de cabeza en la política exterior estadounidense,
haciendo lo único que sabe hacer: matar, destruir, silenciar. Y ni
tan si quiera es creativo a la hora de asesinar: una pistola, un par
de tiros y se acabó. Su encanto radica precisamente en no tener
encanto alguno. No deberíamos esperar nada de un personaje como él
por mucho que desde los USA se nos haya vendido una y otra vez el
tipo duro y violento como alguien a respetar cuando no a admirar.
Veterano del
Vietnam, guardaespaldas, agente ocasional de la CIA, asesino a
sueldo siempre, Boogie desenmascara a todos los apologetas de la
violencia justa y deja claro que su única motivación es el
ejercicio de su letal función y que lo de menos es el por qué. Sin
conciencia ni cerebro con el que adquirirla, Boogie es coherente con
su credo hasta las últimas consecuencias y, por ello, constituye una
de las más sangrantes parodias que se pueden leer sobre el uso de
la violencia para solventar cualquier tipo de conflicto.
El único problema
que tiene Boogie el aceitoso es que cualquier lector ocasional que
acceda a la obra verá como su admiración por Harry el Sucio,
Stallone, Spillane, Clancy y otros ilustres exponentes de la lógica
del cañón decrece de un modo alarmante o bien esta varia y los considera
como versiones menos hilarantes de nuestro héroe.
Ediciones de la
Torre publicó hace casi una década un álbum brillante que recopilaba
una selección de historietas de lo que entonces era la última
hornada de su producción. Hoy, una década después podemos encontrar
el álbum en la sección de saldos de cualquier librería
especializada.
Por menos de dos
euros, los arqueólogos del papel amarilleante podrán tener en su
poder 64 páginas de humor con grandes dosis de ironía e
inteligencia. Iba a preguntarme por qué no triunfó en España, pero
me temo que ya me he respondido. Demasiado incorrecto para el
suplemento semanal de un periódico nacional, demasiado popular como
para ser un autor de culto, Roberto Fontanarrosa se instala muy a
nuestro pesar en esa nebulosa de los autores reconocidos pero
olvidados en la que hoy por hoy tenemos a tantos y tantos grandes
profesionales cuyo mayor pecado es no trabajar para los Estados
Unidos, Francia
o Japón.
Fontanarrosa, por
suerte, sigue ilustrando su chiste diario para Clarín,
escribiendo cuentos y novelas y dibujando historietas. Historietas
tremendamente populares en Argentina, donde rivaliza con Quino o
Maitena en fama y prestigio.
No hay que
perder la esperanza. RBA editó hace unos meses El mundo ha vivido
equivocado y fruto de esta novedad literaria obtuvo la atención
de medios especializados como la revista Qué Leer. En la
presentación del libro, Fontanarrosa estuvo acompañado de ilustres
amigos como Serrat, Víctor Manuel, Miguel Ríos o Jorge Valdano. Tal
vez sea el inicio de la necesaria recuperación de uno de los grandes
de la historieta, la literatura y el humor en español. |