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LA EDAD DE BRONCE. MIL NAVES

La Edad de Bronce. Mil naves

Autor: Eric Shanower
Edición: Azake Ediciones: Mil Naves, # 1 a 4
Rústica | 26 x 17 cm. | b/n | 96 pp. c/u | 9 euros c/u
DL: B-24032-2003
ISBN: 84-932852-8-5 (primer volumen)
ISBN: 84-932852-7-7 (obra completa)

Edición original: Age of Bronze, volume 1: A Thousand Ships. © 2001 Eric Shanower, editado por Image Comics
 

[ Cubierta © Eric Shanower. Haga clic en las imágenes que acompañan al texto si desea obtener una ampliación. ]


ADAPTACIONES ICONOCLASTAS, por Manuel Barrero 


A muchos nos sorprendió la aparición en el mercado español de otro sello editor de cómics que trabaja con la calidad como enseña. Tras el telón negro de la crisis caído incluso sobre el proscenio del cómic, no cabía suponer que se sumasen otros a los que ya competían por el minúsculo pedazo de tarta del negocio de la historieta española. Como hicieron Astiberri o Dolmen antaño, aparecieron sellos editoriales que no eran en origen editores: los distribuidores Ivrea y Otakuland, los libreros Mangaline y Groc / Gotham, o como lo han hecho los más recientes y editores menores Alecta / Recerca, que han ido sacando productos con el concurso de otros subsellos como Almargen (editores de un libro sobre Víctor de la Fuente, de The Pro, Hellraiser, Bitchy Bitch y de la revista Alecta), Fester Cómix (espejo de Troma en España), Borobiltxo Libros (El planeta de la señorita), Polaqia (que lanzó este verano Barsowia), Balboa (que ha tenido el valor de editar en nuestro país al gran Roger Langridge), Plan B Comics, Azake ediciones / Pangea...

Vamos, hombre, ¿quién no tiene un sello editor a su alcance?

Todo esto significa un boom editorial y faneditorial / prozinista, medrado al arropo de un mercado de mínimos y de abaratamiento de tecnologías, que terminará en un plaf en la arena de las ventas, hasta que queden en pie solamente algunos sellos que puedan aguantar el tipo. Con ello vengo a contradecir la opinión de Javier Sánchez (La Guía del Cómic, 11, VIII-2003) cuando afirmaba que se acabó la crisis el cómic en España porque se publica mucho. Por más que se publique, si sólo cobran impresores y distribuidores, y los editores cubren mínimos escasamente, hay crisis. Cuando los críticos de cómics comencemos a percibir emolumentos por nuestro trabajo podrá entonces comenzar a hablarse de un nuevo panorama. Que no llegará.

Ahora lo que importa es que estos nuevos sellos editores nos han sorprendido con productos de elevada calidad servidos en buenas ediciones. Por ejemplo, el nuevo sello barcelonés Azake nos sorprendió con un volumen recopilatorio de El Zorro de Alex Toth (un producto algo ajado, pero de indiscutible calidad formal), el anuncio La rosa de Versalles -obra básica de Riyoko Ojeda-, y la publicación casi por sorpresa de un ambicioso relato en imágenes de la guerra de Troya que se agrupa bajo el título genérico de La Edad de Bronce y que inicia saga con el volumen titulado Mil naves.

Mil naves es una edición cuidada en su aspecto formal, aunque no impecable (alguna superficie es gris cuando debiera ser negra), excelentemente flanqueada por créditos, prólogos y comentarios (notable la Meca, aunque lo de tener al cómic por un “género” en página 90… ¿estas tenemos aún?) Por lo general, el Equipo Fénix lo borda, por más que quien redacta esta reseña desconoce la edición original de Image y no sabe si Guiral y sus chicos tradujeron acertada y escrupulosamente tal o cual palabra. Haber leído el original de Image no nos capacita para emitir mejor crítica, ni tampoco abrillanta el análisis descubrir el desliz del tradittore, labor que últimamente sí preocupa a otros. Allá cada cual. Lo importante en este caso es el tebeo, y lo que el tebeo dice, sugiere, trasciende.

No han sido pocas las veces que una historieta adaptó obras de Homero o de otros clásicos griegos y romanos. Han sido miles, como las naves del título de esta obra de Shanower. Miles fueron los plagios, miles de referencias, de tomas de prestado, de usufructos, de adaptaciones, de paralelismos… no en vano el ejemplo homérico de Odiseo o el de La Ilíada han servido de plantilla para incontables relatos de acción o evasión con o sin intermediación divina, protagonizados por otros héroes o por otros superhéroes. De hecho los “universos” de DC, Marvel y otros sellos editoriales estadounidenses de comic books no son sino panteones de antaño inyectados de carnaval.

Mas nunca se hizo una adaptación del texto clásico de esta manera, nunca se hizo tan bien. El autor de Mil Naves, enésima adaptación de una parte de La Ilíada, nos brinda un trabajo muy legible, de deliciosa factura, de ambientación muy cuidada y producto de un esfuerzo de documentación exagerado, casi enfermizo. Se agradecen estos enconos en la preparación de una obra de historieta por cuanto enriquece la dimensión humana del producto. Una adaptación libre del episodio bélico troyano podría ensalzar el carácter poético de la pieza original, o ensayar una dimensión simbólica, o perpetuar significados elementales u otros valores. Pero cuando se adapta abrazados a los documentos, la aproximación detallará tanto los hechos que se acaba por descubrir el conjunto de actos humanos agazapados tras ellos, y también las razones últimas (o primeras) que han conducido la historia acontecimiento tras acontecimiento. Shanower consigue eso en Mil naves: recopila bibliografía, recompone datos, reconstruye hechos y termina por definir a los personajes que intervinieron en aquellos episodios que ya resultan más legendarios que lejanos. El resultado es un retrato humano.

La preocupación del autor por obtener una obra redonda se trasluce en los detalles de su relato tanto como en los detalles de su dibujo, en la caracterización de personajes y en la puesta en página. Algunos ejemplos: la nariz tan peculiar de Paris, la axila pilosa de ellas, la duermevela del protagonista, tan perezoso él…. Por lo que se refiere al dibujo, el autor nos asombra por los fuertes contrastes que ensaya, verdaderos estudios de luz y drama, en los repartos de secuencias por página y en el modo de usar viñetas abiertas y viñetas recuadradas con el fin de amortiguar ánimos o vigorizar la tensión, respectivamente. Con el concurso de estos elementos, el tebeo se convierte en un vals de viñetas rítmicamente programadas que evolucionan en revueltas fastuosas y con gran pompa. Sin colosalismo pero con esplendidez.

Shanower también observa defectos, los cuales provienen exactamente del mismo núcleo: de su obsesión por el detalle. Así, en su tendencia a ocultar los defectos del dibujo mediante la sobrecarga de detalles, obtiene un baile de máscaras antes que de caracteres definidos, un ir y venir de rostros en un abuso estratégico de los primeros planos, que en definitiva son los que cuentan la historia. Y lo malo es que esos rostros han sido esculpidos tras tan esforzado estudio de caracterización que, por haber querido alejarlos de la estereotipia, finalmente todos se vuelven demasiado parecidos y queda eliminado casi por completo el “efecto máscara”. Paradójicamente, por causa de lo anterior los personajes resultan menos reconocibles para el lector. Ni aún con la guía de imágenes que (por fortuna) disponemos al final de los volúmenes se aclara uno mucho… Así entonces, Shanower intenta diferenciar al elenco de personajes por sus rasgos faciales en un ejercicio honestamente trabajado pero escasamente logrado, hasta el punto de que para algunos estos griegos semejan incas o aztecas. Y es fundamental esa identificación inequívoca, pues ya hemos dicho que ésta es una historia en la que predomina el factor humano frente al resto.

Otro de los sistemas que el autor usa para fraguar el cimiento humano de la obra es el juego de emociones, más cercano a la mitogogia que a la mitopoyesis. Es decir, hay hombres y mujeres viviendo en ese papel, no divinidades ni semidioses. Shanower obvia lo mítico para reconstruir otra narración que evita el socorrido uso de panteones. Esto se aprecia, yendo de lo elevado a lo terreno, en varios planos. Por un lado, el autor practica una desmitificación del original, de los dioses que Homero usó como catalizadores del relato, que aquí desaparecen o son transformados. Los chalanes de la corte ven visiones, así parece, pero no contemplan sucesos fantásticos en realidad y, pese a que hay libaciones a los dioses, esto ocurre cuando los acontecimientos más están siendo dominados por la agitación que provocan los hombres. En el caso del primer volumen de Mil Naves, el curso amable y juvenil de la historia vira de forma violenta precisamente al brotar la avaricia y ansiedad de poder de Paris, pero no por un capricho de alguna remota, temida y virtual entidad. Heracles mismo, gran héroe guerrero y tenido por semidiós, es dibujado por Shanower desde la distancia, con la fórmula de la caricatura. Hay que admitir que el recurso de caricaturizar lo usa el autor para diferenciar el flash back en el que se halla este personaje, pero su comportamiento aparece también fuertemente estereotipado, pues lo vemos convertido en un ser caprichoso y “bárbaro”, muy lejos de la idea helénica que de él tenemos los occidentales por lo común.

A un nivel inferior, Shanower también desmitifica la guerra misma. El encontronazo bélico entre hombres ya se apunta al comienzo de la historieta como un acto deportivo, casi fisiológico, en la lucha en la que Paris se revela como hijo del regente (además, la emoción del pugilato se transmite exhibiendo una masculinidad muy natural, sin necesidad de recurrir a esteroides). Luego, la guerra misma que se adivina en el horizonte troyano es vista por la mayoría de los personajes como un motor de dolor antes que como una fragua de heroicidades. Y también se deja claro que es una ofensiva conducente al control por los intereses estratégicos que Menelao tiene sobre el paso de Helesponto y su viento del Norte (nótese el gran plano general panorámico, casi un mapa). Es decir, que Shanower huye de la idea romántica y simplista de relatar una guerra con el foco de origen centrado únicamente en una mujer y en un uno, o varios, orgullos masculinos.

Con todo, la figura de la mujer tiene aquí su peso. La figura femenina poderosa, influyente, respetada, la hallamos claramente representada en Oenona ya de entrada, por ejemplo. Y también en Helena, naturalmente. Este interés por la fuerza de lo femenino que Shanower exhibe en esta obra constituye un sugerente eco de las sociedades matriarcales que (acaso) pudieran haber existido entre los antecesores de los etruscos y que desparecieron en cuanto los roles sociales se repartieron en distintos sectores de poder tras estructurarse las primeras sociedades de agricultores y ganaderos organizados. Es un giro de tuerca sobre los relatos primigenios que recuerda poderosamente al ejercicio de antropología (rechazo del animismo, descripción del declive del matriarcado) que Robert Silverberg describió en Gilgamesh el rey, donde la mitogogia hacía presa de las primeras leyendas de la civilización. Todo lo anterior no deja de ser una reflexión a destiempo y a desforma frente a la obra que nos ocupa, pero parte del discurso de Shanower parece orientarse con este rumbo: la sensibilidad y el sentido de la justicia de las dueñas de la creación acaban siendo moldeados por la testosterona, ansiosa por imponerse.

Para detentar nacimos los machos. Y aún no hemos parado.

No deja de ser paradójico que esta reflexión nos llegue a través de la lectura de este cómic, tan cerca de Oriente Medio, tan cerca del origen de la civilización prístina, tan próxima al foco del miedo que esa tierra es hoy.

Los que así lo entiendan o lo quieran ver, disfrutarán de una lección de historia. Los que no, se encontrarán con un tebeo entretenido y estupendo.

Una extraordinaria obra se mire por donde se mire.


[ © 2003 Manuel Barrero, para Tebeosfera 031019. Tebeosfera recibió servicio de prensa de Azake ]