Prólogo.
Éste va a ser un ejercicio bien distinto al de otras veces. Hasta ahora
siempre que hemos analizado un texto ha sido mediante la reseña,
mediante la mirada externa y objetiva que suscita y sobre la que se
sustentan sus dos preceptos básicos y fundamentales: un conocimiento
interpretativo sobre el que asentar las especulaciones argumentativas y,
ante todo, una cierta honradez a la hora de encarar los planteamientos
expositivos. Pero con este tebeo que tengo entre mis manos, este fecundo
Entreactos de los argentinos Laura Vázquez y Dante Ginevra,
nuestro teórico punto de partida no puede ser el mismo ya que no se
trata de una obra para nada ajena a mí. Entreactos es la
culminación de una grata experiencia creativa dual a la que se me
permitió asistir en los últimos momentos de su gestación, y esto mismo
que en su momento me hizo acreedor de un conocimiento privilegiado (sé
lo que movió a Laura a escribir cada capítulo, sé a qué responden cada
una de las tonalidades empleadas por Dante…) ahora me supone un claro y
evidente condicionamiento de partida. Así, tratando de ser críticos,
¿cómo podría estar seguro de mi labor crítica ha guardado la distancia
suficiente?, ¿quién me dice que no he dejado pasar por alto, aún
subconscientemente, algún error que otro?, o más llanamente, ¿qué
credibilidad, ante los suspicaces, puede tener alguien que se presume
buen amigo de ambos?
Ante esta tesitura hemos optado por la solución más sensata y sencilla
(porque yo quiero y deseo hablar de Entreactos), que no es otra
que buscar la tipología textual más conveniente. Una capaz de
desarrollar el más riguroso de los análisis estéticos sin que ello nos
impida mostrar nuestra cercanía con respecto a la obra y sus autores;
que nos faculte a hablar de los entresijos del tebeo en cuestión a la
vez que señale nuestro grado de comunión e implicación con el mismo; es
decir, una especie de prólogo cajón de sastre que dentro de su carácter
desligado y no oficial (no olvidemos que la edición española de
Astiberri cuenta con uno del gran Carlos Trillo) de cumplida cuenta de
nuestros intereses creados.
“Cualquier tiempo pasado fue mejor…”
Entreactos
nace y se nutre en el seno de una tradición: la escuela de la historieta
argentina; pero esta definición que puede parecer una obviedad no lo es
si tenemos en cuenta la actual situación de la misma. Y es que hoy en
día ésta no pasa de ser una triste sombra de antaño. El pasado lustroso
en el que los Oesterheld, Breccia, Solano, Zoppi y un largo etc., se
movían (editoriales de peso; un público amplio y fiel; reconocimiento
exterior) se ha transformado en poco más que un sinfín de esfuerzos
aislados tendentes a la caducidad de seguir así. Las editoriales han
desaparecido, el mercado nacional es insuficiente, lentamente la
industria de la historieta argentina ha sufrido un arduo proceso de
desmantelamiento consecuencia tanto de un clima político, económico y
social enrarecido, como a la inoperancia de todos a la hora de mantener
sus propios valores tradicionales -que la hicieron única en el ámbito
mundial- ante los nuevos gustos populares. Y en esta tesitura, ¿cuál es
el lugar de los creadores? Prácticamente el vocacional.
Vivir de hacer historietas en Argentina es una pretensión utópica. Pocos
son los “elegidos” para desempeñar este oficio, y quienes lo hacen son
aquellos que han adaptado y plegado su estilo a los gustos y formas de
otras tradiciones (léase norteamericana, japonesa o franco belga)
radicalmente distintas en sus orígenes. La historieta argentina que
durante buena parte de cuatro décadas (finales de los años cincuenta,
las décadas de los sesenta y setenta, y principios de los ochenta) se
había constituido en un modelo único en el que junto a un claro y
marcado carácter popular prevalecían marcados y puntuales esfuerzos de
voluntad artística, ha pasado a convertirse en un hervidero de artistas
“buenos, bonitos y baratos” más próximos a una voluntad gremial o
artesanal de siglos pasados, que al de un arte del siglo XXI. Parece
irrefutable que cualquier voluntad o pretensión artística (entendida
como faceta personal) en la Argentina historietística actual, esta
irremediablemente condenada al mayor de los fracasos.
Huelga decir que el caso que nos ocupa, no sólo es aislado sino la
excepción que confirma la regla. En Laura y Dante existe y se ha
desarrollado a la par un claro interés de escuela (ambos se insertan
plena y conscientemente dentro de su tradición propia) y otro creativo
(desean ganarse el pan de cada día de esta forma pero no por ello van a
renunciar a un ideal estético). Ambos hechos no han sido fruto de la
casualidad o el deseo, sino de una intención manifiesta por destacar,
contra viento y marea, a través de la consecución de un estilo, en forma
y contenido, plenamente propio. Algo que no deja de ser toda una proeza
ya sea en un plano como en otro, ya sea a la hora de escribir o a la de
dibujar; ya sea, en suma, a la hora de contar su historia juntos o por
separado…
Redundancia.
Atendiendo al resultado. la narrativa de Laura no es más que la
depuración, la vuelta de tuerca, de un estilo que en cierto sentido
podríamos definir ya como tradicional. Haciendo un poco de historia,
recordando nuestras propias palabras, distinguimos en su momento unas
líneas renovadoras, perfectamente delimitadas y marcadas, dentro de la
escuela de guionistas argentinos: por un lado, un eje vertebral
constituido por la obra de Oesterheld (renovación de temas; humanización
de los personajes; utilización de técnicas y recursos literarios
aplicados a la forma de hacer historietas…), y por otro las distintas
ramificaciones que de este mismo concepto, que, con mayor o menor
fortuna, desarrollaron a partir de los años setenta artistas del
renombre de Carlos Trillo, Juan Sasturain, Ricardo Barreiro, Guillermo
Saccomano o Carlos Sampayo (culminación de la estética humanista de los
personajes; plena concomitancia expresiva con el dibujante en busca de
un mismo fin expresivo; brotes de una consciente actitud individual
referida en torno al cómic como medio artístico). Si bien ambos
movimientos se constituyeron en su origen como plenas vanguardias
enfrentadas a una tradición de corte populista (aunque no empleamos este
término de modo despectivo o ¿acaso Oesterheld, por ejemplo, no es un
autor eminentemente popular?, ¿o creaciones como el Loco Chávez no han
calado en el público?), hoy en día han sufrido un proceso de
reformulación: ahora son ellas y no otras quienes constituyen ese
conjunto tradicional susceptible de ser renovado. Pero maticemos muy
mucho esta afirmación pues si éstas se han erigido como el,
aparentemente, nuevo cauce tradicional, ha sido más por convención (por
la ausencia en el mercado actual de esa otra anterior a la que antes se
enfrentaban) que por convicción propia (aprovechando de su carácter de
canon han sido transformadas en unos clásicos populares de urgencia para
paliar en la medida de lo posible el hueco anterior; ante las
tradiciones foráneas que han extendido su influencia en el mercado
argentino tratando de absorberlo en la medida de lo posible la
historieta argentina presenta sus últimas pero mejores armas en un vano
intento por recuperar su identidad).
Y
dentro de este panorama, ¿cuál es el lugar que ocupa Entreactos?
¿desde y hacia dónde parte? Entendido como palabra, Laura, tenía claro
el camino que debía seguir su obra: una expresión sustentada en el
diálogo vivo de sus personajes, en la creación libre a través de sus
pensamientos y sensaciones propias; una narración fluida, suelta,
sustentada sobre las imágenes y símbolos que componen la visión
particular de estos; una modalidad compositiva en el que ambos elementos
(el diálogo ficticio de vidas humanas y la imaginería) se conjugan a
través de la intensidad, de la búsqueda del punto álgido de los mismos.
Hasta aquí todo igual a sus predecesores, o sus maestros según cómo se
quiera ver.
Antes de seguir tengamos presentes una cosa. Tanto Laura como Dante son
representantes y partícipes de una nueva generación. Y todo movimiento
generacional –porque, si no, no lo sería- se nutre de la acción rebelde,
del enfrentamiento con las fórmulas narrativas vigentes e imperantes en
el ciclo anterior. Laura lo sabe, lo asume y lo aplica. Así, tomando
como referencia este cúmulo de obras a las que aplicará sus
conocimientos rastreará los errores de sus predecesores o al menos
aquellos rasgos que consideraría susceptibles de mejora y dará cuenta de
su principal cometido: innovar.
Inventado todo lo inventable, ¿cómo podría conseguir mejorar el estado
de las cosas?, ¿cuál es el reto a asumir y con el que lograr un estilo
propio? Laura lo tiene claro. La única manera es dar un giro de 180º:
cambiar el orden de los elementos o variar su relación interna. Y es en
este último punto dónde centra sus esfuerzos. Para Laura que la acción,
la intensidad sea el modo exclusivo en el que se relacionen los
personajes resulta ya aburrido, tópico incluso. Herencia directa de un
género que se ha nutrido de la aventura o el misterio hasta sus últimas
consecuencias. Y no es que ella tenga nada en contra. Ni mucho menos.
Pero no es lo que le interesa. Su intención, su forma de narrar se
sustenta y se sustentará sobre otro aspecto, otra fórmula, que ha
quedado descompensada o escasamente desarrollada en la tradición
anterior: el conflicto, la introspección.
Pero no hablamos de personajes que “sufren” desaforadamente ante la
maldad cruenta del mundo o de sus actos propios; ni tampoco de
enfrentamientos con cualquiera de los otros que pululen a su alrededor.
No. Eso ya está. Eso se ve en cualquier parte. Eso es enfrascarte en tus
propios pensamientos, eso es ver como se pelean tus vecinos… Eso es la
vida misma. Eso es mimesis, imitación y causa; no un arte reflejo. Lo
que nos interesa –y en esto Laura destaca por ser una narradora con un
amplio conocimiento literario- es representar dichos actos pero a través
de su recreación. No se trata de ofrecer todas las pistas y ángulos de
una situación o sentimiento sino de ofrecer un único punto de vista, el
del personaje, pero desarrollado de tal manera que todo quede en
suspenso, que tenga que ser uno quien ponga de su parte (de sus
sentimientos, de sus propias experiencias) para tratar de comprender
cuál es el significado de esas palabras lanzadas al vuelo en cierto
momento de la narración, o las miradas silenciadas que se entrecruzan y
con las que finaliza la acción…
En semejanza a Pirandello y sus Seis personajes en busca de autor,
Laura tratará de dejar suelto al repertorio que ha salido de su cabeza.
Apartarse, darles paso y dejar que sean ellos quienes se encarguen de
nutrir una trama que brilla por su ausencia. Sólo les mueve lo que a
cualquier ser humano. Tratar de comprenderse a sí mismos, de llegar a
alguna parte con su vida, de aprender de sus errores… Y para eso, el
creador se debe ausentar. Desaparecer por la puerta chica. No pinta nada
–salvo en la creación- en esta relación directa entre personaje y lector
que en cierta manera aúnan en la necesidad sus roles: uno, para cobrar
esencia; el otro, tratando de averiguar lo que motiva a los seres de
papel, ganará conocimiento de si mismo.
Las concomitancias son evidentes pero no así las fórmulas de
transposición. ¿Cómo llevar esta concepción de conciencia a la
historieta? ¿Cómo desarrollarla a través de los medios propios de esta?
Fácil en apariencia: mediante la recurrencia. Ya McCloud en Cómo se
hace un cómic demostró como buena parte del lenguaje narrativo de la
historieta se sustentaba en dicho recurso. El lector no necesita que se
le muestren físicamente el desarrollo de todos y cada uno de los
elementos de los que se compone una historia. Interpreta y da por
sabidas un buen número de acciones.
Laura conocedora de esta teoría (entre otras cosas por poseer un
conocimiento de lingüística envidiable; ya lo verán en sus futuros
trabajos críticos) la aplicará en su máxima extensión pero en el campo
de los sentimientos y acciones de los personajes. Por ejemplo. Cuando en
el capítulo 2 (“Los egresados”) Mariana es perseguida hasta sus últimas
consecuencias por la cámara de Gonza y ella reacciona dándole con las
puertas en sus narices. ¿Sabemos con claridad y certeza por qué lo hace?
En mi juicio no. Y no es por descuido. Tenemos todos los elementos a
nuestra disposición: los personajes que se mueven sincrónicamente, la
cámara que va de uno a otro, la típica historia del salto de la
adolescencia a la madurez… Todo. Pero, ¿sabríamos decir con total
seguridad por qué sufre y llora Mariana? Pero aún así, la entendemos.
Comprendemos su reacción. Se nos hace sentir, dentro de la lectura
particular de cada uno inserta en esta técnica de la obra abierta, su
estado de ánimo.
¿Será por qué nosotros ya conocemos esta situación y no nos importa
pasarla por alto? ¿será que sabemos interpretarla y no nos ofrece dudas?
¿será que hemos vivido por nuestra cuenta algo parecido y por eso nos
resulta tan familiar? ¿será que en algún momento de nuestra vida nos
hemos sentido igual de solos y hundidos? ¿acaso no lo sabemos y por eso
lo saltamos? Hacer de los sentimientos propios algo universal mediante
un uso económico de los medios de expresión, ésta es la difícil
sencillez de todo arte. Este es el gran reto que ha decidido asumir,
hasta sus últimas consecuencias, Laura.
Multiformidad.
Es obvio que si Laura decidía efectuar una experimentación con respecto
a la concepción y realización de sus personajes, debía por lógica
aplastante implicar a su copartícipe creativo para que el invento
funcionara y llegara a buen puerto. Pero, y esta es la suerte, la misma
no se produce por subordinación sino por la coincidencia plena de sus
intereses con la evolución natural de Dante como artista gráfico.
Siendo justos, Dante es un autor más hecho a la historieta. Mientras que
Laura tuvo una etapa en la que abandonó la lectura y conocimiento del
medio por no encontrar trabajos que satisficieran sus gustos –no ha sido
hasta hace unos pocos años que Laura recuperó la “fe” en el medio,
gracias a la influencia directa del eslabón común a ambos, el también
guionista Diego Agrimbau- Dante en este sentido ha tenido siempre más
claras sus pretensiones al respecto: dibujar historietas a toda costa.
Perteneciente a la que podríamos denominar como la generación de
Fierro, Dante ha crecido entre sus páginas. En la mencionada
revista, como tantos otros, encontraría buena parte de las primeras
experiencias que le hicieran llamar la atención sobre nuestro medio. Y
es normal, los trabajos en Fierro de autores como Muñoz, Nine,
los Breccia... rompían, en especial en sus primeros veinte números, con
gran parte de los moldes y parámetros del mercado argentino de ese
momento: interés por cualquier tema o género sólo atendiendo a la
calidad argumentativa de la misma; libertad artística en su consecución
sin importar como prioridad absoluta la edad o gustos del público;
recuperación de la memoria de la historieta nacional atendiendo ante
todo a la formación de sus lectores… Era normal por tanto, esta
fascinación. Fierro fue un producto fresco y original que
despertó la conciencia creatividad de muchos constituyéndose, con el
paso de los años, más en un medio de inspiración y referencia obligada
que de simple lectura.
En Dante como en tantos otros este proceso se desarrollaría de un modo
gradual: primero, la imitatio, el embelesarse con las líneas y
los cromados de sus ídolos juveniles, con las historias intensas y
vivaces con las que se sentía plenamente identificado..., y el tratar de
reproducirlas más que por necesidad por juego infantil con el que
entretenerse y pasar el rato. Luego, la toma de conciencia, cuando un
buen día se descubre –a saber por qué- que eso de hacer dibujitos es lo
más importante del mundo, su único fin y meta. Y hay que aprender a
dibujar mejor que nadie, conocer todas las técnicas, empezar a publicar,
moverse, buscar a gente que tenga las mismas inquietudes, con las que
compartir esta pasión que de repente se ha adueñado de uno... Es
entonces cuando se empiezan a abocetar páginas para los amigos, cuando
se cree que uno hace auténticas obras maestras y no son más que copias
subconscientes de lo que uno ha visto y degustado... Una etapa por la
que hemos pasado todos, o casi.
Pero no olvidemos nuestro punto de referencia. Este tópico universal del
creador, ha sufrido en Argentina un cambio radical. Si Dante hubiera
nacido en otra década, posiblemente después de haber sentido en él la
llamada de la profesión, hubiera ingresado como ayudante de algún
dibujante de relativo renombre o en algún estudio profesional y habría
aprendido sobre la marcha todos y cada uno de los secretos del medio
para producir en masa esos mismos tebeos que tanto le han embelesado.
Así es como han surgido creadores como Juan Giménez, Muñoz, Altuna...
Mediante este modelo se empezaría de la base, poco a poco iría
publicando y dependería de su esfuerzo y calidad abrirse más camino o
menos. Sin embargo la realidad de Dante y muchos otros ha sido todo lo
contrario. Las industrias comenzaban a desmantelarse (porque el anterior
modelo lógicamente sólo puede darse si la industria es capaz de
sustentar a sus creativos), los grandes creadores argentinos del momento
vivían en el extranjero, se empieza a introducir nuevos productos como
el manga... Todo cambia, pero el caso es que el nuevo creador tiene que
buscarse las castañas del fuego si quiere algún día conseguir su sueño.
Ha de tener iniciativa y esperar llamar la atención (es el momento de
los fanzines, donde tantos y tantos nos hemos formado), confiando su
propio trabajo a su voluntad, esfuerzo e intuición propias.
Ante este panorama muchos se van quedando en el camino. Unos van
perdiendo paulatinamente la ilusión o bien porque la sustituyen por otra
o bien porque despiertan demasiado pronto a la crudeza del mundo real.
En fin, ley de vida. Pero los que continúan no están por ello exentos de
peligros. Y es que este espíritu juvenil y festivo esta muy bien para
encauzar con ilusión los primeros proyectos (y más si hay que invertir
tanto tiempo y energía) pero pasado un tiempo puede convertirse en una
carga. ¿Cuántos autores actuales de historieta hay en la actualidad que
no son más que unos meros artesanos que se ganan la vida con el lápiz y
el papel y que simplemente han amoldado su gusto –porque en ellos no
vamos a hablar nunca de estilo propio- al infantilismo de cuero de las
industrias como la norteamericana o la japonesa? Obviamente estos
productos de entretenimiento que se crean y recrean hoy en día están muy
bien para el ocio puntual pero a la larga lo único que producen es tedio
en un lector que a los dos años los está tirando a la basura porque
ocupan mucho sitio. También generan aburguesamiento en unos creativos
que habiendo entrado de lleno en el juego de la mercadotecnia lo único
que hacen es reproducir mecánicamente fórmulas repetitivas. Pero vamos
que no se malinterprete mi discurso que esto no es cosa de estos tiempos
de crisis o crispados. Que va. Esto es de toda la vida de Dios. Esto es
lo único que ha producido la historieta. Quizá por falta de
pretensiones.
El caso es que llega un momento en el que hay que crecer. Y esto ha sido
precisamente la mayor cualidad de Dante. Evolucionar o ser ambicioso.
Crecer a través del trabajo y las exigencias de la autocrítica. Tratar
de llegar a ser algo pero no para ganarse la vida sino por necesidad
comunicativa, por aportar su grano de arena al ciclo universal de la
expresión. Es decir, que la historieta no es para Dante una elección
laboral sino un medio de expresión en el que encontrar la auténtica
definición de sí mismo.
Y
el ciclo comienza de nuevo (pero esta vez va más rápido pues todo se
precipita): de nuevo la imitatio (aunque esta vez no es formal.
Es presuponer que la existencia de una actitud artística por parte de
otros autores anteriores sería motivo suficiente para despertar su
interés en descubrir nuevos caminos) tratando de comprender los
conceptos que llevaron a tantos creadores populares a dar el paso hacia
la autoría plena y consciente (ya no se trata de aprender a dibujar,
sino de tratar de asimilar una actitud, un compromiso), de descubrir el
gesto escondido detrás de un Alack Sinner o de un Perramus.
Y otra vez de vuelta a la reunión pero ahora con amigos o conocidos,
más cercanos, más cómplices en esta búsqueda de un ideal estético. En el
caso que nos ocupa, esta claro que estos primeros pasos hacia una voz
propia los dará Dante en compañía. El sello argentino La Productora se
organizaría bajo este ideal estético sin perder de vista, a diferencia
de otros movimientos similares, las características propias de la
historieta: no un dibujo pictórico sino pleno de fuerza; no crear
páginas estéticas sino desarrollar la inventiva en la secuenciación.
Algo de compañía para ese camino prohibido -querer ser artista a través
de la viñeta- que además exige sus requisitos si, como es el caso, se
practica ante todo con coherencia: la demanda de una autoformación
compulsiva en la historia y procesos creativos de otros medios
artísticos; cubrir la necesidad de ganarse la vida con cualquier otro
oficio; y, sobre todo, acarrear la carga de soledad e incomprensión que
conlleva tal decisión.
Por eso, considerando lo periclitado de este contexto, y conociéndolo
como lo conozco, imagino como se debió iluminar el rostro de Dante
cuando escuchó en su momento a Laura hablar de todos estos temas: por
fin alguien afín con quien compartir inquietudes; y más aún, cuando en
casa de alguno surgiera, en torno a los mates y a las facturas precisas,
el proyecto de una futura colaboración que por casualidad del destino
llegaba en el mejor momento para ambos. Para una, recuperada de nuevo la
ilusión en un medio que tenía más que olvidado; para el otro, finalizada
su etapa formativa como artista y deseando dar ya (aunque eso pudiera
asumir un papel más secundario dentro de La Productora) sus primeros
pasos en “solitario”.
Dante tiene capacidad para ser autor completo (cualquiera que lea
Grajal ve a un buen guionista) y desconozco si eso era lo que andaba
buscando. Lo cierto es que se adapta a la propuesta de Laura con una
facilidad pasmosa. Con Diego Agrimbau siempre hemos comentado el
carácter camaleónico de su trazo, capaz de plegarse a los requerimientos
de cada historia. No es Dante un autor que se repita precisamente. Y
aquí no iba a ser menos, máxime cuando la misma historia necesitaba
impregnarse de su misma cualidad denotativa. Recordemos que la premisa
argumental de Laura es forjar el universal narrativo dentro de la
historieta, es decir, crear situaciones y personajes, que aún dentro de
su propia personalidad, puedan abarcar la esencia de todo lector. Y a
este propósito lo amolda todo: los rostros de los personajes, el espejo
de sus almas, son plenamente humanizados pero de tal manera que sus
rasgos respondan a arquetipos y consideraciones populares y plenamente
establecidas dentro del ideal común (el rostro ingrávido y fino de
Jazmín, la soñadora; los ojos expresivos y la frente arqueada de
Mariana, la quinta esencia de Palas; el rostro sin tacha de un Gonza
estereotipo de la última moda; el taciturno y grave de un Lucas culpable
de todo y culpable de nada) embelleciéndose o deformándose a tenor de la
intensidad del momento en el que se encuentren.
La recreación de los espacios narrativos que parecen diluirse a medida
que acercamos la vista es otro logro de los autores. No es necesario el
detallismo, no ha de recrear Dante espacios históricos; sólo necesita
aportar las pinceladas oportunas para hacernos saber por donde deambulan
los protagonistas. Y nos percatamos que cualquiera puede ser el lugar
más común de entre los comunes: es lógico que Dante pueble la historia
de uno y mil símbolos fácilmente reconocibles e interpretables por
ejemplo la ventana a la esperanza (la misma de la imagen elegida como
cubierta del tebeo) que a veces encierra una mirada al futuro y otras al
pasado.
En este subjetivismo con el que es planteada la narración de la
historia, Dante encontrará rienda suelta para forjar y asentar por
primera vez su estilo más personal. Un estilo en el que su dibujo
adquirirá no una línea sino varias de lectura según los ojos de quien lo
mire. Quien se sienta reflejado en la más apabullante de las tristezas,
hallará su respuesta en unas líneas hinchadas de sentimiento; quien
quiera ver unos personajes insertos y diluidos en su propia mediocridad,
determinará la furia con el que son expresados unos tipos que parecen
hundirse cada vez más en el abismo; quien quiera entender que ellos no
viven más que una serie de etapas de cambio y desorden, descubrirá un
estilo afectado por la incertidumbre de la vida.
Múltiples formas y rostros, para tratar de dar cabida a todas las
posibles interpretaciones y sentimientos. Una forma abierta no sólo a la
subjetividad propia sino a todas las posibles aunque sean ajenas. Un
reto artístico de calibre en el que consumar las raíces de un nuevo modo
de ver la historieta constituido paradójicamente en la disolución de la
pluralidad de planos que la constituyen. El conocimiento del creador y
de los posibles lectores se igualan. Uno crea y los otros recrean pero
las barreras entre ambos han sido disueltas a favor de la comunicación
universal entre todos los sujetos, el ideal al que se subordinan todos
y cada uno de los elementos de la misma ya sea desde el trabajo inicial
a lápiz hasta el punto y final del color, desde la concepción del cuerpo
de página hasta la disposición de sus distintas viñetas... Se produce
así, o al menos se intenta, una plena identificación entre texto y
sentimientos ajenos o propios según se quiera ver.
Y ese esfuerzo, tan
huérfana de riesgo como se encuentra la historieta de hoy en día, ya
merece la pena... |