El siglo XVIII en Inglaterra fue, según la autora,
profesora de Historia del Arte y Directora del Departamento de Historia
del Arte y Diseño de la Universidad Metropolitana de Manchester, la
«primera gran era de la caricatura y el humor gráfico» en el Reino
Unido. Diana Donald rompe con ésta obra, fundamental para comprender el
origen del humor gráfico en el mundo (y también de sus sucesora como
lenguaje, la historieta), y las razones, ideológicas y también
gramaticales, que impulsaron a sus artífices primeros a evolucionar en
ese sentido.
Donald aprovecha su repaso a la historia de la caricatura
en su país para avanzar la hipótesis de que esta profusión de imágenes
aportaron ideas al progreso de la concepción del cambio de roles en la
mujer,
la llegada de la sociedad que nosotros conocemos como “de
consumo”, el medrar de una clase política
que se va alejando de la aristocracia paulatinamente, y sobre todo
definiendo los valores “de clase” de la época georgiana.
Los satiristas de aquel tiempo plantearon toda una
revolución gráfica, en cuanto a calidad, y social, en cuanto a la
valentía demostrada al enfrentarse al hieratismo de las huestes
políticas, sobre todo en sus revelaciones, relecturas de la verdadera
cara de las reacciones británicas ante la Revolución Francesa, por
ejemplo. Como conclusión de su estudio evidencia la autora que el
humor gráfico posterior, ya en pleno siglo XIX, surgió frente a la
política de urgencia de los radicales de la era postnapoleónica.
Ilustrado por Gillray, Rowlandson y otros, algunas de las
imágenes presentadas, jamás antes vistas, son tratadas en el libro por
esta historiadora cuidadosa con un extremado rigor, con el talante del
investigador apasionado y con una seriedad extraordinaria, para lo cual
cruza al mismo tiempo técnicas para el estudio de la historia, de la
sociología y de la política, con el fin de arrojar luz sobre este
aspecto de la cultura gráfica, destacado su importancia en la evolución
cultural de un país.
Se demuestra en esta estimulante monografía que la
profusión de estas imágenes con texto inserto y generalmente vinculado
al pie, pero también integrado en el interior del recuadro delimitante
(lo que nosotros conocemos como viñeta), fue mayor de lo hasta hoy
reconocido por la generalidad de los estudiosos de la historieta. Las
aspiraciones satíricas, pero también imbuidas de narratividad, de los
pioneros del humor gráfico inglés, se vieron alimentadas por la
necesidad de expresión política y de propaganda de un tiempo convulso en
los países europeos desarrollados. Ese nuevo modelo de expresión y de
comunicación se reveló sofisticado porque aprovechaba las posibilidades
de las mejoras tecnológicas en impresión y el gran potencial de difusión
que entre el pueblo no cultivado alcanzan las imágenes de corte
caricaturesco. Así, en los 1700 ya se habían definido los elementos
básicos para la sintaxis de la viñeta dibujada: enfoque de una “ventana”
de la realidad que se encierra en un rectángulo, representación de la
realidad con técnicas de dibujo figurativistas que van adoptando
estilemas más sintéticos acudiendo a la exageración de los rasgos
resaltantes hasta llegar a grados de iconicidad singulares, el uso de
texto al pie de la imagen que se traslada a didascalias y, luego, a
globos con textos que quedan vinculados al hablante con un rabillo o
línea indicadora… El fumetto, o nube con texto, o globo, o bocadillo, no
fue un invento de Richard Felton Outcault, evidentemente.
La lectura atenta de esta monografía resulta de gran interés
para el estudioso del humor gráfico y de la historieta, no ya por
cuestiones de avances en el lenguaje, también en cuanto a su dimensión
industrial: obras como la de Rowlandson “Caricature shop”, dan a
entender que en 1801 ya existían locales especializados en la muestra
pública de humor gráfico, que su difusión era cuantiosa y que su
producción iba dirigida a una pequeña “masa poblacional”, y por ende a
su venta. Es decir, existía ya una “protoindustria” de imágenes
satíricas, una mínima estructuración del tejido de un medio de
comunicación nuevo, que todavía ha de necesitar unos años hasta que
autores de especial sensibilidad e ingenio demuestran ser conscientes de
hallarse ante un medio nuevo (en la década de los 1830, con la figura de
Topffer). Otra imagen de 1801, de Giles Grinaguin, demuestra que existía
un concepto de “profesionalización” mínima del caricaturista, o al menos
un concepto de gremio profesional, cuyos integrantes venían siendo
identificados con sufridores de las consecuencias que acarreaban los
mensajes dibujados y difundidos.
Ya en 1750 se fueron consolidando y cosechando renombre
empresas impresoras de caricatura y de grupos de imágenes seriadas que
incluían globos con textos en su interior, Sumpter, M. Darly… Destacó
sobre todos Townshend’s, editor de la imagen que se reproduce junto a
este texto: “The Recruiting Serjeant of Brittannianiais Happy Porospect”,
obra de M. Darly datada en 1757,
que
también contiene esos elementos icónicos que nosotros denominamos
bocadillos, los balloons o globos. Estos elementos no constituyen
una singularidad gramatical en una sola plancha satírica, vuelven a
verse en bastantes más imágenes satíricas de los 1750 y los 1760, en
obras mayoritariamente sin firmar. Es curioso que en los 1770 no haya
muchos ejemplos, o al menos no los menciona la Donald, quien salta a los
1780 para retomar la discusión sobre viñetas con personajes cada vez más
caricaturizados, más en movimiento, y con globos cada vez más evidentes. Desde 1782 los dibujantes de este nuevo tipo de modelo de
expresión encontraron una fuente inagotable de inspiración en el
gobernante Charles James Fox, tipo de aspecto vulgar, muy presto a la
caricaturización de sus rasgos, los cuales asociaban a su gestión
política. Otros factores y hechos sociales que impulsaron a los
caricaturistas a elaborar trabajadas láminas fueron los tocados
capilares femeninos puestos de moda entre 1778 y 1799, y por supuesto
los latidos de la anatomía política de la época.
En la década de los 1790, se imprimieron muchas láminas
caricaturescas con bocadillos en su interior, como ejemplifica la obra
de William Dent “Road to Ruin” y otras del editor S.W. Fores. Mas, en
este época es Gillray quien más destaca (y de hecho es tenido por el más grande caricaturista inglés),
quien es muy dado a
utilizar el recurso del bocadillo o balón con texto en sus viñetas de
humor. De 1792 data su “The Loss of the Faro-Bank”
(publ. H. Humphrey) donde se mofa de la obesidad de Lady
Buckinghamshire. También extraordinaria es la obra del mismo autor
“March to the Bank”, que da fe de la presión del gobierno británico
sobre el pueblo, con lo cual la autora de este estudio concibe la idea,
nada peregrina, de que esta colección de imágenes satíricas arrojan
una de las panorámicas más preclaras sobre el Londres de su tiempo, o al
menos sobre la situación de la población de clase media, la burguesía
naciente, del final del siglo XVIII.
En el ámbito de la sátira gráfica, todo goza de un
impulso nuevo con la guerra de propaganda que se concitó en la década de
1790 y que enfrentó al pueblo de las islas británicas contra los
intereses imperialistas de sus vecinos los franceses. Algunas joyas de
este tiempo son “Taking Physick”, de Gillray (1792), “French Liberality”,
ridiculización que W. Dent hace de las ansias expansionistas galas,
“Opening of the Budget”, otra vez de Gillray (1792) o “Manchester Heroes”,
de George Cruikshank, editada por S.W. Fores en 1819, que aunque es más
tardía que el resto resulta una evocativa representación de los primeros
intentos de manifestación feminista [la imagen es la primera inserta en
el presente comentario].
La
consulta de monografías como la de Donald se hace fundamental para todo
aquel que pretenda profundizar sobre el humor gráfico de un modo serio.
Y también en el conocimiento de las raíces de la historieta, como evolución natural que de la caricatura
resulta, no en vano en este libro de Donald hallamos una suerte de
protohistorieta en el frontispicio a Humours of a Country, obra
de 1734 adjudicada a Etching. Al hilo de esta reflexión, deseo traer
aquí la cita del investigador Alejandro Romero en el foro de
Tebeosfera habilitado por el portal de internet humoralia.org,
sobre la existencia varias otras obras de estudio sobre el origen
del medio, como la antología de J.L. Rodríguez de la Flor, El
negociado de incobrables, consagrada la vanguardia del humor español
de los años veinte, L’ecriture comique (1984) de J. Sareil,
Comedy: the mastery of discourse (1993) de S. Purdie, el valioso
Handbook of the Humour Research (1983) compilado en dos volúmenes
por P.E. McGhee y J.H. Goldstin, o la publicación periódica Journal
of Humour Research, que desde 1987 es editada en Berlín por Walter
de Gruyter y que trata el asunto con enorme rigor. Todas estas obras
versan sobre el humorismo
en general, no necesariamente gráfico, y el mismo Romero apuntó un
listado de algunas obras específicas sobre el estudio del humor gráfico
inglés que convendría disponer cerca para complementar la lectura del
libro de Diana Donald: The cartoon History of Britain (McMillan,
1971), de M. Wynn Jones; The ungentlemanly Art: A History of American
political cartoons (1975), de S. Hess y M. Kaplan; The History of
‘Punch (Cassell, 1895), de M. H. Spielmann, y A History of ‘Punch
(Collins, 1957), de R.G.G. Price. |