El humor grafico es un arma estética de reverencia y
pensamiento.
A esta conclusión llega el estudioso del humor
gráfico luso Osvaldo Macedo de Sousa en su obra, magnífica,
Historia del humor gráfico en Portugal, en la cual nos narra de
manera apasionante la evolución de este medio en su país desde las
caricaturas primigenias, pasando por la edad dorada de la prensa
satírica y hasta llegar a la importancia de los humoristas gráficos
durante las agitaciones políticas portuguesas del siglo XX.
De Sousa lo hace con rigor y sapiencia, comenzando
por citar la importancia que pudo tener la entrada de imágenes
satíricas procedentes de los países en los que la caricatura había
avanzado más. Así, cita cómo en 1837 ya se conocían obras del
británico Hogarth en Portugal, destacando que se trata del primer
humorista gráfico que publica obra en la península ibérica. Diez
años después, en 1847, ya aparece la primera publicación orientada a
brindar humor y caricaturas al público: Suplemento Burlesco,
que ya incorpora a un personaje fijo, Cecilio. Las cualidades de los
artistas no es lo más destacable de este período; por ejemplo, en
A Matraca, de 1848, los autores no demostraron gran virtuosismo con el
lápiz, pero fueron muy afiladas sus herramientas satíricas y se
inmiscuyeron en el ámbito político tachando a los administradores de
ladrones, vendidos, embusteros, caciques…
No tardó en ponerse coto a esta actitud beligerante
de los humoristas y contra tal “agresividad” fue promulgada la “Lei
da Rolha” en 1850, a partir de lo cual los sátiros tuvieron que ser
comedidos. Quien más destacaba por este tiempo fue Raphael, uno de los
pilares del humorismo gráfico luso, que era un dibujante generalista,
“orquestador de motivos risibles” y con vocación de debelador de los
ridículos, lo cual luego llevó a las publicaciones españolas,
dado que vivió y trabajó durante un tiempo en nuestro país. Destaca grandemente la actividad de este
autor en la publicación nacida en 1875 A Linterna Mágica, que
devino cuna de la simbología iconográfica portuguesa, sobre todo
desde que Raphael diseñara al personaje Zé Povinho, un epítome de las
cualidades mundanas y representante del pueblo llano: «El rústico
que se mantiene pasivamente, indolente delante de las triquiñuelas
de los gobernantes, delante de la expoliación de sus pertenecías y
derechos, que se mantiene indiferente al progreso». En esa línea
siguieron trabajando otros autores coetáneos, imitando el estilo de
Raphael en una corriente que fue conocida como “raphaelismo” (y que
nada tiene que ver con al pictórica que tuvo lugar en el Reino
Unido). Fue el caso de Sebastiao Sanhudo, que en Pae Paulino,
de 1877, elaboró una obra más personalista quizá que la de Raphael, si bien
dirigida antes contra grupos que contra personas
concretas.
En el período de entre siglos destacan las
publicaciones António Maria, Pontos nos ii, o Parodia,
en las cuales la presencia habitual de Zé Povinho lo ha ido elevando
poco a poco a la altura de icono nacional, o siendo menos ampulosos,
y tal y como Souza indica en p. 49, generando una conciencia entre
el pueblo lector: «El dibujo humorístico no es un enemigo, sino una
conciencia del político» (recuérdese que estamos viviendo en la
última década del siglo XIX, una época de confrontaciones en Europa,
cuando el hálito crítico era habitual en la prensa).
Descollaron por entonces los autores Celso Herminio, creador de
periódicos infantiles como A Mosca u O microbio, donde
se operó un cruce de estéticas (también era una época de
revulsiones artísticas, recordémoslo) y fue objeto de censuras varias y de
vigilancia constante por parte de los políticos, que le plantaron
varias querellas. Comenzaba a ser esta profesión un tanto
arriesgada…
De Sousa subraya a continuación el caso
extraordinario de Leal da Câmara, autor de ingenio sin fin que
revolucionó la sátira y que reprodujo su genialidad por España y
Francia, países en los que fue emigrante obligado. Resultaron muy
destacables sus labores para A Corja y para el Suplemento
humorístico d’A Marshelheza. Da Câmara fue un autor que se hizo
eco de las vanguardias artísticas de su tiempo, que con el estreno
del siglo XX también se fueron transmitiendo a través de la
caricatura, sobre todo desde la localidad de Coimbra, una suerte de
puerta de entrada de todo lo nuevo que llegaba de Europa. El humor
portugués experimentó un leve cambio por entonces: alejó la sátira
política de sus intereses para acercarse al humor de la vida y de
los males -más domésticos- de la sociedad. No fue éste un modelo de
comportamiento único de los humoristas lusos, también el humor
español y galo se volvió más localista y menos ácido en general,
suavizando sus contenidos con respecto a los esgrimidos durante los
dos siglos anteriores, sobre todo en Inglaterra.
La instauración de la república en Portugal en 1910
disgregó la sociedad, que quedó multifacetada y condolida por los
disturbios (se registraron hasta 237 huelgas en un año). Este
statu quo se
transmitió al gremio de humoristas, quienes intentaron generar una
Sociedad de Humoristas que no halló buen fin por entonces. En estos años
destacaba Christiano Cruz como dibujante y A Sátira como
publicación, pero ninguno de ellos se caracterizaron por su acidez; si acaso llamó
la atención la irreverencia estética de Emmérico Nunes, J. Barradas,
Francisco Valença o Almada Negreiros, el último de los cuales también publicó humor en
España.
De Suosa en esta parte de su obra de investigación
pasa un tanto de puntillas sobre el escenario de los hechos
históricos, pues poco más nos cuenta de la sociedad y política
portuguesas hasta el final de la I Guerra Mundial, salvo para dejar
claro que existía inestabilidad y disputas internas entre las
facciones republicanas. Luego, y durante casi toda la década de los
años veinte, Sempre Fixe fue el nido de los caricaturistas
lusos, concienciados en su mayor parte con la necesidad de practicar una
ruptura plástica, que también pretendía ser una ruptura con el
pasado. Con todo, el decaimiento del revolucionarismo republicano
acabó por imbuir cierta pérdida de expresividad
satírica en la obra de los humoristas de esta década.
El cambio llegaría, sí, pero por la fuerza… en mayo
de 1926 la dictadura se impuso y la censura se hizo habitual
moradora de las redacciones de las publicaciones satíricas y
humorísticas. La publicación Semper Fixe jugó a eludir esa
censura, a lo cual contribuyó con el “Piú”, graciosa figura que advertía de
la presencia de la tijera incluso desde las cubiertas, con una
desfachatez alegre y disipada. Pero los represores no se amilanaron:
según De Sousa relata, el político Antonio Ferro logró con su
presión alejar a los humoristas del humor, hasta que solamente
despuntaran figuras más amables con el régimen, o al menos más
sutiles en su proceder satírico, como Teixeira Cabral o R. Nobre.
Era una época en la que las publicaciones que se
mantuvieorn alcanzaron una gran longevidad, algo propio de los regímenes
totalitarios, que con la limitación de la libertad de expresión
coadyuvan a la disminución de la competencia. Son célebres por su
duración Quim y Manecas, Os Ridículos (título que duró casi
cincuenta años, donde Alonso criticaba con garbo pero veladamente la
opresión dictatorial), la mencionada Semper Fixe (que aguanta
treinta años), o A Bomba, acaso la mejor publicación de los
cuarenta, que también dio título a un programa radiofónico. Tras mirada
panorámica que De Sousa lanza sobre este largo período de despotismo
se concluye que el humor gráfico portugués sufrió una decadencia
evidente, sobre todo entre 1946 y 1968; y resulta singular que el
historiador luso aproveche para acercarse en su comentario de este
periodo a otros medios plásticos, a la literatura, la cerámica o la
escultura, pero no lo haga a la historieta portuguesa, un medio más emparentado
con el humor gráfico y de cuya observancia podría haberse extraído
alguna idea interesante.
Con el inicio de la década de los años cincuenta, el
humorismo portugués acusó más escasez que nunca: solamente persistía
Os Ridículos como cabecera de cierta calidad y donde se
podían hallar caricaturas del general Franco, por ejemplo. Los
humoristas no estaban en situación de objetar nada a las medidas
gubernamentales, que durante esa década y la de los sesenta
fomentaron el opio del pueblo siguiendo la regla de “Las 3 F”: Fe,
Fado y Fútbol. Varios caricaturistas e historietistas reflejaron
aquella situación de penuria intelectual en algunas publicaciones, como
Parada da Paródia, pero siempre en un tono blando, con la
salvedad de José Vilhena, acérrimo crítico de gobernantes y muy
perseguido por la policía política del régimen, la PIDE. Aparte está
el hecho de que las agencias internacionales presionaban el mercado
con precios de saldo, y tanto los periódicos como los tebeos
aprovecharon para inundar sus páginas con humor extranjero servido
por esas agencias. De los
nuevos humoristas surgidos, practicantes de un humor más evasivo que
crítico, el más sobresaliente fue Nando, creador del popular “Zé da
Fisga”, con el que elaboraba un humor blanco similar al que se
ofrecía en la publicación Miau, donde nunca se aludía a los
políticos pero sí a la inquietud general del poder debido a la
pérdida de las colonias, por un lado, y a las tensiones internas del
país, por el otro.
Todo se precipitó en 1970, tras la muerte de Salazar.
La censura aflojó su presa y afloró la irreverencia en el humor: en
A Mosca (1969-1975), donde destacó Joao Abel Manta, quien
introdujo el concepto
de cartoon en Portugal; en O Século; en la ironía
ácida del humorista José de Lemos; en Sam, creador del antihéroe
“Guarda Ricardo” (todo un retrato psicológico del portugués medio de
aquel tiempo)... Así las cosas, resurgió Semper Fixe en 1974,
casi al tiempo que un ala descontenta del ejército salió a la calle
con claveles en las embocaduras de las metralletas para llevar a
cabo la
liberadora Revolución de los Claveles. Era el 25 de abril de 1974.
Al igual que ocurrió en España tras el fin de la
dictadura, al período de prohibición le sucedió en el país vecino un ruido de viñetas
ensordecedor en el que destacaron tanto los humoristas de la izquierda
política como los de derechas (Múrias, Peon, Cid). Según De Sousa, se produjo
entonces el “pensamiento pornográfico”, que condujo al "mal humor" por
caer en lo escatológico, casi un fundamentalismo. La irreverencia
crítica fue fértil en el diario Diário (1978), donde firmaban
Ortega, Martíns, Ferreira, Luis Alfonso, Zé Manel… Más
recientemente, en los años ochenta, Pao con mantenga y O Bissau
fueron las únicas publicaciones dignas de destacar, donde firmaron
Pimentel, Metello, Varella, Bandeira, Nuno Saraiva… y Zé Oliveira.
Este último, junto a Manuel y Antonio Ferreira, formó el triunvirato
del humor portugués contemporáneo, pues todos ellos han seguido
afilando las armas del humor en la prensa de una nación bendecida
por la democracia y por un desarrollo creciente en las últimas
décadas. El mencionado Oliveira, además, y junto al propio autor del
libro, De Sousa, coordina actualmente el suplemento de humor
Bronkit, publicación que está dedicada a acoger tanto viñetas
como textos sobre humor gráfico.
Constituye este
segundo libro de la colección Milenio una muy aconsejable lectura,
para el investigador, yo diría que imprescindible. Veremos cómo
luce, en comparación, la Historia del humor gráfico en España,
que Luis Conde ha preparado durante estos últimos meses y que cuando
son redactadas estas líneas se encuentra en prensa. Superar a De
Sousa le supondrá un buen esfuerzo. |