Secretos a voces.
“Sólo tras fracasar conseguimos levantarnos y mejorar” (Peter
David).
Un libro de
entrevistas. Un simple libro de entrevistas a guionistas de cómics.
Vale. No parece difícil. Pero las apariencias engañan. Porque amigos
míos, a la hora de abordar una obra de corte plural, sea cuál sea,
siempre es difícil encontrar la perspectiva, que impida que nos pillemos
los dedos. Y eso es así, porque un dicho tan popular como“cada
maestrillo tiene su librillo” adquiere, en ellas, toda su dimensión y
sentido; o lo que es lo mismo, un coro, por mucho que se pretenda, nunca
va a esconder una sola voz en su interior, ni mucho menos. El problema
estriba, y no es otro, en saber encontrarlas, reconocerlas, y, sobre
todo, diferenciarlas, una por una y todas a la vez, pues así y sólo así,
puede uno afrontar, con un mínimo de garantías, el hablar de un conjunto
que muchas veces se nos escapa a ojos vista por culpa de un descuido tan
simple y simplón como este, que no sé yo si obedece al desinterés la
mayoría de las veces. Con este peligro bien presente, caminaré con pies
de plomo, procurando a cada, y de, paso, afianzar mi propia voz, aunque
no sé si a pesar de tan noble pretensión no caeré yo también en ese
error manifiesto y ya mencionado. Como sólo va a haber una manera de
averiguarlo mejor será que demos comienzo a la obra y que sean los
actores quienes nos deleiten. Arriba el telón y que empiece la función.
Acto primero.
“Una infancia eterna”.
“Lo contemplaba en términos exagerados: o me convierto
en guionista de cómics o vivo una vida trágica y muero infeliz” (Chuck
Dixon).
Más que
exagerados, absolutos; y no sin razón. Vamos a dejarlo claro. No estamos
hablando aquí de una simple profesión si no de una profunda vocación,
que no es lo mismo, ni poco. Recurramos al topicazo: guionista se nace,
no se hace. Ni medias tintas, ni por las ramas. Esto es así y punto y no
hay vuelta de hoja que valga, porque en esto de la vida a todos nos
llega el momento, más tarde o más temprano, de querer convertir nuestros
sueños en realidades palpables, aunque sólo sean unos pocos quienes se
den cuenta de que las calabazas no se transforman en carrozas...por sí
solas. Ley de vida para cualquier gusto o afición y más en la que nos
ocupa. Porque ya sea casualidad o destino, el origen de esa revelación
iniciadora que embarga a todo guionista parece ser más común, entre
ellos, de lo que cabría esperar como denotan sus propias palabras. Y
quizás por eso, y sólo por eso, sea este el secreto más público y fácil
de discernir. La puesta en común, a raíz de las respuestas obtenidas por
Salisbury, vendría a ser la de un niño de pocos años a quién un buen
día, y sin que se lo espere, le cae en las manos, como caído del cielo,
un tebeo, un simple tebeo que para él, extrañamente, se convierte en un
mundo. ¿Y cómo es ese mundo?. Pregunta tonta, la verdad. Deberías ser
capaz de poder imaginártelo sin ningún tipo de problemas porque no creo
que difiera demasiado de aquel que habitaste durante tu infancia.
Cambian los actores, y su protagonismo, pero el decorado apenas. El gris
mundo nuestro de cada día pero en blanco o negro. Sin contrastes. Sin
matices. Sin contradicciones. Pura sencillez en la que recrear nuestras
fantasías. Las de niños, las de adolescentes, las que vengan de
mayores...que aquí si que cambia algo el decorado pero permanece el
actor, a dios (sí con minúscula, no se merece mucho más) gracias. Al
final, que es lo que cuenta, axiomas tan “prácticos” o “resultativos”
como ser guionista de cómics o morir en el intento han de venir de algún
sitio. Ahora, ¿qué tiene que ver todo esto con la expresividad propia de
cada autor?. No lo sé. Pero no olvidemos dos cosas. Una, que también
cada autor es un mundo aparte; y dos, que todo buen conflicto que se
precie no se resuelve ya de antemano en la presentación.
Acto segundo.
“Yo el supremo”.
“No pensaba en labrarme una reputación. Mi actitud era
que quería escribir historias que fueran todo lo entretenidas y
diferentes que fuese posible. No diferentes porque quisiera que la gente
se diera cuenta de mi presencia, sino porque quería que la gente se
implicara en las historias. La labor de un guionista consiste en
esconderse detrás de los personajes, y si un guionista está haciéndolo
bien hasta cierto punto será invisible” (Peter David).
El misterio de
la creación; flotar en la nada, recrearse en la blancura del folio,
bueno ya sería más propio decir de la pantalla, y de repente...¡¡bing
bang!!, ¡¡bing bang!!, ¡todo se deshace vertiginosamente!, ¡una y otra
vez!, ¡una y otra vez!, ¡una y...anda para el carro que así podríamos
seguir hasta el infinito y creo que ya has pillado la idea. Aunque no
por ello deja de ser increíble, fantástica, apoteósica, y que sé yo...
Imagínate, es que si eres bueno, si tu escritura roza esa genialidad
grotesca por la que tanto suspiraba Víctor Hugo, le has dado vida,
aunque depende de múltiples lecturas e interpretaciones, a “algo” que ni
existe ni existirá por los siglos de los siglos, amén.
Y cuál es la
chispa que produce este maremagno, qué propicia este deseo por contar,
de dónde sale esta necesidad vital. Yo, sinceramente, no creo que nadie,
aunque escriba en mil años mil quijotes, vaya a encontrar nunca la clave
filosofal que resuelva nuestras dudas, pero si por una casualidad lo
averiguará estoy seguro de que se lo llevaría a la tumba (sí, creo
firmemente que los humanos somos ante todo egoístas). Aún así no esta de
más preguntar a los protagonistas de esta comedia por si acaso alguno
pudiera ofrecer, “sin querer queriendo” como decía Shakespearito, una
pista lo suficientemente sólida sobre la que dar nuestros primeros
pasos.
Salisbury, en
este caso, se encargará de llevar a cabo la investigación por nosotros,
y aunque no pretendo revelar más de la cuenta (Yo, no soy un chivato),
el resultado que depara su interrogatorio, no deja cuanto menos de ser
curioso. Me explico. Casi todos los autores invitados a charlar, aunque
da la sensación de que a muchos el tema les trae sin cuidado, intentan,
o más bien se inventan, sistematizar un modus operandi que bien
saben de sobra que es totalmente ajeno a su propia voluntad o talento,
para el que lo tenga. Unos, van por la vía rápida y ofrecen el modelo
bueno, bonito y barato con el que salir al paso cada fin de mes.
Parafraseando, la postura sería algo así como porque escriba sobre tipos
solitarios no lo voy a ser yo; a mi me dan una trágica figura editorial
y yo trato de hacerla creíble. Sólo es eso, nada más. Simplemente hago
el trabajo que me exigen del mejor modo que sé. Otros, en cambio, aunque
no puedan evitar irse por los cerros de Úbeda, asumen el compromiso de
la creación con menos tapujos y convierten a sus personajes en meros
puntos de encuentro interpersonales. Dos posturas enfrentadas, a mi modo
de ver o entender el libro: la profesionalidad de una industria de
mercado frente el lirismo personalizado.
Recapitulando
llega el momento de volver a preguntarnos dónde reside el afán por la
creación, qué es lo que nos lleva a romper el silencio. El sentido de
supervivencia para sobrevivir haciendo algo que se nos da medio qué, o
la necesidad de comunicar nuestras penas y glorias a los demás detrás de
una mascarada simbólica. Cuanto menos, todo esto, no deja de ser una
duda razonable que a la que quizás no estemos dando las respuestas
adecuadas. Continuemos hasta el final la puesta en escena.
Acto tercero.
“Prometeo encadenado”.
“Estoy
contento, orgulloso y algo desconcertado de que los cómics parezcan
haberme conseguido un mínimo de fama y un mínimo de dinero, pero no me
metí por eso, porque cuando empecé a escribir nadie se hacía rico y
famoso por escribir cómics. Hazlo porque te gusta el medio. Hazlo porque
hay cosas que decir. Hazlo porque es divertido” (Neil Gaiman).
Quizás todo lo
anterior pueda resumirse mejor en dos preceptos como son los de la fama
y el prestigio. Poco hay que explicar pero si que añadir. Anteriores
términos nos pueden llevar a equívocos cayendo en el error de englobar
taxativamente a los distintos autores de la obra en una línea u otra. Y
esto no es así. ¿Qué autor no desea qué su obra tenga un público fiel?;
¿qué autor no siente alguna vez la imperiosa necesidad de sacar a
relucir sus entrañas?. Sin embargo la oposición significativa entre uno
y otro es demasiado tajante para poder evitar toda esta serie de
confusiones, por otro lado, inevitables y lógicas. Es por ello, que su
sustitución o, más bien su transformación, es obligada. Pero aún así
sigamos teniendo cuidado.
Al igual que las
palabras anteriores ni la fama pública ni el prestigio profesional son
términos hermanados. En el cómic, como en cualquier otro medio,
generalmente ventas exitosas no implican un producto acorde a unos
mínimos mimbres de calidad narrativa. Pero no estamos hablando desde el
punto de vista editorial y artístico. Lo hacemos desde el ámbito
interior de los creadores, y más en concreto de los literarios, desde la
piel de quién se lo curra y se pega unas cuantas horas delante de un
ordenador dale que te pego a las teclas. Ese sufrido autor, en su
forzosa soledad, es inevitable que anhele secretamente ambos grados de
reconocimiento y que en sus derivados sueños de gloria, vaya cogido de
la mano de uno y otro.
Salisbury es
consciente de ello y con su ya consabida avalancha de preguntas
reiterativas, varia la forma que no el fondo ante cada nuevo autor,
abordará, en primera instancia, su particular posicionamiento dentro del
medio, y más en concreto, el papel que creen desempeñar dentro del
engranaje industrial, procurando ir ahondando a cada paso en una
relación de amor- odio que acabe por llevarle al descubrimiento de
aquellas posturas más personales con respecto al oficio. Y así, si
seguimos las reglas de este juego podremos observar, desde la barrera,
como lo que en un principio parecían posiciones distanciadas,
equidistantes e irreconciliables, se convierten por arte de magia en
caras de una misma moneda. Una la cara bonita. La otra su cruz. Pero
todos con un mismo afán: hacer lo más dignamente posible, si no renovar
por intenciones que no quede, su pequeña porción de historieta. Que no
es poco...
Telón. |