Hablar de Nova-2 es una forma de
hablar de mi amigo Luis García, mojar su
nombre en el café y aspirar el aroma de unos años
vitales y complejos, infantiles, dramáticos y llenos
de utopía pero, también, de realidad profunda y
trabajada. Viví paso a paso la gestación de esta
obra como único testigo y, aún hoy, su recuerdo me
conmueve.
La etapa que culmina con Nova-2 cierra
el paréntesis abierto en el cómic con la transición.
Recibimos en nuestras manos una hermosa herencia de
grandes profesionales de la historieta relegados por
la industria a artesanos de consumo en un género
menor que, pese a la frivolidad con que era
tratado, no perdía su condición de vehículo
ideológico ¿cómo no? Su categoría de producto de
usar y tirar fue lo primero que pretendimos cambiar.
El momento político convocó la ebullición de
esperanzas y sentimientos encontrados. La
responsabilidad recién adquirida con la conciencia
de que nuestro mensaje vehiculaba ideas y el
contacto que nuestro trabajo nos proporcionaba con
compañeros de otros países hizo que, los dibujantes
de esa generación, nos sintiéramos plenamente
implicados en la transformación del cómic en un
soporte artístico y cultural con peso y entidad
propias. Luis
es un paradigma de esta época y Nova-2
el broche final a su discurso. Para
conocerlo tan sólo hay que tomarse el tiempo
necesario para pasear por su obra:
Decía a los amigos que lo más extremado de la
finura filosófica consiste en encontrar las
diferencias entre cosas iguales, y que ninguno
de los papagayos de Heráclito había
sabido percibir la diversidad de las aguas
de un mismo río en dos momentos sucesivos
(Nova-2,
Barcelona, Ediciones Glénat, 2004, página
16).
Así es el grafismo de Luis. Invito al lector
a que intente disfrutar del entramado de
construcciones y significados que la punta finísima
de un grafito puede elaborar con simples líneas,
multiplicadas hasta el infinito; le conmino a que
siga la tela de araña que teje con sensibilidad
exquisita su realismo para atrapar la infinita
locuacidad de la luz; le deseo que se sumerja en ese
mar de grises y sea capaz de llegar hasta el fondo,
encontrando en ellos la expresión de su diversidad
y, en paralelo, el camino trazado por la palabra,
hilo conductor en el viaje al interior de Víctor
Ramos, al fondo de un alma solitaria o al
magma de una época que no se resigna a morir
callada.
Creo que el miedo cambia el tono del discurso y el
disfraz, pero sigue siendo lo que subyace en este
homínido que puebla la Tierra como un virus y se
asusta de su sombra, sobrecogido desde el instante
en que es consciente de la muerte. Luis
quiere mostrar la soledad de ese reconocimiento:
Miedo a la gente, a las mujeres, a los hombres
(...) a la oscuridad, a mi madre (...) siempre
que me preparaba para un encuentro era tremendo.
Era olvidadizo y después ya no sabía ni de que
había hablado...sólo recordaba la emoción de las
cosas...
(Nova-2, p.76)
No hay nada que sumerja más en el terror que el
sentirse ajeno, Víctor Ramos es incapaz de
adoptar la “adaptada sensatez” que vacía de
sentido a Esther, la psiquiatra. La escena de
la consulta nos muestra a dos niños, perdidos en el
universo del gesto y la palabra, incapaces de
prestarse ayuda.
En una época marcada por la verborrea trascendental
y en los inicios de la era políticamente correcta,
Luis García lanza un grito en demanda de una
urgente alfabetización emocional. Algo que nunca
tuvimos y que hemos tenido que arañar a la vida,
como Luis rasca en el negro con la cuchilla,
buscando la luz
El niño y el juego se mezclan y aparecen en el
experimento: la necesidad de incluir la variedad de
estilos, o la mezcla de realidad y ensueño que
explota en la nueva gestación. Inmerso en un fondo
musical que perpetúa el desespero, el nuevo ser
anuncia el renacer marcado, la repetición del ciclo
mítico.
He leído en algún sitio que Nova-2 refleja la
concienciación revolucionaria de Luis, yo no
lo veo así. Creo que la obra nos muestra a un ser
tremendamente intuitivo, bombardeado por los
mensajes contradictorios de su época (cualquier
época) y desesperado en el intento de fluir con el
discurso coherente que la realidad nos niega. Un ser
que es capaz de percibir ese dolor (el de todos),
pero se siente incapaz de apaciguarlo en el contacto
cotidiano. Luis necesita volcarlo, desmenuzarlo
línea a línea, deconstruyendo y volviendo a
construir, minuciosa, amorosa y apasionadamente, esa
realidad hasta poder controlarla. No quiere romper
nada, tan sólo ensanchar los límites del cómic.
Grita, nos llama la atención sobre la emoción y
muestra ese dolor como hecho artístico final.
Su grafito usa el realismo como notario formal de su
mensaje. Necesita al máximo contenedor de signos
para diseccionar, capa a capa (a medida que trabaja
las gamas de grises), las profundidades de la piel,
hasta llegar al niño autista blindado en la burbuja
de su propio grito.
Ventrílocuo de la luz, Luis pone en ella la
palabra para expresar toda la dulzura y la tristeza
que se encuentran escondidas en las fases oscuras de
la vida, en la irrelevancia del ser, en la página
inacabada de un cómic de consumo cuando se
contextualiza en la mesa y las miserias de su autor
y, sobre todo, en los ojos de la observadora
imperturbable, la gata, único testigo y contrapunto
que parece pensar en la sentencia de John Wilson
Lennon escogida por Luis para iniciar
este libro: La vida es lo que pasa mientras estas
ocupado haciendo otros planes. Hermoso, hermoso niño.
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