El aniversario
del nacimiento el 23 de febrero de 2004 del pintor, ilustrador y
cartelista valenciano Manuel Monleón Burgos (Valencia, 1904) es una
magnífica oportunidad que tenemos para reivindicar, una vez por todas,
la memoria y la obra de un artista que por su condición de combatiente
antifascista, su ideología izquierdista y su carácter reservado
permaneció durante la dictadura franquista silenciado, apartado en un
voluntario exilio interior, fuera de la esfera mediática de los medios
de comunicación y del ámbito universitario y académico. Sería a partir
de la restauración de la democracia cuando su nombre comenzó a ser
conocido y su actividad artística divulgada en revistas culturales y
artísticas minoritarias, entre ellas, Triunfo, donde en sus
comienzos trabajó como director artístico e ilustrador. De pronto
investigadores, historiadores y críticos de arte, atraídos por su
singular personalidad, le dedicaron libros, ensayos y artículos, que
permitieron ahondar en su amplia producción artística en la que tocó
casi todos los géneros. Una exposición conmemorativa del centenario de
su nacimiento en febrero de 2004 en la sala de la Biblioteca Valenciana
de la Generalidad Valenciana, en el edificio restaurado del Monasterio
de San Miguel de los Reyes, permitirá al visitante conocer la obra de
uno de los dibujantes, fotomontadores y cartelistas españoles más
relevantes de la II República y de la guerra civil.
Un representante
de la generación de los años 30.
¿Qué representó
Manuel Monleón en la plástica valenciana de la II República? Fue uno de
los máximos representantes de la generación de plásticos valencianos de
los años treinta, tanto por las cualidades intrínsecas de su persona,
como por la noble inquietud renovadora que animó sus realizaciones
artísticas en distintos campos. A pesar de ser uno de los más
importantes y agresivos grafistas de la guerra civil, no existe todavía
un conocimiento y un juicio unánime entorno a su trayectoria artística,
ni acerca del modo de valorar sus diferentes etapas creativas. Aún
prevalece el criterio subjetivo que le presenta como un tipo curioso y
prodigiosamente dotado, el cual, después de haber destacado como
miniaturista, ilustrador, pintor y, tras haber alcanzado popularidad
como cartelista y fotomontador, había seguido una vida enteramente suya,
volcada hacia su familia y a su trabajo como publicista. Pero si su
producción artística constituyó una de las más originales, lúcidas e
impresionantes aportaciones al arte valenciano de la II República y
Guerra Civil, el vivo testimonio de su recuerdo, la proyección inmediata
de su personalidad, sobrepasaba toda indagación acerca de la mutua
relación entre su vida y su obra.
De ahí que sea
interesante conocer sus vicisitudes humanas y artísticas para no
equivocarse con respecto a él. Porque existe una imagen engañosa de su
figura, a la que seguramente han dado pie algunas de las múltiples
anécdotas de su vida, que predispone al pintoresquismo y a hacer de él
un personaje curioso solamente, por su acendrada condición de gimnasta,
naturista, esperantista y comunista que, como modelos de un arquetipo de
aquellos años republicanos, se le atribuye. Fue, sin embargo, uno de los
cartelistas republicanos de iconografía más agresiva, el que llevó a
último término un combate feroz, de “uñas y dientes”, contra el monstruo
fascista representado en desgarradas, expresivas y amenazantes formas de
serpientes, gusanos y diablos de todo tipo.
Todavía hoy
aproximarse a su obra sea una de las tareas más difíciles que se pueda
proponer a un historiador o un estudioso, a los que una tradición
crítica dominada comúnmente por consideraciones de índole política
cierra paso para encarar un juicio sereno y objetivo sobre este gran y
polisémico artista valenciano. “Fue un español más –destacaba una
editorial de la revista Triunfo- víctima como tantos otros de unas
circunstancias políticas, que además empleó sus energías más en la ayuda
a los demás que en la promoción de su propia persona. Aún así, deja a su
muerte una considerable obra artística muy representativa del tiempo (o
también de los diversos tiempos) que le han tocado vivir”
Bucear en sus
orígenes humildes.-
Para conocer las
claves de su actividad como cartelista, fotomontador e lustrador en las
que consiguió un enorme prestigio, convendrá bucear en sus orígenes, en
sus primeros pasos, en las personas que le influyeron y en los
acontecimientos históricos que le marcaron y dejaron su impronta
ideológica. Nació en Valencia en 1904, en el seno de una familia de
labradores muy humilde de la Serranía que se habían establecido en la
ciudad. Pasó necesidades en su infancia, por lo que se crió raquítico y
enfermizo.
Después de
aprender en la Escuela Pública la primera enseñanza se colocó como
aprendiz en el taller de abanicos del prestigioso Mariano Pérez, pintor
de abanicos y miniaturista. A la influencia de su patrón se debió sin
duda el fondo que informó toda su vocación futura, reflejo del
entusiasmo que se le despertó con el arte. Con el tiempo se independizó
de su maestro y protector y se dedicó de lleno a la pintura de
miniaturas, destacándose inmediatamente en esta modalidad. En 1929
expuso una colección de miniaturas en la Sala Braulio, siendo muy
agasajado por el público y la crítica de arte local. Al año siguiente
volvió a exponer en una sala de arte de la barcelonesa Vía Layetana,
donde vendió toda la obra y obtuvo comentarios elogiosos en la prensa
local.
Desde sus años de
aprendizaje en el taller de abanicos, Manuel Monleón tuvo una profunda
preocupación social y política, preocupación vivísima en la Valencia de
su tiempo. Se interesó rápidamente por el naturismo, el anarquismo y,
sobre todo, por el esperanto. Su ideología -muy cercana al anarquismo-
se caracterizaba por una denuncia de los abusos de la sociedad
capitalista y por la inspiración vehemente a una sociedad sin clases que
estuviese fundamentada en las reglas democráticas y afirmada, sobre
todo, en los progresos científicos y humanísticos, que habían de traer
la salvación del mundo, creencia que muchos compartían.
Monleón, que en
su infancia había padecido raquitismo, afrontó la vieja idea helénica de
que el dominio del cuerpo contribuía a formar el espíritu. Emprendió la
tarea de la educación física de su cuerpo a través de espartanas reglas
y ejercicio continuo en el gimnasio. Destacó en la practica de la
gimnasia con aparatos y siempre estuvo agradecido a la higiénica
modestia de esa disciplina atlética por haber modelado su cuerpo y su
mente. Al mismo tiempo, adoptó en el cuidado de su cuerpo las reglas
naturistas que propugnaban los anarquistas basadas en una alimentación
sana y una vida en contacto con la naturaleza.
Ideológicamente,
Monleón se encontraba unido a todos los grupos de artistas e
intelectuales de izquierdas, pero preferentemente a los comunistas.
Entró en relación con el grupo que capitaneaba su amigo José Renau, y
entre los que se encontraban, José Sabina, Eleuterio Bauset, Rafael
Pérez Contel, Francisco Carreño, Armando Ramón, Francisco Badía, Juan
Renau, Eduardo Muñoz Orts “Lalo” y Manuela Ballester. Las reuniones en
Acció d, Art, donde se encontraba la Sala Blava, sirvieron para cimentar
las relaciones entre él y el grupo de artistas y hombres de letras que
constituyeron, más tarde, la Unión de Escritores y Artistas Proletarios
(UEAP). Fue uno de los artistas valencianos que participo en la Primera
Exposición de Arte Revolucionario organizada por la UEAP en su local
social de la calle del Pilar. Por mediación de los círculos de
esperantistas soviéticos, contacto con la Asociación de Artistas de la
Unión Soviética, entidad para la que elaboró gran cantidad de retratos
de personajes ilustres rusos.
Entusiasta de la
revolución soviética.-
Entusiasta
fervoroso de la Revolución soviética y también de los ideales
comunistas, como obrero que era, sus obras realizadas entonces y
expuestas en diversas galerías y salones de arte revolucionario en
Madrid y Valencia respondían a esta creencia. Su idealismo le hacía ser
un entusiasta pacifista, que condenaba al militarismo como cosa estúpida
y no daba ningún tipo de valor a los actos heroicos de la guerra.
Resultado de su ideología fueron sus múltiples colaboraciones en
publicaciones como “Estudios”, “Orto”,” Cuadernos de Cultura” y “Nueva
Cultura”, para las que dibujó magníficas portadas, ilustraciones y
viñetas. También ejecutó dibujos y acuarelas en las revistas “Helios” y
“Crisol”.
Fue junto a José
Renau, uno de los primeros grafistas en emplear la técnica del
fotomontaje como arma ideológica y propagandística. La vanguardia
política de entonces era, también, vanguardia artística. Y Monleón, como
Renau, o el genial alemán John Heartfield, empleaban el arma de su arte
frente a los incipientes arrebatos fascistas de las dictaduras
totalitarias. Su popularidad fue inmensa. Se debía, sobre todo, a sus
portadas, a sus carteles, a sus conferencias y, más aún, a sus
polémicas.
¿Y su evolución
estilística? Los primeros pasos dados en arte por Manuel Monleón
-dejando al margen su labor de miniaturista- lo fueron de la mano de una
figuración naturalista con ribetes de impresionismo que conectaba con
las preocupaciones esteticistas de la llamada Escuela Valenciana. Poco a
poco su configuración como pintor preocupado por la renovación tomó
cuerpo y una realidad casi surreal empezó a ser la nota destacada de sus
obras. Era el suyo un surrealismo sombrío, que nunca alcanzó el grado de
suprarrealidad y onirismo propio de los sobrerrealistas franceses. A
pesar de que cuando expuso sus primeras obras entre las de sus
compañeros, eran de tan detonante factura como las de aquellos,
produjeron cierto efecto extraño aún entre los más recalcitrantes
partidarios de la tradición. Por de pronto, tenían dibujo y después,
aquellos colores, si parecían raros e inverosímiles, a la segunda vez
que se miraban no parecía tan disparatada la afirmación del autor de que
si pintaba así era porque interpretaba lo que veía. Verdaderamente, su
arte tenía un secreto, un atractivo misterioso, pues sin dejar de ser
entonces lo que se llamaba vanguardia, sin haber hecho jamás concesiones
al público, no tardó en comenzar a vender. La lucha constante que
llevaba a cabo para mejorar su pintura, le llevó a resultados
sorprendentes.
Puños contra la
barbarie fascista.-
Al estallar la
guerra civil, Manuel Monleón se adhirió a la causa popular y trabajó en
la realización de carteles propagandísticos en el taller de Artes
Plásticas de la Alianza de Intelectuales y como ilustrador del periódico
Verdad, que dirigía el escritor y dramaturgo Max Aub. Allí publicó
retratos de políticos y militares destacados. Pero en lo que realmente
alcanzó una enorme popularidad fue en sus fotomontajes y en sus carteles
bélicos, tal vez los más agresivos realizados en el bando republicano en
la guerra civil por la expresividad, el simbolismo y la fuerza de sus
mensajes, casi siempre contra el fascismo amenazador.
Sus carteles eran
singulares porque abarcaban una iconografía basada en una estética
“bestiaria” poco convencional, y cuyo mensaje final era advertir de la
amenaza de los invasores fascistas, principal tesis que utilizaba el
gobierno republicano de cara a la propaganda exterior. Se hallaban
influenciados por la gráfica soviética de la revolución de Octubre y la
alemana de agit-prop, pues no en vano trabajó y colaboró con José Renau
en divulgar y promocionar la obra de John Heartfield. Algunos de ellos,
recuperaban e, incluso, trascendían, la imagen ingeniosa e imaginativa
de Heartfield.
Entre sus
carteles más conocidos se encontraban los titulados “¡Compañeros!
Alistaos en la Columna Iberia”, realizado por encargo de la CNT-FAI y
“Partido Sindicalista”, en el que una barrera erguida de espinas detenía
el viscoso gusano del fascismo mientras el puño del proletariado iba a
destrozarlo. Fue uno de los cartelistas más destacados del subgénero que
algunos críticos de arte denominaron “bestiario”, es decir, la
presentación del fascismo como una bestia. En el cartel titulado
“CNT.Comité Nacional AIT”, se presentaba al enemigo de forma de
serpiente, personificación del diablo desde el Génesis y símbolo
constante en la iconografía mariana.
Su periplo
carcelario.-
Al finalizar la
guerra civil el panorama que se le presentó a Manuel Monleón era para no
quedarse. Las represalias de los vencedores con los vencidos eran
durísimas. Simplemente haber pertenecido a un partido político o a un
sindicato del Frente Popular, se consideraba una falta leve, y la cárcel
o el fusilamiento, cuando estas mismas responsabilidades se consideraban
graves. Por su compromiso político izquierdista y su labor
propagandística durante la contienda, decidió embarcar y huir desde el
puerto de Alicante. Pero su pensamiento lo compartían miles de
republicanos españoles que intentaban huir por temor a las duras
represalias.
Fue detenido por
las tropas italianas del General Gámbara y enviado al improvisado campo
de concentración de los Almendros, donde permaneció cerca de una semana,
para ser recluido en el de Albatera, un terreno yermo y salino, donde se
hacinaban cerca de 20.000 cautivos republicanos. Tras recorrer varias
cárceles alicantinas -Benalúa, San Fernando, Plaza de Toros y Santa
Bárbara-, lo trasladaron a Carabanchel y más tarde a Palencia, pasando
finalmente a la Modelo de Valencia.
No era placentero
vivir en la prisión valenciana, de la que diariamente salían decenas de
presos hacia los pelotones de ejecución de Paterna. Las noches se
convertían en auténticas pesadillas, encendiéndose las luces de pronto y
pasando lista de los que debían salir con todo, porque ya no iban a
volver. La Ley de Redención de Penas por el trabajo permitió le permitió
reanudar su trabajo artístico incorporándose a la recién creada Academia
de Arte que se creó en la prisión y en la que se integraron otros
artistas plásticos.
En los dos años
que permaneció recluido, realizó una silenciosa y prolífica labor
artística y humanitaria. La vida cotidiana de los presos en las celdas
fue perfectamente registrada por la mano del dibujante. ¡Con qué buen
hacer captó la profunda tristeza de los hombres encerrados, la ferocidad
del sistema carcelario, la hora innominable de los rediles
concentracionarios ... ! Plasmó el lado sombrío de la vida, la parte
triste del hombre y del mundo, de la sociedad y de la gente que sufría.
Encauzando su actividad artística en torno al mundo carcelario, cumplió
plenamente la misión que le fuera confiada por sus dones. Hay una serie
de interesantes dibujos realizados esos años de presos leyendo,
escribiendo cartas, sentados con la mirada perdida, como contemplándose
a sí mismos... Apuntes testimoniales de gran fuerza expresiva,
verdaderas crónicas gráficas de la vida carcelaria.
Será en estos
años cuando el dibujo, siempre sobre pequeñas cuartillas, se transformó
en elemento dominante de su obra, mientras que el color pasó a ocupar un
lugar secundario y siempre complementario. Era un dibujante por encima
de todo, como la mayor parte de los artistas plásticos involucrados en
la guerra. Se distinguió siempre en el dibujo, y de ahí la excelencia de
sus ilustraciones, de sus litografías, y el poderoso dominio que al
mismo tiempo ostentaba en la pintura al óleo y en la acuarela.
Al abandonar la
prisión, Manuel Monleón se encontró con que tenía que trabajar para
sacar adelante a su familia. Emprendedor y de grandes recursos creó una
pequeña agencia de publicidad que instaló en una buhardilla que su
familia le había cedido. Junto con otros artistas, se dedicó a la
realización de cabeceras para cartas, orlas, anuncios de publicidad para
la prensa y propaganda médica. Al hacerse pequeño el estudio se trasladó
a un local más amplio situado en la calle San Vicente, donde con el
nombre de Publicidad Diarco, creó una agencia de publicidad y anuncios
comerciales. Fue entonces cuando el periodista Angel Ezcúrra, conociendo
su talento artístico, le propuso la dirección artística y maquetación de
la revista Triunfo, que se imprimía en los talleres de Las Provincias.
La falta de un
ambiente artístico propicio y ciertas vicisitudes personales no
superadas fueron la causa de que abandonara en 1950 España y emigrase a
Colombia. Reanudó su actividad artística en un país exótico y
desconocido para él. Su experiencia y su madurez intelectual no sólo le
permitió remontar los nuevos obstáculos que se le presentaron, sino que
supo amoldarse a la nueva situación y hacer útiles los factores inéditos
que se le iban presentando. Gracias a la amistad con el doctor Manuel
Usano, consiguió un contrato en la editorial Retina, donde trabajó como
maquetador y dibujante. Luego se independizó y como había hecho ya en su
ciudad natal montó su propia agencia de publicidad. Trabajó varios años
en el campo de la publicidad y, al conseguir cierta independencia
económica, reanudó su actividad pictórica.
La oportunidad de
mostrar su obra pictórica al público fue con ocasión de una gran
exposición de acuarelas celebrada en el Museo Nacional de Bogotá, del 6
al 20 de mayo de 1955. La presentación del artista valenciano la hizo el
maestro Luis Alberto Cuñat. Se exhibieron acuarelas con temas de Bogotá
y España, así como numerosos retratos de personalidades colombianas. El
éxito que obtuvo fue refrendado por la crítica de arte colombiana Dolly
Mejía en las páginas centrales de la revista Cromos.”Manuel Monleón-
escribió-, es uno de los descubridores de nuestras bellezas. Español,
nacido en Valencia, vino un día a Colombia hace ya cinco años, con su
bagaje de color, emoción y sensibilidad artística. Con su embrujadora
paleta, se dio a recorrer nuestras calles, sorprendiendo allí un rincón
colonial con su patina de siglos, aquí un pedazo de cielo acunado por
brazos vegetales, más allá, una callejuela sombreada por rojos tejados y
acá, una estampa costumbrista sencilla y elocuente”.
Manuel Monleón
realizó la restauración de una colección de dibujos del pintor
colombiano Gregorio Vázquez de Arce Ceballos, artista del siglo XVIII.
Dibujante ante todo, se sintió atraído también por la escultura en
madera, recuerdo acaso de los entretenimientos en la cárcel. Se interesó
por las influencias autóctonas y en el reflejo de los variados tipos del
subcontinente americano. Las esculturas, en las que también se advertían
influencias africanas, refinadas y talladas hasta límites increíbles de
rigor técnico, aludían a un mundo de imágenes primigenias, tierno e
ingenuo. Un universo perdido en el tiempo, revelado en unos volúmenes y
realizadas con la delicadeza de un orfebre. Dio a la madera los
contornos necesarios para conseguir un lenguaje escultórico
suficientemente definido para asimilar su mensaje.
En 1962, Manuel
Monleón regresó definitivamente a Valencia, donde dirigió junto a su
hijo, el también dibujante, Lenko, una agencia de publicidad. Los
últimos años los pasó en su casa de Mislata (Valencia) pintando
retratos, paisajes y bodegones. No dejó de pintar ni un solo momento a
pesar de las cataratas que le habían anulado casi completamente la
vista. Confinado desde entonces en su sillón de enfermo, vio pasar sus
últimos días en esa inexorable inmovilidad que para el hombre arrebatado
y vitalista de otros tiempos tuvo que ser exasperante. Comprendió
perfectamente que su fin estaba próximo, y esa situación la plasmó
magníficamente en un óleo cuyo personaje principal, un anciano decrépito
y solitario, cabizbajo, observa cómo se extingue lentamente la llama de
una vela. La enfermedad que arrastraba le fue minando poco a poco y su
muerte se produjo en 1976, sin que su desaparición fuese advertida por
los medios informativos locales.
El tratar ahora
de resumir la obra de Manuel Monleón seria tanto como resumir la
historia moderna del arte valenciano de la primera parte del siglo XX.
Se encuentra en su vasta y variada producción artística - dibujos,
óleos, acuarelas, carteles, fotomontajes, portadas, ilustraciones y
esculturas- una amplitud de referencias estilísticas que lo hacen
difícilmente encasillable. Y esa libertad de creación se materializó en
una plena legitimidad de elegir continuamente opciones distintas que el
fácilmente superó.
Su vida y su obra
fue un intento continuo de llevar sus postulados artísticos e
ideológicos a sus últimas consecuencias. Por ello fue encarcelado,
silenciado y obligado a vivir en el exilio. Si no logró el
reconocimiento y el aplauso del público y la crítica de su tiempo no fue
por su culpa, sino por las particulares circunstancias políticas que
tuvo que superar y que le marcaron como hombre, artista e intelectual de
izquierdas comprometido con su época. |