El Sri yantra: dimensión simbólica de la imagen
El
Sry Yantra (“gran objeto”) es un tipo de recurso usado en la meditación por
aquellos que pertenecen a la tradición tántrica hindú. Consiste en nueve
triángulos entretejidos: cuatro apuntan hacia arriba, representando el
Sakti, la esencia primordial femenina de la energía dinámica, y
cinco apuntan hacia abajo, representando el Siva, la esencia
primordial masculina de la sabiduría estática. Los triángulos están
dispuestos de tal modo que producen 43 triángulos subsidiarios, en cuyo
centro del más pequeño hay un gran punto conocido como el bindu.
Se supone que estos triángulos subsidiarios forman las moradas de los
diferentes dioses, cuyos nombres aparecen inscritos a veces en sus
respectivos lugares. El Sri Yantra posee varios anillos
exteriores que consisten en un loto de ocho pétalos, cercado por otro de
dieciséis, rodeados por tres círculos, contenidos, a su vez, en una
planta cuadrada con cuatro puertas, una en cada lado. La planta
representa los límites en los que residen las divinidades, protegidas
del caos y del desorden del mundo externo.
No es arriesgado
afirmar que el símbolo es eminentemente visual y que, cuando hablamos de
símbolos, hablamos de imágenes. El funcionamiento del pensamiento
simbólico mediante imágenes se nos revela con mayor claridad gracias al
Sri Yantra. Cada palabra está ligada a una imagen mental que se
identifica con ella. Esta imagen suele ser esquemática e imprecisa,
difusa, digámoslo así, y varía en función del individuo y de las
connotaciones que la palabra en cuestión despierta en él a raíz de su
experiencia vital. Así pues, pensamos con palabras, pero pensamos en
imágenes. El Sri Yantra es una buena muestra de que, en algunos
aspectos, la imagen puede superar a la palabra. En el caso del que nos
ocupamos, podemos ver como una cierta cantidad de información se halla
codificada y almacenada de un modo eficaz en las formas que componen la
imagen en cuestión. A los ojos del no iniciado, que no es capaz de ver
más allá del plano formal, no es más que una conjunción de figuras
geométricas; pero para aquel que sabe leer la imagen, aquel que extrae
ideas sin necesidad de palabras, contiene una valiosa información.
Mediante un sistema de codificación basado en la imagen, el Sri Yantra
codifica y almacena una gran cantidad de datos fácilmente. Se podría
decir que las líneas hablan.
No hay duda que el
símbolo es la forma más eficaz de condensar y transmitir la información
porque la imagen se fija en la memoria con mayor facilidad y de forma
más duradera que la palabra. Así, la imagen simbólica (el Sri Yantra
en
este caso), aquella que, tomando elementos de la naturaleza, ha sido
diseñada por el hombre con el fin de encarnar una idea, una abstracción,
-frente a la que se ha tomada prestada de la naturaleza sin ser objeto
de una alteración profunda y ha sido dotada de un valor que la
trasciende-, tiene un valor doble: aquel que nace de la intención
creadora, racional, con un propósito específico perfectamente
codificado; y aquel que emerge de la pura sensualidad de sus formas, que
se define como un reclamo erótico, accesible tanto para el iniciado como
para el no iniciado. El Sri Yantra viene a ser una feliz unión de la
sensualidad y de lo arbitrario.
Abolición de la palabra: búsqueda de un nuevo lenguaje
Ante un problema se
puede actuar de dos formas: solucionarlo o aprender a vivir con él. La
palabra es el gran problema del cómic. Así pues, siguiendo nuestro
razonamiento, tenemos dos opciones: o bien la eliminamos por completo, o
bien la toleramos sometida a una estrecha vigilancia. Empezaremos por la
primera opción, sabiendo de antemano que renunciar a la palabra es un
suicidio, aunque también es cierto que nuestro deber es aspirar a lo
imposible para asegurarnos un fracaso lo más elevado posible. Solamente
podemos prescindir de la palabra con ciertas garantías de éxito en un
contexto muy limitado: el de la acción. Definiremos acción como
la manifestación sensible de una fuerza. Una fuerza permanece estática
en estado de latencia y se convierte en acción como resultado del cambio
de estado producido por el movimiento, esto es, abandona el reposo para
adoptar una actitud dinámica y materializarse de un modo sensible dentro
de unas coordenadas espacio-temporales concretas. La fuerza se convierte
en acción mediante este proceso de actualización. A través de la imagen,
nos es dado contemplar la actualización de una fuerza en todo su
esplendor. Lo que presenciamos es el espectáculo de la carne (acción) en
movimiento (actualización). En el cómic nos valemos de la imagen (y en
realidad eso es todo lo que tenemos), que es el lenguaje, y por tanto la
carne de este medio. Trabajamos con imágenes que remiten a objetos
sensibles (estos es, externos, frente a todo aquello que
pertenece al mundo de lo inasible, de lo abstracto, que se declara
interno) que sólo existen en el momento de su actualización en la
viñeta. Estos pueden ser: a) estáticos pasivos (como
resultado de una acción anterior y que remiten a un cambio de estado en
el pasado; pongamos una mesa) o activos (sobre los que se ejerce
una fuerza y por tanto se convierten en parte de la acción –una mesa
siendo rota por alguien-); o b) dinámicos activos
(influyen en el estado de otros objetos –aquel que rompe la mesa-) o
pasivos (actúan, y por lo tanto son dinámicos, como consecuencia de
la actuación de una fuerza mayor sobre ellos –el martillo empleado para
romper la mesa-). Salvo en el primer y el tercer caso, la taxonomía no
es muy precisa, y así, un objeto estático activo también puede
convertirse en dinámico como consecuencia de involucrarse en la acción
que se ejerce sobre él. Junto a esto, encontramos que un objeto dinámico
activo puede ser considerado pasivo si encontramos una fuerza mayor que
actúe sobre él, como pudiera ser el caso de una ola como principio
dinámico activo en relación a la roca a la que erosiona, o en relación a
la fuerza que la impulsa contra aquella como principio dinámico pasivo.
También, en nuestro ejemplo, el martillo puede ser visto como estático
activo envuelto en la acción por el elemento dinámico activo. A pesar de
esta clasificación, es necesario señalar que todo objeto que se
manifiesta sensiblemente esta ejerciendo algún tipo de fuerza y que por
lo tanto es dinámico. Así pues, haremos extensible el concepto de acción
no sólo a la actualización de una fuerza, sino a cualquier tipo de
manifestación, que entendemos ya de por sí sensible.
Las acciones no
admiten palabras porque huyen de la abstracción. Pertenecen al ámbito de
lo concreto en el espacio y en el tiempo, que nace y se comunica en el
mismo momento de su actualización. La abstracción intenta extraer de los
hechos concretos un cuerpo de modelos de comportamiento, arquetipos,
como paso previo al descubrimiento y a la enunciación de las leyes que
rigen los mismos. El hecho de que estas leyes sean, o al menos con esa
intención se investiga en un principio, consideradas universales, no
hace sino apuntar a la idea de que la abstracción busca lo eterno en lo
concreto, basándose en la creencia de que existen unos patrones de
comportamiento constantes, y por tanto universales y eternos, en la
naturaleza, que se actualizan en la acción y que, rastreando y uniendo
estos “fragmentos de eternidad”, podemos llegar a vislumbrar el modelo
de comportamiento que rige el universo, que no es otra cosa que la
lógica de los acontecimientos, el orden natural o Dios mismo.
Naturalmente, tal y como ha quedado demostrado con el Sri Yantra, buena
parte del mundo abstracto puede convenirse mediante la imagen simbólica
–un cuerpo de ideas trascendentales en este caso-. El problema surge
cuando vamos más allá de mostrar la acción y lo que pretendemos
es contar, es decir, explicar sus causas y sus consecuencias, con
lo que ya la extralimitamos porque no sólo usamos los elementos
necesarios para representarla, sino que también recurrimos a otros
externos para hablar sobre ella, añadiendo algo ajeno a la misma; por un
lado la acción en sí mostrada tal cual es, y por otro una explicación
que rebasa el espacio de la misma y que no le pertenece, como si de una
nota a pie de página se tratara. La narración de acciones no representa
ningún problema si pretendemos prescindir de la palabra. El problema se
plantea, como ya hemos dicho, cuando elegimos contar en lugar de
mostrar. No obstante, si lo que contamos son acciones, muy bien podemos
evitar el texto; será cuestión de espacio. La información que se halla
en un par de líneas muy bien puede transmitirse en un par de páginas mudas. Sólo necesitamos procurarnos un poco más de espacio y la palabra
queda nuevamente abolida. Pero cuando trabajamos con abstracciones (es
decir, con lo interno, que no puede concretarse en términos de
una actualización sino mediante la mediación del signo, del lenguaje
-dejamos al margen la distinción interno estático/ dinámico, etc.
y su actualización a través de elementos externos-), bien cuando
se trate de una narración donde la acción y el pensamiento se unen, bien
cuando queremos encadenar ideas, narrar en términos abstractos, pensar,
en definitiva, que es el dinamismo, la idea en movimiento e
interrelación continua, no tenemos más opción que recurrir a la palabra.
Nos detenemos aquí por ahora. De momento estamos en condiciones de
afirmar que sólo podemos prescindir de la palabra con absoluta garantía
a la hora de mostrar acciones.
Desplacémonos por
un momento hacia al el teatro del siglo pasado para observar su
desarrollo. La abolición de la palabra ha sido una constante en todos
los movimientos de vanguardia teatrales del siglo XX. Su propósito era
liberar al teatro del yugo literario que venía padeciendo desde el siglo
anterior, cuando la escena se volvió hacia la novela decimonónica y
cristalizó en lo que vino a llamarse novela dramática. La palabra se
convirtió en el eje y el motor de la escena como consecuencia de la
tendencia narrativa que la producción teatral había adoptado como
denominador común. El nuevo teatro, que había optado por mostrar
en lugar de contar, rehuía de la palabra porque la identificaba,
al margen de sus conexiones últimas con todo aquello relacionado con el
orden y la razón, con la narración, que también era para ellos la
imposición de un orden lógico de los acontecimientos acompañado siempre
del deseo de explicar, esto es, racionalizar hasta el hecho más
insignificante y primitivo, lo que, concluían, no deja lugar a la poesía
que emerge de todo acto que no se ajusta a la lógica y parece responder,
en su lugar, a una ilógica, o al menos a una lógica incierta y
desconocida para nosotros. Así pues, todo aquello que escapa a la
palabra y que no puede ser penetrado en términos de una explicación
racional pertenece al ámbito de la poesía; de ahí que abrazaran la
imagen y el sonido, ya que estos rara vez pueden ser reducidos a meras
palabras. Desde entonces, han sido incontables los que han dedicado sus
esfuerzos a combatir la invasión literaria, que ellos mismos fijaron en
la palabra, en el teatro: desde Artaud a Eugenio Barba, pasando por
Meyerhold, Picastor o Craig. Muchos descubrieron en el teatro oriental
un camino a seguir. En éste, la palabra ha sido desplazada a un segundo
plano en favor de un rico y complejo código plástico. Cada expresión
está codificada plásticamente, visualmente, y se manifiesta de un modo
reconocible sobre la escena. Así, cuando un actor mueve la cabeza de
determinada manera, esto significará que está llorando; los brazos en
determinada postura convendrán furia o tal vez tristeza; todo ello
reforzado a su vez por la puesta en escena. Se podría decir que el
cuerpo habla y que la imagen tiene su propio lenguaje. Claro es que
el espectador debe conocer este código para saber qué es lo que está
ocurriendo sobre la escena. A este modo de entender el teatro se le
podría objetar que, al evitar la palabra, está renunciando a la
posibilidad de elaborar tramas complejas y a recursos igualmente
complejos y útiles, caso del monólogo como método de introspección y de
reflexión. El teatro gana autonomía, pero en buena medida queda limitado
a una trama visual donde se apela más a los sentidos que al intelecto.
He aquí de nuevo el problema: al no tener el don de la palabra, los
personajes son incapaces de desarrollar un razonamiento complejo. Este
camino conduce al teatro más independiente, pero también al más limitado
en la medida en que renuncia a la palabra, que sin duda es el camino más
directo y seguro hacia nuestra razón. Esto nos trae de vuelta al cómic
para encontrar que, al igual que el teatro, éste también cuenta con su
propio código visual: la líneas cinéticas indican movimiento, las
onomatopeyas el sonido, los bocadillos acogen los parlamentos de los
personajes, el ceño fruncido indica furia/ enfado, etc.; pero tal vez
sea el espacio en blanco entre viñetas el signo más audaz: la convención
del paso del tiempo basándose en la linealidad de la sintaxis del
lenguaje. El desarrollo de la acción a través de las imágenes
independientes que componen la secuencia está desnudo ante los ojos del
lector (no como en el cine, donde el salto se enmascara), quien, educado
en las convenciones y de manera inconsciente debido al hábito, ignora el
lapso espacio temporal entre viñetas como si no hubiera tal y la
secuencia se desarrollara de corrido.
A partir de aquí,
si el código es lo suficientemente sólido, como es el caso que nos
ocupa, su ejecución permite una gran flexibilidad. Los bocadillos pueden
adquirir formas muy dispares, o incluso suprimirse y dejar el texto
suspendido en el aire. Las líneas cinéticas, las onomatopeyas, etc.,
varían según el autor, la escuela y el continente. Otro tanto podemos
decir del uso de la viñeta o de la composición de página. Cada estilo
encierra una filosofía. Pero lo más importante es que, a pesar de los
cambios, el código es lo suficientemente sólido y sencillo como para ser
reconocido (no sin esfuerzo a veces, si es el extrañamiento lo que el
autor intenta conseguir) a pesar de que haya sido deliberadamente
alterado y manipulado con las dificultades de compresión que esto
conlleva. Algunos signos son fácilmente reconocibles porque codifican
emociones universales como el llanto o la risa; otros son propios del
medio, fácilmente reconocibles para el lector familiarizado con el
código: onomatopeyas (expresión visual de la duración e intensidad de un
sonido), líneas cinéticas (expresión visual de la dirección y velocidad
de un movimiento), etc. Todo ello sin olvidar que el lector debe conocer
el código para entender con garantías lo que sucede en la página.
Como ya hemos
dicho, el problema sigue siendo el pensamiento mediante imágenes. El
teatro, así como también el cómic, han demostrado la viabilidad de una
narración sin palabras, que sólo es posible cuando optamos por mostrar
en lugar de contar. Imaginar un sistema de imágenes que nos permita
pensar de la misma manera que lo hacemos con la palabra no es mas que
una entelequia. Detengámonos brevemente, atendiendo a esta cuestión, en
la escritura china. El sistema de escritura china funciona mediante
ideogramas. Los ideogramas (debe aclararse que la siguiente definición
se aplica solamente a los ideogramas más antiguos, aquellos que datan
del del siglo XIV a. C .;
dejamos de lado consideraciones acerca de los
distintos tipos de ideogramas, los radicales, la gramática, etc.), son
el resultado de la estilización y esquematización de imágenes diseñadas
por el hombre (dibujos) que en el pasado fueron usados para representar
objetos del mundo real y que han sido acuñados como signos con un
significado propio dentro de un código. Las ideas se expresan mediante
ideogramas, que no son sino imágenes con un cierto grado de elaboración
y complejidad. Si, por ejemplo, queremos expresar el verbo seguir,
usaremos el ideograma que equivale a hombre, que está compuesto
de dos líneas verticales tangentes como resultado de la simplificación
de la imagen original, un dibujo que representaba un hombre más
detalladamente (en el que tal vez fuera posible apreciar algún rasgo
facial, etc.), con el objeto de su posterior fijación y transmisión; y
añadiremos, proseguimos, el ideograma hombre de nuevo (hombre-hombre);
el verbo seguir (interno en cuanto abstracción, aunque
susceptible de ser considerado externo en cuanto verbo de acción)
está compuesto por dos ideogramas (en este caso el mismo que se repite)
que representan entidades físicas (sensibles; visibles).
El significado de la unión de los ideogramas hombre-hombre no es
deducible a primera vista (aunque, conociendo su valor por separado,
puede aventurarse un sentido inspirado por las connotaciones que se
desprenden de la asociación); pero, una vez descubierta la “etimología”
de la misma, el significado se hace “evidente” gracias al vínculo
asociativo entre las partes (h-h) y el todo (seguir) que
nuestra mente establece para fijar el significado del ideograma,
sugerido aquél por la interacción de los componentes del todo. Así, la
expresión de conceptos funciona mediante la suma –interacción- de
imágenes, y a partir de aquí podemos expresar cualquier pensamiento sin
temor de que la complejidad del mismo pueda plantear algún problema.
Los ideogramas podrían ser un camino a tener en cuenta en la búsqueda de
un sistema de razonamiento mediante imágenes, unido a la flexibilidad
del código del cómic y, en concreto, a su sintaxis.
Volviendo de nuevo
a la cuestión de la búsqueda del nuevo código visual con el que
pretendemos sustituir a la palabra, debemos tener en cuenta que este
camino plantea, al menos, dos problemas importantes. El primero es que
nos obliga a recurrir al simbolismo. Dado que el cómic, como
consecuencia de sus afinidades con la literatura en cuanto a su
vertebración eminentemente narrativa, y de su carácter representativo
debido a su naturaleza visual y su conexión literaria, tiende al
realismo, tendremos que tomar elementos del mundo real, físico, para
convenir, mediante una determinada composición de imágenes cuyo
significado haya sido previamente acordado, una idea. Tomemos, por
ejemplo, la expresión de la palabra amor (al margen de que un
personaje enamorado puede tener un par de corazones en lugar de ojos o
varios de éstos sobrevolando alrededor). En occidente suele
representarse como un corazón atravesado por una flecha, lejos, por
ejemplo del ideograma, compuesto de líneas, que si bien en su forma mas
primitiva eran imágenes compuestas por el hombre que guardaban cierta
fidelidad con el modelo original, ahora no son más que signos
desprovistos de cualquier significada propio, al margen del que ya se
les ha adjudicado dentro del código. La simbología usa elementos con un
significado propio (la flecha, el corazón) para representar otra cosa
que está ausente pero que se manifiesta en al combinación de imágenes
que interactúan para formar el símbolo (corazón + flecha = amor). A esto
debemos añadir, no sólo las connotaciones que derivan de las imágenes
aisladas en sí (un corazón, una flecha), sino también de su interacción
(la flecha que atraviesa el corazón = el amor es doloroso). Otra opción
con los símbolos sería recurrir a una suerte de escritura ideográfica,
crear un nuevo lenguaje. Esto no es deseable, no sólo por la dificultad
que conlleva, sino porque se opone a nuestro propósito: combatir la
palabra mediante la imagen.
El segundo problema
consiste en la integración de este nuevo código visual. Al pretender ser
un sustituto de la palabra debería ocupar su espacio vital, que no es
otro que el bocadillo y el cuadro de texto; pero proceder de tal manera
sería contradecirnos, porque, desde el momento en que el bocadillo está
concebido para albergar el texto, nuestro código vendría a ser lo mismo.
En lugar de hacerlo mediante un lenguaje conocido, lo hacemos mediante
otro desconocido, pero la función y el cauce siguen siendo los mismos.
Así, por ejemplo, si queremos decir: “El secreto para una vida
indulgente tal vez esté en que alguno ignore algunas cosas. El espejo
enmohecido o dando la espalda, mostrando su azogue desconchado, los
padres obligados a una farsa, una pareja de funámbulos sobre la cuerda
del orden, unos encantadores que esconden el truco y guardan el conejo
sucio en la chistera. De eso se trata.” ¿Cómo hacerlo? Supongamos que el
nuevo código de imágenes que hemos creado nos permite reproducir el
enunciado. Ahora bien: ¿lo introduciremos mediante un bocadillo? No es
esa la opción más adecuada porque no sólo estamos combatiendo la palabra
sino también su cauce. Lo que necesitamos es acuñar algún tipo de marca
que indique que el texto va a ser introducido, que dejamos el mostrar
por el momento y procedemos a contar con imágenes mediadoras, frente a
las meramente representativas que constituyen el mostrar. Podríamos, por
ejemplo, sobreimpresionar el rostro del personaje o algún tipo de marca
que el lector pueda asociar con él sin equívocos para indicar quién es
el que habla en la primera viñeta de la secuencia en la que, mediante
imágenes, usando nuestro nuevo código visual y el cauce adecuado,
expresamos el enunciado. La función es similar a la del bocadillo, pero
en este caso el mensaje forma parte de la imagen porque él mismo esta
compuesto de imágenes y, al compartir la misma naturaleza, en nada
resulta ajeno a ellas, y no sólo esto, sino que además no se presenta en
un compartimento aislado como en el caso del bocadillo.
De lo dicho hasta
ahora podemos resumir brevemente que sustituir la palabra a favor de la
imagen tiene dos salidas evidentes en principio: la primera es
eliminarla a favor de un lenguaje simbólico compuesto de imágenes que no
hacen sino remitir su significado; cuestión aparte sería la de conseguir
que interactúen. Tenemos abstracciones pero no tenemos un discurso
propiamente elaborado; aunque, si abandonamos la idea de la equivalencia
con la palabra, podemos optar por un discurso
más vago, incapaz de fijar ideas, y apostar por la sensualidad de la
imagen que no está sujeta al deber de comunicar. La frontera entre
significado y significante sería difusa, los signos decididamente
ambiguos, de ahí, en cierta medida, la abstracción, que no remite a nada
concreto y que por esto mismo se abre como un vórtice de posibilidades y
de sensaciones susceptibles de concretarse (formula preguntas pero nunca
ofrece respuestas, como mucho apunta hacia ellas; tal es la imagen). La
otra salida es la de un lenguaje visual en la frontera entre el lenguaje
deshabitado de los signos y la imagen. Ésta puede ser empujada hacia la
palabra (como también hacia el sonido y hacia la imagen, tales son las
onomatopeyas) mediante un lenguaje de imágenes esquemáticas y
estilizadas como resultado de la simplificación de entidades físicas que
cuentan con el respaldo de su lexicalización. Cada dibujante puede
representar, digamos, una mesa, según su propio estilo, pero debemos
asegurar que este lenguaje, donde los elementos son representados, es
comprensible incluso con la mayor economía de medios (así una mesa bien
puede estar compuesta por dos líneas). De todos modos el problema sigue
siendo el del pensamiento mediante imágenes, esto es, convenir un código
que nos permita representar ideas y, lo que es más importante, conseguir
que interactúen, mediante líneas, a caballo entre el lenguaje más
arbitrario y el simbolismo (“inmotivado”, en cuanto que los elementos
que juegan el papel de símbolos han sido tomados del mundo sensible).
Artes fronterizas
a. Cómic y cine: ventajas
La ventaja del
cómic con respecto al cine y lo que lo hermana con la literatura es su
espacio vital, la página. La escritura visual del cómic puede llegar a
ser mucho más rica y compleja que la cinematográfica. Si bien es cierto
que ésta aventaja a la primera en cuanto a la posibilidad del sonido, no
lo es menos que está limitada a un flujo continuo de imágenes confinado
a un marco de acción (la pantalla) cuyo tamaño es invariable. Por el
contrario, el cómic permite una escritura mucho más compleja que el cine
por el hecho de que el ritmo de lectura lo marca el receptor. Cada
imagen puede ser infinitamente más compleja porque siempre podemos
remontar el cauce del discurso para contrastar la nueva información que
recibimos durante el proceso de lectura o, simplemente, si necesitamos
refrescar algún dato; el autor está en condiciones de ofrecer una
cantidad de información mucho mayor y más elaborada porque tiene la
certeza de que ésta no pasará inadvertida para el lector, que controla
el ritmo de recepción, muy al contrario que en el cine, donde, si la
cantidad de información es excesiva, corre el riesgo de pasar
desapercibida para el espectador que se ve incapaz de diversificar su
atención lo suficiente como para registrar todo lo que se le ofrece en
el flujo imparable de imágenes. Por otra parte, compartimos con el cine
el montaje, el encuadre y el uso del color, con la ventaja de que
nuestro marco de acción, la viñeta, es variable, frente a la escasez de
posibilidades de la pantalla; y no sólo esto, sino que además disponemos
de otro elemento que añade riqueza y complejidad: la composición de la
página. Así que la lectura de un código impreso cuyo ritmo domina el
lector es la mayor ventaja del cómic sobre el cine y lo que lo hermana
con la literatura (y así, escritura arquitectónica, escritura
pictórica y escritura cómica; pero nunca, en el mismo nivel,
escritura cinematográfica, porque ésta no comparte el requisito esencial
para alcanzar la condición de escritura en el sentido más tradicional
-al margen de la elaboración de un lenguaje propio-, su carácter
estático, que nos remite de nuevo al control subjetivo del tiempo de
recepción; un segundo requisito: el canal de transmisión parejo, el
soporte físico en este caso –el libro, la hoja impresa en concreto-,
estaría sólo al alcance de la escritura cómica). Esto nos hace a pensar
que si con todas sus posibilidades el cómic no ha superado aún al cine
en cuanto a la madurez y complejidad de sus obras (y no lo ha hecho), no
ha sido debido a sus limitaciones intrínsecas como lenguaje artístico,
sino porque aún no han aparecido en él autores lo suficientemente
complejos y maduros como para llevar a cabo con éxito esta tarea.
b. Cómic y literatura: recreación de técnicas I ( Poesía Lírica)
La mejor manera de
poner a prueba nuestro nuevo código para sopesar y familiarizarnos con
los problemas y la viabilidad del proyecto sería intentar la adaptación
de una obra literaria. Puesto que la adaptación implica una serie de
cambios subjetivos sujetos al capricho, las orientaciones y la capacidad
del autor, elegiremos más bien una traslación, que supone un intento de
trasladar el texto lo más intacto posible a la plancha, esto es,
conseguir el retrato perfecto de la obra literaria en otro medio, su
reflejo. Tomaremos la poesía lírica y la novela. La filosofía, dejando
de lado los problemas fronterizos entre géneros, queda incluida dentro
de las posibilidades de la novela.
Tal vez la poesía
resulte más fácil de verter sobre la plancha por el hecho de que parece
estar gobernada por una lógica cuyas leyes nos son inciertas. La lírica
se ocupa de dar expresión a lo inmediato y a lo personal, a todo
aquello que es difícilmente transferible. La comunicación no es, por
tanto, su objetivo, sino más bien el estímulo mediante la técnica de
asociación: la expresión trastornada de un mundo interior que no es
reductible a una fórmula racional, narrativa en cuanto explicativa,
donde la memoria, las filias y las fobias se conjuran. Esta aparente
imprecisión, que suele estar dirigida a la intuición y a los sentidos en
lugar de al raciocinio, es más susceptible de ser trasladada a la plancha
con éxito desde el momento que gran parte de las metáforas poéticas son
visuales y no exigen una relación lineal de acontecimientos, sino que,
muy al contrario, cada verso suele constituir una imagen independiente
de gran poder sugestivo. El carácter breve de la lírica la hermana
especialmente con la tira cómica, que es tal vez donde deberíamos
buscar, no sólo ya los orígenes del medio, sino también su verdadera
esencia. La brevedad de la página o de la tira permite al cómic
prescindir, si el autor así lo desea, de la lógica de los
acontecimientos (narración), que una extensión mayor requiere. Permite
la anécdota, el apunte, el detalle, que también esta en el germen de la
lírica más fresca y primitiva, la de Safo, Anocreonte y compañía.
Krazy Kat o Little Nemo son un buen ejemplo de lo que estamos
intentando explicar. En cada una de sus páginas late la ruptura, que va
desde la codificación de todo un mundo profundamente personal que se
rige de acuerdo a las leyes de una lógica interna y que rechaza
frontalmente las convenciones del mundo exterior, hasta la exploración
de los aspectos de la realidad que nos son más familiares y que suelen
pasar desapercibidos, con el propósito de evidenciarlos y aumentarlos
hasta conseguir que sean percibidos como extraños y distantes y, como
fin, resquebrajar el velo de la cotidianidad (he aquí el origen de la
lírica).Y aquí es donde la tira se hermana, no sólo con la literatura,
sino también con el más genuino cine mudo, el cómico, aquel que practica
la anécdota visual sin necesidad de palabra alguna, el de los Keaton,
Lloyd, Marx a veces, y Chaplin, claro. Sin recurrir a una sola palabra,
dotan a cada una de sus acciones cómicas de una dimensión poética
sobresaliente porque subvierten la lógica de lo cotidiano y de lo
previsible mediante una solución ilógica o inaudita o inesperada o
hiperreal. Este uso de la anécdota breve nos remite al gag cómico, al
gesto subversivo y poético de la tira. Todo lo que esta liberado del
raciocinio y, por tanto,
no está atado a la necesidad de ofrecer explicaciones y al deber de
despejar incógnitas, puede permanecer en la ambigüedad, que es donde
mejor se mueve la imagen. Al prescindir casi por completo de la
secuencia narrativa, la palabra deja de ser necesaria. Cada verso es
susceptible de convertirse en una imagen independiente en sí que no ha
de estar necesariamente conectada a las que la rodean por un nexo
causal, sino simplemente por el cauce, la métrica en este caso; y así,
un verso sigue a otro de la misma forma que una viñeta sigue a otra y el
espacio en blanco entre dos versos equivale al que hay entre dos
viñetas.
Las mismas
sensaciones que produce la lírica pueden conseguirse a través de
imágenes si intercambiamos el bombardeo de palabras por un bombardeo de
imágenes. El resultado obtenido en la plancha puede acercarse mucho al
del verso. Por último, tal vez sea útil no deja de señalar otro vínculo
entre el cómic y el cine: aquel que existe, no sólo ya entre el primero
y el cine cómico, sino también en el cine expresionista: modo de
actuación (grandes aspavientos, gestos exagerados, movimientos
enérgicos; sobreactuación visual), puesta en escena (maquillaje,
decorados), etc., parte herencia del teatro, parte préstamo de las
convenciones expresivas del cómic, que por aquel entonces comenzaba a
definirse.
Recreación de técnicas II (Novela)
Si confiamos
ciegamente en este nuevo lenguaje, la prueba de fuego será trasladar una
novela al cómic, el salto de medio a medio, para comprobar si la
abolición de la palabra es posible. Elegimos la novela por ser el género
literario (discusiones teóricas aparte) más complejo y completo, aquel
en el que todo tiene cabida. En una primera instancia, dentro del texto
de la novela distinguiremos entre a) diálogo y b) narración
como sus dos componentes principales. El segundo, a su vez, queda
dividido en acción, digresión y descripción, y ésta
última en descripción física o abstracta. Incluiremos la
descripción física dentro de la acción y la abstracta
dentro de la digresión. Así:
Novela: Texto
|
a.
Diálogo
|
|
|
|
|
a.i. diálogo
(externo) |
|
|
|
a.ii.
diálogo (interno) |
|
|
b. Narración
|
|
|
|
|
b.i. acción (e) |
|
|
|
b.ii. digresión
(i) |
|
|
|
b.iii.
descripción
|
|
|
|
|
b.iii.i. física (e) |
|
|
|
b.iii.ii.
abstracta
(i) |
Huelga decir que
esta clasificación es bastante rudimentaria y que no profundiza en
absoluto en la multitud de recursos y posibilidades de las que hace gala
la novela.
Componentes
externos
(a.i., b.i., b.iii.i.): la narración de acciones
no presenta ningún problema desde el mismo momento en que está compuesta
de imágenes (dinamismo externo –frente al dinamismo interno:
ideas en movimiento, esto es, “pensar”-). Lo mismo podemos decir
de la descripción
de
objetos físicos. Paisaje, habitación, persona, no representan acciones
pero si elementos sensibles externos; de nuevo la imagen es suficiente.
Por último, tenemos los diálogos que refieren acciones físicas, donde
sopesamos la posibilidad de mostrarlos tal cual, o bien usar el nuevo
lenguaje. La primera opción funciona de forma distinta y pervierte los
diálogos dinámicos externos, puesto que estos usan la palabra para
abreviar en lugar de mostrar los hechos al receptor. Refieren las
acciones y funcionan como un catalizador que condensa la acción y la
resume y la sustituye por una explicación; refieren y por tanto son una
fuente de segunda mano porque actúan como signo al sustituir al
referente en sí. Usar las imágenes en lugar de un lenguaje de signos
para para sustituir el código implica cambiar la función del diálogo
porque ya no referimos a una acción que sucede fuera del escenario sino
que la presentamos en vivo, es el referente, entendido éste como la
acción global que representa la escena, lo que ponemos delante del
receptor, y no un destello de él; es la acción sin mediación alguna. Al
igual que el teatro clásico, donde las muertes son siempre referidas y
nunca se muestran en escena, así funciona el diálogo.
Componentes
internos
(a.ii., b.ii., b.iii.i.): estos tres puntos son los
verdaderamente problemáticos: los dinámicos internos, es decir,
la digresión, el pensamiento, ya sea un monólogo, un diálogo o la
descripción de un estado de ánimo que, al fin y al cabo, son formas de
pensar en voz alta. Tal vez encontremos algunos fragmentos en los que la
imagen sea pertinente; aquellos salpicados de imágenes, cuando, por
ejemplo, se ensaya un monólogo interior (flujo de conciencia), técnica
que suele simpatizar con las imágenes concretas.
En este caso sería
posible un acercamiento gracias a la proximidad del monólogo con el
bombardeo de imágenes aisladas (imágenes estáticas) que suele practicar
la poesía, donde sólo una hipotética cópula podría plantear problemas.
En el caso de los dinámicos internos (pensamiento), tendríamos que
recurrir a nuestro nuevo lenguaje, especialmente en los fragmentos
reflexivos que se hermanan con la filosofía y que constituyen el terreno
más árido para imagen; todo esto sin mencionar que debemos crear un
equivalente visual a las técnicas narrativas de la novela. El monólogo
ha sido el más perseguido. En la mayoría de los casos se reduce a un
intento de monólogo de baja calidad literaria acompañado de imágenes que
siguen la secuencia narrativa. Unas veces, el monólogo aparece en
cartuchos o en bocadillos pretendiendo reflejar el pensamiento del
sujeto; otras, el caos de la palabra y de la imagen se complementan, y
en los mejores casos un bombardeo de imágenes sabiamente dosificadas
consigue los mejores resultados. He aquí un ejemplo aproximado de lo que
se debe hacer: traslación, recreación de técnicas. Sabemos positivamente
que toda imagen poética visual es perfectamente codificable en imágenes.
Así mismo, podemos aventurarnos a la consecución de otras figuras:
intentar algún tipo de sinestesia atribuyendo y cruzando colores y
formas donde no correspondan de modo que se acentúe la falta de
correspondencia y no se interprete como algún tipo de simbolismo o como
el resultado de una intencionalidad concreta; figuras de repetición
mediante el énfasis en el trazo y la repetición de la línea; hipérbaton,
prosopopeya, etc. Desde el mismo momento en que tenemos a nuestra
disposición un código lo suficientemente amplio y eficaz, sólo es
cuestión de manipularlo para conseguir los resultados deseados.
Otro punto a tener
en cuenta en la traslación sería, al menos, el de las consideraciones
más evidentes acerca de las posibilidades cognoscitivas de los lenguajes
implicados; la imagen y la palabra. Dejando de lado de momento el
terreno de la abstracción, de lo interno, que no es sino una proyección
de lo interno hacia el exterior, cosificación, o más bien,
personificación de la realidad, proyección, al fin y al cabo, alimentada
por la introspección: recibimos datos de una realidad hecha a nuestra
imagen y semejanza a través de datos que nosotros mismos arrojamos sobre
ella (la realidad es un hombre desbordado); dejando de lado,
proseguimos, el terreno de la abstracción, reconocemos que los estados
anímicos más primitivos son exteriorizables (visibles), y que, en
este punto, las posibilidades de la imagen están a la par con las de la
palabra; podemos convenir la alegría, la tristeza o el amor usando una
serie de signos (cejas fruncidas, dientes apretados, corazones en los
ojos... - y en este punto sería interesante plantear el tema del
realismo y de las escalas de representación, desde la fidelidad
fotográfica hasta el minimalismo, en el cómic-). A parte tenemos los
sentidos: vista, gusto, olfato, tacto, oído. La palabra está capacitada
para simular estas sensaciones y comunicarlas; en cuanto a la imagen, no
tenemos problemas para todo aquello que sea visual. A partir de aquí, el
sonido puede ser relativamente aproximado (en la misma escala de
aproximación en la que se encuentra la palabra, claro) combinando la
onomatopeya; el pentagrama, la grafía, la forma, el color y la línea
desnuda pueden ayudar a convenir un sonido mediante imágenes; tales son
las onomatopeyas, que al fin y al cabo son palabras desbordadas por su
dimensión gráfica. En el caso del gusto, el olfato y el tacto, sólo la
línea pura y el color pueden hacer algo. Se trata de acuñar signos, un
uso determinado de un color/ figura pueden equivaler a un olor
determinado, un sabor, una sensación táctil; a su vez...
Conclusión apresurada
Concluimos
afirmando que lo que se pretende con este nuevo código es ofrecer un
nuevo lenguaje, aprehender y explicar el universo mediante imágenes tal
y como pretende el Sri yantra; pero para eso los lectores
potenciales deben ser iniciados en este nuevo lenguaje, del mismo modo
en que todos lo somos con la palabra hasta que aprendemos su uso y
posibilidades; su sentido sólo nos parece evidente cuando se nos ha
enseñado su mecanismo secreto, entonces deja de ser una nueva grafía
misteriosa e incomprensible y se convierte en una puerta hacia el
misterio en sí.
A partir de aquí
sólo quedan dos caminos: seguir trabajando con los préstamos del cine y
de la literatura como hasta ahora, o crear un lenguaje enteramente
visual y renunciar a la palabra con una doble opción: buscar la
equivalencia entre la imagen y la palabra, o mejor, aceptando las
limitaciones del destierro de la palabra, tomar un nuevo rumbo para el
medio y apostar por una nueva forma de entender y crear el cómic en
busca de la forja de un nuevo lenguaje que debemos empujar hacia sus
límites, hasta que el cómic reviente y elimine sus nexos con la
literatura y proponga sin complejos, con todas sus deficiencias y un
ejército de nuevas virtudes, una nueva forma de pensar con imágenes, una
aproximación personal y compleja a la realidad basada en una gramática
cada vez más rica y compleja que ni el cine ni la literatura puedan
reproducir con fidelidad. |