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RAY COLLINS, BIOGRAFÍA DEL HOMBRE INVISIBLE


Texto de Iván de la Torre.

[ Cubierta del libro compilatorio editado por Record de las aventuras de El Cobra, escritas por Ray Collins y dibujadas por Arturo del Castillo. ]


Para Adolfo, mi abuelo.

Miremos fijo ahí, en ese espacio entre el gato y la mesa, entre la mesa y la comida. ¡Ahí está! ... pero... ¡lo perdimos! Un segundo, dos: apenas nos descuidamos vemos una silla, el gato cruzando la sala, la comida en la mesa. Todo. Pero ¿donde está ese ese ese...? Ese hombre invisible: ahora estamos donde queremos estar: en el punto de partida.

Ray Collins siempre estuvo ahí, en el cuarto lleno de gente, -guionistas, dibujantes y editores-, pero es el hombre invisible: sabemos su nombre, lo palpamos, leímos sus obras, las disfrutamos, pero apenas nos descuidamos, apenas nos preguntan por un guionista, los que aparecen son los de siempre, -la silla, el gato y la mesa- fijos, pegados, clavados a la fama por la crítica de amigos y fans, o fans amigos, o críticos fans, mientras el hombre invisible desaparece... hasta que leemos su obra y decimos ah, Ray Collins, ah, ah, ah, porque no me acordé antes.

Ah, Ray Collins.

Magia.

Entre Hector Germán Oesterheld y Robin Wood hay un vacío de Grandes Guionistas en la historieta argentina. Ni siquiera está Trillo, en esos, ¿cuantos?, años, el arco que va de los primeros éxitos de Oesterheld para Abril y el auge de Editorial Frontera, entre ese ejercito de dibujantes marchando hacía una punto repleto de buenas, bellas, grandes historias -recordemos Ticonderoga y Ernie Pike con Pratt, El Eternauta con Solano López, Sherlock Time con Breccia, Randall con Arturo del Castillo-, antes del fracaso y el éxodo, el dominio de Oesterheld, su forma de dar aliento literario, alcance masivo y posibilidades de arte a la historieta crean un mercado y un problema: su visión limita el campo. Luego de su primer guión para Abril, el editor obliga a los demás guionistas a seguir las pautas fijadas por él. Su talento amenaza con el blanco y negro de las fotocopias. Ni colores ni asombros ni alma. Nada.

Un público educado por él que a fines de esa década lo abandona y comienza a mirar hacía México y más arriba y sus historietas que sepultan el mercado y ahogan a Editorial Frontera. Con Oesterheld en retirada, la mayoría de los dibujantes trabajando hacia afuera y un mercado en baja, en plena crisis, Ray Collins empieza su carrera. Nadie lo nota, todos esperan la gran cosa nueva, Collins es el hombre invisible jugando al solitario.

Por eso el vacío entre Oesterheld y Wood; ¿quien puede ver a un hombre invisible?

Es difícil entender cómo hizo, cómo se animó, -no se puede llamar a Collins y preguntarle-, pero si Oesterheld es el primer guionista argentino, el que inaugura de un plumazo y para siempre la historieta adulta en Argentina, Collins abre las puertas, funda esa utopía imposible de ser literario y tener éxito, de la “masividad” y el sello propio en cada obra. Aporta un estilo tan exuberante como un millar de globos estallando juntos. Se anima a ser diferente y es aceptado en las cerradas filas de los lectores.

Nadie saldrá indemne de sus páginas, basta saborear sus puntos de vista, sus metáforas, diálogos y conflictos para entender lo que significa Collins. Estas descripciones, todas, están en un solo número de Nippur Magnum:

«La casa era hermosa, como el parque. Tenía ese frente de fin de siglo, marmóreo, casi de tumba. Sólo las flores eran cálidas.

»Estaba abierto como un par de orejas. De par en par.

»El hombre de Irlanda estaba allí, respirando el aire marino con la fruición con que un inglés se bebe un Burdeos y sabe, condenadamente para un francés, a qué diablos de cosecha pertenece».

Collins usa su talento, ese manejo imposible de palabras y sonidos, para inventarse una historieta que será exclusivamente suya. Hasta entonces nadie lo había hecho, luego, solo él lo repetirá, con escasos alumnos situados cómodamente en el futuro. Collins crea sus ambientes con precisión, puliendo su técnica hasta hacerla brillante y filosa como el cuchillo de un artesano: sus personajes usan frases shakesperianas y se permiten citar clásicos y saldar deudas con el honor de viejos caballeros ingleses para retirarse de escena envueltos en palabras. Una música de fondo que se desvanece en el papel para quedar en la memoria.

«Lo miró con esa tristeza del hombre que esta habituado a ver rotas muchas cosas».

Collins es el puente entre Oesterheld y el futuro de Editorial Columba. Lo que hace -su forma de narrar, su magia-, es el camino que lleva de Oesterheld directo a Robin Wood y la supremacía de Editorial Columba. Para entender a Wood, para hablar de Savarese, Morten y El Ángel, para comprender la psicología de Mojado y sus escalofriantes descripciones a pecho abierto hay que leer a Collins, alguien dispuesto a unir el humanismo de Oesterheld con su propia combinación de historieta y literatura. Ese cóctel -tan cercano en otras manos a la parodia, al mal uso, al sin sentido-, se llena de pronto de luz e ilumina cuadros y lectores.

Collins debería estar rescatado, elevado y reconocido pero no, no se puede, es el eterno guionista soporte. Su nombre aparece al pie de todas las grandes revistas argentinas: está en Misterix en 1960, en Columba por tres décadas, en Tit-Bits, en Skorpio. Trabaja con Trigo, con Enio, con Dalfiume, con Del Castillo, con Solano López, pero el rescate, la crítica, incluso sus compañeros, lo nombran de soslayo, van de Oesterheld a Trillo y Saccomano, de Saccomano y Trillo a Fierro y Sasturain, y así siguiendo.

¡Esos espacios en blanco! ¡Esa crítica indolente! ¿Que leen los críticos? ¿Cuales son los modelos a seguir? La mayoría se limitan a armar sus selecciones en base a elecciones anteriores, a no pensar demasiado, a dejarse llevar. Si dicen que Fierro es Dios y Sasturain su profeta, ¿porque negarlo?, porque no decir que Fierro es la mejor revista de historietas de los ochenta y Columba y sus autores apestan. ¿Porque no? Alguien lo dijo antes, no vale la pena revolver pilas de revistas viejas, leer, pensar: dejemos todo así, así como esta, así nos gustan. Si todos alaban El Sueñero de Breccia hijo, si todos entienden que el Ficcionario de Altuna es una metáfora perfecta de un régimen autoritario, ¿porque no callarse la boca y dejarlo pasar?

Porque no. Definitivamente NO.

Si El Sueñero de Enrique Breccia se vuelve en algún momento, muy rápido, muy acorde con la revista, oxidable y vacío, si su pobre prédica peronista enciende un intercambio de cartas cercano a una discusión de borrachos buscando excusas para  pelear, si Altuna repite personajes y estereotipos de Ficcionario en Chances. Si todos aplauden ¿porque no salirse del circo y decirlo? ¿Porque bailar con los monos amaestrados de lo correcto si se puede escapar a ver el sol y tomar aire puro?

Si Sasturain desperdicia los dibujos de Perramus para demostrar que leyó a Borges y sabe donde queda Santa Maria y que es el Aleph, si todo eso basta para hacer historieta argentina, ¡mi Dios!, estamos perdidos, corrijo, estaríamos perdidos: tenemos a Wood y a Collins, -sí, también a Trillo en mejores guiones, y a Fontanarrosa en el propio Fierro-, pero Collins, Collins esta ahí, es un clásico apenas leído, compartiendo el olvido con otros -Alvarez Cao y su Cabo Sabino- escribiendo desde hace dos décadas, con la gracia intacta, el instinto certero, la palabra justa para derribar a cada uno de sus competidores.

Si, todavía lo tenemos ahí, gracias a Dios. ¿Qué hace Collins en los ochenta? ¿Y en los setenta? ¿Qué hace? Dos, tres, cinco, quince, cincuenta mil guiones: eso hace Collins. ¿Se repite? ¿Ese es su error, le falta originalidad, por eso no lo rescatan? ¿Es eso? ¿Tan directo y fácil? ¿Tan simple?

No, supongo que no. No quiero repetirlo pero se acerca mucho a la verdad, Collins comete un error: tiene éxito. Es, junto a Wood, el mejor guionista de Columba, hay números completos con sus historias, gana buen dinero. Una pregunta. Una sola entonces: ¿por qué no se puede? ¿Quién lo dijo? ¿En que parte del manual del buen guionista figura que hay que morir de hambre y miseria para escribir bien?

Oesterheld funda su editorial y saca revistas llenas de SUS historietas con dibujantes, muchos dibujantes, los mejores de su generación. Y se consagra. Esta bien. Pero Collins, Collins no puede hacerlo, no puede escribir muchas historias, dejar personajes inolvidables, ganar dinero. No, no, no dicen las voces. No esta permitido, no, nunca, jamás de los jamases, la producción masiva, el éxito, solo se permite si lo dicen los otros, que están ocupados publicando donde leen los críticos que sacan libros, comparten brindis y aplauden. Los buenos salvajes son rechazados: Collins debe quedarse en una bohardilla, escondido, olvidado.

Collins debe pensar que todo esto es una tontería, no debe tener tiempo para escuchar tantas idioteces, debe conocer el secreto mal guardado de los aplausos cómplices en salas de cinco personas que se llaman renovadores, nuevos maestros, genios solitarios, que se aplauden entre si y se dan palmaditas en la espalda y regresan a leer a Max Cachimba y decir qué lindo, qué feo, qué nuevo, y, supongo también, cuando nadie los oye: ¿qué quiso decir?

Collins esta escribiendo durante cuatro décadas obras maestras que son cuidadosamente olvidadas, ninguneadas: Precino 56, El Cobra, Chinatown, Vargas, Hilario Corvalan, Aguila Negra, Rocky Keegan o sus propias versiones de personajes ajenos en Jackaroe y Dennis Martin. Obras que siguen estando ahí, dispuestas a una relectura, un reconocimiento. Pero no, no hay nadie dispuesto a decirlo voz alta, a revisar, a pensar que esto es bueno y nadie lo dijo antes, a romper el cerco.

Tal vez en alguna reunión, un asado de despedida a un compañero que va a trabajar a Estados Unidos se escuche una palabra de aliento pero debe ser en voz baja, shhhhhhhhh, que no te escuchen, es un quemo hablar bien de ellos, eh, ellos y nosotros. Los artistas y los vendidos, eh. Vos sabes de que hablamos. Vos sabes. shhhhhhhhhh.

Recordemos: «Lo miró con esa tristeza del hombre que esta habituado a ver rotas muchas cosas».

Ahora sí, ¡miren ahí, al hombre invisible! ¡Justo entre Oesterheld y Wood y Trillo! Y, por favor, ahora aplaudan. Plap, plap, plap.

Al maestro con cariño.


GALERÍA DE IMÁGENES

"Randall", con arte de Arturo del Castillo. Haga clic para obtener una ampliación de la imagen

"Mortimer", don dibujos de Daniel Haupt

"Henga", creación de Collins, aquí obra de Zanotto


[ © 2003 Iván de la Torre, para Tebeosfera, 031019  ]