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Marvel se fue a la guerra, chiribín chiribín chin chin... (Marvel y los cómics del 11-S)

por  Fernando García

 

[ El modo de vida (norte) americano, según el argentino Ariel Olivetti. ]


El 11 de septiembre de 2001 los Estados Unidos recibieron una dosis de su propia medicina violenta. Por primera vez, las crisis internacionales desatadas a raíz de su política exterior (que en realidad es la doméstica) estallaron frente a los ojos desorbitados de la Gran Manzana, clonados hasta el agotamiento en las pantallas de televisión de todo el mundo.

No se puede probar, pero esto no deslegitima las sospechas, la propia participación del complejo militar / industrial en los atentados que demolieron el World Trade Center; y que en la actualidad le permiten a las empresas petroleras que solventaron la campaña presidencial de George W. Bush, acometer con prisa y sin pausa la construcción de una nueva arquitectura económica global desde los conquistados territorios de Iraq.

Como hecho divisor de aguas, el 11-S (o el 9-11, de acuerdo con la prensa angloparlante) influyó sobre el discurso neoliberal que mantiene una de las manifestaciones artísticas prototípicas de los norteamericanos: las historietas de superhéroes. Baluarte de la cruzada concienciadora peleada a nivel multimediático, Marvel Comics (propietaria de multimillonarias licencias como Spider-Man, X-Men, Daredevil y Hulk, no casualmente cuatro de los últimos tanques fílmicos hollywoodenses) fue la empresa del rubro que más a pecho se tomó la tarea de sostener y difundir los valores del american way of life según la nueva doctrina de ataques preventivos: “conmigo o contra mí”.

Construyendo la “conciencia solidaria”

Nadie en su sano juicio, ni aún el más furibundo antinorteamericano, puede haber celebrado la masacre de inocentes que fue el 11-S, aunque en algunas oficinas de las Torres Gemelas se encontraran los brokers patrocinantes de las políticas de exclusión social que afectan al Tercer Mundo.

Apoyados en este sentimiento de solidaridad internacional hacia las víctimas, Marvel canalizó las frustraciones y los miedos de la población en una publicación catártica, destinada a juntar fondos para la Fundación de Viudas e Hijos de los Departamentos de Policía y Bomberos de Nueva York, la Cruz Roja y la Fundación Torres Gemelas. Heroes se presentó al público el 17 de octubre del 2001 como una compilación de ilustraciones realizadas gratuita y especialmente por los popes de la industria (Alex Ross, George Perez, Walter Simonson, Neal Adams, Dave Gibbons, Neil Gaiman, Alan Moore, Frank Miller, Joe Quesada, Todd McFarlane y Kevin Smith entre otros), abordando la tragedia desde dos ángulos excluyentes: la concepción ideológica de que el atentado había sido un ataque a la paz mundial (no a un país específico); y el sentido homenaje del batallón de superhéroes a los verdaderos paladines de la jornada: policías, bomberos y médicos de emergencias. «La línea que separa al héroe mítico, el Capitán América por ejemplo; del trabajador que pudo haber muerto ayudando a la gente atrapada entre los escombros, es extremadamente delgada en este momento» declaró a la BBC Joe Quesada, director editorial de Marvel, durante el lanzamiento mundial de la revista.

En este escenario de construcción simbólica, resulta particularmente perturbador el dibujo del artista croata Igor Kordey, centrado en el “enfrentamiento” mantenido entre los rehenes del vuelo 93 de United Airlines y los secuestradores, siguiendo al pie de la letra la versión oficial que sostiene que el piloto terrorista Ziad Jarrah decidió «estrellar el avión momentos antes de que éste se cayera en un campo de Pennsylvania por una feroz revuelta de los pasajeros», tal como informa un cable de Associated Press de agosto del 2003, sobre la base de las teorías reveladas por Robert Mueller, director del FBI, cerrando las especulaciones sobre el caso del llamado “cuarto avión”. Entrevistado por la revista Time días antes de la aparición de Heroes, Bill Jemas, presidente de Marvel, sostuvo que estas revistas especiales iban a «generar mucha pena y dolor, pero francamente, creo que vale el esfuerzo preservar el tipo de discurso que hemos escogido».

Después de recaudar más de 250 mil dólares en dos meses, Marvel volvió a la carga con A moment of silence, el 9 de enero de 2002. Respetando las premisas de su antecesora, la revista presentaba cuatro historietas mudas (firmadas por Kevin Smith, Igor Kordey, Joe Quesada, John Romita Jr., Bill Jemas, Mark Bagley, Brian Michael Bendis, Chuck Austen y Scott Morse) centradas en las acciones de policías, bomberos y médicos el día del atentado. Estrechando lazos con el poder político, A moment... estaba prologado por el propio alcalde de la ciudad, Rudolph Giuliani: «La ciudad de Nueva York –escribió- ha servido tradicionalmente como contexto para muchas de las historietas que han entretenido a los lectores por décadas. No casualmente, muchas editoriales –incluyendo Marvel- también han tomado a nuestra ciudad como su hogar. Pienso que precisamente ahora nos damos cuenta de que no tenemos que leer ficción para encontrar ejemplos de heroísmo. Los verdaderos héroes (norte) americanos han estado siempre con nosotros. Son nuestros bomberos, oficiales de policía y otros equipos de rescate, que exponen sus vidas cotidianamente para protegernos del peligro».

Resulta al menos curioso que A moment of silence homenajee desde su nombre a la homónima red internacional dedicada a fomentar la paz, la libertad y la buena voluntad entre los hombres, teniendo en cuenta que la misma (fundada el 24 de mayo de 1999 a raíz de la guerra en los Balcanes) se manifiesta actualmente ante la muerte de civiles ocasionada por las acciones militares de la coalición norteamericano / inglesa que invadió Irak.

En el momento de su aparición, tanto Heroes como A moment... recibieron gran atención por parte de la prensa norteamericana, principalmente las cadenas CNN, CBS, E Entertainment Television y The Today Show. Durante las presentaciones públicas, Kevin Smith, realizador cinematográfico que colaboró en ambos proyectos, resumió el sentimiento de la industria del cómic en pocas palabras: «Mi primera reacción fue: ‘Bueno, esto sí que era inesperado’. Luego pasó a ‘Maniáticos de mierda’. Después cambió a: ‘Mi Dios, la gente...,’ porque no sabía si habían o no logrado evacuar las Torres. Y al fin: ‘Vamos a la guerra’».

Preparando el terreno

En un artículo escrito para la filial italiana de Marvel, el especialista español Antonio Martín describió acabadamente la reacción de la empresa ante el ataque terrorista, teniendo en cuenta que las oficinas de la editorial estaban a pocas cuadras del World Trade Center. «La primera preocupación de Marvel, el día 12 de septiembre de 2001, fue comprobar que todo el equipo (...) se encontraban bien. Asimismo, el portavoz de la editorial, Bill Rosemann, definió la situación como de shock y perplejidad ante lo ocurrido e informó que los empleados se habían lanzado a la calle para donar sangre. (...) Desde el primer momento la decisión unánime fue que había que hacer algo especial, que diese testimonio de los terribles hechos sucedidos y de la lucha heroica que bomberos, sanitarios y policía mantenían contra la muerte entre las ruinas de las torres caídas».

Dicha respuesta, en forma de historieta, se hizo efectiva en las páginas de The Amazing Spider-Man Nº 36 (guión de J. Michael Straczynski y dibujos de John Romita Jr.), lanzada a todo trapo el 14 de noviembre de 2001. La elección del Hombre Araña como vocero oficial de Marvel no fue casual. El superhéroe arácnido es la figura más reconocida de la empresa (incluso tiene un globo gigante en el desfile del Día de Acción de Gracias) y sus historias están galvanizadas con los escenarios de Nueva York como las de El Eternauta lo están con las calles de Buenos Aires. Para Axel Alonso, director editorial de la revista, la misma es «la declaración de principios de Marvel sobre lo acontecido el 11 de septiembre».

El número arranca con la llegada del Hombre Araña al Ground Zero, segundos después del colapso de la segunda torre; y mediante textos en off va guiando al lector por todos los estadios emocionales que sacudieron a los neoyorquinos la mañana del 11-S. La aventura abusa de sensacionalistas golpes de efecto, buscando el involucramiento afectivo antes que el análisis racional. Nueva York (y por traslación los Estados Unidos) han recibido un ataque que no merecían y en la unión de todos sus habitantes, la ciudad (y la nación) encontrarán la fuerza para salir adelante e imponer justicia.

En la aventura (aplaudida por el New York Times, USA Today y la cadena MTV) los superhéroes y sus declarados archienemigos olvidan sus diferencias y colaboran con las fuerzas de seguridad, rescatando heridos y socorriendo a los necesitados. Parece un dato menor, pero en un universo ficticio donde el bien y el mal están diametralmente polarizados, la representación de paladines y villanos trabajando codo a codo transfiere los conceptos de maldad y enemistad a la figura causante de todo el daño: Osama Bin Laden y la red terrorista Al-Qaeda.

A pesar de algunos contundentes parlamentos antifundamentalistas, la historia respeta a rajatabla la versión de los hechos difundida por el Pentágono, incluida la “rebelión” a bordo del cuarto avión. Llama la atención el sometimiento ideológico de Straczynski, creador de la serie televisiva Babylon 5 y reconocido izquierdista, que en esos meses se encontraba metaforizando su postura crítica frente al poder establecido en las páginas de la miniserie del sello Image Midnight Nation, donde el infierno (licencia poética para hablar del neoliberalismo globalizado) se encontraba, literalmente, en las Torres Gemelas.

Enviando los marines

Consultado a fines del 2002 por la emisora de cable The History Channel, Stan Lee (creador del Hombre Araña, alma mater de Marvel y uno de los diez guionistas más importantes de la historia de la historieta mundial) sostuvo que, tras el 11-S, la sensibilidad de los lectores norteamericanos “no toleraría la ridiculización de los personajes de origen árabe o musulmán”, pero nada dijo sobre la utilización de los superhombres como soporte ideológico a los planes colonialistas defendidos por la administración Bush Jr.

Superhéroe y soldado, el Capitán América corporizó como nadie este proyecto unilateral norteamericano. Con su revista relanzada hacia lectores adultos el 24 de abril de 2002, como parte de la línea Marvel Knights, el Centinela de la Libertad (así suelen referirse al paladín en el universo de ficción) se adscribió explícitamente a la nueva postura de dominio hegemónico. «La testosterona patriótica de nuestro hombre sale de sus puños enojados, no de su retórica eterna. El lucha para conquistar el sueño Americano, temiendo que nunca tendrá la ocasión de experimentarlo en carne propia. ¿Revolución?  Quizá no. Pero éste es el nuevo acuerdo», declaró John Cassaday, dibujante a cargo de la nueva etapa de Captain America, al referirse al obvio paralelismo existente entre el título de la saga (“The New Deal”) y el plan de reactivación económica encarado por Franklin Delano Roosevelt en la década de los años 1930.

En la trama escrita por John Ney Rieber, el Capitán América colabora en las tareas de rescate entre los restos de las Torres Gemelas, mientras Osama Bin Laden sonríe diabólicamente ante la magnitud del ataque. La siguiente secuencia encuentra al superhéroe liberando al pueblo rural estadounidense de Centerville de los embates terroristas de la red Al-Tariq, incluyendo explícitas descripciones gráficas de guerreros ataviados con indumentarias islámicas inmolándose como bombas humanas. Con el correr de las páginas, el Paladín de la Democracia manifiesta encabezar esta lucha para evitar la Tercera Guerra Mundial y la masiva muerte de civiles inocentes que ese conflicto acarrearía.

Para Marvel (igual que para los halcones del Pentágono) la guerra golpeó las puertas de casa y la respuesta debía ser tan intimidatoria como destructiva. «Dados la naturaleza y alcance de nuestros enemigos, ganaremos este conflicto con la paciente acumulación de éxitos, enfrentando una serie de desafíos con decisión y propósito. Hoy nos centramos en Afganistán, pero la batalla es más amplia», había dicho George W. Bush en el mensaje que emitió desde la Casa Blanca en la madrugada del 7 de octubre de 2001, mientras lanzaba la “Operación Libertad Duradera” contra el ejército Talibán, y la administración a su cargo recortaba drásticamente los derechos y las garantías individuales de los ciudadanos norteamericanos.

Desde su columna para el sitio de internet Laughing Mad Scribes, el periodista David Accampo reveló que «esta nueva encarnación del Capitán América había sido desarrollada antes del 11 de septiembre. (Marvel) estaba decidida a volverlo un personaje más relevante, incorporando situaciones reales relacionadas con las políticas locales y globales de los Estados Unidos. Hay grandes posibilidades de que la escena referida al 11-S fuera agregada más tarde, con la intención de asentar al supersoldado mucho más firmemente en este nuevo escenario». ¿Y la utilización de terroristas islámicos como enemigos declarados de la gran nación del norte?

Marvel nunca se ocupó de aclarar estos puntos.

Invocando la llamada del deber

Subida al paroxismo patriótico que atravesaba la sociedad norteamericana y apoyándose en  las altas ventas de los especiales Heroes y A moment..., Marvel se abocó al desarrollo de una serie de revistas circunscritas al actuar cotidiano de las fuerzas de seguridad. Total, ¿por qué no ser buenos ciudadanos y ganar algo de dinero al mismo tiempo?.

La línea The call of duty fue lanzada al mercado a bombo y platillo, contando con un apoyo de los medios masivos de comunicación inédito en el ramo. Se trataba de tres miniseries interconectadas por una secundaria línea argumental: The Brotherhood (seis números entre junio y diciembre de 2002, por Chuck Austen y David Finch), protagonizada por el cuerpo de bomberos; The Precinct (cinco números entre julio y noviembre de 2002, por Bruce Jones y Tom Mandrake), abocada al accionar de la Policía; y The Wagon (cuatro números entre agosto y noviembre de 2002, por Chuck Austen y Daniel Zezeljy), dedicada a los médicos de emergencias. Estas historietas no hacían mención a los eventos del 11-S, sino que se apropiaban de la amplia popularidad de las figuras públicas para tratar temáticas de corte humano... con algún toque paranormal.

Este es el aspecto más controvertido de The call of duty, sobre todo por la incorporación de una niña fantasma que repite su mística letanía («Sobreviene la guerra») cada vez que se hace presente en un escenario de destrucción masiva accidental. Al final, la manifestación espectral resulta ser la hija de un científico norteamericano, que la envía a través del tiempo y del espacio para vaticinar el advenimiento de un futuro conflicto bélico en el que se jugaría el destino de la raza humana. ¿La fecha? El año 2003. ¿Los motivos? Armas químicas, en particular un novedoso tipo de toxinas nerviosas.

Curiosamente (o no tanto), nueve meses antes de que la coalición angloparlante invadiera Irak, Marvel articulaba en sus productos más específicos las argumentaciones que servirían de fachada a la conquista territorial de las segundas reservas petroleras más importantes del mundo. ¿Casualidad o causalidad? La resignificación del costado “realista” de las ficciones centradas en la nueva Santísima Trinidad (Bomberos, Policías y Médicos de Emergencia) coincidió con una desestabilización coyuntural de la precaria legitimidad alcanzada por las acciones de Gobierno tras el 11-S.

Durante la serialización de The call of duty estalló la nueva oleada de fraudes contables en las grandes empresas; la Secretaría del Tesoro (a cargo del empresario John Snow, en reemplazo del controvertido Paul O’Neil) lanzó una nueva política impositiva para favorecer a los reconcentrados grupos de poder; la administración Bush continuó sin poder frenar la divulgación de los excesos cometidos por la fuerza de ocupación norteamericana en Afganistán; y entró en vigencia el Tribunal Penal Internacional en La Haya, capacitado para procesar a los acusados de crímenes de guerra y de lesa humanidad. Un punto al que se opusieron, abiertamente, el presidente norteamericano y su grupo de asesores.

Vigilando la pax mundial

Coincidiendo con la caída de Bagdad, en abril de 2003 Marvel presentó la miniserie en cuatro entregas The call (guión de Chuck Austen y dibujos de Pat Olliffe), donde los miembros de las fuerzas de seguridad públicas protagonistas de The call of duty fueron transformados en un grupo de superhéroes como los X-Men, cada uno con personalidad secreta, poderes de semidiós y villanos a su altura. Al parecer, el diseño de un rebalanceo geopolítico estratégico estaría fuera de las capacidades de los supervivientes del 11-S.

Para compensar la pérdida de “realismo” y “drama humano”, la editorial lanzó al mercado la antología de tres números 411 (número telefónico de primeros auxilios), una revista que «no es ni antinorteamericana, ni antiiraquí, ni antifrancesa (durante la nueva guerra del golfo, Bush Jr. había calificado a Francia y Alemania como la “vieja Europa” por no apoyar los ataques militares unilaterales contra Saddam Hussein), ni antiisraelí. 411 es proraza humana. Es un tributo a los pacificadores, a la gente que ofrece la otra mejilla a la violencia, a aquellos que se rehúsan a perder de vista el punto de que sus enemigos también forman parte de su propia comunidad», escribió en una gacetilla de prensa del 7 de marzo de 2003 el presidente de Marvel, Bill Jemas.

En el camino de la justificación ideológica al autoasumido rol de policía del mundo, 411 acompaña el discurso oficial poniendo a su servicio el renombre de figuras ajenas a la historieta, pacifistas reconocidos internacionalmente como Tony Kushner, autor teatral ganador de los premios Pulitzer y Tony; la activista antinuclear (nominada al Premio Nobel) Helen Caldicott; y el Dr. Arun Ghandi, nieto del Mahatma Gandhi y cofundador del Instituto M.K. Gandhi para la No Violencia.

Esta preservación de la paz mundial, argumento preferido por la Casa Blanca para hacer legítima la “lucha contra el terrorismo”, no es otra cosa que la ingerencia política, militar, económica, financiera y cultural de los Estados Unidos en las naciones soberanas del mundo. Por eso, la nueva Doctrina de Seguridad Nacional que Bush Jr. instaló globalmente, define como terrorista a todo aquel que atente contra los intereses de los Estados Unidos en cualquier parte del mundo, pretenda obtener mayor poderío bélico o ponga en peligro la administración de los recursos petrolíferos, de uranio, gas, agua potable...

Habiéndose atribuido la facultad de actuar unilateralmente al margen de los organismos internacionales, la primera potencia mundial dio por tierra con los parámetros del Derecho Internacional. Y al que no le guste, que se arregle con los marines.

O con los superhéroes de Marvel.


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[ [ © 2003 F. García, para Tebeosfera, 031019  ]