El arte de la
historieta gráfica, también conocido por estudiosos e
investigadores como “El Noveno Arte”, ha experimentado en Costa
Rica, a lo largo de toda su historia, una muy pobre y balbuceante
evolución artística, pese a la gran profusión de artistas “del
blanco y negro” que ha tenido esta nación centroamericana desde
finales del siglo XIX, cuando se instituye el periodismo escrito y
surgen con notable fuerza estilística los primeros caricaturistas
e ilustradores que desbordan su talento no sólo en los periódicos
de la época, sino en una gran profusión de revistas y periódicos
satíricos de vida efímera, muchos de ellos publicados por la
iniciativa de los mismos artistas.
Concentrándose
la actividad de los dibujantes costarricenses en la caricatura
política y el chiste gráfico más que nada, los primeros
caricaturistas costarricenses, muchos de ellos de gran relevancia
artística y conceptual tales como Paco Hernández (de origen
español) o Noé Solano (el primer gran caricaturista criollo)
recurren a la técnicas primarias de la narración visual
secuenciada, sólo como un recurso más, destinado a desarrollar
determinadas situaciones que, al final, remitirían a la sátira
humorística, sin avanzar en el cultivo del arte de la historieta
como tal.
Esta situación
persistió por muchas décadas, podría decirse que hasta finales de
los años sesenta y comienzos de los setenta, cuando, influidos por
la “invasión” de las historietas mexicanas de la Editorial Novaro,
que por ese entonces inundaban el mercado latinoamericano de las
revistas ilustradas, y las tiras cómicas distribuidas por los
syndicates norteamericanos, las cuales se publicaban en los
periódicos locales, los grafistas costarricenses comenzaron a dar
mayor importancia al cultivo del arte de la narrativa de la
imagen.
Uno de estos
primeros historietistas propiamente dichos, de hecho el más
destacado en toda la historia del país y el primero en manejar a
cabalidad las técnicas de esta difícil disciplina artística, lo
fue el recientemente fallecido caricaturista e ilustrador don Hugo
Díaz Jiménez quien, en los años 70, comenzó la publicación en el
semanario Pueblo, de una página de historietas satíricas en
la que el artista documentó la situación política y social no sólo
de su país sino del acontecer internacional. Gran parte de este
material fue recopilado en el libro El Mundo de Hugo Díaz,
publicado por la Editorial Costa Rica a finales de los años
setenta y del que se hicieron varias ediciones.
Entre otras
producciones de este artista en el campo de la historieta que es
importante destacar, citamos una edición en viñetas de los
Cuentos del Tío Conejo basada en un popular libro de la autora
costarricense Carmen Lyra, y un meritorio intento de crear la
primera historieta nacional, gracias a la iniciativa del escritor
y dramaturgo Samuel Rowinski, con Las Fisgonas de Paso Ancho,
serie que llegó hasta la tercera edición, a mediados de los años
ochenta. Un importante proyecto editorial sobre la vida, en
historietas, del líder panameño Omar Torrijos, promovida por el
desaparecido Centro de Estudios Torrijistas de Panamá, acaso la
única historieta de corte no humorístico que pudo haber realizado
Hugo Díaz en su prolífica vida artística, fue truncado tras la
invasión a Panamá por el ejército norteamericano, en el año de
1989.
Entre otros
destacados cultores de la historieta nacional, sobresale también
el dibujante Fernando Zeledón Guzmán “F. Zele”, y su gran labor al
realizar, en forma ininterrumpida durante 17 años, la página de
sátira política en historieta titulada “La Semana en Serio” y
publicada en el desaparecido semanario del partido comunista
Adelante; página en la que, al igual que la realizada por Hugo
Díaz en el semanario Pueblo, este esforzado creador, agudo
crítico y hábil dibujante registró, a través de un humor
sarcástico y mordaz, casi irreverente, la situación política y
social de Costa Rica y el mundo, especialmente durante los
difíciles años de la “era reaganiana” en la que, de alguna forma,
Costa Rica recibió los embates y estuvo involucrada, por causa de
las presiones del Departamento de Estado Norteamericano, en la
llamada Guerra Sucia promovida por los Estados Unidos a través de
los llamados “contras”, en su afán por derrocar a los sandinistas
y su movimiento revolucionario, con el que depusieron al dictador
Anastasio Somoza, tras una cruenta y prolongada guerra de
guerrillas, en Julio del año 1979. Lamentablemente, de todo este
valioso y abundante material no se ha publicado, hasta el
presente, ninguna antología ni mediana recopilación.
Un mérito
especial que tiene Fernando Zeledón como uno de los pioneros en el
arte de la historieta costarricense, radica en el hecho de que ha
sido, hasta el presente, el único artista criollo que ha creado
una serie de simpáticos y divertidos personajes, inspirados en la
identidad e idiosincrasia típicamente “tica” o costarricense,
tales como el perrito “Cutacha” (pulguiento “zaguate” que era el
alma y vida de cada lámina de La Semana en Serio), la
abuelita “de armas tomar” Auristela, el pachuco Patasdihule y
Matráfula, mujer cincuentona y de vida fácil , con los pechos
atiborrados de arrugados billetes de alta denominación, en la que
el caricaturista encarnaba a la gran prensa capitalista, siempre
en defensa de los poderosos y de los intereses del imperio.
Tras de la
desaparición del semanario Adelante a comienzos de los años
noventa, Fernando Zeledón se abocó a otro proyecto de historietas
satíricas en la que intentó rescatar a todos los simpáticos
personajes de La Semana en Serio. La nueva serie llevaba
por título “Los Supermaes” (por la típica expresión costarricense
“mae” equivalente al “cuate” o “mano” mexicano). Por su factura
crítica y agudamente cuestionadora de las políticas neoliberales
en boga, esta simpática serie sólo tuvo cabida, por un relativo
breve período de tiempo, en el semanario Universidad, el
más serio y objetivo periódico nacional, publicado por la
Universidad de Costa Rica. Por falta de presupuesto, finalmente la
historieta dejó de publicarse desde hace varios años.
Como se podrá
apreciar, aún en el caso de los artistas arriba citados, que se
ubican como los primeros historietistas costarricenses propiamente
dichos, prevalece en ellos la tendencia original de remitir su
trabajo, salvo contadas excepciones en el caso de Hugo Díaz, al
género satírico / humorístico más que nada, sin entrar a
experimentar y desarrollar en ningún momento, los otros muy
variados géneros de esta disciplina artística.
Unos de los
primeros dibujantes que rompió con esta “tradición” quizás lo fue
el joven creador Carlos Alvarado, quien, para mediados de los años
setenta, lanza en el desaparecido periódico Excelsior lo
que sería la primera tira cómica nacional de aventuras, con su
personaje Carlos Pincel, una especie de espía a lo James Bond que
resolvía audaces asuntos policíacos y de espionaje, a bordo de un
flamante Ferrari, en medio de las aún bucólicas calles de la Costa
Rica de entonces. Tras la desaparición del Excelsior, el
joven dibujante no pudo encontrar la oportunidad de continuar
publicando su serie en los otros periódicos locales, por lo que
archivó para siempre su proyecto, dedicándose en lo sucesivo al
arte publicitario.
Más o menos
para la misma época, el editor nacional Carlos Figueroa lanzó la
revista ilustrada Tricolor en la cual, además de
historietas extranjeras, se publicaron las producciones del
chileno Víctor Canifrú y el salvadoreño Edmundo Anchieta, ambos
afincados en Costa Rica, con historietas de corte “serio”, las
cuales tocaban, en capítulos aislados, temas sobre el folklore
centroamericano y la historia costarricense. Al perder a su
principal patrocinador, Tricolor desapareció del escenario
de las publicaciones nacionales. Por su parte el nacional Juan
Díaz publicaba su historieta didáctica “Glupy” en varios
periódicos del continente, a través de una empresa distribuidora
vinculada al King Features Syndicate. Tras unos años de gran auge,
la serie “Glupy” dejó de publicarse y el artista se dedicó a otros
menesteres.
Para la década
de los años ochenta, quien escribe este artículo inició en el
diario La Nación (y posteriormente en el semanario en
idioma inglés The Tico Times) la serie historietada “Mitos
y Leyendas de Costa Rica” la cual se transformó, unos años después
de su nacimiento, en “Mitos y Leyendas de Latinoamérica”. La serie
se publicó sin interrupción durante siete años, de 1984 a 1991. La
suspensión de la serie se debió a una imprevista decisión de la
directiva del periódico de la que el realizador, pese al apoyo del
público lector, nunca obtuvo una explicación satisfactoria por
parte de los responsables del rotativo.
En la misma
década, el mismo autor creó y organizó, con el apoyo entusiasta de
varios colegas nacionales, el movimiento de “La Pluma Sonriente”,
una organización que nació con objetivo primordial de promover el
desarrollo del humor gráfico y la historieta y su posterior
proyección internacional a través de la integración de esfuerzos
entre sus miembros, el trabajo colegiado y la retroalimentación de
ideas y técnicas y conocimientos. Muchos de estos nuevos valores
de la caricatura y la historieta cómica nacional encuentran la
oportunidad de dar a conocer su producción a través del Salón
Anual del Humor y la Historieta La Pluma Sonriente (cuyas
actividades se han mantenido hasta la fecha, enfatizando la
actividad con la historieta, en una nueva división de la
organización llamada “La Pluma Cómic”) y de las revistas de humor
De Oreja a Oreja y La cabra en Patines, creadas y
dirigidas por Oscar Sierra entre los años de 1985 y 1990. En
octubre del 2001, La Pluma Cómic realizó su primera actividad a
favor de la promoción y el desarrollo de la historieta
costarricense con La semana de la Historieta, en una serie
de actividades culturales realizadas en la ciudad de Liberia
(ubicada cerca de la frontera con Nicaragua), por iniciativa del
miembro Ronald Díaz, que comprendieron una exposición de
historietas de los miembros de la organización, charlas,
conferencias y talleres para niños, las cuales despertaron un gran
interés por parte del público liberiano, en ninguna forma
acostumbrado a apreciar estas formas de expresión artística.
En los últimos
años de la década de los noventa, la fuerte influencia de los
video juegos y la cultura del manga y el ánime japonés, inspira a
una nueva generación de jóvenes y entusiastas creadores (no
vinculados con ningún movimiento en especial) a publicar sus
propias producciones, bajo este particular estilo, en las efímeras
revistas Camaleón, K-Oz y Neozaga, en un material de
una meritoria factura artística pero carente, en su mayor parte,
de un buen contenido argumental y un perfil todavía muy distante
de lo que podría identificarse como un “cómic costarricense”,
elementos que, de todas formas, no desmerecen el valioso aporte
que estas iniciativas han dado al desarrollo de la historieta
nacional.
Otro paso
inconcluso pero significativo en la evolución del cómic
costarricense, lo dan las humoristas Marcia Saborío y María Torres
al editar, a mediados del año 1999 y bajo la dirección artística
de Oscar Sierra, la historieta “Corazones no sabemos”, inspirada
en los guiones de un exitoso programa humorístico de televisión
por ellas realizado, denominado Caras vemos. La evidente
falta de desarrollo editorial y de apoyo financiero que sigue
teniendo la historieta costarricense, hace que esta iniciativa
llegue a su prematuro final, como tantas otras, al arribar al
tercer número.
Para recibir el
nuevo siglo, el diario La Nación lanzó en 2001 “Pantys”, la
primera tira cómica humorística nacional, realizada por el joven
creador Francisco Mungía, la cual lleva el especial mérito de
encabezar la sección diaria de tiras cómicas de este importante
matutino.
En enero del
2002, el creador de origen colombiano Nelson Cervera,
recientemente radicado en San José de Costa Rica y miembro
propuesto de La Pluma Cómic, edita y lanza, en asocio con el
excelente historietista barranquillero Sergio González y en
formato de fascículos mensuales, el curso de “Manga Tutor” que
tiene la original modalidad de asesorar a los estudiantes que
adquieren los números mes a mes, a través del correo electrónico.
En un mundo
dinámico y complejo, dominado por la creciente “Tercera Ola” de la
red de comunicación global, conformada por la informática, la
televisión, el cine y el video, las cuales, con sus inigualables
recursos expresivos, han impuesto la “manía audiovisual” entre
todos los habitantes del planeta, el futuro de los géneros
artísticos y de comunicación que se le emparentan, tales como la
historieta, la caricatura satírica y el humor gráfico, resulta no
sólo promisorio sino insustituible, en un mundo densamente
interconectado, en el que el lenguaje universal de la imagen
resulta ser, hasta el presente, el único capaz de romper las
barreras lingüísticas que impiden todavía una eficaz comunicación
entre todos los vecinos de la gran barriada planetaria. Por lo
mismo, el desarrollo de esta expresión artística en Costa Rica
tendrá que ir, ineludiblemente, al paso de las exigencias de
comunicación de los nuevos tiempos.
El desarrollo
de una historieta de factura y perfil costarricense, basada en
estilos y contenidos de vanguardia, no necesariamente de manga,
como perniciosamente se estila entre las nuevas generaciones de
creadores, quienes no tienen mayores puntos de referencias que las
que le ofrece el gran mercado masivo del cine, el video y las
revistas japonesas que hoy por hoy inundan el mercado, es el gran
reto que tiene por delante La Pluma Cómic, a través de un programa
de talleres, exposiciones, investigación, publicaciones e
intercambio con los colegas nacionales y de otras latitudes, en un
programa similar al desarrollado, durante 21 años, en el campo del
humor gráfico, por La Pluma Sonriente. |