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POBRE MÁXIMA   |   EL EXILIO ECONÓMICO: ¿VALE LA PENA IRSE DEL PAÍS? LOS ARGENTINOS NUNCA SE VAN DEL TODO

por  Ana von Rebeur

 

 

 

 

 

 

Ana von Rebeur

[ Viñeta de Ana von Rebeur ]

 


El grave problema de crisis económica por el que atraviesa Argentina constituye un tema para la reflexión para los humoristas gráficos de acá que es terriblemente delicado para los que trabajan acullá (recuérdese el incidente de Quino con una viñeta de Ricardo y Nacho publicada en El Mundo). Hemos querido solicitar a uno de esos humoristas cómo hacen comulgar la penuria por la que atraviesan con su necesidad de hacer humor como profesionales del dibujo. Ana von Rebeur, presidenta de FECO en Argentina, nos remitió estos dos textos, que si bien hablan poco de humor gráfico, muestran "gráficamente" su rabia.

También, para la ocasión, rescatamos un texto de Fontanarrosa publicado en El País \ Domingo 27-I-2002, mostramos algunas viñetas sobre el problema que nos hicieron llegar desde Argentina, y rememoramos un cuento en el que se recuerda al secuestrado autor Oesterheld.


POBRE MÁXIMA

Después de años de análisis y terapias en las que nuestros terapeutas intentaron convencernos de que no debemos creer en cuentos de hadas ni albergar sueños poco realistas, la noticia de que una argentina encontró un príncipe de verdad y podría convertirse en Reina de Holanda nos cachetea con la evidencia de que nuestros analistas vivieron equivocados: los cuentos de hadas pueden hacerse realidad.

Máxima Zorraguieta lo descubrió antes que nadie. Para colmo, ni siquiera conoció al rubio en una lujosa recepción de embajada en Nueva York, sino que lo conoció bailando flamenco en las calles de Sevilla, donde generalmente no se ve un rubio ni arrojando agua oxigenada de 40 volúmenes desde los balcones floridos a las cabezas de los transeúntes andaluces.

¿Vieron, señores psicólogos, que el Príncipe Azul existía? Tiene un peinado raro y un flequillo un poco tieso pero, considerando que posee un sueldo de  840.000 dólares anuales sin impuestos y es heredero de la mayor fortuna de Europa...¿ a quién le importa el flequillo?

Máxima es la mayor ídola en Holanda, y en gran parte de la revistas europeas. Pero a pocos días de la gran boda en la casa de los Orange, la prensa argentina no toca el tema más que para afirmar que su “dulce” de su padre ( preside la Cámara Argentina de Azucareros) estaba al tanto de los planes  genocidas de la dictadura militar.

Máxima gana el corazón de los europeos, pero no impresiona demasiado a los argentinos.  

Reconozcamos que en este país no es fácil que te quieran. Uno pasa de “no ser nadie” a ser odiado,  por pura envidia. El que es exitoso debe mostrar su propia veta desgraciada para que lo empiecen a querer. ¿Y cuál es la veta desgraciada de la princesa argentina? En primer lugar, no haber sido nadie antes de ponerse de novia con Guillermo Alejandro. No conocíamos a Máxima – y muchos, ni a su padre – hasta que  nos enteramos, como el resto del mundo, de que el príncipe holandés estaba de novio con una argentina. Pero encima, su boda nos llega como un acontecimiento totalmente a  trasmano de lo que pasa en nuestro país. 

Para nosotros, enterarnos de esta  historia fue como empezar a leer el cuento de hadas por la mitad del libro. ¿ Y el principio, como fue? ¿De dónde salió la princesa? Apenas llegamos a conocerla por un video familiar donde se la ve muy dicharachera bailando en una fiesta porteña. De ella no sabemos mucho más que eso: se divierte en las fiestas.¡Con lo lindo que hubiera sido divertirnos nosotros también con su historia rosa! Pero las noticias de la argentina que se  convierte en futura reina europea es algo demasiado surrealista para nuestra dura realidad cotidiana de cacerolazos y confiscación de ahorros.

En medio de la debacle económica que azota a nuestro país, el romance de la princesa argentina está a años luz de nuestra situación cotidiana. Entre casi 40 millones de argentinos, sólo un centenar de invitados oficiales se preocupan porque el protocolo les impide vestirse de negro - uniforme de fiesta habitual de las porteñas- y porque el sombrero de rigor les va a aplastar el brushing.

En otro momento más próspero hubiéramos preparado nuestras videocaseteras para no perdernos un instante de la boda. Ahora preparamos la tele para grabar el discurso de Remes Lenicov.

El único programa que anunció la televisación de la boda en diferido es el mismo que hace pocos días realizó una entrevista de mal gusto a una enorme gorda desnuda que hace strip- tease en clubes nocturnos de mala muerte.

Con las ganas que hubieran tenido los medios locales de cubrir desde allí los preparativos de la boda, no hubo periodistas enviados porque no hay medios que puedan pagar viáticos en dólares de cotización flotante. Más bien sucede lo contrario: los paparazzi extranjeros que en otro momento se hubieran fracturado un brazo por obtener la mejor toma del altar real, ahora vienen a la Argentina para fotografiar las manifestaciones en Plaza de Mayo.

Desesperados por sobrevivir el maldito corralito que nos confiscó el futuro, no podemos siquiera disfrutar la boda  de ensueño de una argentina con un príncipe de verdad en un país de cuento de hadas, con canales repletos de cisnes, tulipanes, chocolates, molinos de viento, cortinas de encaje y zuequitos de porcelana. 

Nos conmovimos con el casamiento de Lady Di, de Sarah Ferguson, de las Infantas Elena  y Cristina de Borbón, imaginando haber podido ver pasar la carroza tirada por briosos corceles, pensando cómo sería estar adentro del carruaje, envuelta en tules que no pesan, zapatos que no aprietan y corsés que no pinchan, junto a nuestro Gran Amor, que – vaya casualidad -además, es un príncipe heredero a la corona. El tañir de las campanas y las palomas volando mientras los súbditos arrojan pétalos de flores es algo tan lindo de ver, que hasta capaz que le perdonamos a la princesa protagonista que la boda sea de ella y no una misma.

Pero esta vez, nos parece que todo eso sucede en otro planeta.

El “timing” de Máxima para casarse no podía haber sido peor.

Quisiéramos que ella pudiera decir: “ No puedo festejar mi boda ahora, cuando mi país está quebrado”. Pero bueno, pongámonos en su lugar: no se encuentra un Príncipe Azul todos los días, y menos uno dispuesto a aplazar una boda hasta que el país de su amada salga del default.

La historia de Máxima nos sirve para hacer una flexibilización de nuestros sueños: hasta lo más imposible puede hacerse realidad, según con quién te pongas a bailar flamenco en una noche de  juerga en Sevilla. Lástima que no coincida, además, con la máxima flexibilización financiera para que, aliviados, podamos brindar por la suerte de esa argentina casi extraterrestre...aunque sea en diferido.


EL EXILIO ECONÓMICO: ¿VALE LA PENA IRSE DEL PAÍS? LOS ARGENTINOS NUNCA SE VAN DEL TODO

“La Argentina es el mejor país del mundo: no hay guerras y no tengo que vivir casi todo el año con los pies congelados por la nieve”, decía mi abuelo chescoslovaco, orgulloso de haber elegido a estas tierras como su nuevo hogar.

Este país siempre simbolizó prosperidad para millones de personas que vinieron en los barcos, desgarrando sus vidas en un antes y un después de llegar aquí. Todos ellos dejaron de lado la nostalgia por la tierra natal para intentar un futuro mejor en este destino sureño. Para ninguno de ellos fue fácil adaptarse a un puerto enlodado como era la Buenos Aires de los años ´20, de costumbres extrañas e idioma desconocido. Pero una vez que tuvieron hijos y nietos argentinos, supieron que esta era, en efecto, la tierra prometida de paz, futuro y justicia.

Poco más de una generación después de esta llegada masiva de inmigrantes, los nietos de estos nuevos argentinos repiten la historia de los abuelos, pero a la inversa: vuelven a subir a barcos y aviones para buscar un futuro mejor en otras tierras.

La Argentina sufrió varias emigraciones importantes en los años ´30, ´43, ´45, ´66, ´73 y otra en el ´76, mostrando a la Argentina como un país más expulsivo que acogedor.

Los ´70 fueron los años del exilio político motivado por la ferocidad de la dictadura: el que no se iba para salvar su vida, era un desaparecido más.

Los 80´ fueron los años del exilio intelectual: se produjo una fuga de cerebros, en la que argentinos más destacados en la cultura y las ciencias encontraron que si no buscaban un país que valorara sus conocimientos, sus carreras agonizaban.

En los 2000 se produce un exilio económico: los argentinos emigran para conseguir algo tan elemental como un trabajo cualquiera que les permita vivir con dignidad.

Todos los exiliados anteriores se fueron absolutamente decididos a dar un salto al vacío, sabiendo que irse era lo único que podían hacer. Los de ésta última camada, en cambio, no se van tan convencidos. Ya son tercera o cuarta generación de argentinos: irse les cuesta mucho más. El desgarro es más duro. Pero para los jóvenes que crecieron escuchando los lamentos paternos por un país que no avanza, tampoco hay alternativas.

 Conocí argentinos desparramados por todo el mundo. Muchos se adaptaron bien, pero la nostalgia los carcome. En Australia hasta tienen su diario propio.

Ernesto está en Miami hace cuatro años. Es técnico electrónico pero trabaja como camarero en un bar. Casi no habla inglés, porque su vida transcurre en una especie de ghetto argentino que festeja con fervor los 25 de Mayo y los Boca- River. Él,que amaba el rock americano, ahí sólo escucha folklore en guitarreadas donde todos mueren por una empanada casera. Como argentino, tampoco se identifica con el rótulo de “ hispanics” con que allí se engloba a los latinoamericanos.

Pedro volvió espantado de Canadá , un país donde el sol desaparece durante tres meses de noche eterna. Sabe que ahí tenía más futuro, pero ese clima lo deprimía.

Oscar pasó de la euforia del segundo año en España a sentirse un sudaca más. “Elegí a España porque se habla mi idioma. Pero hace dos años que no me río, porque no me entienden los chistes. Tenemos códigos distintos.”

Malena está en París desde hace tres años. Estudia arte en la Universidad de la Sorbona, lugar que detesta “ porque no estimula el pensamiento, te dan todo predigerido y el aburrimiento es atroz”. Lo poco que gana en una galería de arte le alcanza para pagar un departamento compartido por tunecinos que se pelean a los gritos en árabe y donde no tiene privacidad. Cada tanto vuelve a Buenos Aires a “cargar las pilas” y a hacer terapia para aliviar el conflicto de sentir que “no soy de aquí ni soy de allá”.

Diego vive en Alemania: en el país de la cerveza toma mate, se junta con colombianos para escuchar salsa, merengue y tango. No planea volver, pero chatea sólo con argentinas.

Alejandro encontró trabajo al norte de Italia, pero volvió porque no quiso que sus hijos fueran al Jardín de Infantes pisando jeringas y agujas que dejan los junkies por la calle. Isabel volvió de Estados Unidos, harta de ver adolescentes tan alcohólicos como sus padres: “ Para estar mal y lejos, prefiero estar mal, pero en mi país”.

“El retorno es imprescindible si uno quiere seguir siendo uno.” , dice Horacio Salas.” Porque, además, los argentinos somos muy malos inmigrantes, somos demasiados nostálgicos”.Marilú Marini me contó en una entrevista que Cortázar estaba obsesionado recolectando expresiones argentinas en París: “ Siempre quería saber cómo se hablaba en ese momento en Buenos Aires, no quería perder la jerga porteña”. Cada uno vive el exilio a su modo, que nunca es fácil. Porque los argentinos nunca se van del todo. 

 El libro “Por qué se fueron“ (Emecé, 1995), recoge las entrevistas que tres periodistas hicieron a 37 argentinos triunfadores en el exterior . Todos reconocen que nunca hubieran llegado al actual nivel de vida si no hubieran salido del país. La mayoría de ellos, mucho más que haberse ido, lamentan no haber podido volver. Héctor Tizón opina que en el exterior la gran dificultad reside en que “hay que explicarlo todo, porque no hay referencias pasadas comunes. Entonces uno termina retrayéndose, con la consiguiente soledad.” El filósofo Mario Bunge afirma que cerca de dos millones de argentinos se fueron debido a la inestabilidad y la incertidumbre “Tanto el científico como el comerciante no pueden trabajar en un clima de inseguridad en que no sabe si el día de mañana va a quedar desocupado o lo van a matar”.

Los nuevos exiliados sienten que si pudieran llevarse consigo a todos los seres queridos, no les quedarían motivos para volver a lo que Enrique Pinti define como un “país-hotel”...” donde parece que todos están de paso...y encima se roban las toallas y los jaboncitos.”

La historia se cierra en un círculo tan perfecto como una serpiente que se come la cola: los nietos están volviendo al lugar de origen de los abuelos, o a sitios aún más lejanos. Los que se van no lo deciden triunfantes, sino con un tono de derrota, dándose por vencidos. Después de todo, irse de este país equivale a pensar que el abuelo se equivocó al abordar el barco que viajaba a Buenos Aires en lugar del que iba a Santos o Nueva York. Pero así como nuestros abuelos abandonaron a su patria, buscando un lugar donde ser más felices, seguramente hubieran querido que nosotros hiciéramos lo mismo si el lugar elegido no resultó el adecuado. Tampoco es bueno solazarse en una vocación de perdedores, en un país que– como decía Jacobo Timerman- se destruye sin que nadie lo pueda parar.

Los que mejor se adaptaron a un nuevo país, cerraron la cortina del regreso posible, no miran para atrás: comen lo que hay y hablan la lengua local. Sus hijos no quieren ni oír hablar de la Argentina, así como nosotros le decíamos a nuestros abuelos: “¿Cuarenta años acá y todavía te comés las eses, nona?”

Los más nostálgicos se fueron como quien se desangra, como dijo Güiraldes. Bautizan a sus hijos con nombres mapuches y tangueros y pagan ocho dólares por un pote de dulce de leche y quince por un kilo de yerba .

Aplaudo a los primeros, que pudieron comenzar de nuevo en una patria nueva, más acogedora y hospitalaria.

Comprendo a los segundos, que saben que un regreso equivaldría a una reinserción más dura aún. Muchos más quisieran imitar a los valientes que se van con tantos miedos como esperanzas... pero ni pueden soñar con hacerlo. No tienen ni plata para pagar un pasaje...a la embajada.

Conocer a tantos exiliados me permitió saber que yo misma no lograría vivir en un país donde tenga que explicar cada broma y juego de palabras, donde no encuentre códigos comunes y miradas cómplices, donde no exista una reunión sin borracheras y donde cada chacarera me produzca escalofríos de emoción. No soy patriota: sólo sé que aunque ningún lugar es perfecto, el beduino extraña su desierto natal y el esquimal añora la tundra helada. Uno no está en ninguna parte tan cómodo como donde nació. Y al fin y al cabo, adonde una vaya, carga consigo misma. Aunque vivamos en un “país- Tren Fantasma” que nos dá un susto tras otro, acá tenemos algunas cosas que hacen que valga la pena quedarse: el abuso de las drogas y alcohol aún no están socialmente aceptados, y tampoco impera la xenofobia evidente en otros lugares. Tampoco vivo con los pies congelados por la nieve de interminables inviernos y, por mal que estemos, no suenan sirenas anunciando bombardeos.

Nuestros abuelos eligieron bien su destino. Lástima que no supimos elegir a los gobernantes.


VIÑETAS DESDE ARGENTINA


Viñetas de Maxi
Viñeta de Ana von Rebeur

[ "Pobre máxima" fue publicado en la revista argentina Para Ti, si bien su autora, Ana von Rebeur, tuvo que rehacerlo debido a su "dureza" ]   |   [ Edición: M. Barrero. Se respeta la lengua de origen. Publicada en Tebeosfera 020223 ]