El arte, en cambio,
se define por su necesidad de distinción, y por su carácter autónomo: se
trata, desde el siglo XIX, de una actividad basada en una voluntad de
relativa independencia respecto de las exigencias de fuerzas religiosas,
políticas o económicas, aún en el caso en que sean esas fuerzas las que
–en términos de mecenazgo, de encargo estatal o de mercado— le permitan
existir a los artistas. De ahí que la vanguardia, no como movimiento
histórico sino como posición en el juego del arte, sea en cierto modo el
tipo de producción más "artístico": allí donde las reglas del arte son
defendidas en su mayor pureza, donde se funda de manera más radical el
carácter de práctica diferencial de todo arte.
En tanto la
historieta se entienda como pura producción "comercial" atada a
estrategias editoriales de corto plazo –un prejuicio estadísticamente
verdadero, por cierto— la idea de una historieta de vanguardia parece
una contradicción. Hay, claro, ejemplos de esa relación, que suele ser
una relación de uso. Por un lado, de utilización de la historieta por
las artes plásticas o la teoría: en un cuadro de Lichtenstein como en un
libro de semiótica, la historieta es un objeto que circula en la
sociedad y como tal es representado o leído / decodificado. Es posible
imaginar cierto acercamiento antropológico a la historieta, a la que no
se le adjudica, por supuesto, la deliberada densidad semántica propia de
las artes.
Por el otro lado,
abundan las historietas avant garde, que, justamente, usan
mecanismos de las vanguardias históricas para tratar de colocarse, con
una estrategia que las ubica siempre desde abajo, en el mundo de las
"artes mayores". El problema con los autores de historietas de este tipo
es que parecen suponer que la vanguardia es un género y un conjunto de
prácticas (la ininteligibilidad, el montaje, el collage) y de instituciones
codificadas y predefinidas, en lugar de una posición cuyo contenido es
variable y, sobre todo, relativo al espacio específico en que sucede.
El número 1 de
The ACME Novelty Library apareció, con las primeras historietas
protagonizadas por Jimmy Corrigan, en 1993. Hasta el momento, Chris Ware
había publicado historietas (buena parte de las cuales nutrirían los
números de The ACME…) en periódicos locales de Texas y Chicago y
en dos ediciones de Raw. A partir del
año 1993, con la mayor visibilidad que le ofreció la publicación
de su revista por Fantagraphics Books, Ware se convirtió en una suerte
de estrella de esa zona más o menos indefinida de la historieta que
suele llamarse "alternativa" en los Estados Unidos. Las razones están,
literalmente, a la vista: el ACME de Ware sorprende por el diseño
cuidado hasta la extravagancia, los juegos con el tamaño de las revistas
(los 15 números aparecidos hasta la fecha miden entre 16 x 18,5 cm los
más pequeños hasta 46 x 27 cm los gigantescos "Books of Jokes", lo que
complica un poco la ordenada ubicación en bibliotecas decentes) y el
"marco" de las historietas, compuesto por largos textos que comentan las
virtudes de los productos de la empresa, objetos para recortar y armar
(un peep show panorámico, por ejemplo, que permite espiar al
patético Jimmy Corrigan sentado en su sillón), dudosas cartas de lector
y una enorme cantidad de publicidades falsas, que ofrecen productos
tales como «absurdas fantasías religiosas» por 1,98$; un curso de baile
cuyo secreto es «no pensar en su vida en los próximos diez años»; un
«nuevo papá» por 4,98$, «Miseria» (no piden dirección, «llegará algún
día») y el siniestro anuncio: «Cometa errores: tenga hijos y altere para
siempre el sabor de su vida» ilustrado con la imagen de una adolescente
embarazada, y que ofrece diversos productos que «podría haber tenido»
(desde un grado académico hasta dosis del estupefaciente preferido), con
el precio expresado en comidas de bebé. El ACME No. 10 ofrece un
completo catálogo de estas exquisiteces.
Sin embargo, no es
el "marco" el que interesa en este punto –aunque es este marco la
influencia más generalizada que parece estar produciendo Ware en otros
autores-- sino las historietas en sí: ejemplos transparentes y extremos
de lo que significa ocupar una posición de vanguardia orientada
específicamente hacia el espacio de la historieta: cada relato de Ware
es una lección acerca de los límites y las posibilidades formales del
medio (desde la construcción de sus herramientas más o menos codificadas
hasta sus límites físicos) y una discusión sobre su historia y sus
elecciones temáticas. Un inventario de los recursos de Chris Ware
muestra como estas preocupaciones constituyen su obra y pueden
imaginarse –desearse-- como alimento de una historieta futura.
En principio, Ware
opera sobre el repertorio de recursos y códigos específicos producidos
por la historieta. Hay una pretensión de recrear ese espacio de libertad
en el uso de un «lenguaje visual distintivo», propio de los
historietistas pioneros. En las páginas de ACME… Ware desarrolla
esta suerte de refundación del medio a través de una serie de prácticas,
sobre las que se muestra extraordinariamente consciente y reflexivo, de
una enorme riqueza teórica: no es casual que su obra sea una suerte de
paraíso para críticos y, es de temer, nuestro futuro lugar común.
Para empezar, es
notable su preocupación por manejar el ritmo de lectura, que relaciona
con el ritmo musical (Ware realiza una interesante analogía entre una
partitura y una página de cómic,
que entiende como una suerte de modelo visual que debe ser
reinterpretado, al modo en que se ejecuta una partitura, como un ritmo
percibido en la mente).
Así, la página se subdivide de acuerdo a manejos con el tiempo: más allá
de la curiosidad de una página de 325 viñetas en el ACME #4, la
modificación en los tamaños y disposición de las viñetas
(en particular en los capítulos que conforman el libro dedicado a Jimmy
Corrigan)
apunta en buena medida al ritmo de lectura de la página completa como
conjunto más que a las particularidades de las acciones descriptas.
Buena parte de sus estrategias apuntan a "desnaturalizar" convenciones
de la historieta, desde la opacidad de los globos de diálogo hasta la
dirección de lectura (de izquierda a derecha y de arriba abajo). Al
respecto, es inevitable citar la deslumbrante página 13 del AMCE
#1, no recogida en el libro. En el reportaje que estoy saqueando, Ware
define la dirección de lectura habitual de las historietas como una
arbitraria "respuesta aprendida basada en los mecanismos del lenguaje
impreso" (pág. 136).
Ware realiza además
una fundamental distinción relativa al dibujo, entre "drawing" y "cartooning":
el dibujo de historietas (el "cartooning") pretende la construcción de
un sistema de símbolos pensado para la narración: «Pienso que el dibujo,
o al menos el buen dibujo, es acerca tratar de ver. (…) Y los dibujos de
historieta –por la propia naturaleza del modo en que son usados como
símbolos—en buena medida no son realmente dibujos, debido a que la
información que tienen es tan rudimentaria, o conceptual.».
Ware utiliza el dibujo, en particular en el Jimmy Corrigan, como
una escritura, una articulación de signos. Valga como ejemplo la
construcción de los espacios, en particular los interiores, realizada a
partir de proyecciones axonométricas, propias del dibujo arquitectónico:
deja de lado la perspectiva ilusionista por un modo de representación
que privilegia la claridad expositiva por sobre la mímesis. Ware, que es
un enorme dibujante, propone un definitivo antídoto contra las
veleidades plásticas de la historieta.
Por otra parte, las
historietas de Ware se proponen de manera explícita como pertenecientes
a la historia del medio: no buscan hacer sistema con la plástica, la
literatura o el cine, típicos límites "hacia arriba" de la historieta.
Su sistema de citas recurre a dos tradiciones, que quizás sean las más
específicas de la historieta norteamericana: las historietas para la
prensa de las primeras décadas del siglo y los superhéroes de la década
del ’40. Así, encontramos en ACME #3 el trazo sucio a la Krazy
Kat y hasta una secuencia-homenaje de fondos cambiantes (págs. 8 y
9); el dibujo hiper preciso y las obsesiones arquitectónicas de las
historietas de Jimmy Corrigan son claramente deudores del grafismo de
Winsor McCay en Little Nemo in Slumberland (con citas ocasionales
incluidas) o George Mc Manus en Bringing Up Father y Frank King
en Gasoline Alley, releídos probablemente a través de Hergé y la
"línea clara".
La estilización es
particularmente sutil, porque lo que utiliza Ware de sus modelos, en
particular de McCay, son recursos de construcción de la página y ritmos
de narración. Ware divide la página en zonas, en que las viñetas se
unifican por su diseño, por repetición de sus contenidos o por el uso
del color, de un modo similar a la división de las páginas presente en
Little Nemo
Esta división permite una lectura muy clara de páginas muy
abigarradas en las que no es extraño contar 20 viñetas en una superficie
de menor tamaño que la página de un comic book estándar. En cuanto a la
transición entre viñetas, Ware limita el uso de los cambios de encuadre
y punto de vista, que surgen de la influencia del cine sobre la
historieta, y utiliza de manera consistente movimientos de los
personajes sobre un fondo inmóvil, un sistema que exploraron pioneros de
la historieta como A. B. Frost a Winsor McCay. Es importante notar el
modo en que la obra de Ware, y en particular el Jimmy Corrigan,
está recorrida por los modos en que el siglo XIX buscó representar el
movimiento, desde el “zootropo” para armar –que, de modo irónico,
permite observar el limitado movimiento del alter ego robótico de Jimmy
caminando con muletas—o
los caballos de Eadweard Muybridge que el abuelo de Jimmy puede ver en
la feria mundial de Chicago. Jan Baetens ha notado que: «Ware hace mucho
más que sólo recordar al lector que cada imagen es el resultado de un
proceso histórico, también muestra hasta qué punto cada nueva imagen
está en una lucha con su propio pasado, y con todo el pasado de la
narración visual. (...) Los caballos de Muybridge no son utilizados para
crear una infructuosa recomposición de un movimiento lineal, sino como
ilustración de ese anhelo imposible; están allí para mostrarnos
que,
hoy en día, una visión del movimiento tan inocente se ha perdido, y por
eso, tenemos que reconstruir diferentes visiones del tiempo».
La otra tradición
propia del cómic americano que Ware retoma y cita, se da a través del
uso del superhéroe como una oscura metáfora paterna (como padre, como
amante de la madre, como Dios); la elección gráfica del Superman de los
años ’40 como superhéroe por excelencia fija esa remisión en el momento
más puro del género.
Se trata de
aquellas tradiciones que menos comparte la historieta con otras regiones
de la producción cultural: ¿a qué literatura, a qué cine se parecen
Little Nemo in Slumberland o Krazy Kat o, incluso, el
Superman de Siegel y Shuster? Ware es explícito en este punto: «Si
se observan los cómics desde principios de siglo hasta los años 1920,
como los de Winsor McCay, George Herriman y Cliff Sterret, puede notarse
que cada uno tiene su estilo visual distintivo, pero también su lenguaje
visual distintivo (…) Luego, cuando las películas se convirtieron en el
modo predominante de entretenimiento, todo ese pensamiento fue dejado de
lado, y autores como Milton Caniff se pusieron de moda. A mi abuela le
gustaba Milton Caniff. Yo odio a Milton Caniff.»
En el mismo sentido, la utilización del formato "comic book" por Ware es
una discusión y una burla sobre la específica tradición de publicación
de historietas en EE UU, puesto que su ACME Novelty Library
quiebra toda posibilidad de "colección" mediante la radical modificación
de los formatos en cada número.
Sin embargo, ese
uso de las tradiciones no se convierte en una esclavitud por los
géneros, un juego de citas o un regodeo en la nostalgia. Por el
contrario, las historietas de Ware cuentan historias íntimas, hasta
cierto punto costumbristas, que utilizan la enorme capacidad de la
historieta para "suspender la incredulidad" (¿en qué otro medio sería
clásica una historia del holocausto protagonizada por ratones?) para
realizar desvíos inimaginables en otros sistemas de narración, como la
literatura y el cine, en que esos temas no constituyen ninguna novedad.
Los fantaseos de Jimmy Corrigan (los robots, los padres criminales,
Superman), incluidos sin indicaciones explícitas que anuncien un desvío,
desplazan y renuevan una historia más o menos convencional de
reencuentro con un padre ausente.
Lo que me interesa
subrayar es la necesidad de estrategias como la de Ware para la
subsistencia y el crecimiento de la historieta como medio. La historieta
ya no es, difícilmente podrá volver a
ser, un "medio de masas": los relatos masivos se consumen a través del
cine, de la televisión, de algunas zonas específicas de la literatura.
Si algún lugar puede existir para hacer historietas, para aprovechar las
posibilidades inexploradas de contar historias combinando palabras con
dibujitos en secuencia, ese lugar difícilmente se construya desde la
esclavitud a géneros y fórmulas que alguna vez (¿hace 60, 40, 30 años?)
fueron exitosos, o desde la imitación, siempre un tanto patética, de las
fórmulas hoy triunfantes en los verdaderos medios de masas. Si algún
lugar queda para la historieta, ese lugar está en la orgullosa
intromisión del medio entre esas prácticas antiguas y prestigiosas que
se llaman, todavía, arte. Lo que no implica, y esta es la segunda parte
de mi argumento, imitar otras fórmulas y otros géneros más refinados
mediante la utilización de un dibujo apuntado a sus cualidades plásticas
o, peor, mediante epígrafes más o menos adecuados de la obra de
Shakespeare que estaba más a la mano. (Dicho sea de paso: ¿cómo NO
encontrar una cita de Shakespeare adecuada para cualquier cosa). Por el
contrario, es central que la historieta asuma una actitud de
independencia y autonomía a partir de los recursos propios del medio
tanto como desde sus condiciones de producción:
no es un dato menor
que Ware haya comenzado a realizar el Jimmy Corrigan en 1993
mientras que la publicación final como libro sea en el año 2000: un año
más de lo que tardó en escribirse Madame Bovary. Hay un tiempo de
la producción que no es el de la dead line o la producción en
serie. Esa es una actitud artística y es, claro, lo que me parece
ejemplar en las historietas de Chris Ware: hacer historieta --no mala
literatura, plástica estereotipada, cine pobre-- como un modo de hacer
arte (y desde las posiciones, más "desinteresadas", más puramente
artísticas) y dejar de jugar deliberadamente "a menos". Estamos, creo,
en un gran momento, porque la apuesta no es tan alta: en términos de
lectores posibles, casi da lo mismo producir desde los formulismos
habituales que desde la experimentación más desatada. Y no se trata de
un problema de legitimidad social porque sí, sino de medir la
importancia que tiene esa legitimación, conseguida a fuerza de obras
autónomas, a la hora de asegurar un nuevo siglo de vida para la
historieta. Un nuevo siglo en que libros como Jimmy Corrigan, the
Smartest Kid on Earth no sean una excepción.
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