TEBEOSFERA \ TEBEOTECA \ AUTORES  \  DIBUJANTE 

POWELL, Bob

Buffalo, 1917 – New York, 1967

Nombre: Stanley Robery Pulowski. Firmas: S.T. Anley, Arthur Dean, Bud Ernest, Terrence MacAuley, S.R. Powell, Major Ralston, Powell Roberts, Bob Stanley, Buck Stanley

Formación: Pratt Institute of Arts (New York)

Profesión: Dibujante y guionista de historietas; ilustrador y caricaturista. Profesor de Arte en el Pratt Institute

Otras actividades: Presidente del Long Island Old Car Club

Fotografía obtenida de la red, autor desconocido

[ El maestro Eisner (izquierda) imparte instrucciones a Nick Cardy (centro) y Powell (derecha, con visera)  ]


CARRERA

TEBEOGRAFÍA

ILUSTRACIÓN

OTROS

BIBLIOGRAFÍA

GALERÍA


CARRERA PROFESIONAL


BOB POWELL: EL GENIO SIN CARA, por C.M. Federici

El estilo resultaba inconfundible. Un trazo vigoroso y dúctil a la vez; las composiciones, siempre un poco más audaces que las dibujadas por otros; los enfoques, sensiblemente más insólitos de lo habitual. Tratándose de figuras femeninas, conseguía opulentas amalgamas de Hayworth, Grable y Russell, de largas cabelleras, busto generoso y piernas bien torneadas. ¡Estimulante contraste respecto a los monstruos y trasgos que pululaban en sus páginas! Aunque, en honor a la verdad, debe reconocerse a éstos una extraña virtud: por vil o amenazador que fuese el ente de turno, se las arreglaba para retener cierta dosis de “simpatía”, que lo salvaba de integrar las filas de lo meramente repelente. Una notoria tendencia al humorismo, jamás del todo ausente en sus dibujos y, en las ocasiones en que el tema así lo requería, incluso cierto vuelo poético de la línea, conferían a la obra de Bob Powell esa inefable cualidad personal que la hizo única entre todas.

UNO DE ESOS "OLVIDADOS".

Desde que su firma comenzó a aparecer alguna que otra vez (caso excepcional en aquellos tiempos debido a sus muchos seudónimos) pronto se hizo familiar a sus lectores. En cambio, los estudiosos (que surgirían más adelante), inexplicablemente eligieron ignorarlo... Powell terminó siendo uno más de esos "Grandes Olvidados" que la injusticia humana, o algún inescrutable designio del destino, relega a una oscuridad incompatible con sus méritos.

Superada la crisis de los años sesenta, que estuvo a punto de aniquilarla, la historieta se halló de pronto convertida en foco de atención de la intelectualidad europea. Su tránsito por los augustos salones del Louvre, en 1967, le confirió respetabilidad; pero, en contrapartida, casi la precipitó a una sima aún más temible que la que terminaba de sortear. Ahora, en vez del hacha inflexible de la Censura, amenazaba el frío escalpelo del Análisis Estético, fosilizante por antonomasia. No obstante, el cómic —sustentado, por lo visto, en raíces más vigorosas de lo que hubiese podido sospecharse— logró evadirse del perpetuo estatismo de la galerie para retornar, quién sabe cómo, reverdecido, a la dinámica de las prensas.

Al promediar los setenta se insinuaba ya el "coleccionismo", que habría de imponerse en las dos décadas posteriores. Este fenómeno proveería a la industria de una base financiera menos endeble. Carecía de importancia el hecho de que la mayoría de las veces se compraran las revistas por mero afán especulativo, en vez de placer estético; lo positivo fue que las ventas se incrementaron. Comenzó, asimismo, a resultar rentable la edición de lujosos volúmenes relativos al tema, de preferencia profusamente ilustrados. El género mutaba, adaptándose.

Pero, por entonces, Powell ya había fallecido. Para la generalidad de sus admiradores del Cono Sur y de España, carecía de rostro, por no conocerse ninguna fotografía suya.

LOS PRIMEROS DATOS.

Desde luego figura en la Encyclopedia of American Comics de Ron Goulart (de 1990), aunque sin fotos, un párrafo dedicado al Olvidado. Allí se consigna una dudosa fecha de nacimiento (1917?) y otra que marca el lamentable deceso: 1967. Y, además, una revelación: "Bob Powell" fue el nombre adoptado por Stanley Pulowsky (de ascendencia polaca y oriundo de Buffalo, estado de Nueva York) con el comprensible propósito de evitarse escollos en la carrera profesional que tenía proyectado desarrollar en Manhattan, meca del cómic, donde se trasladó a fines de los años treinta.

Dibujante tan rápido como emprendedor, sus cualidades lo convirtieron muy pronto en uno de los artistas más requeridos del medio. Llegó a incursionar virtualmente en todos los géneros que abarcaba su especialidad y demostró ser muy prolífico manteniendo una gran calidad, como demuestra el listado de su obra.

Durante los últimos años de la década de los treinta, Powell integró el equipo profesional del legendario creador de The Spirit, Will Eisner, una de las figuras consulares del cómic de todos los tiempos. Medró en aquel estudio, de Eisner / Iger, entre 1938 y 1939, definiendo su estilo y llegando a cosechar fama por su dibujo de las chicas, hermosas, sugerentes y aventureras. Eisner expresó en reiteradas oportunidades su admiración ante el talento de Powell, a quien puso a prueba con una amplia galería de personajes (Mr. Fung, Landor, Gale Allen, Sheena), siempre magistralmente interpretados por el joven artista. Sin embargo, dado que en el ambiente solían utilizarse rimbombantes noms de plume, prevalecía siempre una suerte de anonimato general, por entonces típico de la industria. Pero no costaba demasiado reconocer la línea de Powell, quien por otra parte descollaba también como guionista, de manera que en su caso se operaba una sinergia más eficaz que la resultante de los trabajos compartidos.

Cansado de los bajos salarios que Eisner le pagaba, y también de que su nombre no fuese reconocido en las obras de sindicación en las que se afanaba (otras fuentes citan que tenía un carácter orgulloso y acaparador, insoportable, en suma), a comienzos de la década de los cuarenta decidió independizarse. En 1943 se alistó para pilotar aviones, algo que le apasionaba, y participó como instructor de aviadores durante la Segunda Guerra Mundial, lo cual le libró de ir a la primera línea de batalla.

En 1945 volvió a empuñar el lápiz y fundó su propio estudio, el Powell Shop, donde trabajó durante toda la década de los años cuarenta y en los primeros años cincuenta elaborando gran cantidad de páginas de cómics de crimen, terror, publicaciones satíricas y revistas para hombres, e incluso cómics educativos (como Treasure Chest) y religiosos (la vida del Papa Pío XII). Su asociación con Harvey Brothers (editores de Harvey Publications) duró 15 años y fue muy fructífera, con trabajos para Hillman, Fawcett, Atlas, Street & Smith y Harvey. De esta época datan sus mejores páginas de Black Cat (que argumentalmente era del estilo de los relatos sardónicos que se escuchaban los programas radiofónicos como The Whistler o Suspense, historias narradas por una suerte de anfitrión sombrío denominado Fate) y de Blonde Bomber, con todas aquellas chicas de cintura de avispa y pecho neumático que emulaban los encantos de las cinematográfica Hayworth, Grable y Russell.

RETRATO DE UN COLEGA.

Joe Simon, otro de los pilares del género durante la legendaria Golden Age, evocó así la personalidad de Bob Powell, a través del prisma de una afectuosa visión de amigo y colega: «En una profesión llena de gente excéntrica, Bob era un modelo de disciplina. Comenzaba su labor, sin falta, a las seis de 1a mañana, y finalizaba 1a jornada, indefectiblemente, a las dieciséis en punto. Se negaba a trabajar de madrugada (como lo hacíamos la mayoría) o en domingos y feriados, por principio...»

En días laborables, Powell se encerraba con sus asistentes en el estudio, a piedra y lodo, y no había quien lo sacara de allí antes de las cuatro de la tarde. Disponía, incluso, de un interfono por medio del cual se comunicaba con el exterior sin necesidad de interrumpir su trabajo. Sus ganancias fueron considerables; su tren de vida, casi fastuoso.

LOS AÑOS DIFICILES.

A fines de los años cincuenta se hizo evidente que la historieta ya no se vendía como en sus mejores tiempos. Powell inició entonces un negocio de “displays” para convenciones y exposiciones. Pero, a pesar de su profesionalismo y de la originalidad de los diseños, sencillamente no existía la suficiente demanda de trabajo como para permitirle continuar con el estilo de vida a que los emolumentos producidos por el cómic le tenían acostumbrado.

En aquellos años difíciles —también los últimos de su vida—, Bob Powell resintió amargamente el colapso de tantas otrora poderosas editoriales, principal fuente de sus ingresos. Trabajó en arte comercial, aunque le resultó penoso adaptarse al estilo más “naturalista” que la especialidad exigía. «Por fin me las arreglé para dibujar como se me pedía —reconoció cierta vez—; y conseguí hacerme de un buen pasar..., pero, ¡oh!, vaya si me acuerdo de aquellos tiempos de brega en que los directores de arte de las agencias publicitarias decían: "Muy bonito,... sí, muy bonito, señor Powell, pero... usted fue historietista, ¿no es verdad?»

Desde mediados de los sesenta, dibujó algunas aventuras de superhéroes como La Masa, La Antorcha Humana, etcétera, para el por entonces naciente Universo Marvel de Stan Lee.

Correspondió a su colega Will Eisner el proporcionar el remate, en carta personal a quien escribe, con fecha 18 de agosto de 1988: «...Bob Powell murió efectivamente hace algunos años..., de cáncer, según me dicen. Una gran pérdida..., era un excelente profesional...»

COLOFÓN.

La ficha del artista queda, pues, casi completa, aunque su aspecto físico continúa sumido en el misterio. Will Eisner, Joe Simon, Bob Kane y tantos otros (mencionados aquí o mundialmente conocidos por su obra) vieron su retrato difundido. De Powell, en cambio, no hay apenas nada disponible, al parecer. Quizás existan fotos..., viejas instantáneas amarillentas, cuya imagen va diluyéndose bajo el esmeril del tiempo. Pero posiblemente no correspondan a Bob Powell, sino a aquel Stanley Pulowski, de Buffalo, Nueva York, que soñó con el éxito, gustó luego sus mieles bajo una identidad inventada y se desvaneció por fin, víctima del  inexorable fluir de la existencia.

Mejor así, quizás, para que la fantasía del aficionado esté en libertad de forjarse una imagen a su capricho, criatura de los sueños de otros tiempos menos cínicos, inspirada por una obra singular, irrepetible y tan reacia a la clasificación del erudito como al olvido de su legión de incondicionales.


[ ir a la siguiente página ]


 [ Ficha: C.M. Federici, para Tebeosfera 020831 ]  [ Este texto fue escrito para la publicación uruguaya Balazo, pero el número al que iba destinado no fue editado ]