BOB POWELL: EL GENIO SIN CARA,
por C.M. Federici
El
estilo resultaba inconfundible. Un trazo vigoroso y dúctil a la vez;
las composiciones, siempre un poco más audaces que las dibujadas por
otros; los enfoques, sensiblemente más insólitos de lo habitual.
Tratándose de figuras femeninas, conseguía opulentas amalgamas de
Hayworth, Grable y Russell, de largas cabelleras, busto generoso y
piernas bien torneadas. ¡Estimulante contraste respecto a los
monstruos y trasgos que pululaban en sus páginas! Aunque, en honor a
la verdad, debe reconocerse a éstos una extraña virtud: por vil o
amenazador que fuese el ente de turno, se las arreglaba para retener
cierta dosis de “simpatía”, que lo salvaba de integrar las filas de
lo meramente repelente. Una
notoria tendencia al humorismo, jamás del todo ausente en sus
dibujos y, en las ocasiones en que el tema así lo requería, incluso
cierto vuelo poético de la línea, conferían a la obra de Bob Powell
esa inefable cualidad personal que la hizo única entre todas.
UNO
DE ESOS "OLVIDADOS".
Desde que su firma comenzó a aparecer alguna que otra vez (caso
excepcional en aquellos tiempos debido a sus muchos seudónimos)
pronto se hizo familiar a sus lectores. En cambio, los estudiosos (que surgirían más adelante),
inexplicablemente eligieron ignorarlo... Powell terminó siendo uno
más de esos "Grandes Olvidados" que la injusticia humana, o algún
inescrutable designio del destino, relega a una oscuridad
incompatible con sus méritos.
Superada la crisis de los años sesenta, que estuvo a punto de
aniquilarla, la historieta se halló de pronto convertida en
foco de atención de la intelectualidad europea. Su tránsito por los
augustos salones del Louvre, en 1967, le confirió respetabilidad;
pero, en contrapartida, casi la precipitó a una sima aún más temible
que la que terminaba de sortear. Ahora, en vez del hacha inflexible
de la Censura, amenazaba el frío escalpelo del Análisis Estético,
fosilizante por antonomasia. No obstante, el cómic —sustentado, por
lo visto, en raíces más vigorosas de lo que hubiese podido
sospecharse— logró evadirse del perpetuo estatismo de la galerie
para retornar, quién sabe cómo, reverdecido, a la dinámica de las
prensas.
Al
promediar los setenta se insinuaba ya el "coleccionismo", que habría
de imponerse en las dos décadas posteriores. Este fenómeno proveería
a la industria de una base financiera menos endeble. Carecía de
importancia el hecho de que la mayoría de las veces se compraran las
revistas por mero afán especulativo, en vez de placer estético; lo
positivo fue que las ventas se incrementaron.
Comenzó, asimismo, a resultar rentable la edición de lujosos
volúmenes relativos al tema, de preferencia profusamente ilustrados.
El género mutaba, adaptándose.
Pero, por entonces, Powell ya había fallecido. Para la generalidad
de sus admiradores del Cono Sur y de España, carecía de rostro, por no conocerse
ninguna fotografía suya.
LOS
PRIMEROS DATOS.
Desde luego figura en
la Encyclopedia of American Comics de Ron Goulart (de 1990), aunque sin fotos, un párrafo dedicado al Olvidado.
Allí se consigna una dudosa fecha de nacimiento (1917?) y otra que
marca el lamentable deceso: 1967. Y, además, una revelación: "Bob
Powell" fue el nombre adoptado por Stanley Pulowsky (de
ascendencia polaca y oriundo de Buffalo, estado de Nueva York) con el comprensible propósito de
evitarse escollos en la carrera profesional que tenía proyectado
desarrollar en Manhattan, meca del cómic, donde se trasladó a fines
de los años treinta.
Dibujante tan rápido como emprendedor, sus cualidades lo
convirtieron muy pronto en uno de los artistas más requeridos del
medio. Llegó a incursionar virtualmente en todos los géneros que
abarcaba su especialidad y demostró ser muy prolífico manteniendo
una gran calidad, como demuestra el
listado de su obra.
Durante los últimos años de la década de los treinta,
Powell integró el
equipo profesional del legendario creador de The Spirit, Will
Eisner, una de las figuras consulares del cómic de todos los
tiempos.
Medró en aquel estudio, de Eisner / Iger, entre 1938 y 1939,
definiendo su estilo y llegando a cosechar fama por su dibujo de las
chicas, hermosas, sugerentes y aventureras. Eisner expresó en reiteradas oportunidades su admiración
ante el talento de Powell, a quien puso a prueba con una amplia
galería de personajes
(Mr. Fung, Landor, Gale Allen, Sheena), siempre magistralmente interpretados por el
joven artista. Sin embargo, dado que en el ambiente solían
utilizarse rimbombantes noms de plume, prevalecía siempre una
suerte de anonimato general, por entonces típico de la industria.
Pero no costaba demasiado reconocer la línea de Powell, quien por
otra parte descollaba también como guionista, de manera que en su
caso se operaba una sinergia más eficaz que la resultante de los
trabajos compartidos.
Cansado de los bajos salarios que Eisner le pagaba, y también de que
su nombre no fuese reconocido en las obras de sindicación en las que
se afanaba (otras fuentes citan que tenía un carácter orgulloso y
acaparador, insoportable, en suma), a comienzos de la década de los
cuarenta decidió independizarse. En 1943 se alistó para pilotar
aviones, algo que le apasionaba, y participó como instructor de
aviadores durante la Segunda Guerra Mundial, lo cual le libró de ir
a la primera línea de batalla.
En 1945 volvió a empuñar el lápiz
y fundó su propio estudio, el Powell Shop, donde trabajó durante
toda la década de los años cuarenta y en los primeros años cincuenta
elaborando
gran cantidad de páginas de cómics de crimen, terror, publicaciones
satíricas y revistas para hombres, e incluso cómics educativos (como
Treasure Chest) y religiosos (la vida del Papa Pío XII).
Su asociación con Harvey Brothers (editores de Harvey Publications)
duró 15 años y fue muy fructífera, con trabajos para
Hillman, Fawcett, Atlas, Street & Smith y
Harvey.
De esta época datan sus mejores páginas de Black Cat (que
argumentalmente era del estilo de los relatos sardónicos que se
escuchaban los programas radiofónicos como The Whistler o
Suspense, historias narradas por una suerte de anfitrión sombrío
denominado Fate)
y de Blonde Bomber, con todas aquellas chicas de cintura de avispa y
pecho neumático que emulaban los encantos de las cinematográfica
Hayworth, Grable y Russell.
RETRATO DE UN COLEGA.
Joe
Simon, otro de los pilares del género durante la legendaria
Golden Age, evocó así la personalidad de Bob Powell, a través
del prisma de una afectuosa visión de amigo y colega: «En una
profesión llena de gente excéntrica, Bob era un modelo de
disciplina. Comenzaba su labor, sin falta, a las seis de 1a mañana,
y finalizaba 1a jornada, indefectiblemente, a las dieciséis en
punto. Se negaba a trabajar de madrugada (como lo hacíamos la
mayoría) o en domingos y feriados, por principio...»
En
días laborables, Powell se encerraba con sus asistentes en el
estudio, a piedra y lodo, y no había quien lo sacara de allí antes
de las cuatro de la tarde. Disponía, incluso, de un interfono por
medio del cual se comunicaba con el exterior sin necesidad de
interrumpir su trabajo. Sus ganancias fueron considerables; su tren
de vida, casi fastuoso.
LOS
AÑOS DIFICILES.
A
fines de los años cincuenta se hizo evidente que la historieta ya no
se vendía como en sus mejores tiempos. Powell inició entonces un
negocio de “displays” para convenciones y exposiciones. Pero, a
pesar de su profesionalismo y de la originalidad de los diseños,
sencillamente no existía la suficiente demanda de trabajo como para
permitirle continuar con el estilo de vida a que los emolumentos
producidos por el cómic le tenían acostumbrado.
En
aquellos años difíciles —también los últimos de su vida—, Bob Powell
resintió amargamente el colapso de tantas otrora poderosas
editoriales, principal fuente de sus ingresos. Trabajó en arte
comercial, aunque le resultó penoso adaptarse al estilo más
“naturalista” que la especialidad exigía. «Por fin me las arreglé
para dibujar como se me pedía —reconoció cierta vez—; y conseguí
hacerme de un buen pasar..., pero, ¡oh!, vaya si me acuerdo de
aquellos tiempos de brega en que los directores de arte de las
agencias publicitarias decían: "Muy bonito,... sí, muy bonito, señor
Powell, pero... usted fue historietista, ¿no es verdad?»
Desde mediados de los sesenta, dibujó algunas aventuras de
superhéroes como La Masa, La Antorcha Humana, etcétera, para el por
entonces naciente Universo Marvel de Stan Lee.
Correspondió a su colega Will Eisner el proporcionar el remate, en
carta personal a quien escribe, con fecha 18 de agosto de 1988: «...Bob
Powell murió efectivamente hace algunos años..., de cáncer, según me
dicen. Una gran pérdida..., era un excelente profesional...»
COLOFÓN.
La ficha del artista queda, pues, casi completa, aunque su
aspecto físico continúa sumido en el misterio. Will
Eisner, Joe Simon, Bob Kane y tantos otros (mencionados aquí o
mundialmente conocidos por su obra) vieron su retrato difundido. De Powell, en cambio, no hay
apenas nada
disponible, al parecer. Quizás existan fotos..., viejas instantáneas
amarillentas, cuya imagen va diluyéndose bajo el esmeril del tiempo.
Pero posiblemente no correspondan a Bob Powell, sino a aquel Stanley
Pulowski, de Buffalo, Nueva York, que soñó con el éxito, gustó luego
sus mieles bajo una identidad inventada y se desvaneció por fin,
víctima del inexorable fluir de la existencia.
Mejor así, quizás, para que la fantasía del aficionado esté en
libertad de forjarse una imagen a su capricho, criatura de los
sueños de otros tiempos menos cínicos, inspirada por una obra
singular, irrepetible y tan reacia a la clasificación del erudito
como al olvido de su legión de incondicionales. |