SUPERMAN, DE BUSIEK Y PACHECO
MANUEL BARRERO

Resumen / Abstract:
Reseña del arco argumental de Superman conocido como 'La caída de Camelot', por Kurt Busiek y Carlos Pacheco. / Review of Superman's story arc known as 'Camelot Falls', by Kurt Busiek and Carlos Pacheco.

SUPERMAN, DE BUSIEK Y PACHECO

El Hombre de Acero siempre se ha sostenido solo. Nació ya moldeado, monolítico, y quizá haya sido el superhéroe más puro e inmutable, experimentando pocos cambios en su origen, evolución, capacidades y motivaciones. Por eso sigue siendo el epítome del género nacido en 1938, entre guerras, quizá porque su principal característica no es llevar un pijama apretado, la capa, la máscara o el superpoder, sino exhibir un altruismo a ultranza.

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Un Superman más sujeto al mundo y, al mismo tiempo, igualmente majestuoso.
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La construcción de un personaje fantástico como el superhéroe responde a unas reglas muy concretas, que en el momento de su creación quedaron ligadas a las exigencias de un tiempo convulso. Fue entonces cuando comenzamos a confiar el pensamiento a la ficción y no a la realidad (Blanchot lo dijo, Derrida le defendió, y hasta aquí hemos llegado). Este pensamiento “hacia afuera” que pronosticaron los fundadores de la posmodernidad obtiene su reflejo en el superhéroe genuino, porque quien se constituye en héroe generalmente llega desde el exterior, como un extraño a la normalidad (un rechazado, un marginado, un forastero, un misántropo, un alienígena). Superman también llegó del Afuera, de ahí que resultase tan sorprendente su irrevocable decisión de defender el bienestar de la humanidad, algo que en principio le era totalmente ajeno, como también deberían serlo los sentimientos, incluido el amor.

Pero, claro, la ficción es un campo privilegiado, y a Superman lo creamos nosotros. Hicimos a Dios y por lo tanto tenemos el privilegio de interpretar las experiencias de Dios, de anticiparnos a sus milagros, parafraseando a Wilde. Superman fue policía volante ante la lacra del crimen organizado, soldado obediente durante la gran guerra, esclavo doméstico e ímprobo novio durante la reconstrucción de los Estados en los cincuenta, un perplejo defensor de la integridad del planeta durante la guerra fría, un hombre con corazón y lágrimas en los setenta y ochenta, y el punching ball perfecto para ejercitar en el género de los superhéroes el deconstructivismo y las vueltas de tuerca de la llamada continuidad retroactiva. Pocos han sido tan vapuleados como este Dios, a quien quisieron ver antes muerto que sencillo.

Superman sobrevive, naturalmente, y será el último superhéroe en morir. Perecerá, posiblemente, pero lo hará con ese mismo maxilar apretado, con la caja torácica hinchada y con el rostro severo pero juvenil. Es un ser todopoderoso que, por alguna razón ignota, quiso llevar un hombre dentro. No nos representa, nos condensa. Y también condensa los valores esenciales que apreciamos en toda ficción heroica, de los cuales el más importante es la salud juvenil. Más allá de las páginas de cómic, más allá de la continuidad argumental en los universos superheroicos, traspasando su dimensión mediática, los héroes de papel siguen poseyendo el superpoder más anhelado por el hombre: la imberbe inmortalidad.

Busiek

En esto que llegó Busiek. Kurt Busiek fue fan antes que guionista, muy fan. Se aferraba obstinadamente a la realidad rígidamente construida mediante la ficción en la que vivían los superhéroes. Recordemos aquella obcecación que tuvo por considerar a Jean Grey como un títere de Fénix, que al final logró que se impusiera. Anidaba en él, como aficionado y luego como creador de historias de superhéroes, un deseo por imbricarlos en la realidad, o al menos en un plano menos irreal o distanciado del que habían vivido estos seres de tinta y cuatricromía durante décadas. Tras dejar eso bien claro en Marvels, sus siguientes pasos como guionista fueron perfilando su objetivo de conceder mayor verosimilitud a los grandes mitos superheroicos. El mundo de ficción en el que evolucionaban se había transformado porque el mundo que habitaba el lector también se había vuelto más complejo y amplio.

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 Aparición de Arion. Otro de los "testigos" de Busiek, personajes desde los que otear el mundo superheroico.
De ahí que no debamos considerar a este guionista como un entusiasta del back to basics, antes que eso es un guionista comprometido con la esencia del héroe (lo ha demostrado con Aquaman, Justice League, Conan y otros), pero no por querer volver a colocar al superhombre en su pedestal del pasado, sino por el deseo de devolverle su derecho a comprender un modelo de actuación ejemplar. Que un ser superior permita al hombre apreciar la justicia es mucho más importante para Busiek que justificar en el lector el anhelo por la venganza.

En 2004, Busiek tomó al personaje en aquella serie fuera de lo canónico, Secret Identity, para poner al día la idea de “¿qué implica ser superpoderoso?”. No se trataba de recuperar a Superboy, ese pasado “molesto” de Superman para algunos, se trataba de reconocer el sentimiento de maravilla que anida en el descubrimiento de un poder especial, de un potencial para ayudar… o para destruir. En 2006 escribió los guiones de la serie canónica Superman, y ahí volvía a explorar el alcance de la capacidad de Superman, su imposibilidad para ser ubicuo y resolver todos los problemas, así como la sorprendente revelación (por parte de Arion) de que el ejercicio de su poder podría colapsar la Tierra y aniquilar a la humanidad.

De su paso por estos comic books nos queda el refrendo de que Busiek es un guionista enamorado de los superhéroes, para los que ha sabido construir buenos argumentos sin causarles demasiados trastornos. Aunque las heridas que él inflige son más dolorosas a la larga.

Pacheco

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Pacheco dibuja para los superhéroes un mundo verosímil, con gente "de verdad". 
Si algo ha beneficiado a Busiek enormemente ha sido Pacheco. La interpretación de las ficciones imaginadas por Kurt han sido excepcionalmente reconstruidas por Carlos, el inconformista Carlos.

Carlos Pacheco, cuando le vemos, es un tipo enérgico y hablador, presumido y bromista, que parece que se ha mantenido en una posición elevada de la industria del cómic gracias a ese carisma conquistador. Pero ese mismo Carlos, cuando se sienta ante la mesa de dibujo, se convierte en un severo calculador de narrativas. Un tipo muy serio que no traza líneas con el lápiz, traza posibilidades de actuación; no da forma a anatomías, establece caracteres potenciales; no diseña meros escenarios, construye universos. Es decir, Carlos Pacheco se exige un rigor enorme cuando se dispone a dibujar superhéroes. Simplemente porque no es un artesano al servicio de un género, es un creador al servicio de un medio, la historieta, cuyos recursos conoce y recorre con autoexigencia.

En lo gráfico, Pacheco se ha instalado en una corriente clásica formalista, la que partió de Foster y Raymond y avanzó por la historieta tensándose y destensándose en función de las estéticas reinantes. Kirby o Kane se hallan en el límite expresionista de esa corriente, como luego lo estuvieron Simonson o Miller, y como hoy pueden estarlo Jim Lee o Kubert hijo. Pacheco partió de aquella angulosa fórmula sobreexcitada, en la que explotaba su capacidad innata para narrar con explosiones de movimiento. Hoy se halla más calmado y ha relajado el pulso para concebir escenarios más quietos y héroes más reflexivos, aunque sin alejarse mucho de Kirby o Kane. Arrowsmith nos permitía hacer esta reflexión, que refuerza su Superman. Pacheco tomó al Hombre de Acero con respeto por lo esencial cuando lo trató por vez primera (en 2002, en JLA / JSA, un proyecto construido a su gusto), y lo mismo hizo en arco argumental de 2005 en el que compartía poder absoluto con Batman (Superman / Batman), en este caso diseñando al Hombre de Acero como un tipo masivo, de musculación hinchada y no demasiado definida, en un guiño a su formulación primera.

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 Lane, más deliciosa que nunca, más auténtica que nunca.
En el arco que dibujó Pacheco en Superman entre 2006 y 2007 (números 654 a 658, 662 a 664, 667, y annual nº 13) , conocido como “Camelot Falls”, modificó la estrategia del diseño. Busiek no pretendía mostrar a un héroe omnipotente ahora, sino a un todopoderoso falible, valga el oxímoron. El Superman que Pacheco dibujó era ahora más fino y juvenil, con toda su musculación definida, y grácil en los movimientos y en los gestos, como lo es Lois Lane, más deliciosa que nunca, o algunos secundarios como Lana Lang. El grado de sofisticación al que se accede con Pacheco no sólo se refiere a los personajes principales, también alcanza a los figurantes, a los que pasan por allí y a los escenarios que transitan. En homenaje, suponemos, al gran patrimonio ilustrado americano y a la grandeza de los grandes dibujantes de todos los tiempos, Pacheco no deja pasar una viñeta sin depositar en ella un trasfondo. No un fondo, un trasfondo. Es decir, a la muy trabajada profundidad de campo de sus viñetas, que no dejan lugar a dudas sobre dónde se halla el lector, se suman las presencias humanas que le dan sentido: los transeúntes bien caracterizados, esos personajes en primer plano que no significan nada en la trama pero lo significan todo en la viñeta. Aquí reside el magisterio de Pacheco, el dibujante de superhéroes que más personas no heroicas ha entremetido en sus viñetas, con lo cual ha logrado construir un mundo de ficción más verosímil y “humano” de lo que los guionistas podían esperar.

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Superman, en una clásica pose. 
En esta ocasión, y como es habitual en él, Pacheco contribuye a la historia con trazos de lápiz (entintados magistralmente por Merino, todo sea dicho), pero también con posiciones, escenas y tramas secuenciadas. Participa, por ejemplo, en la reflexión que hace Busiek sobre la fallida deconstrucción del superhéroe al conferir un Superman de una pieza, galante y sobrio, pese a que es derrotado episódicamente. En las primeras historias que hacen juntos Busiek y él, Kent se ve sobrepasado por las circunstancias, incapaz de cumplir, pero no deja de ser un héroe atento a toda llamada. Mejor aún es representada la postura que adopta cuando descubre que el formidable enemigo de Europa oriental, Sujeto-17, es un reflejo de sí mismo pero sin educación. Más tarde, cuando Superman se enfrenta con un terrorífico enemigo, Khyber, que viene a ser el decantado de todo el terrorismo mundial, también cae derrotado pero resurge de sus cenizas nuevamente, todopoderoso, para reinstalar la paz. Esa capacidad de ave fénix que exhibe el ser de Krypton es una reconstrucción, todo lo contrario de una deconstrucción, una reafirmación de que el héroe clásico se resiste a morir. Y Pacheco no sólo lo dibuja, también lo canaliza y subraya, como por ejemplo con el uso de la pose clásica del héroe en vuelo (pierna flexionada y mirada apuntando hacia donde se extiende el brazo opuesto), ya ensayada por Shuster pero sobre todo popularizada por Wayne Boring. Pocos dibujantes han rescatado con tanto encanto la esencia de aquel Superman clásico, aunque Pacheco parte más bien del Superman de Ross Andru.

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 Muy interesante esta digresión futurista embebida en la trama principal.
Lo peor de esta colaboración entre Busiek y Pacheco es la escasa explotación que los densos argumentos de partida merecían. El guión sobre la incompatibilidad del trabajo de periodista con el de supertipo no merece más allá de veinte páginas de un comic book, de acuerdo. Pero el tema del alienígena caído en la Tierra que va obteniendo poderes en un clima de opresión merecía más páginas, más profundidad en el drama del personaje, más tratamiento de la identificación de Superman con él, más desarrollo trágico. Lo mismo se puede decir del arco en el que reaparece un amanerado Arión, sobre todo por lo que podría haber dado de sí la historia paralela en un futuro distópico en el que la esencia de Superman se halla contenida dentro de un ser llamado Rudy, que parasita conciencias y poderes ajenos. Es interesante, como lo es toda reescritura de ficciones conocidas, ver cómo se comporta un personaje con otra personalidad dispuesto en otro contexto; aquí: Lane, Luthor u Olsen, últimos defensores de la humanidad en un planeta arrasado por un cataclismo provocado por Superman. De acuerdo, nos interesa la estatura heroica de Lane y Olsen, dos reporteros, o la conversión de Luthor en bondadoso líder, pero hay algo en la tormentosa figura de Rudy que exigía un tebeo sólo para él. Rudy, o Parásito, no sólo contiene la memoria de Superman, también sus recuerdos y sentimientos, con lo que Busiek y Pacheco plantan ahí a un personaje que conserva todo el sentimiento de culpa del Hombre de Acero por haber arruinado el mundo y todo el amor de Clark Kent no correspondido por Lois Lane. Este sufrimiento tan hondo se despacha en unas pocas viñetas diseminadas por la obra, cuando su tratamiento hubiera dado para un alargamiento de la serie que todos hubiéramos agradecido. Busiek y Pacheco se precipitan. Lo resuelven bien, dosificando magistralmente la acción y aportando la resolución al ritmo que lo exige la secreción hormonal del lector pero… los comic books ofrecían la posibilidad de alargar las tramas, y hubiera sido deseable. Ahora que la serialidad estirada está triunfando en cinematografía y en televisión habría sido un excelente momento para la digresión. A lo mejor los editores se equivocan buscando reboots y comprimiendo tramas…

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El drama que vive este personaje del futuro podría haber sido más explotado.

Este Superman, al enfrentarse a sí mismo a la par que a peligros de escala mundial y temporal, logra hacernos reflexionar sobre la necesidad (o no) de los héroes monolíticos. Lo malo del proceso es que los momentos cumbre se siguen resolviendo a puñetazos, con puñetazos de tebeo, esos de los que se muestra la postura final porque el golpe ha sido simbólico. En realidad, nada se solventa en estas historias. Todo triunfo es simbólico también. El mal permanece, latente, siempre.

Pero lo importante, a la larga, es el legado. Desde luego, Busiek ha sabido ser fiel a un legado patrimonial, el del superhéroe prístino, pero sigue trabajando con celeridad sus tramas. Pacheco le sigue la corriente y cada día se supera en su capacidad para contener estos mundos fantásticos. Y ambos superan con nota cualquier examen. El problema del género de los superhéroes en el final del siglo XX fue sobrevivir a un modelo de héroe y de historia moribundos. El reto en el siglo XXI ha sido convocar de nuevo las grandes emociones de la aventura y la fantasía en un ámbito ficticio verosímil, lo cual es significativamente difícil en un mundo como el nuestro, que ya parece de ciencia ficción.

No dejan de alertarnos sobre la realidad desdibujaba en la que vivimos, la necesidad de instalarnos en un discurso ficticio para seguir tirando. Decía Hernández Sanjorge que los discursos no tienen ya que ver con la verdad sino con el efecto de la verdad como límite del funcionamiento del sistema. Ahí estamos, sí, instalados en universos de ficción en los que vivimos a ratos (los del cine, los de la televisión, los de los cómics) o casi todo el tiempo (internet, las redes sociales). No sabemos si terminaremos absorbidos por la ficción. Pero yo tengo algo muy claro: si debo quedarme en un universo de ficción, yo quiero que me lo dibuje Carlos Pacheco.

Creación de la ficha (2013): Manuel Barrero, con edición de Félix López y revisión de Alejandro Capelo.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
Manuel Barrero (2013): "Superman, de Busiek y Pacheco", en Tebeosfera, segunda época , 10 (9-VI-2013). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 21/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/superman_de_busiek_y_pacheco.html