LOS TEXTOS DE MOEBIUS EN SUS LIBROS DE ILUSTRACIONES
JESÚS DUCE

Resumen / Abstract:
Jean Giraud / Moebius publicó en los años ochenta y noventa del pasado siglo una serie de álbumes o libros de ilustraciones con numerosos comentarios, notas y poemas de diverso signo, no faltos de alguna polémica. Estas obras muestran la evolución de Moebius y su búsqueda incesante de alternativas gráficas: desde el caos a las páginas en blanco, desde las contemplaciones de la mecánica celeste a la soledad de los desiertos de Arizona, o desde las imágenes de una Venecia intemporal a los glóbulos desconcertantes de los sueños sin conciencia. / In the two last decades of the 20th century, Jean Giraud / Moebius published a series of illustration books with several comments, notes and different poems by him, some of them controverty. Those publications reveal Moebius` development as an artist and his unceasing search for graphic alternatives: from chaos to blank sheets, from the contemplations of the functioning of the enigmatic sky to the solitude of the deserts of Arizona, from the images of a timeless Venice to the confusing and unconscious dreams.
Palabras clave / Keywords:
Jean Giraud - Moebius/ Jean Giraud - Moebius

LOS TEXTOS DE MOEBIUS
EN SUS LIBROS DE ILUSTRACIONES

Durante los años ochenta y noventa del pasado siglo salieron a la luz diversos álbumes o libros que recogían numerosas ilustraciones del genial Moebius. Editados generalmente en gran formato y en cartoné, algunos de ellos exhibían abundantes comentarios, notas y poemas del propio autor que servían de complemento a las fantásticas ilustraciones. Provenientes éstas de revistas, carteles y colaboraciones varias en el mundo de la publicidad, amén de algunos trabajos inéditos, su gran calidad gráfica mostraba sin fisuras el estandarte de un creador en plena evolución, de un demiurgo de los lápices y las tintas, capaz de plasmar los sueños más delirantes en viñetas y páginas de impresionante factura, y capaz también de arropar sus dibujos con hermosos mensajes o reflexiones de índole heterogénea, no exentas de cierta polémica.

De los libros de ilustraciones publicados (en torno a la decena, según se estime la tipología de los mismos), hemos querido parar mientes en La Mémoire du Futur (Paris, Gentiane, 1983), Venise Céleste (Paris, Aedena, 1984), Starwatcher (Paris, Aedena, 1986), Made in L.A. (Paris, Casterman, 1988), y Chaos (Paris, Les Humanoïdes Associés, 1991), por ser las obras en las que Moebius nos brinda una ajustada y espléndida combinación entre la parte gráfica y la parte literaria. Dichos componentes se otorgan sentido recíprocamente y nunca quedan al margen en su correspondencia o vinculación, toda vez que están articulados precisamente para esa función. Lejos, pues, de los marginalia o de cualquier otra marca o sugerencia editorial, los textos de nuestro autor se configuran a manera de guías del itinerario pictórico, bien como anotaciones poéticas que pretenden vislumbrar la interpretación artística y la vivencia más personal, o bien como glosas críticas sobre el libro en cuestión o sobre la bande dessinée en general, significando en cualquier caso un aporte de gran calado para el discernimiento y la degustación de las páginas ilustradas.

El lenguaje utilizado por Moebius guarda en la mayoría de los casos un atinado y casi sorprendente equilibrio entre fantasía y realidad, entre los mundos de la ilusión y los aspectos materiales de la condición humana. Anclado, no obstante, en una semántica fundamentalmente onírica, Moebius nos ofrece una suerte de descubrimientos que miran de soslayo a los dibujos, los envuelven y adornan, o quizá los penetran en búsqueda de un nuevo discurso que alcance la máxima clarividencia. Ahora bien, no siempre consigue su objetivo con la misma brillantez, revelando de esa forma diferentes niveles de introspección y un mayor o menor arraigo en las referencias y la simbología que ha utilizado para cada obra.

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La Mémoire du Futur. Gentiane, 1983.  

En el primero de los tomos, La Mémoire du Futur (inédito en español), se observa claramente el comienzo de la crisis espiritual de Moebius, su cuestionamiento del método adictivo como vehículo o soporte de la creación, y su demanda de un nuevo estado de conciencia que deberá ser fruto exclusivo del esfuerzo interior y la capacidad personal del artista. Los comentarios se tornan poéticos y ocasionalmente inaccesibles, pero no terminan de abandonar la representación de la realidad y su entronque con aspectos muy concretos de la misma -el consumo de marihuana, la oposición a la sociedad moderna, la crisis de la edad y del tiempo-. Uno de los símbolos más utilizados es el barco, emblema atemporal que unifica, según se propone, lo más bajo y lo más alto, lo minúsculo y lo extraordinario, el pasado y el futuro. Junto al barco y otros distintivos de variada idiosincrasia, aparece la imagen, también binaria, sugerente y contradictoria, del andrógino, en cuanto que exploración de la ulterior armonía universal que todo artista debe perseguir. No obstante, la noción fundamental de este libro, de la que deriva el resto de estigmas y señales, es la conciencia. El estado de la conciencia. La evocación de la memoria. Nuestro autor, una vez abandonada la marihuana, cuyos efectos estaban rompiendo su armonía natural y le impedían controlar la responsabilidad intrínseca de su obra, cambia totalmente el rumbo y declara que “hay que abrir la conciencia” y encontrar un nuevo tipo de estado mental, fuera de las coordenadas habituales. En el fondo de uno mismo.

La materia se convierte en energía y ésta se transforma en conciencia, la cual a su vez viene a ser el cimiento del espíritu. El uso de la tecnología puede influir igualmente en ese proceso especulativo, circunstancia que nos remite con claridad a las alteraciones del estado de la conciencia, asunto que había suscitado varias controversias en la “época dorada” de los movimientos sociales europeos y norteamericanos, y que había tenido su reflejo cinematográfico en la película Altered states (Ken Russell, 1980), titulada en España Viaje alucinante al fondo de la mente, con cierto eco en algunos círculos culturales. La película de Russell, sin embargo, termina apartándose del camino propuesto por el dibujante y se decanta por la búsqueda psicotrópica de las sensaciones latentes.

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Venecia celeste.  Edición española. Norma, 1984.

De carácter muy distinto son los textos que acompañan a Venise Céleste (edición española: Venecia celeste, Barcelona, Norma, 1984) y sus fascinantes dibujos de una ciudad real, inventada y soñada al mismo tiempo. Moebius alterna ahora su presencia textual con otros autores que lo complementan, a través del análisis emotivo o la observación lúcida. Ahí está el largo y detallado prólogo de Milo Manara, las diversas reflexiones de Thierry Lagarde, Jean-Paul Appel Guery, Arnie Wong, Jack Lang y Paula Salomon, y los interesantes comentarios de Alejandro Jodorowsky, cuando ambos se conocieron en los preliminares de un proyecto que nunca llegó a buen puerto -los diseños para la película Dune que después fueron rechazados-. Compartidas o no las observaciones del dibujante, lo cierto es que la obra sobre Venecia nos sigue ofreciendo un lenguaje lírico y ultramundano, aunque, eso sí, con una mayor audiencia del modelo que lo ejemplifica, esto es, la representación de la bellísima ciudad que se hunde sin remedio.

En el capítulo titulado “Los fantasmas del viejo Moeb”, el autor francés nos habla también de la historieta y la define como un ancho mundo donde puede haber cabida para diferentes propuestas. Recuerda entonces sus primeras influencias literarias, Raymond Roussel y Boris Vian, y confiesa que eligió después una senda equivocada e infructuosa, en la que el proceso creador perdía el contacto directo con la información básica de cualquier estímulo. Por otra parte, al calor del sugerente comentario de Thierry Lagarde sobre el pájaro inmóvil que se observa en un espléndido dibujo, Moebius examina el impulso originario de todas sus obras y llega a decir que “aún no he realizado nada en historieta que realmente sea importante y fundamental a ese nivel”, reflexión tan modesta como imprecisa si tenemos en cuenta que nuestro autor era en esos momentos una de las máximas referencias del cómic mundial. El modelo que todos querían seguir.

Más adelante, en la sección del sorprendente epígrafe, “Jean Gir, el nuevo Moebius”, varios amigos y camaradas brindan sus impresiones en la contemplación de Edena y otros mundos originados por el dibujante francés. Por su parte, Moebius nos manifiesta poéticamente su defensa irredenta de la pureza: “Si permaneces unido a un principio, harás que todo vuele”; y expresa también ciertos juicios sobre la verdadera personalidad del artista, el cual tiene que buscar de forma inquebrantable la síntesis entre la ciencia y el arte, entre el progreso y la mente. Para todo ello, a modo de paradójica explicación, Moebius considera que el espejo en el que nos miramos no nos refleja, sino que nos invierte, con lo que parece sugerir una permuta definitiva de la mirada especular, siempre en busca de la verdadera esencia de las cosas. Eterna indagación de las redes de la existencia en lo aparente. O viceversa.

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Dos ilustraciones de "La ciudad del cielo", de Venecia celeste.

En el maravilloso “Carnaval veneciano”, última parte del libro, Moebius despliega sus más intensos alegatos, abrazándose a las prodigiosas imágenes de la Venecia de las estrellas. Al igual que él, los venecianos viven una realidad apócrifa e impostada, mientras que la máscara que los personifica debe asociarse en consecuencia al hundimiento irreversible de la ciudad. De esa forma, Venecia queda definida como una acumulación de creatividad salvaje, cuya belleza se halla tristemente amenazada. El tono de Moebius es aquí claramente pesimista, a pesar de la revelación y la embriaguez contemplativa, a pesar del reconocimiento y la grandeza del hombre, capaz de construir edificios en el mar o quizá en el cielo. Como feliz contrapunto, Moebius se desliza a otro dominio y nos habla de dos grandes dibujantes, Franquin y Hergé, a los que relaciona con las dos grandes corrientes de la historia del arte: la que produce un trazo que indaga sobre la belleza a través de la configuración puramente fisiológica del ser y la que premedita el trazo de forma sistemática de principio a fin, siendo prácticamente la mano la que guía el peso de la plumilla sobre el papel, consiguiendo una presión absolutamente neutra y regular.

Sin lugar a dudas, Starwatcher (edición española por Norma, Barcelona, 1986) es la opera maxima de los libros moebiusianos, el volumen por excelencia en el que la palabra y la imagen logran un superior acomodamiento, una sinopsis casi perfecta. Los textos poéticos son mucho más abundantes que en otras ocasiones, y el silbo del trovador se manifiesta con una extraña rotundidad que circunda las ilustraciones y las dignifica ostensiblemente. Todo indica que Moebius ha planificado con detenimiento cada sección del libro, cada expresión y cada pie de imagen. El lenguaje expande su acostumbrado énfasis espiritual y las burbujas metafóricas van construyendo una pestructura que toma su sentido y su rumbo desde el propio título. Por primera vez en estas obras, Moebius utiliza una voz autorial, tan compleja como ambigua, que se mece entre varios niveles de la diégesis. ¿Nos está hablando Moebius? ¿Lo hace, quizá, el vigilante? ¿Acaso las perspectivas de ambos se intercambian o superponen?

En la parte denominada autobiográfica, el poeta invoca a Manitú, el Gran Espíritu, al que le pide una nueva oportunidad para seguir anhelando la felicidad absoluta. Se trata, una vez más, de la eterna búsqueda de la perfección interior, si bien la única y auténtica lección es imitar la infinita verdad, la infinita belleza y la infinita bondad del Gran Espíritu. Es en este momento cuando se hace notar la voz del vigilante para indicar que los “hermanos humanos” apenas son capaces de viajar con su alma, desviándose, por tanto, del sentido de la búsqueda. En otro orden de cosas, Moebius introduce ahora, y con fuerza, el elemento del amor, que se suma al tiempo y la conciencia, cerrando así el triángulo temático de sus desvelos creadores.

A la par que emergen las maravillosas imágenes del vigilante, la poesía que las acicala nos remite al verbo de un niño / ángel que reina con su fuerza amorosa sobre el universo. La fragilidad de este híbrido se proyecta claramente en la efigie de nuestro propio planeta -“el mundo es un niño que juega”-, lo que viene a corresponderse, según creemos, con una antigua leyenda hindú, de la que Moebius ha podido tomar préstamo. La primitiva y conocida fábula narra el suceso de unos niños que lograron entrar en el gigantesco laboratorio del dios Brahmá, creador de mundos perfectos e inalterables. Felices por su intrusión aventurera, los niños tomaron nuestro mundo y jugaron con él como si fuera una pelota, golpeándolo sin cesar y dejándolo lleno de grandes taras. Los defectos del mundo son, pues, el resultado de la barbarie inocente y el desconocimiento de los hombres.

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Dos ilustraciones de Starwatcher, "El verbo de un niño-ángel" y "El vigilante de las estrellas".

La metáfora se convierte en uno de los recursos más utilizados en Starwatcher. Muchos de los fragmentos nos ofrecen bellas traslaciones en las que el autor hace gala de un excelente gusto poético, rubricado, si cabe, con las invisibles redes que pergeñan las viñetas celestiales. Sin renunciar al léxico relacionado con el tiempo, el espacio y la apariencia, elementos que determinan el dibujo y también la vida misma, Moebius desarrolla expresiones metafóricas que revalidan la estética general del libro: “nuestra conciencia es una nave que viaja bajo mil aspectos de mil vidas”, “la forma de la conciencia es la danza del mundo y el canto del cielo”, “los grandes seres nos han dicho todo pero todo se borra cada mañana”. Bellas palabras para bellas imágenes.

En plena pugna entre el pesimismo terrenal y la libertad del acto creativo, entre la finitud de las cosas y el vuelo del ángel que todos llevamos dentro, el dibujante se retrotrae a su infancia y recobra la sensación física del azote del viento cuando corría por la calle y jugaba como un niño semisalvaje, sin mesura ni acabamiento, absolutamente libre. Tras esta breve introspección en el pasado, se da paso al capítulo que lleva el mismo epígrafe que el libro. En este punto, la voz autorial se extingue y los textos desaparecen por completo. Las ilustraciones del vigilante hablan por sí solas, atravesadas por una delicadeza formal sin apenas precedentes en la historia del dibujo. Todo se funde en ellas: las ideas, los temores, lo sagrado, lo intangible, el cubo cósmico, el cristal lento. La sonrisa del vigilante es la sonrisa de las estrellas. La sonrisa del futuro.

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Made en L.A. Casterman, 1988

La obra dedicada a Los Ángeles ofrece igualmente diversos párrafos de idílica factura, a modo de borbotones del Ultramundo que acompañan y esclarecen las imágenes nuevamente prodigiosas. Made in L.A. (edición española: Made in Los Ángeles, Barcelona, Norma, 1988) nos descubre una vez más un lenguaje poetizado que acarrea en su seno pensamientos mayúsculos sobre la naturaleza del arte y sobre la contemplación penetrante del artista. Surgen nuevas y distintas identificaciones y el hombre se perpetúa ahora en el árbol y el jardín, en la raíz y el laberinto, aunque también se apela, desde otro vértice, a la miseria humana, al horror de la guerra. A la urgencia de la paz. Impresionando por el Monument Valley, el poeta sabe por fin que el silencio domina todas las pasiones y se transforma en un pájaro que vuela libre sobre cualquier cielo. El arte es, sin lugar a dudas, un don de los dioses, al mismo tiempo que representa “el sueño de un futuro” y “la fiesta de los sentidos”. En cualquier caso, Moebius aboga con insistencia por dos basamentos que entiende como exclusivos del impulso creador: en primer lugar, la traducción del estado de la conciencia, y acto seguido, la proyección de ésta en el tiempo. Conciencia y tiempo. Mente y espacio. Sólo alcanza el éxito quien posee la facultad de transformar el caos a través del resorte del atisbo infinito, de la mirada perpetua.

Como un registro de emociones, de sueños y fotografías inolvidables, las contraseñas de Moebius se instalan en locuciones que hablan del sol, de la arena, del viento y el mar. De los espejismos. Del amor. Los paisajes globulares y las arterias sangrantes se armonizan con la lluvia de los sueños y la energía siempre perenne del conocimiento. Entre otras evidencias, se hace grandioso y constante el homenaje a la ciencia ficción, a la vez que los tópicos de ese mismo género se acomodan sabiamente en los adjetivos y las figuras retóricas. En las encrucijadas de las rutas estelares existe una opción que puede llevar hasta la verdadera luz. Pero eso sí, el desplazamiento hiperlumínico es en realidad el viaje hacia lo más profundo del ser humano, hacia la liberación definitiva de nuestro espíritu. De esa forma, Moebius está inmerso en dos viajes paralelos: el terrestre, que atraviesa y descubre el corazón norteamericano, sus ciudades y sus desiertos, sus contrastes y sus silencios, y el astral, que surca las carreteras del cielo y abre las ventanas y los ojos a nuevas sensaciones conectadas con la experiencia y el peregrinaje más íntimo. Ahora bien, al final de ambos viajes, de manera triste e inesperada, el artista se siente arrojado contra las paredes de su prisión interminable. La cárcel de su impotencia.

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Chaos. Edición estadounidense. Epic Graphic Novel, 1991.  

En el volumen titulado Chaos (edición española: Caos, Barcelona, Norma, 1991), el planteamiento es muy diferente al resto de las obras ilustradas y sólo aparece un texto, concretamente el prólogo, que poco o nada tiene que ver con los parágrafos líricos que hemos visto hasta el momento. Más que un texto, es un metatexto, dado que habla de sí mismo y de la dificultad que entraña su propia escritura y desarrollo. Lo interesante del prólogo es que Moebius ha elegido el juego disociativo para desarrollar un argumento equívoco que pretende congraciarse con el título y el contenido del libro. Mediante buenas dosis de ingenio, Moebius consigue rizar el rizo y nos presenta un prólogo que nos hace dudar de su propia existencia. El enredo es de tal magnitud que incluso el autor llega a confesar sarcásticamente sus limitaciones: “me cuesta tanto frenar estas salvajes digresiones que no me queda energía para nada más”, o lo que es lo mismo, resulta palpable que no tiene intención de escribir un preámbulo convencional y se decanta por el florilegio más tarambana, alejándose con descaro del trabajo estructurado y la letanía literaria.

Eso sí, junto al desenfreno verbal y el ademán lúdico, Moebius deja entrever algunos aspectos que no hay que pasar por alto. Llama la atención, por ejemplo, su crítica directa hacia el autor norteamericano Geoff Darrow y su manera de dibujar, “tan lento en sus minuciosas extravagancias”, siendo por otro lado el único artista que se cita en todo el prólogo, lo que resulta a las claras muy significativo. El tono de Moebius, no obstante, resulta notoriamente irónico y oculta abundantes guiños, entre cómplices y burlescos, al respecto del conocido creador gráfico de Hard Boiled, con el que había colaborado en varios proyectos en los años ochenta.

Tampoco parece desechable su alusión a los editoriales y exordios que escribía él mismo en Metal Hurlant, aunque sea con cierto menosprecio y distanciamiento; o su comentario sobre un dibujo inédito que realizó en el lejano 1971 en la exótica isla de Ré, donde algún acontecimiento remoto quiere aflorar entre desafueros y zumbas; recuerdos ambos que no vienen al caso por casualidad, sino que, con total convencimiento, tienen su debida importancia en el discurso achicharrado de este proemio inexistente, cuya finalidad, no lo olvidemos, es equipararse al sentido fundacional del propio libro.

Del caos, pues, a la página en blanco, de las contemplaciones de la mecánica celeste a la soledad de los desiertos de Arizona, de las imágenes de una Venecia inmortal a los glóbulos desconcertantes de los sueños sin conciencia; unos y otros conductos vienen a ser la savia que alimenta los escritos de un Moebius versátil y evolucionista que indaga en el firmamento de los porqués, ausentándose del poder terrenal para ubicarse en el acto de creación que pueda encontrar la mayor pureza. Sus tramos más poéticos nos devuelven visiones extraordinarias de un mundo subliminal que sorprende o sobrecoge, a través de hermosas metáforas y atrevidas parábolas que reconcilian al autor con la literatura que en otros medios había abominado. Frente a todas las demás, frente a las que son variopintas e incandescentes, frente a sueños y quimeras, la imagen perfecta no es otra que la del vigilante estelar, andrógino o superhombre que viene de las galaxias, cuyas palabras y cadencias alcanzan seguramente la mejor de las propuestas, para lo cual se han utilizado múltiples recursos de embellecimiento lírico y firmes aliteraciones y anáforas que ciñen o quizá traducen los dibujos más impresionantes que podamos recordar de nuestras vidas.

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"La ciudad de la luz", ilustración de Starwatcher.

Creación de la ficha (2013): Jesús Duce, con edición de Félix López y revisión de Alejandro Capelo.
CITA DE ESTE DOCUMENTO / CITATION:
JESÚS DUCE (2013): "Los textos de Moebius en sus libros de ilustraciones", en Tebeosfera, segunda época , 10 (27-VII-2013). Asociación Cultural Tebeosfera, Sevilla. Disponible en línea el 24/XI/2024 en: https://www.tebeosfera.com/documentos/los_textos_de_moebius_en_sus_libros_de_ilustraciones.html