La libertad de expresión más allá de los límites de la viñeta: de Charles Philipon a Alí Lmrabet |
“El humor es la única arma que les queda a los débiles frente al poder opresor. El poder no usa el humor, porque el poder no admite bromas”.
(Máximo Sanjuán, humorista gráfico).
1. INTRODUCCIÓN.
La historia de las represalias contra la libertad de expresión de dibujantes y de responsables de medios de corte satírico o que incluyan secciones caricaturescas es tan aciaga como extensa. Las singulares técnicas que desde el humor gráfico o la historieta se pueden poner en práctica para ejercer la crítica y encender la conciencia de la ciudadanía frente a las injusticias la han hecho blanco en demasiadas ocasiones de una reacción desmedida. Provenga de una publicación periódica general o especializada, o bien de una revista o álbum de cómics, la viñeta es temida. Y es temida normalmente, por el poder, -con especial virulencia cuando este poder resulta ilegítimo.
Ya desde sus comienzos, el género se ganó la animadversión de las autoridades por las posibilidades de transmisión de mensajes subversivos a grupos amplios de la población -por su carácter lúdico y por el uso de la imagen, que la hacían accesible al público iletrado. Pero, por desgracia, esta postura hostil no pertenece sólo al pasado. La revisión de los ejemplos más recientes así lo demuestra y parece que estamos lejos del final de este oprobio, tanto en las llamadas sociedades libres como en las que sufren la opresión de un régimen autoritario.
Dejando claro desde el principio que resulta del todo inaceptable auspiciarse bajo el derecho a expresar la propia opinión para quebrantar la dignidad de otros, también es cierto que pocos han sido los casos en que un dibujante o editor ha utilizado su posición con fines espurios. Al contrario, son mayoría los ejemplos en que se emprendieron injustas medidas legales o, aún peor, acciones violentas, por causa de unas viñetas sin que éstas fueran en absoluto ofensivas. Y, en general, la respuesta a estas viñetas “incómodas” ha sido siempre excesiva.
La sátira guarda un estrecho vínculo con la expresión de la agresividad ya desde sus primeras manifestaciones (Ziv, A. y Diem, J. M., 1993), pero es inocua por esencia. Es decir, al hallar su razón de ser en el desplazamiento del verdadero motivo que nos produce esa conducta agresiva, no hace daño directamente. Pero la respuesta consciente de quien es objeto de ese hecho humorístico es totalmente real, y puede afectar de lleno al autor del atrevimiento.
En cualquier caso, debemos comenzar haciendo un distingo entre las medidas tomadas por quienes se ven de algún modo amenazados por los contenidos del recuadro impreso. Por un lado, hallamos las medidas respetuosas con los cauces legales y, por otro, las que afectan directamente a la integridad moral o física del autor, de una gravedad extrema. Entre las primeras, encontramos las demandas interpuestas posteriormente a la publicación del material contra el autor o la empresa editora. Por lo general, se resuelven con absolución o multa, pero raramente con pena de cárcel. Ascendiendo en el nivel de dureza de las consecuencias legales, podemos contar una larga lista: el ejercicio de la censura previa, el secuestro del número, demandas con resultado de multa o cárcel para el responsable del material y suspensión o cierre del medio implicado -normalmente, en regímenes en los que el poder judicial no goza de la independencia deseable.
Por otro lado, ya se trate de estados de derecho o no, las represalias pueden traducirse en atentados violentos cometidos contra el propio profesional o contra la sede de la empresa e incluso se han dado casos extremos de desapariciones, torturas y asesinatos, cuya brutalidad sobra denunciar.
2. ANTECEDENTES: PHILIPON O LA PERA DE LA DISCORDIA
Se han detallado algunos incidentes concretos entre los siglos XVI y XVIII, relacionados tanto con la prohibición de imágenes -sobre todo, las consideradas inadecuadas desde el ámbito religioso, especialmente en tiempos de la Reforma- como con la ejecución de dibujantes tras la publicación de caricaturas, por lo general, de figuras reales. Pero sin duda los casos más conocidos de persecución de dibujantes satíricos tuvieron lugar en el siglo XIX, cuando la prensa humorística se convierte ya en un instrumento imparable de propagación de opiniones e ideas, incómodo por tanto para el poder. Resulta lógica pues la reacción de los gobernantes, de tal modo que, según R. J. Goldstein (2003), la caricatura estuvo sometida a censura en toda Europa -con la excepción de Inglaterra- entre 1815 y 1914. La existencia de algunos períodos intermitentes de abolición de la autorización previa no significó el fin de estos ataques a los profesionales del dibujo de humor, antes al contrario, la publicación del material sin vigilancia produjo el aumento de los litigios y siguieron ocasionándose desagradables episodios. No deja de ser significativo, además, que incluso instauradas las leyes de prensa que eliminaban la censura de los textos impresos perduraron los controles en las ilustraciones.
En Francia, por ejemplo, se constata perfectamente este desigual rasero si tenemos en cuenta el dato de que entre 1815 y 1880, fueron suprimidas veinte publicaciones satíricas y que casi cada caricaturista de renombre de la época sufrió el acoso de las autoridades de un modo u otro.Uno de los casos más célebres fue el proceso al que se vio sometido Charles Philipon, creador de algunas de las más populares publicaciones satíricas como La Caricature(1830), Le Charivari (1832) y Le Journal pour rire (1848), en torno a las cuales se aglutinó un prestigiosísimo grupo de colaboradores como Daumier, Doré, Gavarni, Decamps, Charlet, Raffet, Monnier o Cham. El propio Philipon creó para La Caricature un popular dibujo en el que transformaba al rey Luis Felipe en una pera. Esta caricatura motivó la apertura de un proceso por delito de lesa majestad. Sin duda, uno de los aspectos más destacados de esta anécdota es la frase que Philipon pronunció durante el juicio: “aquello de lo que me acusan no está en mi dibujo, sino en sus conciencias”. Fue, desde luego, una de los escasos argumentos con sentido en una causa impulsada por tan singular motivo[1]. Acostumbrado a los roces con la justicia, Philipon aprovecho bien sus estancias en prisión, ya que en una de ellas ideó Le Charivari, e, incluso para no perder destreza, perfeccionó el dibujo de la pera-Luis Felipe utilizando las propias paredes de su celda. El recuento total de la agitada relación de Philipon con la justicia real asciende a trece meses de prisión y 4.600 francos de multa. Pero no es este el único proceso que se abrió a un miembro del equipo de Philipon. Mucho ha trascendido el encarcelamiento durante seis meses de Honoré Daumier, a raíz de un dibujo publicado en 1831, también contra Luis Felipe, en el que lo caracterizaba como un Gargantúa que devoraba los tributos de la población más humilde. Afirma Jacinto Octavio Picón (1877:127) autor casi coetáneo a esta generación de dibujantes que, al parecer, el público tenía tal inclinación por la obra de Daumier “que cuando éstas le ocasionaban multas o prisión nunca faltaba quien las pagara o le facilitase los medios para escapar de la cárcel”. Baudelaire (1988:74) aclara más este punto, haciendo referencia a la invención por parte de Daumier de una fórmula para atender las numerosas multas a las que La Caricature o Le Charivari debían enfrentarse: la publicación de dibujos suplementarios cuya venta estaba destinada a sufragar este ingente gasto. Asimismo, hace referencia a la forzosa renuncia de Daumier a la caricatura política tras la aprobación de una ley de prensa en 1835 que exigía autorización previa.
En la Francia de aquella época la nómina de perseguidos por desafiar la censura previa es extensísima: el registro ilegal de la casa del dibujante Granville, de La Caricature; el encarcelamiento de Charles Vernier y Leopold Pannier, dibujante y director de Le Charivari; el caso de “Pilotell”, que fue detenido varias veces entre 1865 y 1870, a lo que se une la supresión de su periódico La Caricature Politique en 1871; el director de Le Don Quichotte, Gilbert-Martin fue encarcelado dos veces; También los impresores sufrieron penas de cárcel, como Scipion Limozin, (La Rue) o François Polo (La Lune). Incluso tras la abolición definitiva de la censura previa de caricaturas (en 1881, sesenta años después del fin de la censura previa de prensa escrita) algunos artistas tuvieron problemas con la justicia acusados de cometer esperpénticos delitos de difamación u obscenidad como Alfred LePetit o Louis Legrand.
En la Alemania de mediados del XIX también se acosó con multas u obligando al cierre a publicaciones como Fliegende Blatter o Mephistopheles, entre otras. A partir de 1870 se recrudeció en Alemania el hostigamiento a publicaciones satíricas a pesar del fin de la censura previa, de modo que Kladderadatsch o Simplicissimus encontraron problemas con el material ya publicado. Las trabas de esta última son especialmente célebres y numerosas, incluyendo la prohibición de su venta en varios estados o las penas de cárcel y multas para varios miembros del equipo -entre ellos, el caricaturista más famoso de Simplicissimus, Thomas Theodore Heine.
En el caso de Rusia, entre finales del XIX y principios del XX se ejerció un estrecho control a través de la censura previa, pero, también en los momentos concretos en los que ésta desapareció temporalmente continuaron las persecuciones. Las críticas de los caricaturistas, especialmente contra el zar Nicolás II, fueron castigadas con arrestos y supresiones.
De parecidos roces entre publicaciones satíricas y autoridades se tiene constancia en otros países, como Italia, Austria o Portugal[2].
3. LIBERTAD DE EXPRESIÓN Y VIÑETAS EN ESPAÑA
Si hablamos de precedentes, también en el caso español abundan ejemplos similares a los ya vistos. En el siglo XIX, se suceden las multas, prohibiciones y suspensiones de semanarios satíricos, siempre por motivos políticos. Aunque fueron escasas las medidas que supusiesen la privación de libertad para los dibujantes, existe, según Antonio Laguna (2003), un caso extremo en el que las críticas al gobierno de Sagasta vertidas en La Broma, que se publicó en Madrid entre 1881 y 1885, costaron a su director el destierro. Este mismo autor presenta una amplia relación de la insistente persecución a la publicación valenciana La Traca (1884), detallando las diferentes denuncias, multas y suspensiones que, aunque acrecentaron el interés de los lectores, acabaron con la primera etapa de este semanario.
Sin embargo, es a principios del siglo XX cuando tiene lugar el incidente que sin duda más ha trascendido, el asalto por parte de elementos militares a los locales del semanario barcelonés Cu-Cut. La publicación resultaba incómoda tanto por secundar el nacionalismo catalán como por la mofa continuada del ejército español desde el fracaso de 1898, y por ello había sido amonestada, aunque levemente. Pero el 25 de noviembre de 1905 las críticas al ejército por su ineficacia -especialmente las que se vertían mediante las viñetas de Junceda- provocaron el ataque de un grupo de soldados a los talleres y la redacción de la publicación, resultando varias personas heridas y ocasionando el destrozo del mobiliario. La crisis política que desató esta agresión impulsó la Ley de Jurisdicciones[3]. Curiosamente, esta misma incapacidad del ejército para encajar las críticas tiene su reflejo en Francia con un caso registrado en la misma época: el acoso al caricaturista Jules Grandjouan entre 1906 y 1911. Volviendo a España, la larga etapa de la dictadura franquista merece nuestra atención pues ofrece también variados ejemplos de obstrucciones a la libertad de expresión, en ocasiones por causas verdaderamente delirantes.
El creciente número de revistas de humor de los 60 y 70 aprovechó en los límites permitidos el reclamo del “destape” y la inevitable curiosidad del lector por las alusiones eróticas, que durante tanto tiempo le habían sido negadas. Ello trajo consigo un aluvión de portadas y fotomontajes provocativos y basados en dobles sentidos que hoy podrán parecernos fáciles y poco sutiles pero inofensivos para la moral pública. Algunos de ellos traspasaron lo permitido y fueron objeto de amonestaciones por contravenir el artículo 2º de la Ley de Prensa e Imprenta de 1966. Entre ellos, Crespo de Lara (1988) recoge los de la revista El Pito (en noviembre y diciembre de 1967), Barrabás, en un número de 1973, y, sobre todo, El Papus, que en sus números del 3 y del 18 de enero de 1975 y en un especial de marzo del mismo año fue suspendida por cuatro meses y multada con 250.000 pesetas. Tan severa sanción fue motivada por la publicación de fotografías que según la sentencia habían de reprobarse por ser contrarias a la moral católica y por incitar al “triunfo de las pasiones corporales sobre el espíritu y a la ofuscación de la inteligencia por la sensualidad”. Ya en plena transición, la “metamorfosis” de El Papus o Matarratos de revistas de humor a revistas pseudoeróticas les costó expedientes de cancelación por parte de la Dirección General de Régimen Jurídico de la Prensa por traspasar el objeto que pretendían en el momento de su aparición.
Más llamativa, por su relación con cuestiones de crítica política, es la comisión de una “infracción grave” por parte de la conocida Hermano Lobo (número 45, 15 de febrero de 1975). La ilustración de portada de aquel ejemplar hacía coincidir el agujero practicado por un preso en la pared de una celda con el contorno del mapa de España, haciendo referencia a la política aperturista de aquellos últimos tiempos de dictadura franquista. Según la sentencia -que sancionó a la revista con una multa de 100.000 pesetas- la representación de España como establecimiento penitenciario menospreciaba y desacreditaba al Gobierno y no guardaba el debido respeto a las instituciones en la crítica de la acción política y administrativa.
Tampoco la mítica revista La Codorniz quedó exenta de la estrecha vigilancia de las autoridades. Según explica Iván Tubau (1987: 69) acerca de la segunda etapa de La Codorniz -bajo la dirección de Álvaro de Laiglesia- ésta “se caracteriza por su forcejeo con la censura, aunque hay que decir que algunos de los chistes más “audaces” a ella atribuidos por la “voz popular” jamás vieron la luz en sus páginas. De cualquier modo, tal forcejeo existió. Esta lucha por la libertad de expresión trajo consigo, además, multas, juicios y querellas”. Algunas de aquellas fricciones se concretaron en una suspensión de cuatro meses y multa de 250.000 pesetas (febrero de 1973) o en el secuestro en 1975 de un número especial dedicado a la Universidad, al que acompañó una suspensión de tres meses, más multa de 100.000 pesetas.
La aprobación de la Constitución y la llegada de la democracia, consiguieron abrir una nueva etapa delibertad,tras las incontables dificultades de los profesionales para expresarse a través del dibujo de humor. Tras los cambios experimentados en sociedades como la nuestra queda patente que los problemas relacionados con la libertad de expresión de los dibujantes se han trasladado del plano político al empresarial. La censura se ha transformado y se práctica hoy en forma de “recomendaciones” del propio medio para el que se publica o incluso es el propio autor quien se autocensura para conservar su trabajo. Ello no es óbice para que se hayan dado casos concretos de publicación de viñetas polémicas que han acabado en los tribunales. Entre los más llamativos se encuentran el proceso penal por presuntos delitos de injurias al Rey[4] y al presidente del Gobierno al que se sometió a la revista El Cocodrilo en 1987[5] o el del Gobierno Vasco contra Antonio Mingote por una viñeta publicada en ABC el 1 de junio de 1994[6].
4. CUANDO EL PROFESIONAL SE JUEGA ALGO MÁS QUE EL PUESTO
Tan sorprendente como enojoso resulta constatar los muchos casos en los que, en tiempo muy reciente e incluso en países que gozan de garantías legales suficientes, algunos profesionales han pagado incluso con su propia vida su defensa de la libertad de expresión. Un informe publicado en la página web Wittyworld Internacional Cartoon Center, a cuyo frente se encuentra el dibujante Joe Szabo -miembro de la Comisión para la Libertad y la Justicia a través del Humor de la UNESCO- ofrece datos escalofriantes[7]. Entre las décadas de los 70 y los 90 los dibujantes no sólo eran encarcelados en un buen número de países por realizar su trabajo: el veterano dibujante palestino Naji Salim al-Lai fue asesinado en Londres en 1987 por sus enérgicos comentarios visuales; también Tony Auth, ganador de un premio Pulitzer y caricaturista del Philadelphia Inquirer, fue atacado en su propia oficina por un dibujo sobre Israel. Se recogen más casos, ya en la década de los noventa, como los de un dibujante que fue quemado vivo en Turquía en 1993 u otro compañero asesinado en Argelia en 1995. El informe habla de encarcelamientos en India, Irán y Turquía, de disturbios contra los responsables de la publicación de viñetas en China (1992) y Kuwait (1996), o de medidas tan surrealistas como la prohibición en Camboya de representar a los políticos como animales o el impedimento de conceder premios a un caricaturista procesado en Chipre. Además, se recoge el dato de que en países como Sudáfrica (1987), Croacia (1992), Egipto (1995) o Alemania (1995) el refuerzo de los controles a la prensa o el endurecimiento de ciertas leyes guarda relación con la publicación de viñetas polémicas. Los problemas que hay detrás de cada uno de estos casos son complejos, no se pueden separar de la situación específica del país donde se dan, pero los datos de conjunto que resultan de este informe no dejan de ser significativos[8]. Como es lógico, en ocasiones, detrás de las acciones violentas contra los profesionales del humor no está el poder sino exaltados que prefieren tomarse la justicia por su mano. Así ha sido en los últimos años en España. Es de sobra conocido que la revista El Papus fue objeto de un atentado en 1977, en el que una persona murió y dieciséis resultaron heridas, perpetrado por la Triple A tras una campaña de amenazas por un número en el que se hacía referencia a las manifestaciones franquistas del 20 de noviembre. Más recientemente, en agosto de 2001, fue colocado por ETA un artefacto explosivo que, por fortuna, falló y no causó daños, en el domicilio de un colaborador de El Diario Vasco, José María Alemán Amundarain, ilustrador de artículos de opinión del periódico guipuzcoano y simpatizante de la plataforma ¡Basta ya! La cuestión es que en nuestro país se ha intentado amordazar por la fuerza a la sátira gráfica, lo que constata que los mensajes que transmiten estas obras no son tan superficiales como a priori pueda parecer a algunos por su carácter lúdico y la gratificación que proporcionan por medio del humor.
En el campo del cómic, no hay ninguna duda de que el caso que más conmueve a los aficionados es el del argentino H. G. Oesterheld[9]. El mismo año en que se produjo el golpe militar que durante tantos años sumiría en el terror a su país, una de sus cuatro hijas fue asesinada y otra, embarazada, desapareció. Al año siguiente, el 21 de abril de 1977, el propio Oesterheld fue secuestrado. Otras dos hijas suyas y sus parejas desaparecieron también en 1977. La última vez que se vio a Héctor Oesterheld con vida fue en la Navidad de 1977 en la cárcel, sumándose así a la larga lista de desaparecidos de la dictadura militar argentina. Su mujer, Elsa Sánchez, y dos nietos fueron los únicos supervivientes. Como bien apunta Ana Merino (2003:247-264) en las páginas de su libro El cómic hispánico en las que se ocupa de la obra de Oesterheld y de esta historia, si se tratase de un relato de ficción probablemente se criticaría por melodramático y poco verosímil, por el derroche de sufrimiento en una sola familia. En el caso de Oesterheld y de tantos otros, la realidad es más increíble, más terrible que la ficción.
5. ALÍ LMRABET, HÉROE A SU (NUESTRO) PESAR
Hasta el estallido el pasado año del caso de las viñetas de Mahoma y el secuestro este verano de 2007 de un número de El Jueves, la represión del periodista marroquí Alí Lmrabet era el último ejemplo con trascendencia de este choque entre libertad de expresión y censura de mensajes humorísticos. El caso de Lmrabet, director de las revistas satíricas Demain Magazine (en francés) y Dumán (en árabe) es ciertamente complejo, tanto por su condición de periodista más que de colaborador gráfico y por las características de las publicaciones en las que ejercía su labor, como por las propias circunstancias políticas de su país. En mayo de 2003, Lmrabet fue condenado a cuatro años de prisión por “atentado al régimen monárquico y a la integridad territorial” de Marruecos y “ultraje a la persona del rey”[10]. El motivo de tan dura sentencia fue la publicación de viñetas, caricaturas y fotomontajes satíricos que parodiaban la figura de Mohamed VI y que criticaban el abuso que supone el presupuesto real, además de artículos sobre esta cuestión y una entrevista a un militante izquierdista marroquí que se declaraba republicano. Además, el mismo tribunal prohibió las dos publicaciones que Lmrabet dirigía, y que se contaban, por difusión, entre las más populares de Marruecos. Demain, era la segunda revista en francés más leída tras Le Journal, considerada asimismo insumisa al poder alauí, y Dumán, ocupaba el tercer puesto tras As Sahifa y Al Ayam, también disidentes. El ejercicio de la censura, los secuestros de medios y los procesos sumarísimos en Marruecos son habituales contra esta prensa independiente. Los semanarios dirigidos por Lmrabet han sido comparados con Hermano Lobo y Le Canard enchaîné por diferentes razones. A la primera, se asemejan en el contexto político, pues Hermano Lobo, lanzada en 1972,realizaba una similar demanda de libertades en un régimen en transformación pero reacio a concesiones y preocupado por la imagen proyectada tanto en el interior como fuera de sus fronteras. Y, sobre todo, nos recuerdan a Le Canard enchaîné por completar la crítica humorística con valientes investigaciones que denuncian las corrupciones e injusticias del sistema.
En cualquier caso, la realidad marroquí difiere de lo que fueron en su momento los casos español y francés, pues el proceso de consecución de libertades que se estaba abriendo camino tímidamente en Marruecos choca con la escena internacional actual, preocupada por el mantenimiento de la seguridad -en especial la de los pocos privilegiados a quien beneficia el régimen. Los atentados de mayo de 2003 en Casablanca acabaron de agravar la situación. El resultado es un recorte de libertades civiles que, con el pretexto de la lucha contra el terrorismo, afecta de lleno a los derechos fundamentales, entre ellos la libre expresión.
En general, se detecta un clima de hostilidad cada vez mayor -tanto en regímenes democráticos como dictatoriales- en nombre de la lucha contra el terrorismo desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Justamente allí, las medidas restrictivas han afectado de lleno al ámbito del humor gráfico, donde las tiras más críticas han sido acusadas de antipatriotismo, contraviniendo la ley impulsada tras el 11-S conocida como “Patriot Act”,. Este exceso de recelo nacional en los periódicos norteamericanos ha provocado desde despidos de dibujantes hasta el rechazo o la censura de ciertos trabajos, e incluso su traslado de las páginas de humor a la sección de opinión[11] (lo cual, para ser optimistas, debe interpretarse más bien como un halago).
6. CONCLUSIÓN
En el pasado, ha sido una constante el hecho de que la persecución y la violencia fuesen riesgos que estos profesionales debían asumir. Pero aceptar esto mismo en el siglo XXI se hace más difícil, aunque es un hecho que caricaturistas y editores siguen siendo censurados, encarcelados o asesinados por realizar su trabajo. Una nueva ola de intolerancia amenaza a la caricatura, el humor gráfico y el cómic, expresiones artísticas y comunicativas que, por definición, sólo pueden basarse en la libertad.
La fiereza con que se combaten las críticas expresadas dentro de una viñeta no hace sino reflejar las teorías de Bajtin (1974) sobre el poder subversivo de la risa. En nuestra época, sólo la tinta ácida del cómic y el uso del humor inteligente en productos audiovisuales o soportes impresos y digitales pueden combatir los males de nuestra época (desde el discurso plano de los líderes políticos hasta una programación televisiva alienante o los dictados consumistas de las grandes empresas). Hay que apostar por la sátira en los medios, pues está visto que es una forma de agitar conciencias adormecidas con técnicas que además son atractivas para el público, un público siempre más exigente y con más criterio.
En cualquier caso, el profesional debe tener en cuenta la dimensión ética de su trabajo y asumir las responsabilidades si se extralimita en el ejercicio de esa labor satírica que tanto contribuye a la higiene mental de una sociedad y al fomento de la actitud crítica entre sus miembros. Para no tener que llegar a extremos, la autorregulación es el ideal al que debería tenderse. No obstante, y visto lo expuesto en páginas precedentes, en muchos lugares aún no se considera al dibujante lo suficientemente maduro como para decidir por sí mismo lo que debe publicar y lo que no.
Para terminar, todo este historial de represión que hemos expuesto, y que aún hoy permanece con alarmante vigencia, nos revela también que no estamos ante un género liviano, insustancial y carente de profundidad, sino ante un poderoso medio de expresión y de provocación intelectual. Por eso tiene tantos enemigos, pero, por fortuna, también muchísimos seguidores.
APÉNDICE. DOS CASOS RECIENTES: LAS VIÑETAS DE MAHOMA Y EL SECUESTRO DEL NÚMERO DE EL JUEVES POR LA CARICATURA DE LOS PRÍNCIPES DE ASTURIAS
A la vista de acontecimientos muy recientes que han puesto de nuevo sobre la mesa el debate sobre la libertad de expresión en el terreno de la viñeta, juzgamos oportuno añadir una coda final que haga referencia a dos de los casos más significativos de los últimos meses. No se trata de un análisis exhaustivo, sino más bien de la constatación de que nos encontramos no sólo ante un problema de difícil solución con consecuencias muy graves para los implicados, sino además ante el peligro de instrumentalización de un medio como el humor gráfico, haciéndolo protagonista de escándalos en los que intervienen motivaciones subrepticias que escapan al control de creadores y público.
Observando un orden cronológico y, por su indudable envergadura como problema de dimensión internacional, nos ocupamos en primer lugar del caso de las viñetas de Mahoma[12]. La publicación en el periódico danés Jyllands-Posten de doce dibujos en los que aparecía la imagen del profeta musulmán o referencias a éste y otros símbolos del Islam, concitó la atención mediática durante el primer trimestre del año 2006. Especialmente destacada fue la cobertura de reacciones violentas en diversos puntos del globo, tales como asaltos a embajadas, quema de banderas y fotografías de políticos occidentales, protestas y enfrentamientos, que se saldaron con más de un centenar de víctimas mortales. De esta forma, en los medios de comunicación la explicación de las causas del fenómeno, la revisión de los antecedentes y consulta a fuentes apropiadas, la reflexión y la comprensión pausada de los vertiginosos acontecimientos se vieron lastradas por prácticas como la reduccionista noticia-spot propia del infotainment[13] o por las servidumbres de la llamada corrección política[14]. No cabe duda de que la protesta, que se justificó en la ofensa por dibujar la imagen de Mahoma, hundía sus causas en raíces mucho más complejas que entroncan con el complicado escenario político internacional. Ello explica la respuesta absolutamente desproporcionada y, en ocasiones, claramente dirigida ante los autores de las viñetas, los responsables de su difusión y las diversas instituciones que simbolizaban a los países occidentales en los que determinados medios decidieron reproducir los dibujos. Fue este último un dilema fundamental en el que los medios debían decidir si situaban la creencia religiosa por encima de la libertad de expresión y del derecho a la información, privando a una parte mayor de la ciudadanía de conocer ese material, protegiendo de la posible ofensa a un colectivo. Hoy conocemos que el experimento de las doce viñetas de Mahoma no era tanto un ataque directo al Islam (por el que además se pidió disculpas en su momento) como a la epidemia de corrección política y autocensura cimentada por las autoridades de la propia sociedad occidental y es elogiable su intención de denunciar un recorte de libertades. Al tiempo, juzgamos rechazable la visión estereotipada de los creyentes musulmanes que podían dar a entender alguno de los dibujos[15], pero ¿quién determina cuándo se está retratando a un arquetipo que representa a toda una comunidad o a un personaje individual con características propias? Por otra parte, si el de los dibujantes de prensa es por lo general un colectivo discreto, casi olvidado, este asunto hizo recaer sobre él unas sospechas de irresponsabilidad y provocación gratuita totalmente injustas cuando estos casos salen a la luz y son tratados con ligereza. No podemos olvidar que los humoristas gráficos desempeñan generalmente una labor comprometida, solidaria, sana y necesaria, por más que existan lamentables excepciones (no cabe duda de que la sátira, como ejercicio de opinión personal, no siempre está del lado de las posturas más justas y razonables y puede verse también influida por intereses determinados). Sin embargo, en ocasiones como esta, se olvida la merecidamente elogiada actitud del colectivo ante los atentados de Nueva York, Madrid o Londres o el altísimo nivel alcanzado en España en demanda de apertura durante el llamado “boom” del humor gráfico en la transición.
En todo caso, y para cerrar las referencias a las viñetas de Mahoma, resulta seductora la conclusión de que, al fin y al cabo, el problema desveló dos extremos que se tocan, pues el humorista gráfico es también en cierto modo un defensor de la iconoclastia, que persigue la destrucción de falsos ídolos, pero no ocultando su representación, sino al contrario, mostrándolos tal y como son.
Precisamente, mostrando como son -en el más amplio, íntimo y descubierto sentido de la expresión- a los Príncipes de Asturias, fue como el pasado verano, se produjo el secuestro de la revista El Jueves. El número 1573 que salió a la calle el 18 de julio de 2007 contenía en su portada una caricatura del dibujante Guillermo Torres con guión de Manel Fontdevila en la que se representaba a Felipe de Borbón y la princesa Letizia en una postura sexual explícita para hacer referencia a la ayuda económica de 2.500 euros por hijo anunciada poco antes por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Los textos que acompañaban al dibujo eran un gran titular en rojo (“2.500 euros por niño”) y un bocadillo en el que el príncipe pregunta a su esposa: “¿Te das cuenta? Si te quedas preñada… Esto va a ser lo más parecido a trabajar que he hecho en mi vida”. El juez de la Audiencia Nacional, Juan del Olmo ordenó, a petición de la Fiscalía General del Estado, retirar de los quioscos y prohibir la difusión de la revista por un supuesto delito de injurias a la Corona (según los artículos 490.3 y 491 del Código Penal). Según indicaron poco después responsables de la revista, ya habían recibido alguna vez llamadas de atención de la Casa Real que les habría pedido “una reflexión” sobre la manera en la que tratan los asuntos relacionados con la Corona, pero nunca antes se había tomado una medida de este tipo. Es más, sólo en dos ocasiones anteriores, muy al inicio de su andadura, El Jueves fue intervenida por orden judicial, (los números 1 y 7, en el año 1977) por cuestiones ajenas a este asunto: en un caso por críticas a la marcha del país (la famosa portada “España va de culo”) y en el otro por críticas al Vaticano. Como consecuencias del secuestro de la revista se plantea nuevamente el debate sobre libertad de expresión y viñetas. Al día siguiente los editoriales de los principales periódicos coincidían en que la medida contribuía a dar mayor publicidad a la caricatura y mostraron por igual su desaprobación del dibujo y de la decisión adoptada por la Audiencia Nacional (los titulares se centraban en el primer aspecto, pero el contenido era similar: “Secuestro inútil” –El País-, “Secuestro innecesario” –La Vanguardia-, “Secuestro anacrónico” –El Periódico- “De cómo amplificar una grosería convirtiéndola en delito”-El Mundo-). Asimismo, la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, abogó por un replanteamiento de la figura del secuestro de publicaciones, al considerarla anclada en el pasado. Además, el problema llegó a las instituciones de la Unión Europea a través de una pregunta que llevaba por epígrafe “Censura en España” planteada por un eurodiputado británico al vicepresidente de la Comisión y responsable de Justicia, Libertad y Seguridad, Franco Frattini. Por su parte, la revista El Jueves reaccionó jocosamente con la publicación de una nueva portada con el titular “¡Rectificamos!” acompañado de la imagen de una abeja y una flor con el rostro de los príncipes. Finalmente, tras la celebración del juicio el pasado 13 de noviembre, se condenó a los autores de la portada a 3.000 euros de multa por injurias a la Corona. Escrita, pues, la última parte de esta historia, debemos centrar la cuestión en el cruce de dos aspectos fundamentales: la relación de El Jueves con la Monarquía y el aumento de las críticas que esta institución está recibiendo en los últimos tiempos. El Jueves celebra este año su trigésimo aniversario, siendo la única publicación representante de aquel “boom” de las revistas de humor de los setenta. Las críticas a la clase política y a la sociedad española en general son su seña de identidad, y en especial -como sostiene Roselyn Mogin-Martin- en lo que se refiere a la sátira sobre la institución monárquica, viene a ser una de las escasas voces abiertamente discrepantes sobre todo a partir de finales de la década de los ochenta[16]. A lo largo de estos años, El Jueves ha reiterado ideas como los interrogantes sobre la utilidad de la Monarquía o la caricaturización de la Familia Real como individuos privilegiados que suponen un gasto excesivo para el Estado[17]. Por tanto, el hecho de que justamente en este momento se destaque esta visión satírica y burlona de la Monarquía no puede sino insertarse en el debate actual, cada vez más acusado, que cuestiona el “pacto del olvido” formulado en la Transición. Los modos en que se ha puesto de relieve son diversos, y algunos muy discutibles –desde la quema de fotografías de los reyes en Cataluña, que nos retrotraen a las de aquellos que hacían arder banderas escandinavas e imágenes de los líderes políticos occidentales, hasta las polémicas declaraciones de Iñaki Anasagasti o las soflamas radiofónicas de Jiménez Losantos- llevando todo ello a la propia reivindicación del rey Juan Carlos del papel de la institución en los treinta años de mayor estabilidad política en España. Así pues, en esta escalada vertiginosa de acontecimientos, el dibujo de El Jueves se nos antoja una cuestión menor, acaso una excusa, en la discusión reabierta, más o menos artificialmente, sobre el modelo de Estado. Lo que resulta evidente es que el nivel de burla de la portada secuestrada no era mayor que el de muchos otros chistes sobre la Monarquía publicados por El Jueves en los últimos treinta años como para considerarla injuriosa. Para concluir, y volviendo a la cuestión que nos ocupa, en la sociedad española y en nuestra cultura occidental, en general, hemos alcanzado unas cotas de libertad a las que no debemos renunciar. Quizá en nuestra rutina, las pequeñas trabas diarias para dibujar sobre lo que verdaderamente preocupa al autor sin cortapisas no tengan que ver con una lucha permanente y agónica por la libertad de expresión, pero hay que defender el terreno que se ha conquistado en este ámbito. Y hay que recordar, sobre todo, el respeto que merecen los que todavía se encuentran en esa batalla: el elevado número de dibujantes que, desgraciadamente, se pone en peligro, no por molestar frívolamente, sino por expresar una idea.
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[1]Baudelaire (1988:71) se refirió al proceso de la pera-Luis Felipe como el acontecimiento principal de la pugna de los caricaturistas contra el gobierno, y en particular contra el rey, durante la revolución de 1830: “Esta fantástica epopeya está dominada por la piramidal y olímpica pera de reminiscencias procesuales”. [2] El ya mencionado trabajo de Goldstein (2003) ofrece una visión de conjunto más profunda y detallada de cada uno de los incidentes referidos y está, además, excelentemente documentado. [3] Dicha ley, promulgada el 23 de marzo de 1906, sometía a la jurisdicción militar los delitos de injurias u ofensas al ejército a través de cualquier medio impreso, incluidas también las caricaturas. Seoane, M. C. y Sáiz, M. D. (1998:65). [4]No podemos negar que, desde la adopción de la Monarquía Parlamentaria, una de las cuestiones que más se asocia al tabú en los medios es el tratamiento de lo relacionado con los miembros de la Familia Real. Aunque se admitan sátiras amables al estilo de Pascual, mayordomo real de Idígoras y Pachi, también es cierto que en noviembre de 2003 la Audiencia Nacional emprendió acciones legales contra los responsables del suplemento de humor de Deia, por unas viñetas alusivas al anuncio de boda del príncipe Felipe o que, en el mismo año, el spot de la antología de El Jueves, Tocando los Borbones fue vetado en varias cadenas de televisión. Precisamente, sobre esta publicación especial versa un interesante trabajo: MOGIN-MARTIN, R., (2006): “La monarquía española según la revista El Jueves: análisis de la antología Tocando los Borbones”, en VV. AA., Humor y política en el mundo hispánico contemporáneo. Nanterre: Université Paris X-Nanterre, pp. 115-131. En todo caso, más abajo se ha dispuesto un añadido en el que se analizan los más recientes acontecimientos en relación con esta cuestión. [5] Por varios artículos y un dibujo de Jesús Zulet, aunque, afortunadamente, la sentencia fue absolutoria. Pueden encontrarse más pormenores sobre éste y otros casos más recientes en la revista electrónica Tebeosfera: BARRERO, M., “De viñetas y tribunales”, en Tebeosfera, nº 10, enero 2003. http://www.tebeosfera.com/1/Seccion/NSST/07/Tribunales.htm. [6] Según recoge Carlos Villanueva Nieto (2002:127), lo que Mingote pretendía una denuncia del terrorismo, fue entendida como una ofensa a todo el pueblo vasco, al utilizar el eslogan de una campaña de promoción turística (“Ven y cuéntalo”) junto a la fotografía de la víctima de un atentado reciente. Tras dos años de procedimiento judicial, se desestimó la demanda el 15 de noviembre de 1996. [7] http://www.wittyworld.com/cnsrshp.html. [8] El informe “WittyWorld’s Research on Censorship” puede encontrarse en la página WittyWorld International Cartoon Center (http://www.wittyworld.com/cnsrshp.html) Consta de una introducción escrita por Joe Szabo bajo el título “Censorship. Cartoon touch nerves and trigger extreme reactions” y de enlaces por países que detallan los diferentes casos de represión de dibujantes de todo el mundo. [9] Héctor Germán Oesterheld, nacido en Buenos Aires en 1919. Guionista y dibujante. De su brillante y extensa obra destacan: El Sargento Kirk, Ticonderoga, Bull-Rocket, El Indio Suarez, El Eternauta o Mort Cinder. [10] Tras la apelación, en junio de 2003, la condena fue rebajada a tres años que Lmrabet cumplía en la cárcel de Salé en Rabat hasta enero de 2004, fecha en que fue indultado. Durante su reclusión, Lmrabet continuó reclamando sus derechos, lo que le llevó, entre otras medidas, a declararse dos veces en huelga de hambre. Hasta el momento de su liberación, el gobierno marroquí desoyó las demandas de Lmrabet y de los organismos internacionales pro derechos humanos, los sindicatos y los profesionales que lo apoyaban, encabezados por el Comité de Apoyo a Alí Lmrabet (www.uab.es/ceii). Como era de suponer, el cierre decretado a sus publicaciones sigue vigente. [11] En el verano de 2002 un grupo de dibujantes de prensa norteamericanos organizó la exposición Patriot Art -en referencia a la “Patriot Act”- en respuesta a los abusos de las nuevas leyes y los ataques a la libertad de expresión que suponían. [12] Para un conocimiento exhaustivo del desarrollo de los hechos y un completo análisis del fenómeno, veáse: BARRERO, M (2007): “Sátira, intromisión y transgresión. El humor como atentado gráfico”, en VV. AA., Morfología del humor II. Fabricantes. Jornadas de Estudio y Análisis del Humor desde la Antropología, la Psicología, la Filosofía y la Cotidianidad. Sevilla: Padilla Libros Editores y Libreros, pp. 23-82. [13] El término hace referencia a la contaminación cada vez más estrecha entre espectáculo y noticia que desemboca en la tendencia informativa actual según la cual las noticias deben ser entretenidas, breves, llamativas y presididas por un ritmo incompatible con la argumentación racional. [14] Este el eje de un trabajo de la autora que se publicará próximamente, en el que se analiza este caso con más detalle: MELÉNDEZ MALAVÉ, N., (2006): “Construir la sociedad de la incomunicación:del info-entretenimiento a lo políticamente correcto en el caso de las viñetas de Mahoma”. Comunicación presentada en el IV Coloquio España-Brasil de Ciencias de la Comunicación “Construir la Sociedad de la Comunicación”. Universidad de Málaga. [15] Sobre este aspecto, ofrece argumentos para la reflexión el resumen que efectúa Paul Balta sobre las cuatro imágenes del árabe y del Islam en su representación en el imaginario europeo: el terrorista -desde los fedayines palestinos a los secuestradores que surgieron tras el estallido del conflicto libanés en 1975; el pobre trabajador inmigrante, poco cualificado; el rico emir del Golfo, surgido del primer “boom” petrolero en 1973; el integrista fanático, aparecido tras la victoria de Jomeini en 1979 en Irán, que se define con la guerra de Afganistán y se confirma con la ascensión del islamismo en diversos países. BALTA, P., (1994): “Los medios y los malentendidos euroárabes”, en BODAS BAREA, J., y DRAGOEVICH, A., (eds.), El Mundo Árabe y su imagen en los medios. Madrid: Comunica, pp. 30-44. [16] La autora señala que la mayoría de los chistes seleccionados en la antología Tocando los Borbones son posteriores a 1988. Sólo se incluyen dos de 1977 y unos pocos más de principios de los 80. En este trabajo se considera que el endurecimiento de los ataques se debe a un mecanismo de compensación con la tibieza de los primeros años. Asimismo, la autora recuerda que, según Françoise Malveille, es justamente el año 1988 en el que por primera vez aparecen los reyes en portada. MALVEILLE, F. (2005): “Claves de la primera plana de la revista El Jueves (1977-2003)”, en VV. AA., Prensa, impresos, lectura en el mundo hispánico contemporáneo, homenaje a Jean Françoise Botrel, Université Michel de Montaigne-Bordeaux III, pp. 539-568. [17] Para una descripción pormenorizada de la visión de todos los miembros de la Familia Real según El Jueves, véase MOGIN-MARTIN, R., (2006).