LA ISLA SIN SONRISA: LA ISLA DONDE ARREBATABAN LAS SONRISAS |
Pocas veces es tan acertada la asignación de una publicación a un título de colección como en esta ocasión: Delicatessen.
Todos sabemos ya que los editores actuales rellenan sus catálogo con “colecciones” que no responden al modelo tradicional de colección (conjunto de entregas editadas con similares contenidos bajo un mismo título y siguiendo una numeración) y sí a un nebuloso concepto de “línea” que les interesa más a efectos de registro, distribución y reconocimiento del medio. Delicatessen Colección es el título de una línea de tebeos del sello editorial Glénat bajo el cual se agrupan un conjunto de tebeos de muy distinta procedencia y naturaleza, pero todos tienen en común que son tebeos especiales, destacados, que se salen de la norma.
La obra de Enrique Fernández de 2009, L’île sans sourire, publicada este mismo año en Francia por Drugstore, cumple con esta cláusula porque repele la normalidad: se trata de un tebeo extraordinario. No lo es por su formato, el rígido francés de 52 páginas con dimensiones de álbum tradicional. No lo parece por el tema que trata: el protagonista desesperanzado y rendido que halla nueva fuente de ánimos en una inesperada contrapartida infantil que vive en remoto lugar. Pero todo lo demás es especial.
El mundo tenebroso al que llega el geólogo
La isla sin sonrisa, que es el título en español, cuenta la historia de un geólogo que acude a recoger muestras en una pequeña isla de balleneros aislada del mundo por el mar y las tormentas. En ella encuentra un folclor repleto de fábulas y magias que sume en una niebla eterna de infelicidad a una población triste, cargada de dolor, como reconoce una noche la dueña de la posada donde se aloja el geólogo. Ella le dice: “Sólo conocemos la felicidad por su apariencia, porque ya hace tiempo que somos incapaces de sentir sus efectos”. Luego añade una sentencia aún más contundente: “La tristeza aguanta bien el paso del tiempo pero, por desgracia, la felicidad se acaba transformando en nostalgia”. No obstante, entre este panorama humano abocado a la desesperanza asoma, y descuella de un modo electrizante, la figura de una niña y su gato, que vienen a ser la antítesis del protagonista del relato: ella es todo optimismo y esperanza; todo es maravilla y luz en la muchacha, mientras que sobre él domina una eterna nube de desaliento.
Viñetas apaisadas extraordinarias contrapuestas a momentos cómicos apurados y gran profusión de cineticonemas.
El guión de este tebeo adolece de algunos momentos de pausa quizá evitable (págs. 9, 10, 14), de ciertos contrapuntos cómicos a destiempo, y de un uso de las líneas de expresión y movimiento algo exagerado en ocasiones. Pero, en conjunto, estamos ante un tebeo que roza la perfección plástica y que narrativamente está muy compensado, y eso rellena de manera natural cualquier laguna dispersa en el ritmo dramático. Fernández se ha revelado como un historietista muy válido con escasa obra publicada de historieta. Es evidente que ha tenido gran importancia en su desarrollo como narrador de cómics su experiencia como animador y como diseñador de personajes para storys publicitarios o cinematográficos (inolvidable su huella en Nocturna); de ahí podría proceder ese énfasis icónico que él añade a estos personajes, pese a que con el encaje y el color ya logra representar con acierto movimientos, emociones y gestos. Hay que admitir que eso le ayuda a contar una historia en la que intercala muchas pausas descriptivas, conseguidas mediante maravillosas viñetas muy apaisadas, que él sabe conjugar con otros planos en los que reina un movimiento incesante y colorista. De una historia en principio tan rutinaria, constituida con el binomio eterno de personajes que se donan entre sí, surge un tebeo delicioso gracias a este baile de planos y colores. Una delicatessen.
Dos páginas mudas en las que el autor demuestra su calidad de compositor y colorista, y su narrativa eficaz.
La magia de La isla sin sonrisa se halla en el diseño de producción, en la elección de escenarios naturales y urbanos, en las pinturas aborígenes de sus fachadas (que remiten a hechos fantásticos), en los detalles que hallamos en vestuario, menaje y muebles. Nada es azaroso. Lo atractivo de La isla sin sonrisa lo encontramos en la imaginería fantástica, que parte de las míticas lamias y de los seres de agua (contagiada de la rica mitología japonesa que todos hemos conocido gracias a las producciones de Miyazaki) a cuyos representantes Fernández les dota de formas sinuosas y acuarias, inesperadas y creíbles. Atraen por su apariencia bondadosa pero son implacables, y por eso dan miedo esos seres que surgen del mar, o las almas acuosas que les arrebatan a los niños. También convence la bruja serpenteante del bosque, en su ira insatisfecha. Y qué decir de la persecución del oso y los lobos, que adquiere tintes épicos pese a tratarse de una escena trepidante protagonizada por personajes de cuatro patas que en un primer vistazo parecían domésticos.
La categoría de delicatessen de La isla sin sonrisa se alcanza gracias a la perfección técnica de que hace gala este español triunfante en Francia, capaz de modelar escenarios de una solidez visible por la que transitan caricaturas de la desazón humana. El uso que hace Fernández del color no está al alcance de cualquiera. Logra unos efectos luminosos nunca antes vistos en tela, pantalla o papel, estudiados y aplicados milimétricamente. Esto, lejos de conferirle a la obra un aire de artificiosidad, constituye una de sus más poderosas bazas pues genera una atmósfera única, sólida, y que ayuda a tener miedo y a tener esperanza. Pues de eso se trata.
Deberíamos haber hablado también de las comparaciones: Prado y sus alegorías de la incomunicación, Peeters y sus búsquedas de uno mismo, Nine y sus mundos distorsionados… Pero hay que tener en cuenta que cada lector hallará las suyas. Por ejemplo, el editor señala que la historia atañe a Stevenson pero quizá para otros el argumento y su atmósfera debe más a Melville. Y en la plástica y la narrativa, antes que los mencionados quizá habría que citar a firmas más afines al autor como Totoro, Barbucci, Canepa, o incluso Haitao.
Pero no es necesario comparar tanto. Fernández ya no lo necesita.
Es único.