CABALACOMICS
Reseña de Jewish Images in the Comics de Fredrick Strömberg, por José María Conget
Portada de The New Yorker de febrero de 1993, por Art Spiegelman . |
He recordado aquel polémico abrazo mientras leía el reciente volumen Jewish Images in the Comics, del sueco Fredrick Strömberg, que ya dedicó una obra similar a la representación de los negros en la historieta. Igual que a nadie se le ocurriría cuestionar que las grandes productoras del Hollywood clásico fueron creadas por magnates semitas de arrollador empuje empresarial, escasa cultura y un olfato poderoso para los negocios, nadie discute hoy la importancia capital de los judíos, tras décadas de silencio y ocultamiento, en la industria del cómic norteamericano. Basta recordar a los motores de la casa Marvel, Stan Lee y Jack Kirby (nacidos Stanley Martin Lieber y Jacob Kurtzberg); a Harvey Kurtzman, que lanzó la revista seminal MAD, y a Will Eisner, que experimentó con lo que hoy llamamos novela gráfica, por no remontarnos a los superhéroes pioneros de los años treinta, Superman y Batman, obra de guionistas y dibujantes judíos en ambos casos.
Arriba y abajo, los tres libros mencionados en el texto sobre los judíos en los cómics. | |
Regreso al beso apasionado del jasidi y la afroamericana. Porque si algo se echa en falta en el repaso de tantas viñetas es una visión iconoclasta, sarcástica, por qué no blasfema, de la ortodoxia. Por supuesto, en las tiras de prensa de los antiguos periódicos en yiddish se caricaturizaron algunos tipos judíos, como el casamentero, o se hizo burla (suave) del matriarcado, y no se fue más lejos. Nunca en la serie Inside Woody Allen, que durante ocho años estuvo a cargo de Stuart Hample con el beneplácito del personaje real que la inspiraba, se pasó del chiste intelectual, muy lejos de alguna audacia del propio Allen en su cine, como cuando en Deconstructing Harry el personaje de Demi Moore, tras una crisis religiosa, se cubre la cabeza y reza el barajot (la bendición ritual de los alimentos) antes de practicar una felación a su marido. En los cómics se pueden denunciar las injusticias de la franja de Gaza, pero reírse de las infinitas normas que rigen la vida de los jasedíes (y de su exacerbado machismo patriarcal) no parece admisible.
Portada de un recopilatorio de la tira de prensa Inside Woody Allen. |
Lo que hace más llamativa una ausencia en los estudios sobre la representación de los judíos en los cómics: Vuillemin. ¿Qué hacemos con Vuillemin? Por si el lector lo ignora, Philippe Vuillemin es un dibujante humorístico francés, de la escuela feísta de Reiser, con predilección por lo escatológico y lo deforme. Sus versiones del Evangelio, por ejemplo, son tan brutales como hilarantes. En la revista Hara-Kiri publicó en los ochenta del siglo pasado, con Jean-Marie Gourio, la serie Hitler=SS que al aparecer en formato de álbum sufrió tres demandas judiciales y a la postre fue prohibida; igualmente se secuestró la edición española en la década siguiente, decisión en la que pesaron más los supuestos ataques a la religión judaica que las injurias a las víctimas del Holocausto. Y es que, en efecto, Hitler=SS, cuyos autores no son personalmente sospechosos de fascismo, es un monumento esperpéntico a la vulgaridad y el mal gusto construido a costa de las torturas y sufrimientos que padecieron los judíos en los campos de concentración nazis. www.camhub.cc Vuillemin ha declarado siempre su rechazo por el revisionismo derechista —la negación del Holocausto— pero, según él, nada es tan sagrado que no merezca un chiste. ¿Sería el Holocausto la última barrera del humor? (la reciente furia criminal de muchos árabes, como consecuencia de la caricatura de Mahoma en la revista Charlie Hebdo, sucesora, por cierto, de la desaparecida Hara-Kiri, demuestra que esa última barrera no la erigen hoy los mártires de la barbarie nazi: con el Islam hemos topado). De cualquier modo, ningún examen serio de las relaciones entre judíos y cómics estará completo si no se plantea el conflicto que suscita la historieta de Vuillemin entre las heridas de la historia y la libertad de expresión.
Para futuros escoliastas del cómic (puesto que éste ya ha penetrado en alguno de los senderos más humildes del jardín de Academos) la cuestión judía dará lugar a proyectos eruditos de toda laya. A lo largo de una andadura de cuarenta años, la serie Li’l Abner no alude al judaísmo una sola vez, ni siquiera de forma marginal, pese a ser judío su autor, Al Capp. ¿Habrá quien sepa olfatear los subrepticios rasgos judíos de la famosa tira? ¿O será suficiente encuadrar su sátira en la tradición del humor judeoamericano que va de los hermanos Marx a Larry David pasando por Lenny Bruce y Jerry Lewis? Chester Gould era judío, pero su Dick Tracy celebraba las Navidades año tras año: ¿procederá de las tensiones íntimas que la contradicción producía en Gould el sadismo con que se deleita en el castigo de los villanos? O cuestiones más trascendentales: ¿celebró sin traumas su bar mitzva Steve Canyon?, ¿estaba Batman circuncidado? Portada de Hitler=SS, de Vullemin.