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LA CAPITANA
En esta segunda parte el protagonista será Flaviano quien, con su
amigo Knut, partirá de la hacienda
de Juan Miguel para ver mundo.
Ya se ha convertido en todo un hombre y hasta se ha dejado un
bigotito a lo Errol Flynn. Después de despedirse, embarca en un
navío y se hace a la mar. Poco tiempo después son abordados por un
barco pirata y a partir de ese momento parece como si el tiempo
retrocediese hasta el siglo XVII. A partir de aquí vivirá un
sinfín de aventuras por todo el mundo. Este hecho hace de la
segunda parte de El Charro Temerario un serial más
apasionante que el primero, por ser más variados los lugares
(geográficos y ¡temporales!), así como los enemigos y los amigos.
Si en la primera serie apenas nos movimos de México y California,
en esta visitaremos los cinco continentes, desde Uruguay hasta
Australia, pasando largos capítulos en la África sahariana y la
negra. Dicho así podría parecer que La Capitana está
pillada por los pelos pero la verdad es que una vez enfrascados en
la lectura, los numerosos errores se perdonan porque la esencia de
estos cuadernos, como de tantos otros, es el proporcionar un rato
ameno con unos personajes tópicos pero a la vez entrañables,
distantes pero asequibles, héroes pero no superhéroes.
En esta ocasión todo gira en torno a la relación que se establece
entre Flaviano y Gisela, la hija adoptiva del capitán del barco
pirata del primer capítulo. Durante sus primeros encuentros se
repelen pero no tardarán en limar asperezas y desear estar juntos
para siempre. Pero dos problemas se plantean: en primer lugar la
misma acción los lleva a separarse durante largo tiempo y, en
segundo lugar, Gisela resulta ser Úrsula Halley, noble británica
que como tal no se espera de ella que se case con un simple
aventurero. Aún así no se trata de dos problemas que sean
complicados de resolver porque en el último cuaderno se
reencuentran y, lógicamente, se casan, con el permiso de la abuela
de Úrsula, claro.
Si en la primera parte se da mucha importancia al honor, en la
segunda éste queda relegado a un segundo plano. Flaviano, Knut,
Brazo de Hierro y otros amigos tienen unos valores supuestamente
nobles pero no están hechos de una pieza, en el sentido de que
pesan en ellos diversos prejuicios intolerables hoy en día sobre
los negros, los indígenas y los tuaregs. Además, no tienen ningún
problema moral en ir al cementerio de elefantes y extraer todos
los colmillos. Y Flaviano opina que nunca ha obedecido a una mujer
y nunca lo hará. Pero todo eso es perdonable ya que se tiene que
contextualizar en la época y lugar que se editó la serie: la
España de los años cincuenta. Sobran las palabras.
El dibujo de Alonso ha cobrado mucha personalidad y ya ha
conseguido ese estilo artificioso que lo caracteriza en su época
clásica. Se documenta en los primeros planos de los navíos y en
los uniformes militares que aparecen, como los de la legión
francesa, pero da rienda suelta a su imaginación cuando se trata
de personajes y ambientes exóticos como Arabia, donde se ve la
influencia de las películas hollywoodenses ambientadas en lugares
parecidos. Acentúa más si cabe el gusto por el detalle y no duda
en gastar tinta en los ambientes selváticos, así como en las
batallas navales y los abordajes. Y las personas tienen una cabeza
muy pequeña, sobre todo en los planos enteros, con unas piernas
muy largas y abiertas en los hombres. El realismo aparente da
lugar al ejercicio estilístico, a la sinuosidad de la línea, que a
veces sigue caminos desproporcionados en afán de conseguir el
efecto manierista deseado. Se agradece que Alonso no sea un simple
artesano del lápiz y el pincel, papel que le corresponde por ser
el dibujante de una serie de aventuras, e intente dar
un poco de personalidad a un trabajo tan desagradecido como es el
suyo. Seguramente se debe a que ama su oficio y quiere superar la
calidad media de este tipo de productos.
El final no es tan precipitado como en la primera saga, puesto que
un par de números antes ya se empieza a formar la conclusión, a
atar cabos que desembocan definitivamente en la consagración
matrimonial de Flaviano Mendizábal y Úrsula Halley.
EL AMULETO VERDE
La tercera y última parte empieza veinte años después del feliz
matrimonio. Flaviano y Úrsula viven en Gran Bretaña, en una
estupenda mansión con sus dos hijos, Myrna y Humberto, que
estudian en la universidad y sacan muy buenas notas. Como premio,
Flaviano decide partir los cuatro de viaje hasta la India pero en
el último momento Úrsula cae enferma y Flaviano queda a cuidarla,
por lo que solo parten los jóvenes. De esta forma Muñoz se quita
de encima el lastre de la anterior saga y puede empezar de cero
con unos nuevos personajes que, dicho sea de paso, no llegan a
alcanzar el carisma de sus padres, a los que, por cierto, ya no
volveremos a ver.
Al llegar a la India se encuentran con la siguiente situación: el
príncipe Kadur es un joven y apuesto noble que tiene un hermano
gemelo, Hatama, facineroso como el que más, el cual quiere
arrebatar el trono a Kadur. Lo que le da la legitimidad para
gobernar a Kadur es un misterioso amuleto verde que es codiciado
por el hermano malo. El conflicto ya está servido pero Muñoz lo
adereza con la subtrama romántica, que aquí viene dada por el
enamoramiento instantáneo de Myrna y Kadur y su precipitada boda.
Completa el cuadro principal de personajes Kim, criado de Kadur y,
a partir del primer momento, inseparable amigo de Humberto.
En esta saga los autores se centrarán en pocos escenarios: la
India, el Tíbet y París. De esta forma la acción no es tan
inverosímil como en La Capitana pero tampoco es tan
estimulante porque le da más monotonía a la historia. Los 24
cuadernos dependen de una sola trama: el pulso entre Kadur y
Hatama. También, a diferencia de las anteriores sagas, en El
amuleto verde se reduce muchísimo el número de personajes al
mismo tiempo que aumenta la presencia de comparsas con turbante,
seguidores de Kadur o de Hatama, que no se diferencian para nada
unos de los otros. Por todo esto El amuleto verde se puede
considerar la parte más floja de las tres a nivel argumental. En
cuanto a nivel gráfico, Alonso empieza la saga muy cuidadoso en
los detalles, como nos tenía acostumbrado, pero a medida que la
serie transcurre las viñetas se van haciendo más grandes, que no
más detalladas, y el trazo deja de ser limpio para parecer
demasiado rápido. Los interiores hindús son lujosos al estilo
cartón piedra pero sin llegar al nivel de calidad de La
Capitana. Y los exteriores son mucho más desgarbados e
imprecisos. Aún así Alonso consigue mantener un buen nivel, por
encima de muchos compañeros de trabajo suyos, algunos de ellos más
famosos.
La violencia, tan presente en la primera saga de El Charro
Temerario y La Capitana, sobre todo en esta última, se
desvanece en El amuleto verde. No abundan tantas muertas y,
además, las presentes son bastante descafeinadas, sin ver la hoja
del puñal o de la espada penetrar la carne. Y lo mismo podemos
decir de las torturas, tan precisas en La Capitana. Así,
El amuleto verde se convierte en un epílogo blando de una
estupenda trilogía que tiene momentos memorables, sobre todo
debido a la extremada ingenuidad. Dos perlas: en el tercer
cuaderno el narrador dice «Humberto comprendió que era inútil
discutir con aquellos fanáticos budistas. Sabía cuán difícil
resultaba la tarea a los misioneros para convertir a la verdadera
fe a aquel pueblo atrasado». Y un poco
más tarde se deja claro que
la religión budista prohíbe matar un animal pero inmediatamente Kadur organiza una cacería.
CONSIDERACIONES FINALES
Solo en las portadas de la primera parte se hace alusión al nombre
de la serie, mientras que en las portadas de la segunda y la
tercera parte aparece solitariamente el título de cada cuaderno
con la enumeración correspondiente. No obstante, en la última
página de cada cuaderno, se da cuenta de la indización de los
cuadernos aparecidos hasta cada momento, bajo el título genérico
de El Charro Temerario. Es evidente que la serie gozó de un
lector fiel que sabía de antemano el título de cada cuaderno que
aparecería semanalmente hasta terminar las dos últimas partes.
Solo así se explica el hecho comentado respecto al título de la
serie.
Como ya se ha señalado más arriba, las partes se pueden leer
perfectamente por separado porque sólo en la primera página del
primer cuaderno de cada una se hace mención a la continuidad que,
en el caso del inicio de la saga del amuleto verde, la tercera,
está muy pillada por los pelos. Aún así, se recomienda la lectura
entera por tratarse de una forma un tanto original de presentar un
folletín aventurero, dividido en tres partes y con distintos
personajes principales en cada caso. Y también por ser muy notable
la evolución estilística de Alonso, así como del guionista, que
empezó con una saga muy de tipo western y en las sucesivas
partes derivó hacia un tipo de aventura más exótica y heterogénea.
En definitiva El Charro Temerario es un tebeo de los de
antes que, seguramente por ser de una editorial de segundo orden,
no ha sido suficientemente considerado por sus virtudes, que se
basan en la ingenuidad del texto, la sinuosidad del dibujo y la
redundancia de los momentos de acción. |