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SIN LA SOMBRA DE LAS TORRES |
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Sin la sombra de
las torres
Editor:
Norma Editorial
Guión y dibujos:
Art Spiegelman
Libro en cartoné |
40 Págs. | color
ISBN:
84-96370-38-0
Edición original:
The Shadow of no Towers,
Random House: Pantheon Books, 2004. Previamente fue ofrecida por
entregas en publicaciones como Die Zeit (la revista
alemana que encargó la obra), London Review o la
estadounidense Forward.
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Cubierta de
Sin la sombra de las torres. Sobre estas líneas, el rostro
de Art Spiegelman, extraído del web flakmagazine (flakmag.com).
©
2005 A. Spiegelman
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DESDE LA
BARRERA,
comentario por Javier Mora Bordel |
Buena
parte de los autores más representativos de la historieta
acaban por tocar techo y sienten hastío, quizás cansados por
las limitaciones e imposiciones de un medio tan
mercantilizado como el cómic, o entusiasmados con nuevas
experiencias en otros campos. En tal situación, puede que la
postura más coherente sea la exploración de nuevas
perspectivas para, una vez recuperado el entusiasmo de
antaño, regresar. Aunque eso sí, en ocasiones, como ocurre
en el caso de Art Spiegelman, este retorno implica una
vuelta radical al pasado. |
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Un paréntesis.
Desde
sus inicios en 1968 hasta la culminación de su trayectoria con el
célebre Maus (1980-1992), Spiegelman se ha erigido como una
de las figuras cumbres del underground norteamericano, a
medio camino entre el lirismo de sus primeros pasos centrados en la
transfiguración de la realidad social a través de la parodia inquina
del yo (al estilo de Crumb o Kim Deitch) y la generación de autores
de finales de los ochenta que orientaron esta mirada interior hacia
otros derroteros narrativos (Como un guante de seda forjado en
hierro de Daniel Clowes u Odio de Peter Bagge pueden
servir como ejemplo). Este modo particular de hacer historieta que
busca en la ironía expresionista de lo cotidiano y en la sátira
descarnada de lo establecido un punto de arranque común al margen de
otras iniciativas, alcanza con Spiegelman un grado de sinceridad y
de compromiso excepcional en el que su percepción de la realidad y
de las relaciones humanas transciende por encima incluso de la
propia Historia y sus tragedias (en Maus la relación padre
hijo es el tema universal del cuál se deriva la denuncia explícita
al nazismo). Spiegelman se conduce con autenticidad, sin dejarse
llevar por la pedantería (como este cómic de la experiencia, de moda
hoy en día, en el que hasta el vuelo de una mosca se considera digno
de mención), y ofrece los sentimientos como la materia prima de lo
artístico oficiando como observador del comportamiento ajeno por
medio del propio y que sólo hablará cuando tenga algo importante que
contar.
Desde 1992 hasta
2001, Spiegelman se alejó de la historieta para cultivar la
ilustración en magazines culturales (principalmente en New Yorker)
o en libros (The Wild Party). Un modelo de contar historias
como el suyo sustentado íntegramente en su intimidad, o bien
alcanzan su cenit o bien se exorcizan por medio de la obra bien
hecha. Es decir, el buen autor que nos desvela sus demonios
interiores, debe esperar a que estos vuelvan a ser dominados por
otros nuevos o si no él termina agotado y su historieta se convierte
en mercancía sin valor. El hecho que le empujó a retomar la
historieta sucedió a los nueve años, concretamente el 11 de
septiembre de 2001.
El hecho
puntual.
Mucho se ha
escrito y especulado en los distintos medios sobre el acto más
determinante en la reciente historia del siglo XXI. Desde películas
(El día que cambió el mundo o La última noche…),
a documentales (11'09''01 - SEPTEMBER 11),
pasando por ensayos (La izquierda y el 11-S), novelas (Windows
on the World), música (The Rising, Around the sun),
las iniciativas han sido numerosas no existiendo prácticamente
artista de elite que no se haya posicionado, ya sea ofreciendo su
solidaridad hacia las víctimas y los equipos de rescate, ya sea
gritando a los cielos por tamaña masacre. La convulsión social
suscitada por el 11 de septiembre así lo requería. Es lo correcto,
lo esperable, lo aceptado. En cambio, ¿cuántos fueron los artistas
que desde un primer momento mostraron una voz crítica y señalara
nuestra parte de culpa en el maremagno? ¿quiénes trataron de hacer
ver que similares hechos condenables ocurren día si y día también en
otras partes del mundo y con los roles cambiados?
En el
caso de la historieta pocos. El articulo de Fernando García
Marvel se fue a la guerra, chiribín chiribín chin chin... (Marvel y
los cómics del 11-S) en la edición decimotercera de
Tebeosfera
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da buena cuenta del pobre panorama suscitado
en torno a este tema dentro del ámbito de la historieta
norteamericana en el que la mayor parte de las iniciativas parecen
reducirse a productos de homenaje puntuales (Heroes) o
derivados (The Amazing Spider-Man núm. 36; la línea The
Call of Duty, etc., etc.) que en muchos casos podríamos
considerar hábiles políticas de marketing editorial. No se
reflexiona sobre las causas y simplemente se mete el dedo en la
llaga de las consecuencias: ¿cómo se puede pretender ensalzar la paz
entre los pueblos cuando se alientan posturas de nacionalismo
recalcitrante? o, ¿cómo pedir la justicia universal si sólo se alzan
en el papel los defensores de una cultura y de una nación?
Es por
eso, que el reciente trabajo de Art Spiegelman, Sin la sombra de
las torres, no puede pasar desapercibido y debe considerarse
como la antitesis reflexiva a toda esta nutrida manifestación
artística de homenajes inocuos.
Cuestión de
supervivencia.
Mucho
tuvo que ver el hecho de que Art Spiegelman fuese uno más de los
testigos directos que tuvieron que hacer frente a ese día; alguien
que pudo comprobar in situ como el telón se venía abajo, que pudo
sentir los numerosos cambios que se avecinaban. Los aviones al
estrellarse, el miedo por los hijos, la nube de polvo, el caos en
las calles, la inseguridad en la evacuación… El Bajo Manhattan, su
privilegiada atalaya, se convirtió de pronto en un episodio dantesco
donde Spiegelman era un elemento más de una masa asustada y herida
en su fuero interno. Y esta suerte de desconcierto generalizado
debió generar en él, de nuevo, sentimientos encontrados.
«Antes del 11-S,
los traumas que tenían eran más o menos autoinflingidos, pero el
superar la nube tóxica que minutos antes había sido la torre norte
del World Trade Center me dejó balanceándome en la delgada línea en
que la Historia Universal confluye con la historia personal; la
intersección de la que mis padres, supervivientes de Auschwitz, me
habían alertado cuando me enseñaron a estar siempre listo para
escapar» (“Se nos cae el cielo encima”, prólogo de Sin la sombra
de las torres).
Art
Spiegelman da una definición precisa de lo que es el horror: la
pérdida inmediata (y anónima dentro del gran colectivo social) de
los paraísos particulares que tanto nos ha costado crear. Y fue en
esa situación cuando comprende su verdadero significado y
repercusión. Cuando elaboraba Maus, Spiegelman no fue capaz
de comprender la dimensión total de la tragedia familiar: ese estar
en permanente estado de alerta porque nada hay seguro ni cierto; un
planteamiento vital desalentado que le pasará factura una y otra vez
en su relación con cada uno de sus miembros, en especial su
despótico padre. Ahora, en el mismo instante en el que todo se le
viene abajo, Spiegelman comprende la magnitud de este sentir
heredado: los efectos destructivos de la Historia se muestran en las
miserias diarias de los sobrevivientes, de aquellos de deben hacer
frente al pasado en cualquier momento.
El paso
siguiente parece inevitable: comunicar esta aterradora realidad para
tratar de purgarla lo antes posible. Y si antes la historieta se
planteó como el medio idóneo, en estas condiciones también, máxime
cuando podía lograrse un efecto cuanto menos que catártico. Lastima
que no encontrara cabida… |
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< Fragmento de una página de la obra
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Imágenes sobre cómo se ha visto a sí mismo el autor tras los
acontecimientos del 11-S y página dominical de historieta de
las utilizadas por Spiegelman para trazar un paralelismo con
su In the Shadow of no Towers.
Clic para ampliar
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El espíritu de
la guerra.
New
Yorker, no era desde luego el espacio adecuado para un
Spiegelman desorientado. Esta publicación de corte liberal que nunca
vio con buenos ojos su aire crítico (ya tuvo problemas antes del
11-S) menos iba a aceptar sus salidas de tono cuando en EEUU se
respiraba un clima monocorde: quien no está a mi lado está en contra
mía. Mientras que el país quería vivir a toda costa un nuevo periodo
de normalidad aparente, en Spiegelman, en cambio, crecía a marchas
forzadas el descontento:
«Se vieron coronas
de flores y símbolos de la paz idealistas durante algunos días en
Union Square, lugar de control entre el sur de Manhattan y el resto
de la ciudad. Pero pronto se los llevaron la lluvia y la policía
mientras el mundo se apresuraba hacia nuestra “Nueva Normalidad”.
Cuando el gobierno pasó al modo Gran Hermano diatópico y empujó a
Estados Unidos hacia una aventura colonialistas en Iraq, toda la
rabia que me había tragado tras las elecciones de 2000 y toda la
paranoia que apenas había conseguido sofocar inmediatamente tras el
11-S, volvieron con gran fuerza. Nuevos traumas empezaron a competir
con heridas aún recientes y la naturaleza de mi proyecto comenzó a
mutar». (“Se nos cae el cielo encima”, Op. Cit.).
Las
ilustraciones y los pequeños ensayos con los que había tratado de
tranquilizar su conciencia (algunos soberbios, como su portada
homenaje seis días después de los atentados o su ilustración
denunciando los residuos tóxicos dejados por la nube de polvo),
resultaban del todo inocentes y necesitaba una nueva fórmula. El
cauce idóneo para emerger llegó a principios de 2002, cuando Michael
Nauman (que acaba de convertirse en editor del conocido diario
alemán Die Zeit) le ofreció «una serie de páginas sobre el
tema que quisiese (…) acompañado de la promesa de que no habría
interferencia editorial». El viejo espíritu underground se
reencontraba en un espacio inédito: el de la prensa.
La
página dominical se convierte en la nueva herramienta de Spiegelman
y a ella se ajusta para transformarla y reformularla, para hacerla
destacar del resto ya sea estéticamente jugando con el concepto de
diseño (planchas verticales) ya sea cargándola de un fuerte
contenido ideológico. No va a hacer concesiones. Su resentimiento no
va a dejar títere sin cabeza y no va a olvidar lo que ha ocurrido y
hacer como que no ha pasado nada. Para ello emplea un lenguaje
contundente, exento de sutilezas y lejos de la animalización de Maus
(incluso en varias planchas parece burlarse de ello, parodiando este
recurso). Es el Spiegelman hombre sumido en las dudas, el ciudadano
confuso, quien habla y esta vez no empleará ningún velo que oculte
su rostro. Una vía, la de la acción directa, tal vez no del todo
acertada a juzgar por los resultados.
El ruido y la
furia.
«No
escribo cuando siento». Fue Bécquer quien sintetizó de esta manera
una de las reglas de oro de la literatura: dejándonos llevar por la
pasión podríamos descuidar otros aspectos como la estructura o la
intensidad de la obra, amén de impedirnos ver las cosas con juicio.
Este ha sido, a mi entender, el lastre que convierte a Sin la
sombra de las torres en una obra cargada de buenas intenciones
pero carente de la calidad de los trabajos anteriores de Spiegelman.
Si en Maus Spiegelman es capaz de alejarse del dolor (tal vez
por haberlo vivido por quien se ve afectado desde la distancia) y
mantener una postura coherente a través de su narrativa, en Sin
las sombras de las torres el desconcierto visceral de alguien
dominado por aquel se hace penuria sin sentido. No existe una
estructura general, no hay una idea dominante (ni siquiera en una
misma plancha), todo es un cúmulo de ideas intercaladas puestas al
servicio de un ideal, la protesta, que acerca peligrosamente la obra
al panfleto político en muchos momentos.
Este
carácter caótico está en la génesis de la obra. El mismo Spiegelman
cuenta como la obra, concebida en entregas semanales, fue
retrasándose paulatinamente llegando incluso algunas planchas a las
cinco semanas de gestación. De este modo, la publicación de la obra
de prolongó hasta septiembre del 2003, dadas las variaciones que
Spiegelman iba introduciendo. Aunque el empleo de personajes de la
prensa norteamericana de principios del siglo XX se da desde un
principio (planchas uno y dos), en las inmediatamente siguientes
(planchas tres y cuatro), podemos observar como Spiegelman establece
un relato en primera persona de los acontecimientos sufridos por él
y por los suyos. Un ritmo narrativo que de nuevo se ve quebrado con
una mayor carga política (plancha cinco en adelante) en la que tanto
un trasunto directo del mismo autor como los representantes
simbólicos de su desazón se encargan de parodiar cada una de las
líneas políticas de la administración Bush. Simple adaptación: si el
ambiente de crispación era utilizado por el Gobierno en su propio
beneficio (fomentar guerras), él lo emplearía para la protesta
quedando de este modo arrinconada su propia historia personal.
La
interiorización del sufrimiento no se produce sino que se muestra
tal cual a base de retazos de ideas y no de vivencias. Y esto afecta
directamente al conjunto de símbolos empleados por Spiegelman en su
obra, las ya mencionados estrellas de los suplementos dominicales
norteamericanos. Su inclusión sí es original y plenamente
justificada:
«Tras los
atentados, los recitales de poesía parecían tan frecuentes como el
sonido de las sirenas de los coches de policía; los neoyorquinos
necesitaban poesía para ponerle voz a su dolor y cultura para
reafirmar su fe en la civilización herida. Aquellas semanas,
probablemente oí el “1 de septiembre de 1939” de W. H. Auden una
docena de veces, pero mi mente seguía divagando. Tampoco encontré
consuelo en música de ningún tipo; me parecía obscenamente
exquisita. Los únicos artefactos culturales que pudieron ir más allá
de mis defensas para inundarme los ojos y la cabeza de algo que no
fuesen imágenes de las torres en llamas fueron viejas tiras de
cómic: creaciones vitales y sin pretensiones que había ido guardando
desde los optimistas albores del siglo XX. El hecho de que
estuviesen hechas con tanta destreza y brío pero nunca pretendiesen
durar más que el día en que se publicaban en el periódico hacía que
fueran conmovedoras: eran simplemente perfectas para cualquier
momento del fin del mundo». (del suplemento del cómic incluido en
Sin las sombras de las torres).
Yellow
Kid, Happy Hooligan, Katzenjammer Kids, por señalar los personajes
más importantes, se manifiestan como la respuesta de Spiegelman a
la maraña de homenajes intelectuales derivados del 11-S. Y son
perfectamente validas al ser la quintaesencia de la tradición del
cómic. Spiegelman en su faceta de creador de tiras para periódico
recurre a los maestros que crearon el espacio de los tebeos dentro
de la prensa diaria y se vale de su herencia para enmarcar su
concepción de lo que debe ser la moderna página dominical.
Este
planteamiento, acertado por descontado, plantea un problema en su
resolución. Da la sensación de que el manejo paródico de estos
personajes y lo que representan es el de un pastiche. Sin orden y
concierto los personajes sufren como víctimas del mundo derivado del
11-S, ya sea de un modo literal o metafórico. Pero podrían haber
sido ellos como podrían haber sido otros; no poseen sustancia
propia, ni identidad, ni profundidad. Simplemente se pasean por las
páginas sin más interés que el de mostrar el caos y la hecatombe
inmanente a una sociedad como la norteamericana, con las heridas
abiertas. Spiegelman utilizándolos no inventa nada, ni aporta nuevos
valores en ellos que no sean los del enfrentamiento político y este
mismo hecho nos hace reflexionar sobre su verdadero papel:
¿simplemente han sido manejados en función de unos intereses por muy
noble que sea la crítica? Y lo que es peor, ¿este es el único
partido que es capaz de sacarles?
Tal vez de no
haberse dejado arrastrar por su emotividad y su furia consigo mismo
y el mundo que le rodea, tal vez con cierto grado de
distanciamiento, todo hubiera quedado resuelto y las piezas del
complejo puzzle mental diseñado por Spiegelman hubieran encajado a
la perfección. Pero vivido lo vivido quién podría culparle… Al menos
con sus yerros ha dejado constancia de su honradez. |
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[ © 2005 Javier Mora Bordel, para Tebeosfera,
050205 ]
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