1. BREVE ESBOZO DE
SITUACIÓN: RAMBLA Y SU CONTEXTO
Afirmar que la década de los ochenta supuso la explosión de
una nueva cultura popular en España no es más que recalcar una obviedad,
sea ésta entendida como una respuesta liberadora frente a demasiados
años de dirigismo y coacción política o bien como un desarrollo
previsible y una adecuación a los parámetros de las sociedades
occidentales democráticas, en las que la “libertad de expresión” y la
“libertad de consumo” llegan a ser prácticamente dos caras de una misma
moneda, y la frontera entre cultura y moda es difusa desde el
advenimiento del pop. Ningún ejemplo más paradigmático al
respecto que la tan añorada movida emergente en el nuevo Madrid
democrático (el Madrid de Tierno Galván y de Alaska, del
Rockola y más tarde, por supuesto, de Madriz), hedonista y pasota
a partes iguales, y deliberadamente pop en su actitud hacia
cuestiones de capital importancia para “progres” y demás concienciados
de la generación inmediatamente anterior. Esbozando a grandes rasgos una
nueva estética generada desde una nueva situación social, la España de
los primeros ochenta se desentiende del pasado monocromo reciente a
golpe de objetos y espacios “de diseño”, colores saturados y formas
complejas, banalización del kistch desde el refugio del
escepticismo postmoderno y, por encima de todo, raudales de creatividad.
El cómic, fenómeno comunicacional complejo y característico
de esa cultura popular y populosa inherente al mundo contemporáneo, no
podía permanecer ajeno a una pulsión renovadora que afectara a sus
formas y contenido de un modo análogo a como sucedió con lenguajes
artísticos más reputados, pulsión que en lo relativo al cómic, y
remontando el hilo cronológico, hunde sus raíces a partes iguales en el
underground americano y en el posicionamiento del cómic europeo
posterior a 1968. Aunque con precedentes ilustres en la España
predemocrática como El Papus o El Rrollo Enmascarado (ver
al respecto el impagable artículo de Antonio Martín
“Nacimiento y
primeros pasos de El Rrollo Enmascarado” en esta misma revista electrónica), el cómic en España
experimenta en un breve lapso, apenas el lustro que separa la muerte de
Franco de la década de los ochenta, una transformación que lo
aproxima a esos referentes internacionales tanto tiempo anhelados. En
esta transformación interactúan factores explícitos favorecidos por el
nuevo clima político (por ejemplo la evolución de obras mucho más
explícitas con el sexo o la violencia, del comix marginal y la
“línea chunga” con El Víbora y Makoki a la cabeza) con
otros de mayor calado en lo relativo a la situación del cómic en el
contexto social del que participa, a los determinantes que habían venido
conformando su historia interna y a las expectativas generadas por la
sinergia cultural del momento. Sólo desde esta coyuntura pueden
analizarse fenómenos tales como el Boom del cómic en España, su
alcance, sus repercusiones e incluso la idoneidad del término. El
florecimiento de nuevas publicaciones propiciada por el aumento de
ventas, la introducción del cómic como objeto expositivo (ya desde los
años sesenta; en Barcelona, la Fundación Miró dedicó espacios a los
tebeos desde 1976; la muestra consagrada a Hergé en esta misma
Fundación en 1984 alcanzó gran resonancia) y de discusión mediática
(desarrollando el ejemplo anterior, basta reseguir la encendida polémica
generada por la conveniencia de dicha exposición en los periódicos del
momento), no parece ser argumento suficiente para superar las
reticencias que Josep Toutain, uno de los artífices e impulsores
capitales en el crecimiento editorial del periodo, expresa sobre el
boom como calificativo apropiadoi.
Movido bien por la prudencia o por el escepticismo, la postura de
Toutain parece denunciar una concreción en el ámbito del cómic de
esa dinámica de consumo dirigido por el dictamen siempre efímero de la
moda a la que nos referíamos al principio. Desde la perspectiva actual,
parece que el tiempo le ha dado la razón, tanto más si atendemos a
aspectos concretos y tan decisivos como la situación de los autores
españoles y sus obras en el mercado del cómic nacional (un mercado
dominado durante gran parte de los ochenta y noventa por material de
procedencia norteamericana, y ahora progresiva pero inexorablemente
relevado por producciones de origen nipón). Ésta es, precisamente, una
de las claves de esa intrahistoria que aporta un nuevo argumento a la
incredulidad bienintencionada de Toutain frente al optimismo
desaforado, siendo como fue fundador y responsable de Selecciones
Ilustradas (1956), y testigo de primer orden de la diáspora por
editoriales internacionales de las obras de numerosos autores españoles,
muchas de ellas encargos alimenticios que, a falta de prestigiarlos tras
seudónimos diversos, al menos demostraban el gran oficio y
profesionalidad de los mismos. Y es aquí, precisamente, donde Rambla
adquiere un valor añadido que la singulariza y la hace irrepetible:
como palestra y oportunidad para autores españoles, noveles y
consagrados, de acercarse al público mayoritario en un momento en el que
los cómics estaban en las calles y los kioscos antes de su
enclaustramiento (parece que definitivo) en los santuarios de las
librerías especializadas. En cualquier caso, y se reconozca o no la
existencia de un boom, resulta evidente que Rambla
aprovecha la bonanza editorial de principios de los ochenta, y reclama
legítimamente una parte del éxito que hasta el momento disfrutaban
publicaciones como TOTEM, 1984 ó Comix Internacional
para autores que, aun colaborando activamente en algunos de esos
títulos, buscan un lugar que puedan sentir como suyo. Desde la utopía de
las premisas, veamos qué era y cómo evolucionó Rambla en su
realidad.
2- RAMBLA:
ANATOMÍA DE UNA REVISTA
«Ojerosos, fatigados, frenéticos, histéricos, pero con el
corazón emocionado por la alegría que experimentan, los autores,
contemplan ilusionados y esperanzados, a la criatura que, ahora, está en
vuestras manos: ¡Ha nacido RAMBLA!»ii
El pasaje intenta transmitir la energía y entusiasmo concentrado en el
verdadero momento fundacional de Rambla, una cena en un restaurante barcelonés allá por noviembre de 1981, concentrando los genios de Josep Maria Beà,
Alfonso Font, Luis García, Carlos Giménez y Adolfo
Usero, además de el ya citado Josep Toutain y Roberto
Rocca, en esos momentos editor de TOTEM.
Las intenciones viene corroboradas por los hechos, al menos durante los
primeros compases de la revista: Beà con La esfera cúbica
(obra que inaugura
en 1984 la colección Álbum Rambla Color), La Muralla (más
tarde editada como libro por Toutain Editor) y Siete Vidas, al
tiempo que bajo el seudónimo de Sánchez Zamora e inspirado por la
elegancia formal de Alex Toth, construye formidables historias de
corte costumbrista; Font con la iconoclasta Clarke & Kubrick
(que conocerá reediciones para Norma, siendo publicada en Cairo
(1982) y más tarde como libro); García con Nova 2, serie
ya presente poco antes en TOTEM, la revista de la Editorial Nueva
Frontera pionera en difundir el concepto de “nuevo cómic” (a destacar la
colaboración del propio Beà como modelo); Giménez con
Los Profesionales (que seguirá desde 1983 en Comix Internacional);
y Usero con Maese Espada (a partir del número 7, Usero
creará en colaboración con el propio Luís García y con Felipe
Hernández Cava, otro veterano de la época de Troya/Trocha, la
epopeya histórica Argelia). A este grupo troncal deben
sumársele las colaboraciones, puntuales o continuadas, de autores como
Kim (sus historias para los números 1 y 17 están a años luz del
registro humorístico desplegado en la segunda época de Makoki y
sobretodo en El Jueves); el tándem Ventura y Nieto
homenajeando a través de la parodia a Corben, Moebius,
Pratt o Hergé; un Luis Royo apuntando maneras en las
series “Circulus” y “Sataka”; y otros en cuya merecida reseña no podemos
demorarnos. No obstante las divergencias en lo temático y lo plástico
abundan en la sensación de heterogeneidad que ha contrariado a algunos
críticos del medioiii,
Rambla constituye, por oposición a la situación que los autores
más veteranos padecieron durante los años de la producción estajanovista
y casi anónima, una apología de la integridad del creador comprometido
con su obra. En este sentido, Rambla aporta en lo concreto un
ejemplo de las concomitancias entre la evolución del cómic español y
algunos precedentes internacionales que apuntábamos más arriba.
Concebida como publicación gestionada por los propios dibujantes (desde
el primer número Luis García ejerce de director y Beà de
director artístico), Rambla participa del mismo anhelo de
autonomía para el autor y su obra que encontramos en el origen de
publicaciones francesas precedentes, como L’Echo des savanes
(fundada por Gotlib, Mandryka y Claire Bretécher en
1972), Fluide Glacial (creada por Gotlib en 1975) o
Métal Hurlant (en 1975, de Bernard Farkas, Jean-Pierre
Dionnet, Phillipe Druillet y Jean Giraud / Moebius). Ganar el
control de su obra y establecer una comunicación efectiva con el público
al margen de las fórmulas de mercado es la premisa que, catalizando en
pleno mayo del 68, llevó a Jean Giraud (justo antes de su
advenimiento como Moebius) y sus compañeros de Pilote a
reclamar el control de la revista a un asombrado Goscinny, por
aquél entonces editor de la mismaiv.
Rambla también intentó valerse de una coyuntura favorable (no
en lo político, sino en la sinergia económica del sector), para apostar
por un modelo ideal de mercado, fundado en la producción nacional y
autogestionada.
Volviendo al quinteto fundador, cabe destacar, además de la
calidad plástica y narrativa de sus historias, su encomiable voluntad de
establecer un diálogo con el público. La sentencia de Beà en la
declaración de intenciones del primer número es ilustrativa al respecto:
«De verdad que te quiero amigo lector. Sin tu presencia, de nada sirve
el esfuerzo. Tan sólo tú puedes animar, dar vida a la criatura que el
dibujante crea. Así de necesario eres para mí»v.
Semejante “amor” encuentra su continuidad en los numerosos dibujos que,
a partir del tercer número (cuando se pone en marcha la sección
“Satélite” dedicada al correo) se crean como respuesta ilustrada
a muchas de las preguntas, sentencias, exabruptos y toneladas de
alabanzas dedicadas a la revista y sus responsables. Entre las misivas,
destacan las de protagonistas del pasado y el presente de la historia del
cómic español como la del gran Eugenio Giner, la crítica
constructiva de Antoni Guiral o la felicitación de Jesús
Cuadrado (todas ellas en el número 3). Pero donde Rambla
despliega realmente esa vocación de diálogo con el público (conscientes
de que todo lector es un autor potencial, sobretodo en un momento de
eclosión de fanzines y autoediciones de todo tipo) es en el hecho
de construir a través de las más diversas secciones un sólido discurso
didáctico sobre el cómic, que comprende desde los secretos técnicos
desvelados por Beà en su “Taller Rambla” y más
adelante desarrolladas en librovi,
a aspectos de reflexión teórica como los expuestos por el docto
Antonio Remesar en su apartado “Ecología de la
imagen” desde el número 11 en adelante (en cierto modo,
incluso Los Profesionales de Giménez y sus autorreferencias ofrecen una interpretación
sociopedagógica del cómic). También se concedió un espacio destacado a la crítica, contando
con las plumas de Antonio Martín, Salvador Vázquez de Parga,
Ana Salado, Elías García y, a partir del séptimo número,
hasta del mismísimo Ramoncín (mostrando un sólido criterio
sobre cómics antes de descubrir su vocación mediática). La culminación
de esta apuesta por el feed-back y la apertura llega, no
obstante, con la sección “Rampa-Rambla”, dedicada desde el cuarto
número a brindar un espacio de expresión a autores noveles (la primera
contribución es de Ana Miralles, más tarde asidua colaboradora en
Madriz, y también participarán Beroy -número 9- o Ángel
de la Calle -número 13- entre los más notables). La apuesta y el
compromiso con tan loable empresa encuentra su culminación con el
lanzamiento, en marzo / abril de 1984, del primer número de Rampa Rambla como publicación independiente.
Para entonces numerosos cambios habían tenido lugar, no
sólo en lo relativo a los autores que participaron en la fundación de
Rambla, sino también en el propio funcionamiento interno de la
revista. La séptima entrega marca un punto de inflexión en ambos sentidos: por un lado, Carlos
Giménez ya no forma parte de la revista y Alfonso Font
también la abandonará justo un número después (Usero continúa
hasta el número 10); por otro, la edición pasa a manos del tándem GARCÍA
& BEÀ Editores como nueva afirmación de independencia (asumido con toda naturalidad tanto
por los propios autores como por Distrinovel, el editor de los seis primeros números) y con la
expectativa de generar una dinámica todavía más positiva para la
revista: «…consideramos que RAMBLA, después de una necesaria fase
de estabilización, ha entrado en una segunda etapa, donde libre del peso
que conlleva todo proyecto ambicioso, podrá ahora consolidar y
enriquecer la personalidad que deseamos para ella…»vii.
Las ausencias de Font y Giménez intentan ser cubiertas
dando mayor protagonismo a autores que hasta el momento habían realizado
colaboraciones eventuales, como
Alfonso López, Joan Mundet, Herikberto
(formalmente el más afín a aquellas tendencias expresionistas más
desaforadas dentro del arte de los ochenta) o Pascual Ferry
entre otros, muchos de ellos simultaneando su dedicación a
Rampa-Rambla. Fiel a su política de promoción del cómic español,
también ofrece un espacio a nuevas obras de algunos grandes autores del
cómic nacional, del calibre de Fernando Fernández (número 9),
Esteban Maroto (números
10-12), Enric Sió (números 8, 21-24, 30) y Antonio
Hernández Palacios (presente desde el número 15 hasta el 22 con “La
guerra Cayuso”, una aventura de Manos Kelly, personaje nacido en
Trinca una década antes), estos últimos sendos galardonados con el
Yellow Kid del Salón de Lucca en 1971 y 1974 respectivamente.
Esta “segunda etapa” auspicia el nacimiento de publicaciones satélites:
además de la citada Rampa-Rambla, aparecen Rambla Rock y
Rambla USA (coordinada por Javier Coma), además de
proseguir con las colecciones de álbumes preexistentes Rambla blanco
y negro (inaugurada con Cuentos de un
Futuro Imperfecto de
Font ) y Rambla color (con El Libertador de Herikberto
en su primer número). Mención especial merece la “aventura” de
Rambla Quincenal, cuyo primer número aparece en noviembre de 1984 e
intenta forzar la máquina de un mercado por entonces más que copado y
donde el concepto de crisis o crack empieza a ser reconocido y
conjurado a partes iguales (ver la breve editorial del primer número de
Rambla Quincenal). Prácticamente con el mismo equipo creativo de
Rambla y reproduciendo sintéticamente su estructura, la
periodicidad quincenal sólo ha de durar ocho números: «Vamos a digerir
la experiencia y mientras recuperamos fuerzas, volveremos a ser
mensuales»viii.
La vuelta al formato original, que en términos cronológicos
puede ser vista como el inicio del tercer y último ciclo de la empresa
iniciada cuatro años atrás, comportará una revisión de ciertos
principios que habían vertebrado hasta el momento la revista. El más
evidente de todos es la inclusión de material de autores extranjeros,
destacando sin duda Mort Cinder de Alberto Breccia y el
desaparecido Hector Germán Oesterheld (que empieza a publicarse
ya en el primer número de Rambla Quincenal), Casanova del
italiano Guido Crepax (números 29 y 31) y Steve Canyon de
Milton Caniff (número 34). Como refuerzo de dicha novedad, desde
el número 31 se incluyen las secciones “Rambla Internacional” (de
autoría colectiva y sin firmar) y “Series y seriales” (del ubicuo
Javier Coma), dirigidas a ampliar el espectro de atención del
lector asiduo hacia los grandes nombres y autores del cómic mundial,
autores seleccionados, eso sí, por su especial vocación experimental o
rupturista (uno de los principales argumentos con los que Coma
homenajea a Breccia en su sección inaugural). En el mismo sentido
se expresa la editorial del número
33 (agosto 1985): «Porque no podemos limitarnos al éxtasis ante nuestros
propios ombligos. Respondemos, así, al interés de muchos lectores por
conocer cuanto de importante sucede más allá de nuestras fronteras»ix.
Por otro lado, lo que podría definirse como aquella línea “genuina” de
Rambla comprometida con el cómic español se mantiene, si bien se
adopta eventualmente una estrategia encaminada a hacer más atractivo
cada número dotándolo de una personalidad diferenciada. Así por ejemplo,
el “Especial Sexo” del número 24 (noviembre de 1984) inaugura una
serie de números monográficos al que seguirán un “Especial Navidad”
(número 25, diciembre 1984/enero1985), “Especial Miedo” (número 26,
enero/febrero 1985) y un “Especial Romántico” (número 27, marzo/abril
1985). Dicho recurso no fue capitalizado sólo por Rambla, y es
observable en otras revistas durante el mismo periodo, como TOTEM
o Cimoc. Asimismo, los dos baluartes restantes del quinteto
inicial, Beà y García, multiplican sus aportaciones:
Beà con series de largo recorrido como “El estado de Joey”
(aparecida ya el número 17 y nuevamente bajo el seudónimo de Sánchez
Zamora) y el tributo lovecraftiano “Seres, Dioses y espacios”
(desde el especial de diciembre de 1983 y con guiones de José Lórman),
además de multitud de relatos cortos en todo tipo de registros. Por su
parte, García continuará ilustrando muchas de las secciones, como
viniera haciendo desde el primer número y especialmente durante la etapa
de Rambla Quincenal con “Contactos”, además de colaborar
regularmente desde el número 27 ni más ni menos que con Víctor Mora
en historias autoconclusivas (precisamente en la primera de sus
colaboraciones publicada en la revista, titulada “Love Strip”, García
cuenta con los posados de Carlos Giménez y del propio Mora).
Es
evidente que la inclusión de autores de renombre internacional puede ser
interpretado como la adaptación de una estrategia comercial y de reclamo
que la práctica totalidad de las revistas de cómics surgidas al amparo
del tan cuestionado boom del cómic en España habían utilizado
indiscriminadamente. Pero atendiendo a la constante promoción del cómic
español y sus artistas que Rambla defendió con extraordinaria
coherencia a lo largo de casi cuarenta números, no puede ser
interpretada como traición o menoscabo alguno a la esencia de la
publicación. De hecho, en Rambla siempre se mantuvo una actitud
crítica y una especial sensibilidad por la implicación del cómic en la
cultura española del momento (sensibilidad únicamente posible desde la
posición intestina del fenómeno
que ostentaban sus responsables), tal y como demuestran las demoledoras
críticas al reduccionismo mercantil al que, ya entonces, se había
plegado un Saló del Còmic de Barcelona por entonces en su quinta ediciónx.
Y si bien se puede aducir que Rambla nació económicamente tocada
en el momento en que ya desde sus primeros números no cubrió las
expectativas de ventas (vendió un 30% de los 60.000 ejemplares previstos
para el primer número, y su máximo techo de ventas fue de 29.000
ejemplares) y fue lentamente desangrándose a golpe de subidas de precio
y recortes de tiraje, no corrió peor suerte que el resto a pesar de ser
la última en llegar. Rambla quedará, posiblemente junto con
Madriz pero sin contar con las prebendas institucionales de las que
ésta gozó, casi como un vestigio arqueológico de la pequeña historia del
cómic español, para la que todavía, y pese a quien pese, cualquier
década de los ochenta fue mejor. |