Las siguientes
líneas pretenden rendir póstumo homenaje a uno de esos oscuros
trabajadores del cómic español que se nos va sin que hayamos
podido agradecerle en persona los felices momentos que nos ha
dispensado la lectura de su obra durante años.
¿Cómo expresar
el impacto visual que produjo en un niño de aproximadamente diez
años la contemplación de las wagnerianas planchas de Kronan?
Para alguien que había crecido con El Capitán Trueno y
El Jabato, el acceso a ese titánico mundo esculpido en piedra,
apenas vislumbrado entre jirones de niebla, supuso toda una
revelación. La habilidad del dibujante en la recreación de
escenarios, el tono onírico del relato y la belleza de las
imágenes imbuye a sus páginas de una atmósfera irreal,
cautivadora, hechizante. La feliz ocurrencia de su autor, ubicar
la estética bárbara en el marco de la mitología escandinava,
revela unas posibilidades hasta entonces desaprovechadas.
La alucinante
odisea emprendida por el pelirrojo protagonista que culminará con
la recuperación del martillo de Thor en el inframundo, no permite
tregua al guerrero ni descanso a la capacidad de maravilla del
lector. A medida que el héroe se interna en ese mundo de
pesadilla, los peligros y adversarios que se oponen a su firme
paso son empequeñecidos por los siguientes sin que cese el asombro
del lector. La determinación de Kronan en su venganza no repara en
lo extraordinario de su presencia en espacios jamás hollados por
pisadas humanas. Las convenciones se tambalean como lo hace el
cráneo gigantesco que, en lo más profundo del reino, sirve de
morada a Hel, la diosa del inframundo, cuando el rayo de Thor
acude en auxilio de su protegido al final del álbum.
Cumplida la
misión, queda, sin embargo, la búsqueda personal: Loki, que no era
otro quien se ocultaba bajo el nombre de Wolfdrala, huye y deja a
Kronan con el punzante recuerdo de mujer e hijo, muertos por el
dios del mal, continuación de la saga que concluye en la revista
Blue Jeans, en sus números 4 y 5.
Si a todo lo
expresado anteriormente, le añadimos un tono cromático más
atractivo y personal que el acostumbrado en la industria nacional,
y la calidad de la edición del álbum de Trinca: buen papel,
cartoné... tendremos como resultado un producto que, al menos para
el que suscribe, fue entronizado rápidamente entre sus
preferencias. El álbum adquirió para mí un carácter tan mítico
como el que emanaba de sus imágenes, y durante mucho tiempo, el
sueño de mi vida fue hacerme con un ejemplar en propiedad (cosa
que, por cierto, no conseguí hasta hace menos de un lustro).
Mientras tanto,
hube de conformarme con “El devorador” y “En los dominios de
Wolfdrala”, los dos episodios comentados anteriormente y que
culminan, en blanco y negro (salvo la magnífica ilustración de
portada del Blue Jeans # 4), la odisea del protagonista.
En la misma
revista asistí, pocos números después, a las andanzas de otro
guerrero cuyo parecido físico con Kronan, así como el de la
estética de la serie, me sirvió de consuelo hasta la consecución
del álbum de Trinca: Arcano. Creado para el mercado francés
(para Pilote, Dargaud), vio impresas en la publicación de
Nueva Frontera cinco historias cortas (“El gran brujo”, # 11, “El
ojo de la diosa Isliah”, # 13, “La canción de Ylgrid”, # 14, “El
monstruo de G’Zalth”, # 17 y “Selima”, # 18) en las que difiere de
su modelo en su más convencional papel de caballero andante
(aunque tocado con las pieles de bárbaro) desfacedor de entuertos,
y su poder telepático al que quizá se refiere su nombre. La
factura en color de las planchas de la serie continúa con el
atractivo escenográfico de Kronan, aunque no tan acusada, y
con la idealización de la representación del tipo: el héroe es
quizá demasiado bello para ser creíble, pero funciona en un
mundo de fantasía.
La trilogía de
personajes bárbaros de la época dorada de Brocal Remohí se
completa con otro personaje muy similar, creado también para
Francia, aunque con guión ajeno, de Moliterni: Taar el rebelde,
publicado al completo en nuestro país por Planeta en una serie de
revistas en blanco y negro del mismo título.
A pesar de lo
endeble de las historias, de la arcaica (y a veces redundante)
narrativa utilizada, y, en general, de la supeditación de los
guiones al aspecto gráfico, la obra de Brocal Remohí permanece
como una creación personal de un hombre que sentía y transmitía
pasión por su trabajo y que nos hizo soñar como nunca lo habíamos
hecho antes.
Descanse en
paz. |