Si seguimos a José
Antonio Marina en el desglose de las funciones que debiera tener el
crítico literario y que podríamos hacer extensivas a las del crítico de
textos de estudio sobre los medios humor e historieta, podemos encontrar
firme asidero para la idea de que a pesar de vivir en la cultura del
pastiche y la liviandad -el limbo de las equivalencias, dice
Marina- se puede justificar una distinción de calidad, o al menos romper el
relativismo del mérito de una obra que se desea criticar.
Habitualmente resulta
complejo al acercarse a las obras de estudio sobre humor e historieta que
vienen publicándose en los últimos años, como Historia del humor
gráfico en España (Milenio), Atlas de la cultura popular
(Fundación Germán Sánchez Ruipérez), El cómic hispánico (Cátedra),
La España del tebeo (Espasa). Unas pasan por querer ser tratados historiográficos y son de crítica invalidada por la abundancia de datos,
otras pretenden resultar estudios panorámicos y caen al abismo del
soliloquio nostálgico, otras pretenden aclarar cuestiones de relevancia
en la inserción entre los media o aplicando algún tipo de
análisis de contenido, pero no logran concluir de manera contundente sus
hipótesis. Se escribe mucho y se escribe bien, pero el rigor del
científico se aplica poco y el estudio sólido se echa en falta.
En este naufragio encontramos tronco al
que asirnos en la obra del doctor en Filología Hispánica José Antonio
Llera Ruiz: El humor verbal y visual de 'La Codorniz'. Obra que el Instituto de la Lengua Española del Consejo Superior
de Investigaciones Científicas ha editado con meticulosidad y saber
hacer en octubre de 2003,
y
que viene a ser la versión "legible" de la tesis doctoral del mismo
autor Sátira y humorismo: El caso de "La Codorniz" (1956-1965),
que fue defendida en el Departamento de Filología Hispánica de la
Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Extremadura en el
año 2000.
La Codorniz,
nacida en 1941, se tuvo siempre por decana de la prensa humorística
española y modelo de un humor superviviente bajo el franquismo o
doblegado a él. Depende como se entendieran sus etapas: la primera, la
de Miguel Mihura, que era vanguardista cuando ya no era momento para
ello (recién acabó la guerra civil), o la de Álvaro de LaIglesia, más
realista y acorde con la larga temporada gris de Franco. Luego habría
otra más corta de Summers, pero su importancia relativa fue mucho menor.
Llera aborda el difícil estudio del
semanario, que nadie hasta hoy había abordado con tal encono, con
aprovisionamiento abundante de lecturas previas que maneja con rigor,
como no es habitual. Sí,
hay que admitir que hay libros y artículos que se acercan a algunas figuras relevantes de La
Codorniz, algunos memorables, pero todos admiten revisión y
superación. Tubau, por ejemplo, hizo un estudio de aproximación a
publicaciones y época concretas del humor en España y su obra ha de
tenerse como de estudio panorámico del humor gráfico pero no como el
tratado definitivo por el que se ha venido tomando desde que apareció.
Al igual que Tubau, el doctor extremeño relata de manera muy amena, pero
añade profusas notas al
pie -acaso demasiado abundantes en ocasiones- para explicar la evolución de la
poética del semanario a la par que relata la historia interna de su vida
editorial y la de sus editores y colaboradores. De esta guisa, traza un camino
despejado partiendo de la identificación de la primera época de la
revista con el humorismo ramoniano
y absurdista, que era veladamente crítico, hasta
llegar a la sátira social y de costumbres en que acabó recalando La
Codorniz, obligada por la censura y por las propias limitaciones que se
imponían los autores
Llera ejercita la crítica literaria tanto
sobre el
humorismo de los textos como el de los dibujos de La Codorniz, no
se limita exclusivamente al análisis del humor gráfico. Lo hace desde una
perspectiva retórico / pragmática, pues el autor entiende que se puede
llegar a entender convenientemente el humor -ese animal fascinante pero
escurridizo- mediante un análisis
interdisciplinario que
combine las teorías pragmáticas de la lingüística
(particularmente desde la teoría de la relevancia) con las teorías
cognitivas (las semánticas) y también mediante el uso y conocimiento de la retórica. Así,
tras escoger dos
etapas concretas del semanario,
aquella en la que Mihura lo dirigió (1941-1944) y el decenio
comandado por De Laiglesia
(1956-1965), aísla Llera las estrategias del humor y de la sátira en la
publicación, determinando los porqués del uso de tropos como la ironía, la reticencia,
la parodia o el sobreentendido.
Viene a concluir el autor que Mihura no
consiguió el proyecto de revista que deseaba, a lo que pudo contribuir la tensión de la década de los 1940, cuando la libertad era una
entelequia y la vuelta a lo viejo, a lo gastado, se aceptaba como
posibilidad cultural. Sus colaboradores, por más que algunos eran de
elevada estatura (Tono, Galindo, Herreros, el propio Mihura, humoristas
italianos y americanos), no cuajaron en la España de la hambruna y la
herida. Después, en los años cincuenta, ya situados en la época de La Codorniz
con el marchamo de De Laiglesia, se opera un viraje en el humor gráfico hacia el realismo de
Mingote, de Goñi, o el tremendismo de Gila que luego conduciría a Garmendia y, con él, a una cohorte de humoristas literarios y gráficos
que abandonan las ínfulas creativas de vanguardia para descansar en la
sátira social leve y en la de costumbres. Es un planteamiento paródico
el que adoptará la publicación en esta etapa y es precisamente ése el que perdura y se
perpetua en la memoria, hasta el punto de que el último tramo de la
revista (el más satírico de Cebrián, Máximo, Chumy Chúmez) ha sido desvestido de la importancia que realmente tuvo por gran parte de los
que analizaron la revista.
Llera usa sus herramientas de análisis
lingüístico y estima que, en La Codorniz, fue la ironía
la estrategia retórica que permitía eludir mejor la censura y
conectaba más con la complicidad del lector. Pero luego se inflaron las
dosis de una parodia a caballo de lo literario y lo periodístico, donde
la denuncia de la represión y el compromiso aparentemente de izquierdas
(como la de Chumy, que ejercitaba ese discurso siendo él de derechas)
compartieron sitio con posturas claramente conservadoras como las de Serafín. El autor
afirma que los chistes gráficos servidos por el semanario adolecían de esquematismo en los años
cincuenta, como si estuviesen hechos con un molde, aunque sus páginas
sirvieron como campo de pruebas para los grandes humoristas que llegarían en la década
en que el Régimen de Franco languidecía: Mingote, Ballesta, Máximo, Forges...
O sea, que La Codorniz convino en
trazar un puente entre una poética vanguardista y un modelo popular de
humorismo, más realista y crítico si se quiere, que permitió hallazgos
plásticos y dio albergue a un humorismo ya perdido, acosado hoy por los
prejuicios de la literariedad. En palabras del propio Llera: de un
«humorismo literario sin mordiente al que hemos llegado». Diferente sería el
análisis si nos detenemos en el humor gráfico, pues más que puente fue
trampolín aquello para el humor fertilísimo que afloró durante la
transición y hasta los ochenta, cuando ya la posmodernidad rebajó la calidad de
invención y se fue haciendo necesario de nuevo construir otro
tipo de humor, «un
humor ético frente a la razón cínica»,
parafraseando a Llera de nuevo.
El autor de este
estupendo libro sigue
trabajando en el CSIC sobre la obra periodística de Wenceslao
Fernández Flórez. Mientras, sigue publicando textos relacionados con el
humor y la sátira (en Estudios sobre el mensaje periodístico, Signa,
Nueva Revista, Tropelías...), aunque, según nos ha comentado, cada día
se siente más interesado por la poesía. Preludio a la inmersión (Editora Regional de Extremadura, 1999) fue su primer poemario.
Este libro sobre La Codorniz,
esfuerzo inmenso (la bibliografía final da fe de su labor formidable)
constituye no sólo una lectura amena, también un acercamiento riguroso
sobre una parcela de nuestra literatura humorística y uno de los puntales de la
historia del humor gráfico en España. Desde cualquier punto de vista, y si
restamos importancia al exceso ocasional de erudición -algunos querrán
ver rigor desproporcionado en su discurso en ocasiones-, debiéramos
adoptarlo como manual y colocarlo en la mesilla aquellos que
investigamos sobre viñetas, pues a él habrá que remitirse
insistentemente en el futuro. |