Negado + marginado + despreciado = ninguneado, la palabra perfecta para
etiquetar y juzgar a Ray Collins, Robin Wood y Ricardo Ferrari,
guionistas estrellas de Columba.
Collins, uno de los guionistas más representativos de la editorial
agregó en los cincuenta puentes hacia la mejor literatura y esperanzas
de inmortalidad al medio con su defensa del estilo: metáforas
deslumbrantes saltando entre personajes torturados, diálogos desgarrados
y apretadas corrientes de palabras. Wood incorporó en los sesenta una
realidad donde pululan héroes cansados e idealistas. A principios de los
ochenta, cuando la estrella y el emblema de Columba era para siempre él,
Ricardo Ferrari comenzó a escribir.
Mas inclinado hacia el estilo Oesterheld que a los resplandores de
Collins y la camaleónica capacidad de Wood para reinventarse, Ferrari
lanzó con Julio César el molde del que crecerían sus creaciones
posteriores. En sus relatos abundarían desde entonces los hechos
laterales que terminan integrando la historia central, modificándola con
voces marginadas que aportan una característica central del estilo
Ferrari: la cosmovisión que permite mostrar todo el cuadro desde
los márgenes donde habitan los hombres comunes.
La recreación de los temas borgeanos es la otra clave importante de su
trabajo: oculto detrás de sus historias esta el culto al coraje de los
orilleros borgeanos explícito en el temprano “Los guapos” (D'
artagnan, VI-1986), ese momento donde se debe decidir si se es, o
no,
valiente. O ese cuchillo que mata más allá de la muerte de sus
dueños homenajeado en Dax.
Los personajes de estas historias son disecados a través de sus actos y
obligados a una lección moral. Al igual que en Oesterheld y Collins, la
pasión en Ferrari no llega a dominar a sus criaturas: la violencia nunca
hace crujir los dientes con la excepción de Capellán, donde Gómez dibuja
los horrores de una guerra colonial en la que ex liberadores franceses
conviven con nazis.
Ferrari, como Oesterheld y Collins, prefiere apartarse delicadamente en
el momento de la violencia, replegado en su humanismo, mientras Wood
levanta sus mejores personajes, copia voces y recrea modales y violencia
ocultos.
En Ferrari, sobre el personaje central, se eleva el hombre común, lleno
de miedos y dudas, atado a su pasado y enfrentado a hechos que lo
superan para terminar descubriendo la verdad: es el ex legionario que
antes de su entrada en Roma le da a Julio César la explicación de su
gloria o el escribiente que escucha del propio Iván El Terrible la razón
de su locura y no puede hacer nada para detenerlo.
Ese hombre común siempre aprende una lección secreta y personal que lo
libera: no es un introvertido idealista acosado por la realidad de
Collins, ni el duro y escéptico de Wood, capaz de salir solo de sus
propios problemas: es el hijo adolescente del Barón muerto que huye
desesperado de los asesinos de su padre; el comerciante de El Germano
que se niega a entender la guerra hasta que los romanos le cortan una
mano o el niño que ceba mate en un rancho y recibe un cuchillo de regalo
que le da una identidad y, mas importante, un destino (Terco).
En todos ellos aparece ese instante mágico donde se encuentran su futuro
y su lugar empujados por un valor desconocido: «Victor espera un
momento; tratando de ordenar sus emociones, y de pronto, sin quererlo ni
pensarlo ríe a carcajadas. Es que por fin a encontrado su lugar en este
mundo de espadas y de valor. Y lo ha encontrado de la mano de un enano»
(El barón); «Flavio se marcha. Trata de cantar algún son de legionario.
Porque él es, al fin de cuentas, el mejor. El que ha sobrevivido. El que
en medio de la derrota logró una victoria personal» (El gérmano); «Una
sola vez pude elegir. Mirmidos me dijo que resistiera, que me uniera a
él, que peleara y yo preferí conservar el collar, y eso me perseguirá
para siempre» (El médico); «Y en ese momento se transforma en el tigre,
y de cara a la muerte decide de una vez aceptar su destino» (Capellán).
Ferrari mueve por
todos los géneros a su hombre corriente, -ni mas ni menos valiente que
el resto-, atrapado en un momento que lo elevará o destruirá y en el que
esta cifrado su destino. |