Una pasada por lo “políticamente correcto”.
Porque, tras esos
devaneos fascistas de juventud, Hergé no sólo se convierte en un
ciudadano democrático occidental comm’il faut sino que, a
cambio de concesiones al statu quo de la posguerra,
denuncia de forma clara y sin rodeos situaciones propias del
vademécum del progresista occidental.
Cuando en 1946 se
reincorpora a la vida profesional, aparece la revista Tintin
y Hergé redibuja las aventuras de su personaje para publicarlas en
forma de álbum y a todo color –no en negro, como era en el
original de antes de la guerra-, de sus páginas desaparecen, desde
luego, las ingenuas referencias a la superioridad (supuesta) del
hombre blanco e incluso de las filacterias, o bocadillos, el tono
que la cultura popular colonialista imponía a los negros –ése que
dice: «Amito blanco, negrito bueno»...-. Así, si en la primera
versión de Tintín en el Congo el Tintín profesor enseñaba a
los pequeños congoleses que su patria era Bélgica y Leopoldo II,
su rey, ahora se traviste en voluntario de ONG avant la lettre
para enseñar a los alumnos las primeras letras y números, aunque
como las cosas son como son, el nuevo bocadillo recoge que ni un
sólo negrito sabe cuántos son dos más dos...
Pero también hay nuevos
planteamientos de fondo que, tras la guerra, son los políticamente
incorrectos. Así, en el Tintín en el país del oro negro
original, anterior a la guerra, se retrata la angustiosa situación
de una Palestina bajo la feroz dominación del Imperio británico,
que, de acuerdo con la Declaración Balfour, se propone instalar el
“hogar nacional judío” en su territorio. Lo que, para una mejor
tramitación del expediente, se acompaña por un terrorismo no menos
feroz de las organizaciones clandestinas del sionismo judío, las
Irgún y Stern amparadas por la Hagannah. En 1947 se consuma el
expolio de Palestina y da lugar a la primera guerra árabe-israelí.
La primera versión, que se comienza a
publicar en 1939 y se interrumpe el 10 de mayo de 1940 con la
invasión de Bélgica por los alemanes, retrata fielmente la
situación: los soldados británicos arrestan a Tintín, que luego es
secuestrado por los terroristas judíos y finalmente por los
resistentes árabes. La segunda versión, que Hergé reemprende en
1948, es aún más precisa –la precisión histórica y de ambientación
fue una verdadera obsesión para el autor- y Haifa se llama Haifa,
los buques de guerra son de la Navy y los terroristas judíos son
identificados como miembros del Irgún. Pero en una segunda versión
añade un detalle de suma importancia histórica para la comprensión
del conflicto: Palestina no es más que el prólogo de otra guerra
más oculta y más trascendente, que Hergé personifica en dos
grandes compañías petrolíferas, la Arabex inglesa y la alemana
Skoil. Por último, en la tercera y definitiva versión de Tintín
en el país del oro negro –la más difundida, de 1971, cuando ya
es un suceso camino de universal- elimina las referencias a la
implicación de los británicos, al parecer a petición de sus
editores en Gran Bretaña, que dicen que alusiones tan directas
afectarán a las ventas. Así, ya no existe conflicto árabe-israelí,
Tintín llega directamente al Khemed, campo petrolífero donde
libran su batalla las citadas compañías y a la que ejército y
políticos británicos son ajenos ni los terroristas israelíes
tienen arte ni parte... En fin, la vida misma...
Frédéric Soumois,
un notable tintinólogo y periodista del Le Soir, el
mismo diario en el que trabajó Hergé durante su etapa
colaboracionista, concluye de las andanzas de esta aventura de
Tintín:
«Estas tres
versiones simbolizan las tres grandes etapas de la creación
hergeana: a un periodo de preguerra, en el que fuertes denuncias
son apenas disimuladas, sucede un periodo de posguerra en el que
relatos más conformistas pueden permitirse el lujo de comenzar en
la realidad para luego situarse en una completa utopía carente de
referencias. El tercer periodo responde a una acentuación, que
llega hasta el perfeccionismo, de la preocupación por la
autenticidad del detalle, del respeto al documento como verismo
que, paradójicamente, lleva a Hergé a extender la creación de la
utopía al conjunto del relato y no solamente a su desarrollo».
Un boy scout humanista.
Si Hergé fue un
niño católico integrista, un adolescente fascista, un joven
colaboracionista y un buen burgués de posguerra..., también fue un
boy scout, organización en la que militó de niño y de joven
y con la que mantuvo vínculos toda su vida. Lo que, si no me
equivoco, supone que su
honor se basa en ser digno de
confianza, leal, útil y servicial, amigo de todos y hermano de los
demás scouts sin distinción de raza, credo, nacionalidad o
clase social, cortés, obediente y disciplinado, no hacer nada a
medias, ser animoso ante peligros y dificultades, trabajador,
austero, respetar el bien ajeno, ser limpio, sano y puro en
pensamientos, palabras y acciones y ver en la naturaleza la obra
de Dios y proteger a los animales y plantas. Los principios del
scout, coronados por el lema “Siempre listo”, el
mismo que inventó el fundador, Baden-Powell, para los alguaciles
de Sudáfrica, el cuerpo policial-militar que había creado en 1901:
“Be prepared”.
¿Cómo explicar,
si no, que en plena Anschluss germano-austriaca escribiese
y dibujase El cetro de Ottokar (1938)? Aquí, Hergé traslada
el argumento de la anexión a dos países balcánicos, la Syldavia
monárquica y Borduria, que pretende anexionarse aquélla, bajo la
dictadura férrea de un paramilitar llamado Müsstler...
¿Müsstler? ¡Mussolini-Hitler!
¿No está claro?
Pues los invasores nazis, que prohibieron la difusión de dos de
sus álbumes, Tintín en América y La isla negra, que
tachaban de “propaganda anglo-sajona”, no lo hicieron con El
cetro de Ottokar, pues aunque
nombres, insignias de los
aviones y uniformes y tácticas no dejan lugar a dudas, o bien eran
“gilipollas” -como le gustaba decir al dibujante
italiano Bonvi
(Franco Bonvicini,
1941-1995, autor de una tira cómica sobre la torpeza del ejército
nazi llamada Sturmtrupper)- o, dados los antecedentes de
Hergé, ni se les pasaba por la cabeza que el malvado Müsstler
fuera un trasunto de los dos grandes líderes del fascismo y
responsables de la inminente tragedia europea.
Como también hay
que reseñar que en otro de sus álbumes de anteguerra, El loto
azul (1936), Tintín denuncia la invasión japonesa de la
Manchuria china y la actitud débil de las potencias occidentales,
que también la ocupan y la siembran de opio. Hergé traducía la
información que le proporcionaba un íntimo amigo chino,
Tchang Tchoung-Jen, un estudiante de arte en Bruselas, lo que le
permitió salpicar el álbum con carteles en ideogramas chinos que
decían
«¡Abajo el imperialismo!», «¡Abajo los productos japoneses!» o
«¡Abolir los tratados desiguales!», lo que, de entenderlo, tampoco
hubiera gustado mucho a sus correligionarios políticos.
Un hombre
contradictorio al menos entre su espíritu scout y lo que le
exigían amigos y circunstancia histórica, aun que también cumplió
con ellos en La estrella misteriosa (1941). El Fondo
Europeo de Investigaciones Científicas recluta una extraña
expedición entre los fascismos europeos: un alemán, un francobelga,
un español y un portugués y dos neutrales, un sueco y un suizo, y
la envía a recuperar un aerolito caído en el océano, para lo que
han de enfrentarse a la expedición de la América judía, financiada
por un tal Blumenstein. Al ser redibujada tras la guerra, fue
censurada la bandera norteamericana y sustituida por la del
ficticio Sâo Rico y el malvado banquero Blumenstein, por el
malvado banquero Bohlwinkel. Pero bien dice el refrán que Dios
castiga y no da voces: luego se supo que el patronímico Bohlwinkel
es también hebraico... ¿Una desgracia u otro guiño del autor, que,
periodista al fin y al cabo, se documentaba de manera obsesiva?
Los tintinólogos lo achacan a la mala pata; los fachosos, a
que su corazoncito ario –en fin, siendo de Bélgica..., más o
menos- nunca dejó de latir
El caso es que todas estas
peripecias, entre luces y sombras, le acarrearon un par de noches
de calabozo y un par de años de ostracismo. Y ésa fue toda su
depuración, escasa para los que hubieran querido una mayor sanción
por apoyar con su obra la ocupación alemana, pero Tintín ya era un
símbolo belga, es decir, francés y como no había hecho mucho más
que millones y millones de franceses y belgas con los invasores...
Y Hergé, que nunca fue extremista, se condujo por el camino del
humanismo cristiano, se psicoanalizó con un discípulo de Jung y se
dejó fascinar por el progreso tecnológico, el arte de narrar y la
exactitud de lo dibujado, en un estilo –la “línea clara”, sin
volúmenes y colores planos- que creó una de las escuelas más
fecundas y originales de la historieta europea.
Un humanismo que lo apartó
incluso del anticomunismo más primario y, sobre todo, le inspiró
acusaciones contra los regímenes autoritarios, el excesivo poder
de las grandes corporaciones, la explotación y el maltrato de las
minorías, los tráficos ilícitos, especialmente drogas, hombres y
armas, a los que dedicó volúmenes e incluso alguna alusión directa
y durísima... Es el caso de su personaje
Basil Bazaroff, de la Vicking Arms Co. Ltd., remedo apenas
disimulado, ni siquiera en el retrato gráfico, de un personaje
real, Basil Zaharoff, un traficante de armas de origen húngaro,
que a principios del siglo XX hizo una fortuna tan inmensa con su
empresa Vickers Amstrong Ltd. que le permitió fundar nada más ni
menos que el Casino de Montecarlo. Hergé denunció con Bazaroff-Zaharoff
la venta de armas a ambos contendientes, los sobornos criminales,
los asesinatos de los honrados, la utilización de la prensa y de
los periodistas, el empobrecimiento de los países en la carrera
armamentística sin sentido y los socorros mutuos entre
traficantes, petroleros y financieros...
Cosas que hacen
afirmar al periodista Michael Farr, experto en Tintín, que al
menos el personaje y su autor eran ideológicamente de centro
izquierda y estaban contra el fascismo.
Pero también hay
explicaciones para la evidente
misoginia. Es verdad que no era
la mejor época para las mujeres, pero para Hergé nunca lo fue
–apenas dos mujeres aparecen en sus historietas con papel
relevante: la Castafiore y la mujer del general Alcázar, un
golpista sudamericano sin escrúpulos,
financiado por la International Banana Company –y enemigo del
dictador de Tapioca, al que apoya la Borduria comunista-,
traficante de armas y colérico, al que sólo le hace temblar... su
esposa, Peggy.
El citado Alex
Tornasol explica por qué no hay mujeres en las historietas de
Tintín con claridad sólo superable en altitud:
«Una mujer entorpece toda
acción (que no olvidemos, es de lo que se trata en
Tintín), una mujer representa la
estabilidad (frente al movimiento y la aventura continua de
Tintín y sus amigos), implanta
cursilería, sensiblería barata, mojigatería, dogmatismo (frente al
liberalismo vital de Tintín), y
todo modelo de aventura se limitaría a una simple ensoñación
pseudorromántica (frente a la imaginación activa de
Tintín). Conclusión: si te
apetece leer psicodrama de tercera regional, cómprate el último
libro de Ana Rosa Quintana o abónate a una colección de literatura
femenina; pero si te gusta la acción, la aventura y la
imaginación, cómprate un
Tintín».
O sea, misóginos
irrecuperables (el personaje y sus caballeros) para la vida
civilizada.
¿Tintín peridista?
Pero, decíamos
que Tintín era periodista... Lo cierto es que tras su Tintín en
el país de los soviets –curiosamente, otro dato
contradictorio, el único volumen de anteguerra que no quiso
redibujar ni reeditar después y del que, una vez fallecido, se
haría una reedición del original, pero fuera de la serie de lo que
Hergé consideraba “el verdero Tintín”-, el personaje no volvió a
ejercer nunca de periodista, aunque se le supone pagado por
periódicos que nunca se nombran ni aparecen y toda la relación de
Tintín con la prensa se limita a su condición de sujeto mediático,
o, en una ocasión, como objeto del deseo de dos grandes diarios
que tratan de comprarle su exclusiva...
En cambio, su
autor sí lo era y todas sus historias son un prodigio de
documentación histórica y gráfica. Quizá por eso no quiso reeditar
nunca Tintín en el país de los soviets, pues el abate
Wallez le impuso la pauta del libelo Moscú sin velos
de Joseph Douillet, un antiguo cónsul de Bélgica en la Rusia
zarista que mantenía que los soviéticos fabricaban decorados que
simulaban fábricas, que habían impuesto un régimen dictatorial de
terror, torturas y abandono de niños, en una Moscú que se
derrumbaba en la miseria y en el que los dirigentes del Partidos
Comunista amasaban inmensos tesoros arrancados al pueblo...
Hergé dibuja en
Tintín quizá su ideal juvenil de periodista, un profesional dotado
de astucia, amplios conocimientos, manejo de idiomas, capaz de
investigar y analizar con tenacidad hasta descubrir la verdad,
que, dada su lealtad y su profundo sentido de la ética, no está en
venta sino que es el arma para oponerse a los malvados y a los
corruptos...
«En el fondo, mi
único rival internacional es Tintín. Somos
los pequeños que no se dejan avasallar por los grandes», dijo el
presidente Charles de Gaulle.
Será o no verdad, pero ahí ha quedado la frase para la eternidad,
a mayor gloria de Tintín / Hergé.
Como la de
Andy Warhol: «Hergé ha
influido en mi obra tanto como Disney.
Para mí, Hergé
fue más que un dibujante de cómics. Tenía una
dimensión política y satírica».
Por mi parte, he
de confesar que aunque nunca me gustaron los dibujos de Tintín -la
línea clara siempre me ha parecido, en los tebeos, un
artificio artístico, una caricatura-, cuando cogía uno de sus
álbumes no sólo no lo soltaba hasta llegar al final sino que al
pasar cada página la acompañaba con un lamento porque no quedaran
otras mil por pasar... Ésa es, como sabemos lectores y escritores,
la principal virtud de un libro, de una película, de una
historieta: nada menos que el arte de narrar.
Actualmente, Ediciones
Casterman y sus franquiciados venden cada dos segundos y medio uno
de los más de doscientos álbumes de Tintín en alguno de los
cincuenta y tres lenguajes a los que ha sido traducido.
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