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EL ETERNAUTA, VISOS DE UN HÉROE MILITANTE.

  Artículo por Luis Fermando

[ Cubierta de la primera edición en libro de El eternauta. En el texto, imágenes de la versión dibujada por A. Breccia y de varias continuaciones ]


Identidad y militancia

Más allá de que la tradición historietista se fundó en el capitalismo editorial de Estados Unidos, resulta imposible ignorar que Héctor Germán Oesterheld haya trazado con “El eternauta” una cultura de cómic, en nuestro país, que tornó a Buenos Aires en materia aventurable, con personajes que, no ajenos a valores humanos como la amistad, van adquiriendo heroicidad en forma conjunta ante una invasión extraterrestre que, ciertamente, pone en peligro la vida humana. De manera que estos héroes colectivos, desde su condición de “ser argentinos” y, más precisamente, “porteños arquetípicos”, imprimen a la obra la imagen del “nosotros” situados (¡sitiados!) en nuestro país, transustanciando la contingencia de “perseguidos” que fue sobrellevada por gran parte de las clases sociales, ante la opresión política que padeció la democracia en diversas etapas de la historia argentina. Esta es, entonces, la razón por la cual, El eternauta, posee en su inmanencia axiológica los patrones congénitos de un discurso que milita por la libertad, al punto en que es imposible desatender el sincretismo latente entre texto y contexto. Juan Salvo es, en consecuencia, la utópica estampa del héroe infalible, dirigente, revolucionario y combativo que hubiera hecho falta, cada vez que un gobierno de facto fustigó nuestros derechos constitucionales.

Imagen de la lucha tercermundista

Transformándose en artífice de su propia inventiva, Héctor Germán Oesterheld comienza la primera parte de esta ficción en el año 1959, en una circunstancia muy especial, en la que estando en la soledad de su estudio, soslayando los avatares de guionista profesional, se materializa ante él un emblemático individuo que le dice: «Estoy en la tierra, supongo»; y le confía no tan sólo su historia, sino el “por qué” de su apelativo (eternauta) puesto por algún filósofo del futuro, para explicar su albur de viajero de la eternidad.

Es así que se da comienzo a una saga que, desde el testimonio de Juan Salvo, nuestro héroe, se circunscribe en la desquiciante esfera de una invasión extraterrestre truncada en un recurrente final de “Eterno Retorno”, lo que no implica un desenlace definitivo, ya que, en los años posteriores -si bien Oesterheld imbrica en otras historietas esta misma isotopía de “la enfermedad del tiempo”, incluso, por exigencia de los editores- retoma la saga en capítulos cortos en los que nos muestra que las grandes potencias de este planeta han pactado con el invasor entregar el Tercer Mundo a cambio de no ser sometidas, y no es hasta el año 1976 que, en plena dictadura militar, el “Peregrino del tiempo” reaparece, postulando un perfil ontológico superior a cualquier irresolución de complexión humana.

Ahora bien, en este vigor intermitente de El eternauta, en el mercado editorial, ¿no se encontraría, subliminalmente, la perdurabilidad de los ideales a través del tiempo? Como fuere es, esta obra, un ineludible vestigio de la eterna lucha entre una sociedad humanista (de tercer mundo, si se quiere) y la efigie gubernamental -materializada en las fuerzas de invasión extraterrestre- que al ser plena desconocedora del pueblo que gobierna (y que procura ambiciosamente conquistar), persiste en su obstinada lid por que, alguna vez en el tiempo, los humanos perdamos la voluntad de ser libres.

Un héroe que no va a la escuela

Hay dos famosos y atroces motivos por los cuales El eternauta no llega, hoy en día, a las aulas. El primero –y talvez, el más deplorable de ambos- es el desconocimiento absoluto que los formadores actuales tienen sobre la existencia de esta obra. Y el Segundo: el prejuicio ancestral que existió en el marco educativo al considerar al cómic un formato “gráfico-literario” de arte menor, sumándole la notoria reticencia del ámbito cultural argentino para con el género de aventura, por el hecho de estar íntimamente ligado al consumo masivo, tantas veces empantanado en el snobismo. Para atenuar esto último, bastará con remembrar que La Odisea, de Homero, también transita por la órbita de la peripecia.

Pero como fuere, desdeñar el género aventurero es tan fructífero como el desenlace de la escena quijotesca en la que el Sansón Carrasco ordena la quema de los libros de caballería de Alonso Quijano para que éste no divague ni se lance a la aventura en una búsqueda desesperada de darle sentido a su vida. En este orden, la currícula literaria argentina ha contribuido sobremanera a la defunción irremediable del “lector / quijote” que habita en nosotros y potencia nuestro “animal literario” plausible de todo atributo de autonomía pensante del que, cualquier sistema político, siempre fue temeroso.

¿Será por eso que, aún hoy, en plenitud de una democracia que deja mucho que desear, y a más de dos décadas de haber padecido una dictadura militar, a la sociedad argentina se le sigue privando, solapadamente, de obras como esta?

[ © 2005 Luis Fermando, para Tebeosfera 051230 ] [ Fermando, escritor afincado en Río Gallegos (Santa Cruz, Argentina), es cronista de la prensa y corrector en el diario El Periódico Austral. Ha publicado dos libros de narrativa experimental, prepara una novela y sus poemas aparecen en www.nuevaliteratura.com.ar ]